LA VIDA DIVINA. Capítulo V: – El Destino del Individuo

Por la Ignorancia trasponen la Muerte y por el Conocimiento disfrutan la Inmortalidad… Por el No-Nacimiento trasponen la Muerte y por el Nacimiento disfrutan la Inmortalidad

Isha Upanishad

Una Realidad omnipresente es la verdad de toda vida y existencia, absoluta o relativa, corpórea o incorpórea, animada o inanimada, inteligente o no-inteligente; y en todas sus infinitamente variantes y constantemente opuestas auto-expresiones, -desde las contradicciones más próximas a nuestra experiencia ordinaria hasta las más lejanas antinomias que se pierden en las orillas de lo Inefable-, la Realidad es una sola y no suma o concurso. Desde ella empiezan todas esas variaciones, consiste en todas esas variaciones, retorna a todas esas variaciones. Todas las afirmaciones se niegan tan sólo para conducir a una más amplia afirmación de la misma Realidad. Todas las antinomias se confrontan una con otra en orden a reconocer una sola Verdad en sus aspectos opuestos y abarcar, a través del conflicto, su Unidad mutua. Brahman es el Alfa y el Omega. Brahman es el Uno detrás del cual nada más existe.

Mas esta unidad es indefinible en su naturaleza. Cuando procuramos considerarla mediante la mente, nos vemos obligados a proceder a través de una infinita serie de concepciones y experiencias. E incluso al final nos vemos compelidos a negar nuestras máximas concepciones, nuestras más comprehensivas experiencias en orden a afirmar que la Realidad excede todas las definiciones. Llegamos a la fórmula de los Sabios védicos, neti neti: «Eso no es esto, Eso no es aquello», no hay experiencia por la que podamos limitarlo, no hay concepto por el cual, Eso pueda ser definido.

Un Incognoscible que se nos presenta en múltiples estados y atributos del ser, en múltiples formas de conciencia, en múltiples actividades de energía, esto es lo que la Mente puede en última instancia decir acerca de la existencia que nosotros mismos somos y que vemos en cuanto se ofrece a nuestro pensamiento y sentidos. Es en y a través de esos estados, de esas formas, de esas actividades, que hemos de aproximarnos y conocer al Incognoscible. Pero si en nuestra prisa por arribar a una Unidad que nuestra mente pueda captar y retener, si en nuestra insistencia en abarcar el Infinito en nuestro abrazo, identificamos a la Realidad con cualquier otro estado definible del ser, aunque sea puro y eterno, con cualquier particular atributo aunque sea general y comprehensivo, con cualquier formulación fija de conciencia aunque enorme en su alcance, con cualquier energía o actividad aunque sea ilimitada en su aplicación, y excluimos todo el resto, entonces nuestros pensamientos pecan contra Su incognoscibilidad y llegan, no a una verdadera unidad, sino a una división de lo Indivisible.

Tan intensamente era percibida esta verdad en los antiguos tiempos, que los Videntes Vedánticos, incluso tras haber llegado a la idea cumbre, la convincente experiencia de Satchidananda como suprema expresión positiva de la Realidad para nuestra conciencia, erigieron en sus especulaciones o propendieron en sus percepciones hacia un Asat, un No-Ser más allá, que no es la existencia última, la pura conciencia, la bienaventuranza infinita de la cual todas nuestras experiencias son la expresión o la deformación. Si de algún modo Es una existencia, una conciencia, una bienaventuranza, está más allá de la más alta y más pura forma positiva de esas cosas que aquí podemos poseer y, por lo tanto, distinta de las que aquí conocemos por esos nombres. El budismo, -un tanto arbitrariamente declarado por los teólogos como doctrina no-Védica, porque rechazó la autoridad de las Escrituras-, a pesar de eso, vuelve a esta concepción esencialmente Vedántica. Sólo la positiva y sintética doctrina de los Upanishads consideró a Sat y Asat (Ser y No-Ser ) no como opuestos que se destruyen mutuamente, sino como la antinomia última a través de la cual contemplamos al Incognoscible. Y en las transacciones de nuestra conciencia positiva, incluso la Unidad tiene que arreglar sus cuentas con la Multiplicidad; pues los Muchos son también el Brahman. Es por medio de Vidya, – el Conocimiento de la Unidad -, que conocemos a Dios; sin eso, Avidya, – la conciencia relativa y múltiple -, es noche de tinieblas y un desorden de la Ignorancia. . Y si excluimos el campo de esa Ignorancia, si nos desembarazamos de Avidya como si fuese una cosa no-existente e irreal, entonces el Conocimiento mismo se convierte en una suerte de oscuridad y fuente de imperfección. Llegamos a ser como hombres cegados por una luz, de modo que ya no podemos ver el campo que esa luz ilumina.

