TEMA 7: UN ENCUENTRO QUE CAMBIARIA EL MUNDO

El 29 de marzo de 1914 en ese momento se produjo una unión mística entre la India y Europa. Aquel día la Madre conoció a Sri Aurobindo a las 15.30 en la antigua casa de huéspedes. Su encuentro marcó el inicio de las inconmensurables posibilidades espirituales que hoy se presentan en la vida de la humanidad.

Por aquel entonces la Madre tenía 36 años. Tal vez recordéis que Paul Richard ( sú segundo esposo) ya había tenido la ocasión de conocer a Sri Aurobindo, cuya personalidad le impactó enormemente. A su vuelta le hizo saber sus impresiones a la Madre jugando así un papel decisivo en el logro de esta predestinada unión. Al parecer, le dijo a Sri Aurobindo que cuando regresara a la India podría hacerlo acompañado de una mujer que era “espiritualmente mucho más avanzada que él mismo”. La Madre había contactado a Sri Aurobindo en sus sueños y visiones. Solía asociarlo con Sri Krishna. Sólo cuando vio en persona a Sri Aurobindo pudo identificar al Krishna que se le presentaba.

Cuando la madre llegó a la casa donde Sri Aurobindo vivía, el la esperaba en el rellano de la escalera, nada mas verlo ella lo reconoció y una vez dentro Paul Richard y Sri Aurobindo se sentaron en las únicas dos sillas que había alrededor de la mesa (la mesa y las dos sillas habían sido alquiladas apresuradamente para recibirlos), la madre se sentó entre ellos y su frente coincidía con el tablero de la mesa, en silencio escuchaba a los dos hombres mientras hablaban y sin darse cuenta comenzó a sentir como su mente entraba en el Silencio, comprendió que estaba recibiendo de Sri Aurobindo (Su Khrisna) el mayor regalo que su aspiración pudiese soñar, desde entonces este Silencio nunca le abandono.

En su libro Plegarias y meditaciones, la Madre hizo constar su impresión acerca de su encuentro con Sri Aurobindo en términos inolvidables. Dijo así: “[…] Poco importa que haya miles de seres hundidos en la más profunda ignorancia. El que vimos ayer está sobre la Tierra; basta su presencia para demostrar que llegará un día en que la sombra se transforme en luz, y en que, efectivamente, tu reino “Oh Señor” se instale sobre la Tierra.

Oh Señor, artífice divino de esta maravilla, mi corazón desborda gratitud y alegría cuando pienso en ella, mi esperanza no tiene límites.

Mi adoración trasciende toda palabra, mi respeto es silencioso.”

La revista Arya

Hoy en día no se habla mucho de la revista Arya. Conocemos más cosas sobre La vida divina de Sri Aurobindo y sobre otras de sus grandes obras. Sin embargo, la versión original de todos estos libros, a excepción de Savitri, apareció por primera vez publicada en la revista Arya.

Sri Aurobindo llegó a Pondicherry en 1910. Durante cuatro largos años se mantuvo en un estado de introspección sin manifestarse en modo alguno públicamente. Como consecuencia, la aparición de Arya tomó a todos por sorpresa, ya que el mundo exterior y sus antiguos admiradores pensaban que lo habían perdido al convertirse en un “yogui” o en un “volcán extinguido”. El volcán volvió a entrar en erupción; despertó una sensación de sobrecogimiento y veneración en el seno de las minorías más selectas demostrando que estaba más que activo. Es más, el material que empezó a publicarse todos los meses en Arya provocaba el asombro entre los lectores. Filósofos y eruditos del momento no podían hacerse ni con el lenguaje ni con la sustancia de su filosofía espiritual. Incluso hoy en día existen muchos filósofos para quienes La vida divina continúa siendo un enigma. Los pocos que consiguieron asimilar el pensamiento de esta gran obra no supieron cómo manifestar su alegría, admiración y asombro. Se dieron cuenta de que Sri Aurobindo constituía un manantial de infinito saber yóguico. Asimismo, también asombraba el hecho de que continuara escribiendo de manera simultánea sobre cuatro o cinco temas distintos, manteniendo su mente en silencio y sobrepasando las más altas cotas del poder intelectual. Cada mes escribía unas sesenta y cuatro páginas.

