LA VIDA DIVINA. Capítulo X: – La Fuerza Consciente

Contemplaron la auto-fuerza del Ser Divino escondido en lo hondo por su propio modo consciente de trabajar.

Swetaswatara Upanishad

Este es quien está despierto en los que duermen.

Katha Upanishad

Toda la existencia fenoménica se resuelve en Fuerza, en movimiento de energía que asume formas más o menos materiales, más o menos densas o sutiles de auto-presentación a su propia experiencia. En las antiguas imágenes, -cuando el pensamiento humano intentó hacer inteligible y real, este origen y ley del ser-, esta infinita existencia de Fuerza fue representada como un mar, inicialmente sosegado y, por lo tanto, libre de formas; mas la primera perturbación, la primera iniciación de movimiento hizo necesaria la creación de formas y es la semilla del universo.

Materia es la presentación de fuerza que es más fácilmente inteligible para nuestra inteligencia, -moldeada ésta como lo está por contactos con la Materia-, recibiendo la información de una mente envuelta en un cerebro material. El estado elemental de la Fuerza material es, según la visión de los antiguos físicos indios, un estado de pura extensión material en el Espacio cuya peculiar propiedad es vibración que se nos tipifica por el fenómeno del sonido. Mas la vibración en este estado del éter no es suficiente para crear formas. Debe primero existir alguna obstrucción en el fluir del océano de la Fuerza, alguna contracción y expansión, alguna interacción de vibraciones, algún afectar de fuerza sobre fuerza como para crear un principio de relaciones fijas y efectos mutuos. La Fuerza material modificando su primer estado etéreo asume un segundo, llamado en el antiguo lenguaje, aéreo, cuya propiedad especial es el contacto entre fuerza y fuerza, contacto que es la base de todas las relaciones materiales. Todavía no tenemos formas reales sino tan sólo fuerzas variables. Se necesita un principio sustentador. Éste lo proporciona una tercera auto-modificación de la Fuerza primitiva cuyo principio de luz, electricidad, fuego y calor es para nosotros la manifestación característica. Aun entonces, podemos tener formas de fuerza que preservan su carácter propio y acción peculiar, pero no formas estables de la Materia. Un cuarto estado caracterizado por la difusión y por un primer entorno de atracciones y repulsiones permanentes, denominado pintorescamente agua o estado liquido, y un quinto estado de cohesión, llamado tierra o estado sólido, completan los elementos necesarios.

Todas las formas de la Materia que conocemos, todas las cosas físicas hasta las más sutiles, están conformadas mediante la combinación de estos cinco elementos. De ellos también depende toda nuestra experiencia sensible; pues por recepción de la vibración viene el sentido del olfato; por contacto con cosas en un mundo de vibraciones de la Fuerza, el sentido del tacto; por la acción de la luz en las formas ideadas, delineadas, sostenidas por la fuerza de la luz y el fuego y el calor, el sentido de la vista; por el cuarto elemento, el sentido del gusto; por el quinto, el sentido del olfato. Todo es esencialmente respuesta a los contactos vibratorios entre fuerza y fuerza. De este modo los antiguos pensadores construyeron un puente sobre el abismo entre la Fuerza pura y sus modificaciones finales, y satisficieron la dificultad que impide a la ordinaria mente humana comprender cómo todas estas formas que son, para sus sentidos tan reales, sólidas y durables, pueden ser en verdad solamente fenómenos temporarios, y una cosa como la energía pura, -inexistente, intangible y casi increíble para los sentidos-, puede ser la única realidad cósmica permanente.

El problema de la conciencia no está resuelto con esta teoría, pues no explica cómo el contacto de vibraciones de la Fuerza ha de hacer surgir las sensaciones conscientes. Los Sankhyas o pensadores analíticos colocaron, por lo tanto, detrás de estos cinco elementos, dos principios que llamaron Mahat y Ahankara, principios que son realmente inmateriales; pues el primero no es sino el vasto principio cósmico de la Fuerza y el otro el principio divisional del Ego-formación. No obstante, estos dos principios al igual que el principio de la inteligencia, se tornan activos en la conciencia no en virtud de la Fuerza misma, sino en virtud de una inactiva Consciente-Alma o almas, en las que sus actividades se reflejan y, mediante el reflejo, asumen el matiz de la conciencia.