Tal es la doctrina, calma, sabía y clara, de nuestros más antiguos sabios. Tenían la paciencia y fortaleza para descubrir y conocer; tenían también la claridad y humildad para admitir la limitación de nuestro conocimiento. Percibieron las fronteras que éste debía atravesar en pos de algo más allá de sí mismo. Fue una tardía impaciencia del corazón y de la mente, una vehemente atracción hacia la bienaventuranza última, o hacia el elevado dominio de la experiencia pura y de la aguda inteligencia, la que buscó al Uno para negar los Muchos y porque recibió el aliento de las alturas desdeñó el secreto de las profundidades o retrocedió ante él. Mas el ojo sensato de la antigua sabiduría percibió que para conocer a Dios realmente, debe conocérselo en todo por doquier y sin distinciones, considerando y valorando pero sin dejarse dominar por las oposiciones a través de las cuales El resplandece.

Dejaremos de lado las tajantes distinciones de una lógica parcial que declara que, debido a que el Uno es la realidad, los Muchos son una ilusión, y debido a que el Absoluto es Sat, la existencia única, lo relativo es Asat y no-existente. Si en los Muchos perseguimos con insistencia al Uno, es para retornar con la bendición y la revelación del Uno confirmándose a sí mismo en los Muchos.

Hemos de precavernos también contra la excesiva importancia que la Mente atribuye a particulares puntos de vista a los que llega en sus más poderosas expansiones y transiciones. La percepción de la mente espiritualizada de que el universo es un sueño irreal puede no tener más absoluto valor para nosotros que la percepción de la Mente materializada de que Dios y el Más Allá son una idea ilusoria. En un caso, la Mente, – que está habituada solamente a la evidencia de los sentidos y a asociar la realidad con el hecho corpóreo -, ni está acostumbrada a usar otros medios de conocimiento ni es capaz de extender la noción de realidad a una experiencia suprafísica. En el otro caso, la misma mente, pasando más allá de la abrumadora experiencia de una realidad incorpórea, transfiere simplemente la misma incapacidad y el mismo sentido consiguiente de sueño o alucinación a la experiencia de los sentidos. Pero percibimos también la verdad que estas dos concepciones desfiguran. Es cierto que para este mundo de la forma, en el que estamos colocados para nuestra auto-realización, nada es enteramente válido hasta que haya tomado posesión de nuestra conciencia física y se haya manifestado en los niveles inferiores en armonía con su manifestación en las cimas supremas. Es igualmente cierto que la forma y la materia, afirmándose como realidad auto-existente, son una ilusión de la Ignorancia. La forma y la materia pueden tan sólo ser válidas como forma y sustancia de manifestación de lo incorpóreo e inmaterial. En su naturaleza son un acto de la conciencia divina, en su objetivo son la representación de un estado del Espíritu.

En otras palabras, si el Brahman ha entrado en la forma v representa Su ser en la sustancia material, eso sólo puede ser para disfrutar la auto-manifestación en las figuras de la conciencia relativa y fenoménica. El Brahman está en este mundo para representarse en los valores de la Vida. La Vida existe en el Brahman a fin de descubrir al Brahman en sí misma. Por lo tanto, la importancia del hombre en el mundo es que él aporta ese desarrollo de la conciencia gracias al cual, llega a ser posible su transfiguración por medio de un perfecto auto-descubrimiento. Realizar a Dios en la vida es la plenitud vital del hombre. El comienza desde la vitalidad animal y sus actividades, pero su objetivo es la existencia divina.