Cuando la Madre y Paul Richard llegaron a Pondicherry, Richard, que era un gran erudito y conocía la extraordinaria profundidad intelectual de Sri Aurobindo sugirió: “Comencemos a publicar una revista filosófica. El mundo ha de conocer tu visión integral y tu profundo saber espiritual, aunque lo has de plasmar en un lenguaje que pueda entender la mente humana.”

Así fue cómo nació la revista Arya.

El 15 de agosto de 1914 apareció el primer número de la revista coincidiendo con la celebración del cuarenta y dos cumpleaños de Sri Aurobindo. Asimismo, fue el año en que estalló la Primera Guerra Mundial. La edición de la revista se prolongó interrumpidamente durante seis años. Tras el primer año, la Madre y Richard tuvieron que partir a Francia, por lo que Sri Aurobindo también se tuvo que ocupar de los asuntos de carácter material de la revista. Aunque resulte extraño decirlo, la revista supuso un éxito a nivel económico.

He aquí una lista de la mayoría de los libros que nacieron de los escritos publicados en Arya:

1. La Vida divina. Acerca de la posibilidad de la humanidad de alcanzar una vida divina.

2. La síntesis del yoga. Acerca de la amplia experiencia de Sri Aurobindo en la práctica de distintos tipos de yoga.

3. El ciclo humano (publicado entonces bajo el nombre de La psicología del desarrollo social). Acerca del progresivo desarrollo de la sociedad en todos sus aspectos.

4. El ideal de la unidad humana. Acerca de la posibilidad de unificar la totalidad de la raza humana.

5. El secreto del Veda. Acerca de la espiritualidad existente en los himnos del Rig-Veda.

6. La poesía futura.

7. Los fundamentos de la cultura india.

8. Los Upanishads. Comentario

9. Ensayos sobre la Gita.

¡Reflexionad por un momento sobre la naturaleza de los temas tratados y sobre su diversidad! Puede decirse que cada uno de ellos constituye la última palabra del conocimiento o más bien de la suprema verdad espiritual. ¡Y qué lenguaje y estilo más maravillosos! Es lo que se conoce como perfección del discurso. Pero, ¿cómo llegó a producirse semejante milagro? Sri Aurobindo señalaba que ello era posible mediante la práctica del yoga, y no a través de un proceso basado en el razonamiento. Para él, todo saber, pensamiento y palabra se encuentran situados en los niveles superiores de consciencia, en un estado perfectamente definido, y, cuando la mente se torna silenciosa, afluyen casi en masa. De no ser así, sería imposible para cualquier mente humana, por muy sublime que fuese, poder escribir libros de semejante excelencia, incluso a lo largo de una vida entera, y no digamos en un período de seis años. Tales creaciones inmortales propagan una nueva luz mostrando nuevos caminos y nuevas dimensiones. La Madre decía que provocan cambios en las mentas humanas. Cuando en el futuro leáis estos libros, comprenderéis su grandeza, puede que con mayor facilidad que nosotros. Ojalá no comentéis como nosotros lo hicimos: “Somos incapaces de descifrar La vida divina,” y así, Sri Aurobindo no os tendrá que responder bromeando: “Leed un párrafo ininteligible de La vida divina, sentaos luego con la mente en blanco y observad lo que os llega de las divinidades intuitivas. Probablemente os gasten bromas, aunque ¿qué importa? Uno aprende de los propios errores y camina hacia el éxito a través de los propios fracasos.”

El 21 de febrero de 1915 los seguidores de Sri Aurobindo celebraron por primera vez el cumpleaños de la Madre. Al día siguiente tuvo que partir a Francia debido al estallido de la Primera Guerra Mundial. Cuando apareció la revista Arya, la Madre se ocupó de la parte material llevando al día las cuentas, un listado de suscriptores, etc. Al mismo tiempo, se dedicaba a ayudar a Paul Richard a traducir Arya del inglés al francés para la edición francesa de la revista.