Tal es la explicación de las cosas ofrecida por la escuela de filosofía de la India que más se aproxima a las modernas ideas materialistas y que llevó la idea de una mecánica o inconsciente Fuerza en la Naturaleza tan lejos como fue posible para la seriamente reflexiva mente india. Cualesquiera sean sus defectos, su principal idea fue tan indiscutible que vino a ser generalmente aceptada. Sin embargo, el fenómeno de la conciencia puede explicarse, -ya sea la Naturaleza un impulso inerte o un principio consciente-, ciertamente como Fuerza; el principio de las cosas es un formativo movimiento de energías, todas las formas nacen del encuentro y mutua adaptación entre fuerzas sin forma, toda sensación y acción es una respuesta de algo en forma de Fuerza a los contactos de otras formas de Fuerza. Este es el mundo tal como lo experimentamos y desde esta experiencia debemos siempre partir.

El análisis físico de la Materia por parte de la Ciencia moderna ha llegado a la misma conclusión general, aunque perduren unas pocas dudas últimas. La intuición y la experiencia confirman esta concordancia de Ciencia y Filosofía. La razón pura halla en ella la satisfacción de sus propias concepciones esenciales. Pues incluso en la visión del mundo como esencialmente un acto de la conciencia, un acto está implícito, y en el acto el movimiento de Fuerza, el despliegue de Energía. Esto también, -cuando examinamos desde dentro nuestra propia experiencia-, prueba ser la naturaleza fundamental del mundo. Todas nuestras actividades son el juego de la triple fuerza de las antiguas filosofías, conocimiento-fuerza, deseo-fuerza, acción-fuerza, y todas ellas prueban ser realmente tres corrientes de un sólo Poder original e idéntico, Adya Shakti. Incluso nuestros estados de reposo son solo un estado de igualdad o de equilibrio del despliegue de su movimiento.

Al admitirse al Movimiento de Fuerza como la naturaleza total del Cosmos, surgen dos cuestiones. En primer lugar, ¿cómo llegó este movimiento a tener lugar en el seno de la existencia? Si suponemos que no sólo es eterno sino también la esencia misma de toda la existencia, no surge la cuestión. Pero nos hemos negado a aceptar esta teoría. Somos conscientes de una existencia que no está compelida por el movimiento. Entonces, ¿cómo este movimiento, ajeno a su reposo eterno, llega a tomar lugar en ella? ¿Por qué causa? ¿Por qué posibilidad? ¿Por qué misterioso impulso?

La respuesta más aceptada por la antigua mente de la India fue la de que la Fuerza es inherente a la Existencia. Shiva y Kali, Brahman y Shakti son uno y no dos separables. La Fuerza inherente a la existencia puede estar en reposo o en movimiento, mas cuando está en reposo, existe sin embargo y no es suprimida, disminuida ni de ningún modo esencialmente alterada. Esta respuesta es tan enteramente racional y acorde con la naturaleza de las cosas que no necesitamos titubear para aceptarla. Pues es imposible, debido a lo contradictorio de la razón, suponer que la Fuerza es una cosa ajena a la única e infinita existencia, y entró en ella desde fuera o era no-existente y surgió en ella en algún punto del Tiempo. Incluso la teoría ilusionista debe admitir que Maya, el poder de auto-ilusión de Brahman, es potencialmente eterna en el Ser eterno y entonces la única cuestión es su manifestación o no-manifestación. El Sankhya también afirma la eterna coexistencia de Prakriti y Purusha, Naturaleza y Alma-Consciente, y los alternativos estados de reposo o equilibrio de Prakriti y de movimiento o perturbación del equilibrio.