Pero así como en el Pensamiento, de igual modo en la Vida, la verdadera norma de auto-realización es una progresiva comprehensión. Brahman Se expresa en múltiples formas sucesivas de la conciencia, sucesivas en su relación incluso si coexisten en ser y simultaneidad en el Tiempo, y la Vida en su auto-revelación debe también elevarse hacia áreas siempre-nuevas de su propio Ser. Mas si al pasar de un dominio al otro renunciamos a lo que se nos ha dado de entusiasmo para nuestro nuevo logro; si al alcanzar la vida mental echamos a un lado o minimizamos la vida física que es nuestra base; o si rechazamos lo mental y lo físico en nuestra atracción hacia lo espiritual, no realizamos a Dios integralmente ni satisfacemos las condiciones de Su auto-manifestación. No llegamos a ser perfectos, sino que sólo mudamos el campo de nuestra imperfección o, como mucho, alcanzamos una altura limitada. Por más alto que saltemos, aunque fuera hasta el No-Ser mismo, lo hacemos mal si olvidamos nuestra base. La verdadera divinidad de la naturaleza no es abandonar lo inferior a sí mismo, sino en transfigurarlo a la luz de lo superior que hayamos alcanzado. El Brahman es integral y unifica muchos estados de conciencia a un mismo tiempo; nosotros también, manifestando la naturaleza del Brahman, llegaríamos a ser integrales y omni-abarcantes.

Además de la retracción de la vida física, existe otra exageración del impulso ascético que corrige este ideal de una manifestación integral. El quid de la Vida es la relación entre tres formas generales de conciencia: la individual, la universal y la trascendente o supracósmica. En la distribución ordinaria de las actividades de la vida el individuo se considera a sí mismo, un ser separado incluido en el universo y tanto éste como aquel, dependientes de eso que trasciende igualmente al universo y al individuo. Es a esta Trascendencia a la que corrientemente damos el nombre de Dios, que de esa manera, viene a ser para nuestras concepciones no tanto supracósmico como extracósmico. La disminución y degradación tanto del individuo como del Universo es una consecuencia natural de esta división: el cese tanto del cosmos como del individuo por el logro de la Trascendencia sería lógicamente su conclusión suprema.

La visión integral de la unidad del Brahman obvia estas consecuencias. Así como no necesitamos apartar la vida corporal para alcanzar lo mental y espiritual, de igual manera podemos llegar a un punto de vista, en el que la preservación de las actividades individuales no sea tan incoherente con nuestra comprehensión de la conciencia cósmica o nuestro logro de la trascendente y supracósmica. Pues el Mundo-Trascendente abarca al Universo, es uno con él y no lo excluye; así como el Universo abarca al individuo, es uno con él y no lo excluye. El individuo es un centro de la total conciencia universal, de la que el Universo es forma y definición, el cual está ocupado por la entera inmanencia de lo Informe e Indefinible.

Esta es siempre la verdadera relación, velada a nosotros por nuestra ignorancia o nuestra equivocada conciencia de las cosas. Cuando alcanzamos el conocimiento o la conciencia correctos, nada esencial cambia en la eterna relación, pues sólo la visión interior y exterior son profundamente modificadas desde el centro del individuo y por consiguiente el espíritu y los efectos de su actividad. El individuo es aun necesario para la acción del Trascendente en el universo y esa acción en él no cesa de ser posible por su iluminación. Por el contrario, dado que la manifestación consciente del Trascendente en el individuo es el medio por el que lo colectivo, lo universal va también a llegar a ser consciente de sí mismo, la continuación del individuo iluminado en la acción del mundo es una necesidad imperiosa del juego-del-mundo. Si su inexorable eliminación a través del acto mismo de la iluminación fuera la norma, entonces el mundo estaría condenado a permanecer eternamente en un escenario de irredimible oscuridad, muerte y sufrimiento. Y ese mundo sólo puede ser un cruel “Juicio de Dios” o una ilusión mecánica.