Entre 1915 y 1916 Sri Aurobindo y la Madre se mantuvieron en contacto por carta. Intercambiaban sus experiencias espirituales, hablaban sobre las intenciones y los propósitos que compartían en la vida así como sobre los múltiples obstáculos que tendrían que superar antes de alcanzar su objetivo final. Así fue cómo dos grandes almas consagraron sus vidas a traer al mundo una nueva luz que nunca antes había iluminado la Tierra.

El regreso de la Madre en 1920
La intensa y austera práctica de la sadhana

Desde 1915, año en que la Madre partió a Francia, hasta 1920, año en que regresó, podemos dar cuenta de una visión global de los acontecimientos acaecidos deteniéndonos únicamente en los hechos más significativos.

En primer lugar, Mrinalini, la mujer de Sri Aurobindo, falleció en Calcuta el año 1918 de camino a Pondicherry.

Después, Sri Aurobindo tuvo que responsabilizarse por completo de gestionar la revista Arya y de ejercer como su redactor, cosa que ya hemos mencionado anteriormente. Su tiempo libre lo dedicaba a reunirse con importantes líderes de otros lugares, algunos de los cuales le ofrecieron sin éxito la presidencia del Congreso Nacional Indio en más de una ocasión, a mantener debates y divertidas charlas con sus compañeros sobre temas diversos y a enseñarles a unos cuantos lengua y literatura. La mayor parte del día permanecía concentrado sumido en un profundo estado de meditación. Puede que ahora seáis demasiado jóvenes para comprender los efectos que tuvo semejante meditación, aunque podéis saber que su cuerpo experimentó un inusual cambio como consecuencia de dicha meditación.

Kapali Shastri, un famoso erudito y filósofo védico que más tarde acabaría convirtiéndose en discípulo de Sri Aurobindo y se integraría en la vida del Ashram, escribió: “Al verle después de seis años, en 1923, a punto estuve de gritar asombrado ‘¡Oh, Dios! ¿Qué más pruebas necesito? Antes su tez tenía un tono marrón oscuro y ahora le envuelve un dorado halo.’ ”

Otro discípulo, Abalal Purana, se quedó impresionado al ver a Sri Aurobindo por segunda vez en 1921. Así lo narró: “Durante el intervalo de dos años su cuerpo había sufrido una transformación que sólo podía describirse como milagrosa. En 1918 el color de su piel era la propia de un bengalí, es decir, bastante oscura, aunque había un brillo en su rostro y su mirada era penetrante… Me encontré con unas mejillas rosáceas y un cuerpo que irradiaba una suave luz de un blanco amarillento. El cambio fue tan espectacular e inesperado que no pude evitar preguntarle asombrado: ‘¿Qué le ha ocurrido?’ En lugar de responderme directamente, eludió la pregunta; como me había dejado crecer barba, él me preguntó: ‘Y, ¿qué es lo que te ha ocurrido a ti?’ Pero después, durante el transcurso de nuestra charla, me explicó que cuando la consciencia superior, tras haber descendido al nivel mental, baja al vital, e incluso más abajo del vital, es entonces cuando tiene lugar una transformación en el sistema nervioso del ser, e incluso en el propio ser físico…”

Sri Aurobindo decía que su sadhana se había tornado más intensa tras la llegada de la Madre, y que con su ayuda, había logrado hacer en un año lo que le hubiera llevado hacer en diez.

La Madre regresó definitivamente el 24 de abril de 1920 tras pasar cuatro años en Japón y se la alojó en una vieja casa junto al mar. Más tarde se mudó a La antigua casa de huéspedes donde vivía Sri Aurobindo junto a sus jóvenes seguidores.