Pero dado que de esa manera la Fuerza es inherente a la existencia y que constituye la naturaleza de la Fuerza tener esta doble o alternativa potencialidad de reposo y movimiento, vale decir, de auto-concentración en Fuerza y de auto-difusión en Fuerza, no surge la cuestión respecto al cómo del movimiento, su posibilidad, impulso iniciador o causa impulsora. Pues entonces podemos concebir fácilmente que esta potencialidad debe traducirse como un ritmo alternativo de reposo y movimiento sucediéndose uno al otro en el Tiempo o como una eterna auto-concentración de la Fuerza en la existencia inmutable con un superficial despliegue de movimiento, cambio y formación como el ascenso y caída de las olas en la superficie del océano. Y este despliegue superficial puede ser coexistente con la auto-concentración y en si mismo también eterno, -hablamos necesariamente con imágenes inadecuadas-, o puede empezar y terminar en el Tiempo y resumirse por una suerte de ritmo constante; entonces no es eterno en la continuidad sino eterno en la recurrencia.

Eliminado de esa manera el problema del cómo, se presenta la cuestión del porqué. ¿Por qué debería esta posibilidad de un despliegue de movimiento de la Fuerza trasladarse a todo? ¿Por qué la Fuerza de la existencia no debería permanecer eternamente concentrada en si misma, infinita, libre de toda variación y formación? Esta cuestión tampoco se suscita si damos por sentado que la Existencia es no-consciente y que la conciencia es solo un desarrollo de la energía material que equivocadamente suponemos que es inmaterial. Pues entonces podemos decir simplemente que este ritmo es la naturaleza de la Fuerza en la existencia y absolutamente no hay razón de buscar un porqué, una causa, un motivo inicial o un propósito final para lo que, en su naturaleza, es eternamente auto-existente. No podemos plantear esa cuestión a la auto-existencia eterna y preguntarle por qué existe o cómo vino a la existencia; ni se lo podemos plantear a la auto-fuerza de la existencia con su naturaleza inherente de impulso del movimiento. Entonces, todo cuanto podemos preguntar se refiere a su manera de auto-manifestación, sus principios de movimiento y formación, su proceso de evolución. Ambas, Existencia y Fuerza son inertes, -inerte estado e inerte impulso-, inconscientes e ininteligentes ambas, allí no puede haber propósito alguno ni meta final en evolución, ni causa original o intención alguna.

Mas el problema se suscita si suponemos o descubrirnos que la Existencia es el Ser consciente. Podemos ciertamente suponer un Ser consciente que está sujeto a su naturaleza de Fuerza, compelido por ella y sin opción con respecto a si se manifestará en el universo o quedará sin manifestar. Tal es el Dios cósmico de los Tántricos y de los Mayavadines que está sujeto a Shakti o Maya, Purusha envuelto en Maya o controlado por Shakti. Pero es obvio que tal Dios no es la suprema Existencia infinita con la que hemos partido. Es solo una formulación del Brabman en el cosmos realizada por el Brahman mismo, que es lógicamente anterior a Shakti o Maya, y la lleva de regreso a su ser trascendental cuando cesa en sus obras. En una existencia consciente que es absoluta, independiente de sus formaciones, no determinada por sus obras, debemos suponer una libertad inherente a manifestar o no manifestar la potencialidad del movimiento. Un Brahman. compelido por Prakriti no es Brahman, sino un Infinito inerte con un contenido activo en él más poderoso que el continente, un consciente contenedor de la Fuerza, de quien su Fuerza es dueña. Si decimos que está compelido por si como Fuerza, por su propia naturaleza, no nos libramos de la contradicción, no evadimos nuestro primer postulado. Tenemos que regresar a una Existencia que es en realidad nada más que Fuerza, Fuerza en reposo o en movimiento, Fuerza absoluta quizás, pero no Ser absoluto.

