LA VIDA DIVINA. Capítulo XIII: – La Divina Maya

Por los Nombres del Señor y de ella, ellos formaron y midieron la fuerza de la Madre de la Luz; usando poder tras poder de esa Fuerza como una toga los señores de Maya modelaron la Forma en este Ser.

Los amos de Maya formaron todo mediante Su Maya; los Padres que tienen visión divina Lo pusieron dentro como un niño que está por nacer.

Rig Veda

La Existencia que actúa y crea mediante el poder y desde el puro deleite de su ser consciente, es la realidad que somos, el ser-en-sí de todas nuestras modalidades y disposiciones de ánimo, la causa, el objeto y la meta de todo nuestro hacer, devenir y crear. Así como el poeta, el artista o el músico cuando crean realmente no hacen sino desarrollar alguna potencialidad de su no-manifestado yo verdadero en una forma de ma¬nifestación, y así como el pensador, el estadista, el ingeniero solo proyectan en la forma de las cosas lo que yace oculto en ellos mismos, era ellos mismos, y es todavía ellos mismos cuando es volcado en la forma, de igual manera es con el mundo y lo Eterno. Toda creación o devenir no es sino esta auto-manifestación. De la simiente evoluciona aquello que está ya en la simiente, pre-existente en el ser, predestinado en su voluntad de devenir, predispuesto en el deleite de devenir. El plasma original contenía en si, como “fuerza de ser”, el organismo resultante. Pues es siempre esa fuerza secreta, repleta, auto-sabedora, la que trabaja bajo su propio impulso irresistible para manifestar la forma de si con la cual está cargada. Sólo el individuo que crea o desarrolla desde sí mismo, efectúa una distinción entre él mismo, la fuerza que trabaja en él y el material en el que trabaja. En realidad la fuerza es él mismo, la conciencia individualizada que instrumentaliza es él mismo, el material que usa es él mismo, la forma resultante es él mismo. En otras palabras, es una sola existencia, una sola fuerza, un solo deleite del ser que se concentra en varios puntos, dice de cada uno «Esto es Yo” y trabaja en eso según un variado juego de auto-fuerza en orden a un variado juego de auto-formación.

Lo que produce es eso mismo y no puede ser otra cosa que eso mismo; estructura un juego, un ritmo, un desarrollo de su propia existencia, fuerza de conciencia y deleite del ser. Por lo tanto, cuanto llega al mundo, no busca sino esto, ser, arribar a una intentada forma, agrandar su auto-existencia en esa forma, desarrollar, manifestar, aumentar, realizar infinitamente la conciencia y el poder que está en eso, tener el deleite de llegar a la manifestación, el deleite de la forma del ser, el deleite del ritmo de la conciencia, el deleite del juego de la fuerza y agrandar y perfeccionar ese deleite por cualquier medio posible, en cualquier dirección, a través de cualquier idea de eso que pueda ser sugerida por la Existencia, la Fuerza-Consciente, el Deleite activo dentro de su ser más profundo.

Y si existe alguna meta, alguna plenitud hacia la cual tienden las cosas, puede ser solamente la plenitud, -en el individuo y en todo lo que los individuos constituyen-, de su auto-existencia, de su poder y conciencia, y de su deleite de ser. Pero tal plenitud no es posible en la conciencia individual concentrada dentro de los límites de la formación individual; la plenitud absoluta no es factible en lo finito pues es ajena a la auto-concepción de lo finito. Por lo tanto, la única meta final posible es el emerger de la conciencia infinita en el individuo; es su recuperación de la verdad de él mismo mediante el auto-conocimiento y la auto-realización, la verdad del Infinito en el ser, el Infinito en la conciencia, el Infinito en el deleite reposeído como su propio Ser-en-sí y la Realidad de la que lo finito es sólo una mascara y un instrumento de variada expresión.

De esa manera, por la naturaleza misma del juego del mundo, -tal como ha sido realizado por Sachchidananda en la vastedad de Su existencia extendida como Espacio y Tiempo-, hemos de concebir primero una involución y auto-absorción del ser consciente dentro de la densidad y la infinita divisibilidad de la sustancia, pues de otro modo no puede haber variación finita; luego, un emerger de la auto-aprisionada fuerza dentro del ser formal, del ser viviente, del ser pensante; y finalmente una liberación del formado ser pensante en la libre realización de sí como el Uno y el Infinito al juego en el mundo y, mediante la liberación, su recuperación de la ilimitada existencia-conciencia-bienaventuranza que aun ahora es secretamente, realmente y eternamente. Este triple movimiento es la clave total del enigma-del-mundo.