Nolini Kanta Gupta nos cuenta cómo ocurrió:

“Vivíamos en La casa de huéspedes y recuerdo bien que Sri Aurobindo tenía la costumbre de pasar a verla los domingos para cenar con ella. Nosotros también solíamos ir y compartir la cena. Está de más decir que la Madre se encargaba de organizar ella misma el menú y de supervisar la cocina en persona; asimismo, ella también cocinaba algunos platos…

Pues bien, durante la estancia de la Madre en esta casa se desencadenó un día una fuerte tormenta. La casa era vieja y daba la sensación que iba a derrumbarse. Entonces Sri Aurobindo dijo: ‘No podemos consentir que la Madre permanezca aquí durante mucho más tiempo. Debe venirse a vivir con nosotros.’ Así es como la Madre se instaló con nosotros y se convirtió para siempre en nuestra Madre.”

Con la llegada de la Madre, su estilo de vida experimentó un cambio radical. La primera tarea de la Madre consistió en ocuparse y atender las necesidades materiales de Sri Aurobindo. “La Madre llegó y nos hizo ver a Sri Aurobindo como maestro y señor del yoga. Hasta aquel momento, lo conocíamos como un estimado e íntimo amigo, y aunque en nuestro fuero interno sabíamos que era un gurú, cuando nos relacionábamos, parecía que nos comportásemos como si él fuera simplemente uno de nosotros. Asimismo, se mostraba reacio a que se empleasen los términos “gurú” y “Ashram” en relación con él, puesto que las antiguas y tradicionales asociaciones que evocaban estas palabras apenas tenían cabida en su tarea de nueva creación. No obstante, la Madre nos enseñó con sus palabras y actitudes demostrándonos en la práctica el significado de lo que era ser un discípulo y un maestro; ella siempre ponía en práctica cuanto predicaba. Nos mostró lo qué era realmente la cortesía, sentándose en el suelo y no delante o al mismo nivel que Sri Aurobindo…”

He aquí otro interesante episodio narrado por Nolini Kanta Gupta: “[…] Un día ocurrió un hecho bastante insólito. Recibimos la vista de un sanyasi. Era un hombre de aspecto llamativo, alto y atractivo; un enorme turbante le envolvía la cabeza de la que se asomaban algunos mechones deslizándose por encima de los hombros. También estaban allí presentes tres o cuatro discípulos. Éste imploró el darshan de Sri Aurobindo, si bien el darshan resultó convertirse en algo espectacular. Fue entonces cuando el sanyasi reveló su identidad. Sri Aurobindo exclamó al reconocerlo: ‘¡Dios bendito!’, ya que bajo las holgadas y tupidas vestimentas propias de un sanyasi se había ocultado nuestro antiguo camarada Amarendra, Amarendranath Chatterji, el célebre líder terrorista, por cuya captura el gobierno británico había movido cielo y tierra, es decir, había removido el mundo de los vivos y los muertos, llegando incluso a revolver los infiernos en las profundidades. Puede que también hubiesen puesto un precio a su cabeza. Pero, ¡ahí estaba él en persona! Se respiraba un ambiente cargado de entusiasmo y de alegría, aunque salpicado también por sentimientos de temor, ya que nadie sabía qué es lo que podrían hacer los británicos y los franceses en caso de que la noticia se conociese.” Sri Aurobindo le aconsejó que abandonara la actividad revolucionaria, y así lo hizo.

Prestad ahora atención a un interesante episodio, cuyos hechos se conocen en la actualidad como magia negra.

Durante el invierno de 1912, Vattel, un cocinero que había sido despedido del personal de servicio de Sri Aurobindo, decidió hacerle la vida imposible en su propia casa. Consiguió reunir el apoyo del faquir Mahomedan, el cual, valiéndose de algún procedimiento de magia negra, logró que cayeran piedras dentro de la vivienda. El propio Sri Aurobindo nos relató así el incidente:

“El apedreamiento comenzó con el discreto lanzamiento de unas cuantas piedras en la cocina de La casa de huéspedes, aparentemente desde el otro lado de la terraza, aunque allí no había nadie. El fenómeno empezó al caer la noche prolongándose al principio durante media hora. Sin embargo, día tras día el apedreamiento se volvió más frecuente y virulento, incrementándose también el tamaño de las piedras la duración de los ataques, que, en ocasiones, se prolongaban durante varias horas, hasta que al final, una o media hora antes de la medianoche, el apedreo se convirtió en un bombardeo continuo. Y ya no sólo se apedreaba la cocina, sino también otros lugares de la casa, como por ejemplo el porche. Al principio, nos pensamos que se trataba de un acto provocado por personas, por lo que mandamos llamar a la policía, aunque la investigación duró poco tiempo y cuando una piedra pasó zumbando inexplicablemente entre las piernas de uno de los agentes en el porche, la policía abandonó el caso presa del pánico. Decidimos investigar por nuestra cuenta, pero no había nadie que lanzase piedras en los lugares donde éstas parecían estar o de donde podrían provenir. Finalmente, como queriéndonos sacar amablemente de dudas, las piedras empezaron a caer dentro de las habitaciones cerradas de la casa; una de las piedras, que avisté inmediatamente después de caer, y que era de un tamaño gigantesco, descansaba llana y cómodamente sobre una mesa de mimbre, como si aquél fuese su propio lugar de descanso. Y así continuó el ataque hasta que los proyectiles se volvieron mortíferos. Hasta el momento, el apedreamiento había tenido un carácter inofensivo, a excepción del apaleamiento diario a la puerta de Bijoy durante los últimos días que pude presenciar la noche anterior al fin. Las piedras iban volando a muy pocos metros por encima del suelo; no venían de lejos sino que aparecían de repente y, por la dirección que llevaban, debieron de haber sido lanzadas muy cerca del complejo de La casa de huéspedes o desde el mismo porche. Sin embargo, toda la casa estaba perfectamente iluminada y vi que allí no había rastro humano ni tampoco podía haberlo habido. Al final, el joven criado medio tonto, que era el punto neurálgico de los ataques y se alojaba en la habitación de Bijoy bajo su protección, comenzó a sufrir severos ataques sangrando de una herida por el impacto de las piedras que se colaban dentro de la habitación cerrada. Me dirigí a la habitación reclamado por Bijoy y vi cómo cayó sobre el muchacho la última piedra: Bijoy y el criado estaban sentados el uno junto al otro y la piedra fue arrojada hacia ellos de frente sin que hubiese nadie a la vista lanzándola. Ambos estaban solos en la habitación, de modo que ¡a menos que fuese El hombre invisible de Wells…!

Hasta ahora, tan sólo habíamos estado observando y tanteando el terreno, aunque no bastaba, ya que la situación se estaba volviendo peligrosa y algo tenía que hacerse al respecto. La Madre, sabedora de cómo funcionaban estas cosas, resolvió que aquél fenómeno se debía a un nexo existente entre el joven criado y la casa; de modo que, si el nexo se rompía apartándose el criado de la casa, el apedreamiento cesaría. Decidimos mandarle a casa de Hrishikesh y de inmediato cesó el fenómeno por completo; después de lo sucedido, ya no volvió a caer ni una sola piedra y la paz acabó reinando.”

No obstante, todo terminó cuando la mujer de Vattel se presentó sumida en un extremo estado de desesperación e imploró la clemencia de Sri Aurobindo y de La Madre. Su marido sabía bastante de ocultismo como para darse cuenta de que ambos habían logrado repeler las fuerzas ocultas. Cuando semejantes fuerzas se invocan contra alguien que es capaz de repelerlas, se vuelven inevitablemente contra quien las ha provocado originalmente. Así es cómo Vattel había caído enfermo. Sri Aurobindo, impulsado por su generosidad, perdonó a aquel individuo diciéndole a su mujer: “No necesita morir por esto.” Tras sus palabras, Vattel logró recuperarse.