Es preciso entonces examinar interiormente la relación entre Fuerza y Conciencia. ¿Pero qué queremos decir con el último término? Comúnmente significamos con él nuestra obvia idea primaria de una conciencia mental en vigilia tal como si la poseyese el ser humano durante la mayor parte de su existencia corporal, cuando no está dormido, aturdido o de algún otro modo privado de sus físicos y superficiales métodos de sensación. En este sentido está suficientemente claro que la conciencia es la excepción y no la regla en el orden del universo material. Nosotros mismos no siempre la poseemos. Mas esta vulgar y superficial idea de la naturaleza de la conciencia, aunque todavía impregna nuestros pensamientos y asociaciones ordinarios, debe ahora desaparecer definitivamente del pensar filosófico. Pues sabemos que en nosotros hay algo que es consciente cuando dormimos, cuando estamos aturdidos o drogados o desvanecidos, en todos los estados aparentemente inconscientes de nuestro ser físico. No sólo eso, sino que ahora podemos estar seguros que los antiguos pensadores estaban en lo cierto cuando declaraban que, incluso en nuestro estado de vigilia, lo que llamamos entonces nuestra conciencia es sólo una reducida selección de nuestro entero ser consciente. Es una superficie, pero no la totalidad de nuestra mentalidad. Detrás de ella, más vasta que ella, hay una mente subliminal o subconsciente que es la mayor parte de nosotros mismos, y contiene cimas y profundidades que ningún hombre ha medido ni sondeado todavía. Este conocimiento nos brinda un punto de partida para la verdadera ciencia de la Fuerza y sus obras; nos libra definidamente de estar circunscriptos por lo material y de la ilusión de lo obvio.

El Materialismo insiste ciertamente en que, cualquiera sea la extensión de la conciencia, es un fenómeno material inseparable de nuestros órganos físicos, y no su usuaria sino su resultado. Este planteamiento ortodoxo, sin embargo, ya no puede sostenerse contra la marea del conocimiento en aumento. Sus explicaciones se tornan cada vez más y más inadecuadas y forzadas. Cada vez se hace mas claro que no sólo la capacidad de nuestra conciencia total supera de largo a la de nuestros órganos, los sentidos, los nervios, el cerebro, sino que incluso para nuestro pensamiento y conciencia ordinarios estos órganos son únicamente sus instrumentos habituales y no sus generadores. La conciencia usa al cerebro al cual sus esfuerzos ascendentes han producido, el cerebro no ha producido ni usa a la conciencia. Además hay casos anormales que vienen a probar que nuestros órganos no son instrumentos enteramente indispensables, -que los latidos cardiacos no son absolutamente necesarios para la vida, igual que la respiración, como tampoco lo son las organizadas células cerebrales, para el pensamiento-. Nuestro organismo físico es tan nulo para causar o explicar el pensamiento y la conciencia como la construcción de una máquina para causar a explicar el poder motor del vapor o la electricidad. La fuerza es anterior, no el instrumento físico.

De esto se siguen consecuencias lógicas importantes. En primer lugar, podemos preguntarnos si, -dado que incluso la conciencia mental existe donde vemos inanimación e inercia-, no es posible que también en los objetos materiales esté presente una subconsciente mente universal, aunque incapaz de actuar o comunicarse a sus superficies por falta de órganos. ¿Es el estado material un vacío de conciencia, o no es más bien solo un sueño de la conciencia, -aunque, desde el punto de vista de la evolución, un sueño original y no intermedio-?. Y mediante el sueño, el ejemplo humano nos enseña que significamos no una suspensión de la conciencia, sino su concentración interior, alejada de la consciente respuesta física a los impactos de las cosas externas. ¿Y no corresponde esto a toda existencia que aun no ha desarrollado medios de comunicación externa con el externo mundo físico? ¿No hay un Alma-Consciente, un Purusha que está despierto por siempre, incluso en todo lo que duerme?