Es así cómo la antigua y eterna verdad del Vedanta recibida en sí misma, ilumina, justifica y nos muestra todo el significado de la moderna y fenoménica verdad de la evolución en el universo. Y es solo así que esta moderna verdad de la evolución, –que es la vieja verdad de lo Universal desarrollándose sucesivamente en el Tiempo, vista opacamente a través del estudio de la Fuerza y la Materia–, puede hallar su sentido y justificación plenos, –iluminándose con la Luz de la verdad antigua y eterna, todavía preservada para nosotros en las Escrituras Vedánticas. El pensamiento del mundo ya está contemplando este mutuo auto-descubrimiento y auto-iluminación que representa la fusión del antiguo conocimiento oriental y el nuevo conocimiento occidental.

Mas aunque hayamos descubierto que todas las cosas son Sachchidananda, no todo esta explicado. Conocemos la Realidad del Universo, no conocemos aún el proceso por el cual esa Realidad ha entrado en este fenómeno. Tenemos la llave del enigma, nos falta todavía la cerradura en la que ha de girar. Pues esta Existencia, Fuerza-Consciente, Deleite, no trabaja directamente ni con soberana irresponsabilidad como un mago que construye mundos y universos con el mero mandato de su palabra. Percibimos un proceso, somos conocedores de una Ley

Es cierto que esta Ley cuando la analizamos, parece consistir en un equilibrio del juego de fuerzas y una determinación de ese juego dentro de líneas fijas de trabajo mediante el accidente del desarrollo evolutivo y el hábito de la energía realizada en el pasado. Mas esta aparente y secundaria verdad viene a ser una verdad última para nosotros solo en la medida en que pensamos en la Fuerza aisladamente. Cuando percibimos que la Fuerza es una auto-expresión de la Existencia, estamos obligados a percibir también que esta línea emprendida por la Fuerza corresponde a alguna auto-verdad de esa Existencia que gobierna y determina su constante curva y destino. Y dado que la conciencia es la naturaleza de la Existencia original y la esencia de su Fuerza, esta verdad debe ser una auto-percepción en el Ser-Consciente y esta determinación de la línea emprendida por la Fuerza debe resultar de un poder de conocimiento auto-directivo inherente a la Conciencia que la capacita para guiar su propia Fuerza inevitablemente junto con la línea lógica de la auto-percepción original. Es entonces un poder auto-determinante en la conciencia universal, una capacidad en auto-conocimiento de la existencia infinita de percibir cierta Verdad en si y dirigir su fuerza de creación junto con la línea de esa Verdad, la cual ha presidido la manifestación cósmica.

¿Pero por qué hemos de interponer cualquier poder o facultad especial entre la Conciencia infinita misma y el resultado de sus trabajos? Este Auto-conocimiento del Infinito ¿no se extenderá libremente creando formas que después sigan en juego mientras no surja el mandato que las haga cesar, —tal como la antigua Revelación Semita nos lo cuenta: “Dijo Dios: Hágase la Luz y la Luz se hizo”–? Pero cuando decimos: «Dijo Dios: Hágase la Luz”, damos por sentado el acto de un poder de la conciencia que determina la luz saliendo de todo lo que no es luz; y cuando decimos “y la Luz se hizo” presumimos una facultad directora, un activo poder correspondiendo al original poder perceptivo, que produce el fenómeno, creando la Luz de acuerdo a la línea de la percepción original y le impide ser avasallada por todas las infinitas posibilidades que difieren de ella. La conciencia infinita en su acción infinita solo puede producir resultados infinitos; establecerse sobre una Verdad fija o sobre un orden de verdades, y construir un mundo de conformidad con eso que está fijado, demanda una facultad selectiva del conocimiento comisionado para modelar una apariencia finita de la Realidad infinita.