Ya os he contado antes que, inmediatamente después de que la Madre se trasladara a La casa de huéspedes, se produjo un cambio gradual en el ambiente que respiraba la pequeña familia de Sri Aurobindo. Por todas partes reinaba el orden, la belleza, la disciplina y la compostura. Sri Aurobindo había dejado de ser su amigo o su camarada, ahora era el gurú. La Madre les inculcó este sentimiento y consiguió despertar en ellos una seria vocación por la sadhana. Hasta entonces, Sri Aurobindo se había negado a tener discípulos; sin embargo, la Madre cambió por completo el estilo y la organización de la comunidad.

En 1922 algunos discípulos se mudaron a La casa de la biblioteca, que actualmente se conoce con el nombre de Casa de la prosperidad. La Madre formó un grupo de sadhakas ocupándose ella misma de suministrarles alimentos, buscarles alojamiento, ocuparse de su sadhana, etc. El número de adeptos fue aumentando progresivamente, predominando las comunidades integradas por bengalíes y gujaratis. Hubo incluso unas cuantas mujeres que también se sumaron al grupo. El Ashram fue creciendo gradualmente por sí solo, con la Madre y Sri Aurobindo al frente, aunque se le llamó oficialmente “Ashram” en 1926 tras descender el nivel de consciencia de la Sobremente en el cuerpo de Sri Aurobindo.

En poco tiempo la Madre comenzó a ponerse al frente de todas las actividades, mientras que Sri Aurobindo permanecía en un segundo plano. El contacto de la Madre con los discípulos fue creciendo. Sri Aurobindo solía reunirse con ellos para charlar al caer la tarde.

Desde principios de noviembre de 1926, aquellas conversaciones giraban en torno a la sadhana. El tema abordado era principalmente la fuerza supramental, si tal fuerza podía descender a la Tierra. Según Sri Aurobindo, el descenso de dicha fuerza reduciría en gran medida el sufrimiento, las carencias y la ignorancia de la humanidad. Estas discusiones hicieron que sus discípulos llegaran a albergar el sentimiento de que un poder inmenso estaba a punto de descender, llegando incluso a presentir algunos de ellos su presencia. Asimismo, también recibía visitas, como la de Chittaranjan Das, Lala Lajpat Rai, Sarala Devi y Rabindranath Tagore. En 1928 Rabindranath, durante el viaje que emprendió por Europa a bordo del vapor Shantily, desembarcó en Pondicherry y se reunió con Sri Aurobindo. Tras el encuentro, se sintió tan abrumado que, al regresar al vapor, el premio Nobel escribió un artículo sobre él. He aquí un extracto: “Durante mucho tiempo he albergado en mi corazón el deseo de poder ver a Sri Aurobindo Ghosh, y, por fin, se ha cumplido. Enseguida me di cuenta de que lo que había andado buscando lo había alcanzado, y, mediante este largo proceso de realización, había sido capaz de ir acumulando un silencioso poder de inspiración. Su rostro irradiaba una luz interior y su serena presencia dejaba claro que la India le hablaría al mundo a través de su voz. Le dije: ‘Tienes la palabra y estamos esperando a aceptarla de ti.’ Permanecí allí aunque sin quedarme mucho tiempo percatándome de que su alma no se sentía oprimida ante los patrones marcados por algunas doctrinas tiránicas. Hacía años había visto a Aurobindo en su temprana etapa de heroica juventud y le canté: ‘Aurobindo, acepta el saludo de Rabindra.’

Ahora veía cómo le envolvía con mayor intensidad un aire de inmensa y reticente sabiduría y volví a contarle en silencio:

‘Aurobindo, acepta el saludo de Rabindra.’ ”