Vayamos más adelante. Cuando hablamos de mente subconsciente, expresamos con la frase una cosa que no difiere de la otra mentalidad externa, pero que sólo actúa bajo la superficie, desconocida para el hombre en vigilia, en el mismo sentido que si estuviese hundida a mayor profundidad y con mayor alcance. Pero los fenómenos del yo subliminal exceden con holgura los límites de cualquier definición. Incluye una acción no sólo inmensamente superior en capacidad, sino también de una clase bastante diferente de lo que conocemos como mentalidad de nuestro yo en vigilia. Tenemos, por lo tanto, derecho a suponer que en nosotros hay un superconsciente al igual que un subconsciente, un rango de facultades conscientes y, por ende, una organización de la conciencia que se eleva sobre ese estrato psicológico al que damos el nombre de mentalidad. Y dado que el yo subliminal en nosotros se eleva en la superconciencia por encima de la mentalidad, ¿Es posible que también pueda no hundirse en la subconciencia debajo de la mentalidad? ¿No hay en nosotros y en el mundo formas de conciencia que sean submentales, a las que podemos dar el nombre de conciencia vital y física? En caso afirmativo, debemos también suponer en la planta y en el metal una fuerza a la que podemos dar el nombre de conciencia aunque no sea la mentalidad humana o animal para la cual hemos preservado hasta ahora el monopolio de esa descripción.

Esto no sólo es probable sino que, si consideramos las cosas desapasionadamente, es cierto. En nosotros mismos existe esa conciencia vital que actúa en las células del cuerpo y en las funciones vitales automáticas de modo que vivimos a través de movimientos plenos de propósito y obedecemos atracciones y repulsiones a las que nuestra mente es extraña. En los animales, esta conciencia vital es incluso un factor más importante. En las plantas es intuitivamente evidente. Las búsquedas y contracciones de la planta, su placer y dolor, su sueño y vigilia, y toda esa extraña vida cuya verdad trajo a la luz un científico de la India, con métodos rigurosamente científicos, son todos movimientos de la conciencia pero, por lo que hasta ahora conocemos, no de la mentalidad. Existe entonces una submental, una vital conciencia, que tiene precisamente las mismas reacciones iniciales que la mental, pero es diferente en la constitución de su auto-experiencia, así como lo que es superconsciente es, en la constitución de su auto-experiencia, diferente del ser mental.

¿El alcance de lo que podemos llamar conciencia cesa en la planta, en eso en lo que reconocemos la existencia de una vida sub-animal? En caso afirmativo, debemos entonces suponer que existe una fuerza de vida y conciencia originalmente ajena a la Materia que, con todo, ha entrado dentro de ella, y ocupado Materia —tal vez proveniente de otro mundo . ¿De qué otra parte pudo provenir? Los antiguos pensadores creían en la existencia de esos otros mundos, que tal vez sostienen la vida y la conciencia en el nuestro o incluso la provocan por su presión, mas no la crean mediante su entrada en él mismo. Nada puede evolucionar de la Materia que ya no esté contenido allí.

Mas no hay razón para suponer que la gama de la vida y la conciencia falla y se detiene en lo que nos parece puramente material. El desarrollo de la investigación y del pensamiento reciente parece apuntar a una suerte de oscuro principio de vida y tal vez una suerte de conciencia inerte o suspendida en el metal y en la tierra y en otras formas “inanimadas”, o al menos la materia prima de lo que en nosotros llega a ser conciencia puede estar allí. Aun cuando solo en la planta podemos oscuramente reconocer y concebir la cosa que he llamado conciencia vital, la conciencia de la Materia, de la forma inerte, resulta ciertamente difícil para nosotros entenderlo o imaginarlo, y lo que hallamos difícil de entender o imaginar nos consideramos con derecho a negarlo. No obstante, cuando uno ha seguido a tanta profundidad a la conciencia, resulta increíble que pueda existir este súbito abismo en la Naturaleza. El pensamiento tiene derecho a suponer una unidad donde esa unidad está confesada por todas las otras clases de fenómenos y en una sola clase únicamente, no negada, sino meramente más oculta que las demás. Y si suponemos que la unidad se halla ininterrumpida, entonces arribamos a la existencia de la conciencia en todas las formas de la Fuerza que trabaja en el mundo. Aunque no hubiese consciente o superconsciente Purusha morando en todas las formas, con todo existe en aquellas formas una fuerza consciente del ser de la cual incluso sus otras partes abierta o inertemente participan.