Los videntes Védicos conocían este poder con el nombre de Maya. Maya representó para ellos el poder de la conciencia infinita para comprehender, contener en sí y medir, vale decir, formar —pues forma es delimitación — el Nombre y la Forma partiendo de la vasta Verdad ilimitable de la existencia infinita. Es mediante Maya que la verdad estática del ser esencial se convierte en ordenada verdad del ser activo, —o, para poner esto en un lenguaje más metafísico, a partir del ser supremo en el que todo es todo, sin barrera de conciencia separativa, emerge el ser fenoménico en el que todo está en cada uno y cada uno está en todo para el juego de existencia con exis¬tencia, conciencia con conciencia, fuerza con fuerza, deleite con deleite. Este juego de todo en cada uno y de cada uno en todo, está oculto de nosotros, al principio, por el juego mental o ilusión de Maya que persuade a cada uno de que está en todo pero no todo en el, y que está en todo como un ser separado, no como un ser siempre inseparablemente uno con el resto de la existencia. Después hemos de emerger de este error al juego supramental o la verdad de Maya donde el “cada uno» y el “todo” coexisten en la inseparable unidad de la verdad única y del símbolo múltiple. La inferior, presente y engañosa Maya mental primero ha de ser abarcada, luego vencida; pues es el juego de Dios, con división, oscuridad y limitación, con deseo, contienda y sufrimiento, en el que El Se somete a la Fuerza que ha salido de El Mismo y por la oscuridad de ella, soporta Él mismo ser oscurecido. La otra Maya, ocultada por esta mental, ha de ser sobrepasada, luego abarcada; pues es el juego de Dios de las infinitudes de la existencia, de los esplendores del conocimiento, de las glorias de la fuerza dominada y de los éxtasis de amor ilimitable donde El emerge saliendo de la influencia de la Fuerza, en vez de ello, la sostiene y logra en ella iluminar aquello para lo cual ella salió de El al principio.

Esta distinción entre Maya inferior y superior es el vínculo entre el pensamiento y el Hecho cósmico que las filosofías pesimista e ilusionista niegan o descuidan. Para ellas la Maya mental, o quizás una Sobremente, es la creadora del mundo, y un mundo creado por la Maya mental seria en verdad una inexplicable paradoja y una fija aunque flotante pesadilla de la existencia consciente que no podría clasificarse como ilusión ni como realidad. Hemos de ver que la mente es sólo un término intermedio entre el gobernante conocimiento creador y el alma aprisionada en sus obras. Sachchidananda, –(envuelto por uno de Sus movimientos inferiores en la auto-olvidada absorción de la Fuerza que está perdida bajo la forma de sus propias obras)–, retorna saliendo del auto-olvido a El mismo; la Mente es solo uno de Sus instrumentos en el descenso y el ascenso. Es un instrumento de la creación descendente, no la creadora secreta, –un estado de transición en el ascenso, no nuestra elevada fuente original ni el consumado término de la existencia cósmica–.

Las filosofías que reconocen a la Mente sola como la creadora de los mundos o aceptan un principio original con la Mente como la única mediadora entre ella y las formas del universo, pueden dividirse entre las puramente nouménicas y las idealistas. Las puramente nouménicas reconocen en el cosmos solo la obra de la Mente, del Pensamiento, de la Idea: mas la Idea puede ser puramente arbi¬traria y no tener relación esencial con ninguna Verdad real de la existencia; o esa Verdad, si existe, puede considerarse como mero Absoluto alejado de todas las relaciones e irreconciliable con un mundo de relaciones. La interpretación idealista supone una relación entre la Verdad detrás y el fenómeno conceptual enfrente, una relación que no es meramente de antinomia y oposición. El criterio que expongo va más allá en idealismo; ve la Idea creadora como Real-Idea, vale decir, un poder de la Fuerza Consciente expresivo del Ser real, nacido del Ser real y participando de su naturaleza, y no un hijo del Vacío ni un tejedor de ficciones. Es Realidad consciente proyectándose dentro de las formas mutables de su propia sustancia imperecedera e inmutable. El mundo es, por lo tanto, no una figuración conceptual en la Mente universal, sino un naci¬miento consciente de aquello que está más allá de la Mente, dentro de las formas de Si. Una Verdad del ser consciente soporta estas formas y se expresa en ellas, y el pensamiento correspondiente a la verdad así expresada reina como Verdad-conciencia supramental que organiza ideas reales en una armonía perfecta antes de plasmarse en el molde mental-vital-material. Mente, Vida y Cuerpo son una con¬ciencia inferior y una expresión parcial que pugna por arribar, en el molde de una variada evolución, a esa superior “expresión de si”, ya existente para el Más Allá-de-la-Mente. Lo que está en el Mas Allá de-la-Mente es el Ideal que, en sus propias condiciones, se esfuerza por realizarse.