Es así como la filosofía ascética tiende a concebir eso. Pero la salvación individual no puede tener real sentido si la existencia en el cosmos es una ilusión. Según la visión Monística, el alma individual es una con lo Supremo, su sentido de separación una ignorancia, el escape del sentido de separación e identificarse con lo Supremo son su salvación. ¿Mas quién se beneficia con esta huída? No el supremo Ser-en-sí, pues se lo supone siempre e inalienablemente libre, inmóvil silencioso y puro. No el mundo, pues éste permanece constantemente en cautiverio y no se libera con la huída de cualquier alma individual de la Ilusión universal. Es el alma individual misma la que realiza su bien supremo huyendo del pesar y la división hacia la paz y la bienaventuranza. Parecería entonces existir cierto tipo de realidad del alma individual, diferente del mundo y de lo Supremo, en el caso de su liberación e iluminación. Mas para el Ilusionista, el alma individual es una ilusión y no-existente excepto en el inexplicable misterio de Maya. ¡Por lo tanto llegamos a la huida de una ilusoria alma no-existente, de un ilusorio cautiverio no-existente, en un ilusorio mundo no-existente, como el bien supremo al que esa no-existente alma ha de aspirar!. Pues ésta es la última palabra del Conocimiento: “No hay nadie encarcelado, nadie liberado, nadie buscando ser libre”. Vidya resulta ser tan parte de lo Fenoménico como Avidya; Maya nos encuentra incluso en nuestra escapada y se ríe de la triunfante lógica que pareció cortar el nudo de su misterio.

Estas cosas, se dice, no pueden explicarse; son el milagro inicial e insoluble. Son para nosotros un hecho práctico y han de aceptarse. Queremos escapar fuera de esta confusión por otra confusión. El alma individual sólo puede cortar el nudo del ego mediante un acto supremo de egoísmo, un exclusivo apego a su propia salvación individual que llega a una absoluta afirmación de su existencia separada en Maya. Somos inducidos a considerar las otras almas como si fueran inventos de nuestra mente y su salvación sin importancia, como si sólo nuestra alma fuera enteramente real y su salvación la única cosa que cuenta. ¡Vengo a considerar mi huída personal del cautiverio como real mientras otras almas que son iguales a mí quedan atrás en el cautiverio!.

Es sólo cuando hacemos a un lado toda irreconciliable antinomia entre el Ser-en-sí y el mundo, que las cosas caen en su sitio por medio de una lógica menos paradójica. Debemos aceptar lo multilateral de la manifestación incluso cuando afirmamos la unidad de lo Manifestado. ¿Y no es ésta, después de todo, la verdad que perseguimos doquiera miremos, a menos que, viendo, prefiramos no ver? ¿No es éste, después de todo, el misterio perfectamente natural y simple del Ser Consciente que no está atado ni por su unidad ni por su multiplicidad? Es “absoluto” en el sentido de ser enteramente libre para incluir y combinar en Su propio modo todos los términos posibles de Su auto-expresión. “No hay nadie encarcelado, nadie liberado, nadie buscando ser libre”, pues Eso siempre es una libertad perfecta. Es tan libre que ni siquiera está limitado por su libertad. Puede jugar a estar confinado sin caer en un cautiverio real. Su cadena es una convención auto-impuesta, Su limitación en el ego un dispositivo de transición que Eso usa para reiterar su trascendencia y universalidad en el esquema del Brahman individual.