24 de noviembre

Por fin llegó el día que todos habían estado esperando. Desde principios de noviembre, la presión de una fuerza superior comenzó a aumentar llegando a alcanzar su apogeo el día 24. Sin embargo, los discípulos no tenían ni la más remota idea de lo que en realidad iba a ocurrir. Por la tarde se encontraban todos ocupados en sus propios quehaceres; algunos habían ido a dar un paseo a orillas del mar. El sol estaba a punto de ponerse cuando la Madre les envió un mensaje urgente a los discípulos para reunirse en el porche de La casa de la biblioteca. Todos volvieron a toda prisa. El ambiente tenía un carácter solemne, los discípulos se mostraban tranquilos, impacientes y reservados. Había algunos que podían sentir una enorme presión en sus cabezas. Nolini Kanta Gupta es quien mejor explica lo que realmente ocurrió: “En cuanto llegué, me encontré con una escena maravillosa. Sri Aurobindo estaba sentado en una silla y la Madre lo hacía a sus pies. Ambos estaban frente a nosotros. Nos sentamos. Se respiraba una atmósfera celestial: la mano izquierda de Sri Aurobindo descansaba sobre la cabeza de la Madre y la derecha la extendía como en un gesto de bendición hacia nosotros. Todos los allí presentes permanecimos en silencio, en un estado de calma y de solemne expectación. Entonces, le ofrecimos nuestro pranam a Sri Aurobindo y a la Madre… Al cabo de un rato, se metieron dentro de la casa…

Desde aquel momento, Sri Aurobindo dejó de asistir a las charlas que se celebraban al atardecer. Así pues, la Madre tomó las riendas de la comunidad siendo ella la que se manifestaba. Todas nuestras comunicaciones eran con ella.”

Al 24 de noviembre se le conoce como el “día Siddhi”: el “día de la perfección espiritual”. Seguro que tenéis curiosidad por saber lo que realmente ocurrió y la trascendencia que tuvo este día. De momento, sois demasiado jóvenes para comprender su repercusión. No obstante, permitidme que os cite las siguientes palabras de Sri Aurobindo para que os hagáis una ligera idea:

“El 24 de noviembre de 1926 fue el día del descenso de Sri Krishna en el cuerpo. Esto es, el descenso del Dios de la Sobremente que preparará el camino del descenso de la Supermente.” Y es que el descenso de la Supermente era el objetivo de la sadhana de Sri Aurobindo. El descenso de Sri Krishna significaba que su divina consciencia, que descendía a través del nivel de consciencia corporal de Sri Aurobindo, se extendería al mundo de la materia. En un lenguaje más sencillo podemos decir que Sri Aurobindo se unió al dios Krishna en cuerpo, mente y alma. Quizá recordéis la visión que tuvo de Vasudeva en la prisión de Alipore. Pues bien, ahora lo había recibido en su nivel de consciencia corporal.

El siguiente paso consiste en la transformación del mundo mediante el descenso de la Supermente. Con este propósito, Sri Aurobindo decidió retirarse en soledad para poder dedicar todas sus energías a hacer descender al mundo el inmenso poder, la luz y el conocimiento de la Supermente; de ahí que la Madre se pusiese al frente del Ashram.

Es posible que no hayáis podido comprender mucho de lo que os he contado. No obstante, recordad que este día marcó el comienzo de una nueva era en el mundo del yoga de Sri Aurobindo. Se fundó el “Ashram de Sri Aurobindo”, y la Madre se convirtió en la “madre” del Ashram. Se ocupó por completo de su gestión recibiendo desde atrás el apoyo de Sri Aurobindo. Como es natural, sus responsabilidades fueron en aumento. Tenía la costumbre de celebrar sesiones de meditación colectiva por las noches. Hacía descender la consciencia de los dioses en las consciencias de los sadhakas, los cuales percibieron a raíz de ello experiencias insólitas. Se notaba cómo una extraordinaria fuerza, poder, luz, inmensidad y otra serie de elementos divinos descendían en los sadhakas, sintiendo y pensando cada uno de ellos como si fuesen dioses. A este período se le conoce como la Edad de Oro del Ashram, aunque esta fase no duró mucho tiempo. La Madre dejó de hacer descender los poderes divinos, ya que los sadhakas no estaban aún preparados para resistir la presión de semejante descenso. Así pues, bajó al mero nivel de consciencia física, por así decirlo, a la vida cotidiana. El maravilloso poema de Sri Aurobindo titulado “La labor de un Dios” refleja gráficamente esta etapa. A pesar de que Sri Aurobindo vivía recluido sin recibir a nadie que no fuera la Madre, mantenía un estrecho contacto con todos los acontecimientos que se sucedían en el mundo. Leía la prensa todos los días y estaba al corriente de todos aquellos sucesos de mayor o menor importancia que afectaban a Japón y a China, del movimiento de liberación de la India, de las elecciones presidenciales de Norteamérica, de terremotos, hambrunas… de todo. Y, cuando la ocasión lo exigía, cambiaba incluso el curso de los acontecimientos mediante el poder de su fuerza yóguica.