Desde nuestro punto de vista ascendente podemos decir que lo Real está detrás de todo lo que existe; se expresa “intermediado en un Ideal” qué es una armonizada verdad de si; el Ideal proyecta una realidad fenoménica del variable ser-consciente que, inevitablemente atraído hacia su propia Realidad esencial, procura por último recobrarla enteramente mediante un violento salto o normalmente a través del Ideal que la puso en marcha. Esto es lo que explica la imperfecta realidad de la existencia humana tal como es vista por la Mente, la instintiva aspiración en el ser mental en pro de una perfectibilidad siempre más allá de él, en pro de la escondida armonía del Ideal, y el surgimiento supremo del espíritu más allá del Ideal a lo trascendental. Los hechos mismos de nuestra conciencia, su constitución y su necesidad presuponen ese triple orden; niegan la dual e irreconciliable antitesis de un mero Absoluto y una mera relatividad.

La Mente no es suficiente para explicar la existencia en el universo. La Conciencia infinita primero debe traducirse en la infinita facultad del Conocimiento, o como lo llamamos desde nuestro punto de vista, omnisciencia. Pero la Mente no es una facultad del conocimiento ni un instrumento de la omnisciencia; es una facultad para la búsqueda del conocimiento, para la expresión tanto cuanto convenga en ciertas formas de pensamiento relativo y para utilizarlo en pro de ciertas capacidades de acción. Aun cuando descubre, no posee; sólo mantiene cierto fondo de moneda corriente de Verdad —no la Verdad en si— en el banco de Memoria para emplearlo de acuerdo a sus necesidades. Pues la Mente es la que no conoce, la que procura conocer y la que nunca conoce a no ser como en un cristal oscurecido. Es el poder que interpreta la verdad de la existencia universal para los usos prácticos de cierto orden de cosas; no es el poder que conoce y guía esa existencia y, por lo tanto, no puede ser el poder que la creó o manifestó.

Mas si suponemos una Mente infinita que fuera libre de nuestras limitaciones, ¿al menos bien podría ser la creadora del universo? Pero esa Mente seria algo muy diferente de la definición de la mente tal como la conocemos: seria algo más allá de la mentalidad; seria la Verdad supramental. Una Mente infinita constituida dentro de los términos de la mentalidad como la conocemos, sólo podría crear un caos infinito, un vasto choque de probabilidad, accidente y vicisitud vagando hacia un fin indeterminado después del cual estaría siempre buscando a tientas y aspirando. Una Mente infinita, omnisciente y omnipotente, no sería, de ningún modo, mente en la plenitud del concepto, sino conocimiento supramental.

La Mente, como la conocemos, es un espejo reflector que recibe imágenes o representaciones de una Verdad o Hecho preexistente, externo a ella o, al menos, más vasto que ella. Representa para si, momento tras momento, el fenómeno que es o ha sido. Posee también la facultad de construir en si imágenes posibles, diferentes de las del hecho real que se le presenta; vale decir, representa para sí no solo el fenómeno que ha sido sino también el fenómeno que puede ser: no puede, nótese bien, representar para sí el fenómeno que seguramente será, excepto cuando es una segura repetición de lo que es o ha sido. Por último, tiene la facultad de predecir nuevas modificaciones que busca construir a partir del encuentro de lo que ha sido y lo que puede ser, a partir de la posibilidad cumplida y la incumplida, algo que a veces acierta en construir más o menos exactamente, a veces fracasa en la realización, pero usualmente lo encuentra vertido en distintas formas que las que vaticinó, y aplicado a otros fines que lo deseado o intentado.