El Trascendente, el Supracósmico es absoluto y libre en Sí Mismo más allá del Tiempo y el Espacio, y más allá de los opuestos conceptuales de finito e infinito. Mas en el cosmos utiliza Su libertad de auto-formación, Su Maya, para confeccionar un esquema de Sí Mismo en los complementarios términos de una unidad y la multiplicidad, y esta múltiple unidad la establece en las tres condiciones del subconsciente, el consciente y el superconsciente. Pues realmente vemos que los Muchos materializados en la forma de nuestro universo material empiezan con una unidad subconsciente que se expresa bastante abiertamente en la acción cósmica y la sustancia cósmica, pero de la cual no son por sí mismos conscientes superficialmente. En el consciente el ego llega a ser el punto superficial al que puede emerger el conocimiento de la unidad; pero aplica su percepción de la unidad a la forma individual y su acción superficial y, al fracasar en darse cuenta de todo lo que opera detrás, falla también en comprender que no es sólo uno en sí mismo sino uno con los demás. Esta limitación del “Yo” Universal en el dividido Ego-sentido constituye nuestra imperfecta personalidad individualizada. Pero cuando el ego trasciende la conciencia personal, empieza a incluir y a ser superado por Eso que es para nosotros superconsciente; llega a ser consciente de la unidad cósmica e ingresa en el Ser-en-sí Trascendente que aquí expresa el cosmos mediante una unidad múltiple.

La liberación del alma individual en cada uno de nosotros es, por lo tanto, la clave fundamental de la definidora acción divina; es la primera necesidad divina y el pivote sobre lo que gira todo lo demás. Es el punto de Luz al que la ansiada auto-manifestación completa empieza a emerger en los Muchos. Mas el alma liberada extiende su percepción de la unidad horizontal y verticalmente. Su unidad con el Uno Trascendente es incompleta sin su unidad con los Muchos cósmicos. Y esa unidad lateral se traslada mediante una multiplicación, una reproducción de su propio estado liberado a otros puntos de la Multiplicidad. El alma divina se reproduce en similares almas liberadas así como el animal se reproduce en cuerpos similares. Por lo tanto, aún cuando una sola alma sea liberada, existe tendencia a una extensión e incluso a un estallido de la misma auto-conciencia divina en otras almas individuales de nuestra humanidad terrestre y, ?¿quién sabe?— tal vez aun más allá de la conciencia terrestre. ¿Dónde fijaremos el límite de esa extensión? ¿Es del todo una leyenda la que refiere que Buda estuvo en el umbral del Nirvana, del No-Ser, y que su alma regresó y tomó el voto de no hacer el irrevocable cruce mientras existiese sobre la tierra un solo ser no liberado del nudo del sufrimiento, de la esclavitud del ego?

Pero podemos alcanzar lo supremo sin borrarnos de la extensión cósmica. El Brahman preserva siempre Sus dos términos de libertad interior y de conformación exterior, de expresión y de libertad de la expresión. Nosotros también, siendo Eso, podemos alcanzar la misma auto-posesión divina. La armonía de las dos tendencias es la condición de toda vida que apunta a ser realmente divina. La libertad perseguida por exclusión de la cosa superada, conduce por el sendero de la negación al rechazo de lo que Dios ha aceptado. La actividad perseguida por absorción en el acto y la energía, conduce a una afirmación inferior y a la negación de lo Supremo. ¿Pero lo que Dios combina y sintetiza, por qué el hombre insiste en divorciarlo? Ser perfecto como El es perfecto es la condición de Su íntegral logro.

A través de Avidya, la Multiplicidad, está nuestro sendero fuera de la egoísta auto-expresión transicional, en la que predominan la muerte y el sufrimiento; a través de Vidya, la Unidad, que asiente con Avidya en el perfecto sentido de la unidad comprehensiva, incluso en esa multiplicidad disfrutamos integralmente la inmortalidad y la beatitud. Alcanzando al No-Nacido más allá de todo devenir, nos liberamos de este nacimiento y muerte inferiores; aceptando libremente el Devenir como lo Divino, invadimos la mortalidad con la beatitud inmortal y nos convertimos en centros luminosos de su consciente auto-expresión en la humanidad.