Necesariamente, con ese criterio, la palabra conciencia cambia de significado. Ya no es sinónimo de mentalidad sino que indica una auto-consciente fuerza de la existencia de la que la mentalidad es término medio; debajo de la mentalidad se hunde en los movimientos vitales y materiales que para nosotros son subconscientes; arriba, se eleva en lo supramental que para nosotros es lo superconsciente. Pero en todo está la única y misma cosa organizándose diferentemente. Esta es, una vez más, la concepción india de Chit que, como energía, crea los mundos. Esencialmente, llegamos a esa unidad que la ciencia materialista percibe desde el otro extremo cuando asevera que la Mente no puede ser otra fuerza que la Materia, pero debe ser meramente desarrollo y resultado de la energía material. El pensamiento indio, en su máxima profundidad, afirma, por otra parte, que Mente y Materia son más bien diferentes grados de la misma energía, diferentes organizaciones de una Fuerza consciente de la Existencia.

¿Pero qué derecho tenemos a dar por supuesto que la conciencia sea la descripción justa para esta Fuerza? Pues la conciencia implica algún tipo de inteligencia, intencionalidad, auto-conocimiento, incluso aunque no tomen las formas habituales para nuestra mentalidad. Incluso desde este punto de vista todo apoya más bien que contradice la idea de una universal Fuerza consciente. Vemos, por ejemplo, en el animal, operaciones de una intencionalidad perfecta y de un conocimiento exacto, científicamente minucioso, que están mucho más allá de las capacidades de la mentalidad animal y que el hombre mismo sólo puede adquirir mediante una prolongada educación y aun entonces las usa con mucha menor rapidez y seguridad. Estamos facultados a ver en este hecho general la prueba de una Fuerza consciente que trabaja en el animal y el insecto que es más inteligente, más intencionada, más conocedora de su propósito, sus finalidades, sus medios y sus condiciones, que la suprema mentalidad manifestada en cualquier forma individual sobre la tierra. Y en las operaciones de la Naturaleza inanimada hallamos la misma característica plena de una suprema inteligencia oculta, “oculta en las modalidades de sus propias obras”.

El único argumento contra una fuente consciente e inteligente para esta intencionada obra, este trabajo de la inteligencia, de la selección, de la adaptación y la búsqueda, es ese gran elemento de las operaciones de la Naturaleza al que damos el nombre de derroche. Pero obviamente ésta es una objeción basada en las limitaciones de nuestro humano intelecto que busca imponer su particular racionalidad, bastante buena para los limitados fines humanos, en las operaciones generales del Mundo-Fuerza. Vemos solo parte del propósito de la Naturaleza y todo lo que no sirve a esa parte lo llamamos derroche. Incluso nuestra propia acción humana está llena de un aparente derroche, tan evidente desde el punto de vista individual que con todo, podemos estar seguros, sirve bastante bien para el grande y final propósito de las cosas. Esa parte de su intención que podemos detectar, la Naturaleza consigue hacerla seguramente bastante a pesar de su aparente derroche, tal vez realmente en virtud de ese aparente derroche. Bien podemos confiar en ella en el resto que aún no detectamos.

Para el resto es imposible ignorar el camino del propósito del juego, la dirección de la aparente tendencia ciega, la segura llegada eventual o inmediata al objetivo buscado, que caracterizan a las operaciones del Mundo-Fuerza en el animal, en la planta, en las cosas inanimadas. En la medida en que la Materia fue el Alfa y la Omega para la mente científica, la repugnancia a admitir a la inteligencia como la madre de la inteligencia fue un honesto escrúpulo. Pero ahora esto no es más que una gastada paradoja para afirmar el emerger de la conciencia humana, la inteligencia y el dominio de una ininteligente y ciegamente conductora inconciencia en la que no existieron previamente ni forma ni sustancia de ellas. La conciencia del hombre no puede ser nada más que una forma de la conciencia de la Naturaleza. Está allí en otras envueltas formas debajo de la Mente, emerge en la Mente, ascenderá aun a formas superiores más allá de la Mente. Pues la Fuerza que construye los mundos es una Fuerza consciente, la Existencia que se manifiesta en ellos es el Ser consciente y un emerger perfecto de sus potencialidades en la forma es el único objeto que racionalmente podemos concebir para su manifestación de este mundo de las formas.