Una Mente infinita, de este carácter, posiblemente podría construir un cosmos accidental, de posibilidades en conflicto, y lo podría modelar dentro de algo mutable, algo siempre efímero, algo siempre incierto en su cambio, ni real ni irreal, sin estar poseído de algún fin ni objetivo definidos sino solo una interminable sucesión de objetivos momentáneos que —dado que no existe un superior poder director del conocimiento– eventualmente no conducen a ninguna parte. El Nihilismo o el Ilusionismo, o alguna filosofía afín, es la única conclusión lógica de ese puro noumenismo . El cosmos así construido seria una representación o reflejo de algo no de sí, sino siempre y hasta el fin una falsa representación, un distorsionado reflejo; toda la existencia cósmica seria una Mente luchando para estructurar plenamente sus imaginaciones, pero sin tener éxito, pues no tienen imperativa base de auto-verdad; subyugadas y llevadas adelante por la corriente de sus propias energías pasadas; sería por siempre, indeterminadamente, empujada hacia adelante sin resultado alguno, o hasta que se destruya o hasta que caiga en eterna quietud. Eso llevado a sus raíces es el Nihilismo y el Ilusionismo, y es la única sabiduría si suponemos que nuestra mentalidad humana, o algo que se le parezca, representa la suprema fuerza cósmica y la concepción original que trabaja en el universo.

Pero tan pronto descubrimos, en el original poder del conocimiento, una fuerza superior a la que está representada por nuestra humana mentalidad, esta concepción del universo se torna insuficiente y, por lo tanto, carente de valor. Tiene su verdad pero no la verdad toda. Es la ley de la apariencia inmediata del universo, pero no de su original verdad y último hecho. Pues percibimos detrás de la acción de Mente, Vida y Cuerpo, algo que no está abarcado por la corriente de la Fuerza sino que la abarca y controla; algo que no nació en un mundo que busca interpretar, sino que ha creado en su ser un mundo del cual tiene la omnisciencia; algo que no trabaja perpetuamente para formar algo más de si mientras se muda en el superdominante surgimiento de pasadas energías que ya no puede controlar, sino que ya tiene en su conciencia una Forma perfecta de sí y aquí está desarrollándola gradualmente. El mundo expresa una Verdad prevista, obedece a una Voluntad predeterminante, realiza una formativa auto-visión original, —es la creciente imagen de una creación divina–.

En la medida que trabajamos solo a través de la mentalidad gobernada por las apariencias, este algo más allá y detrás, y siempre inmanente, puede solo ser una interferencia o una presencia vagamente sentida. Percibimos una ley de progreso cíclico e inferimos una siempre creciente perfección de algo que, en alguna parte, es preconocido. Por doquier vemos la Ley fundada en el auto-ser y, cuando penetramos dentro en lo racional de su proceso, descubrimos que la Ley es la expresión de un conocimiento innato, un conocimiento inherente a la existencia que está expresándose, e implícita en la fuerza que la expresa; y la Ley desarrollada por el Conocimiento, así como nos permite la progresión, implica una meta divinamente vista hacia la que se dirige el movimiento. Vemos también que nuestra razón busca emerger a partir de la impotente deriva de nuestra mentalidad y dominarla, y arribamos a la percepción de que la Razón es solo una mensajera, una representante o una sombra de una conciencia mayor, más allá de ella, que no necesita razonar porque ella es todo y conoce todo lo que es. Y entonces podemos pasar a inferir que esta “Fuente de la Razón” es idéntica con el Conocimiento que actúa como Ley en el mundo. Este Conocimiento determina su propia ley, soberanamente, porque conoce qué ha sido, es y será, y lo conoce porque existe eternamente, y se conoce infinitamente. El Ser que es conciencia infinita, la conciencia infinita que es fuerza omnipotente, cuando hace de un mundo —vale decir, de una armonía de si — su objeto de la conciencia, llega a ser captable por nuestro pensamiento como una existencia cósmica que conoce su propia verdad y realiza en formas eso que conoce.

Pero es solo cuando cesamos de razonar y profundizamos en nosotros mismos, dentro de ese secreto donde la actividad de la mente esta aquietada, que esa otra conciencia llega realmente a sernos manifiesta, —aunque imperfectamente debido a nuestro prolongado hábito de reacción mental y limitación mental–. Entonces podemos conocer con seguridad, en una creciente iluminación, eso que habíamos concebido inciertamente mediante la pálida y trémula luz de la Razón. El Conocimiento aguarda asentado más allá de la mente y del razonamiento intelectual, entronizado en la vastedad luminosa de la auto-visión ilimitable.