Además de estas ocupaciones, dedicaba gran parte de su tiempo a mantenerse en contacto por correspondencia con los sadhakas y a contestar sus cartas acerca de su sadhana. De este modo le prestaba ayuda a la Madre en sus tareas. Se estableció una norma que consistía en que cada discípulo tenía que escribirle a Sri Aurobindo y a la Madre sobre su estado físico y mental para así poder recibir orientación y ayuda por su parte. Esta iniciativa se adoptó en consonancia con la nueva fase de sadhana. Así pues, os podéis imaginar lo diferente que es nuestro yoga de otro tipo de yogas.

La nueva norma desencadenó un aluvión de cartas, ya que casi todos los discípulos les mantenían estrechamente informados sobre sus diversas experiencias, sobre las dificultades y obstáculos que encontraban en su sadhana, sobre los sufrimientos del cuerpo y de la mente. Sri Aurobindo le leía estas cartas a la Madre, a quien consultaba para anotar las instrucciones oportunas. Un sadhaka recibió unas tres mil cartas en un período de siete u ocho años. Sri Aurobindo dedicaba aproximadamente nueve horas diarias a las cartas, pasando noches en vela para poder responderlas. Cuando en una ocasión un sadhaka le presentó una queja, por haberse retrasado al contestarle, Sri Aurobindo le contestó de este modo: “No puedes hacerte una idea de la cantidad de tiempo que tengo que dedicar para poder dar respuesta a todas estas cartas.” Así que no hace falta que nadie os diga que su retiro en soledad de ningún modo consistía en llevar una vida dedicada al ocio y al disfrute. A la pregunta de por qué renunció a todo y decidió vivir recluido, él contestó: “Es una necesidad temporal. Si tuviera que haber hecho todo lo que la Madre está haciendo, entonces mi auténtico trabajo habría quedado completamente desatendido.”

Tres veces al año, más adelante fueron cuatro, la Madre y Sri Aurobindo aparecían juntos ante sus devotos. Era lo que popularmente se conocía como el Darshan.

El Darshan

Es imposible que os podáis imaginar lo que era realmente este Darshan. Aunque los sadhakas y devotos aguardaban con impaciencia la llegada de este día en cuestión de minutos, muchos eran los que acudían en masa desde lugares muy remotos para ver especialmente a Sri Aurobindo.

¿A qué se debía tal impaciencia? ¿Era por la simple curiosidad de ver a un gran hombre? Más que eso. El propio Sri Aurobindo dijo que durante los días de Darshan una tremenda fuerza descendía desde las alturas manifestándose en él y en la Madre para el mundo. Mientras que algunos pudieron percibir la presencia del dios Shiva y de su shakti sentados ante ellos u otros aspectos del Divino, tales como la manifestación del Dios Krishna en Sri Aurobindo, hubo otros que tuvieron leves experiencias.

El hecho de poder presenciar durante un instante el Darshan ha provocado cambios inimaginables en la vida de muchos. Para los sadhakas este incomparable momento suponía un gran paso hacia poder encontrar la luz en su sadhana. La gente que tuvo la excepcional buena suerte de poderle ver sólo una vez no fue nunca capaz de olvidar aquello ni un solo momento. Sentado majestuosamente, con el torso envuelto en un chaddar, le dirigía a cada uno de los presentes una fugaz y penetrante mirada y la Madre, sentada a su derecha, ataviada con un sari de seda y con una especie de cinta similar a una corona rodeándole la cabeza, se deshacía en radiantes sonrisas.