LA VIDA DIVINA. Capítulo XVIII: – Mente y Supermente – El Hombre en el Universo

El descubrió que la Mente era el Brahman.

Taittiriya Upanishad

Indivisible, mas como si estuviese dividido en seres.

Gita

La concepción que hasta ahora hemos pugnado por estructurar es la de la esencia única de la vida supramental que el alma divina posee con seguridad en el ser de Sachchidananda, pero que el alma humana ha de manifestar en este cuerpo de Sachchidananda formado aquí en el molde de una vida mental y física. Mas por lo que hasta ahora hemos podido contemplar esta existencia supramental, no parece guardar conexión ni correspondencia con la vida tal cual la conocemos, vida activa entre los dos términos de nuestra existencia normal, los dos firmamentos de la mente y el cuerpo. Parece más bien ser un estado del ser, un estado de la conciencia, un estado de activa relación y mutuo disfrute tal como el que pueden poseer y experimentar las almas desencarnadas en un mundo sin formas físicas, un mundo en el que la diferenciación de las almas se ha cumplido mas no la diferenciación de los cuerpos, un mundo de infinitudes activas y jubilosas, no de espíritus aprisionados-en-la-forma. Por lo tanto, razonablemente podría dudarse que fuese posible esa vida divina con esta limitación de forma corporal y esta limitación de mente aprisionada-en-la-forma y fuerza impedida-por-la forma que es lo que actualmente conocemos como existencia.

De hecho, hemos pugnado por arribar a la misma concepción de ese supremo ser divino, fuerza-consciente y auto-deleite de quien nuestro mundo es una creación y nuestra mentalidad una imagen deformada; hemos procurado darnos una idea de lo que esta divina Maya puede ser, esta Verdad-conciencia, esta Real-Idea por la que la fuerza consciente de la Existencia trascendente y universal concibe, forma y gobierna el universo, el orden, el cosmos de su manifestado deleite de ser. Mas no hemos estudiado las conexiones de estos cuatro grandes y divinos términos con los otros tres con los que nuestra humana experiencia está solamente familiarizada, —mente, vida y cuerpo–. No hemos escudriñado esta otra Maya aparentemente no-divina que es la raíz de toda nuestra lucha y sufrimiento, ni hemos visto cómo precisamente se desarrolla desde la realidad divina o desde la divina Maya. Y hasta que hayamos hecho esto, hasta que hayamos tejido los desaparecidos hilos conectores, nuestro mundo está todavía inexplicado para nosotros y aun es una base la duda de una posible unificación entre esa existencia superior y esta vida inferior. Sabemos que nuestro mundo ha salido desde Sachchidananda y subsiste en Su ser; concebimos que El mora en él como Disfrutador y Conocedor, Dios y Ser-en-sí; hemos visto que nuestros términos duales de sensación, mente, fuerza, ser, pueden sólo constituir representaciones de Su deleite, Su fuerza consciente, Su divina existencia. Pero parecería que aquéllas son realmente en tal grado lo opuesto a lo que El es real y celestialmente, que no podemos, mientras moramos en la causa de estos opuestos, mientras estamos contenidos en el triple término inferior de la existencia, alcanzar la vida divina. Debemos exaltar este ser inferior hacia el estado superior o bien, cambiar el cuerpo por esa pura existencia, la vida por esa pura condición de la fuerza-consciente, la sensación y la mentalidad por ese puro deleite y conocimiento que viven en la verdad de la realidad espiritual. ¿Y esto no debe significar que abandonamos toda la terrena o limitada existencia mental por algo que es su opuesto, ?(o por algún puro estado del Espíritu a también por algo que es su opuesto)–, bien por algún estado puro del Espíritu o bien por algún mundo de la Verdad de las cosas, si existe, u otros mundos, si existen, de la divina Bienaventuranza, de la divina Energía, del Divino ser? En ese caso, la perfección de la humanidad está en otra parte diferente que en la humanidad misma; la cima de su evolución terrena sólo puede ser un fino ápice de mentalidad que se disuelve, de donde da el gran salto ya sea hacia el ser sin-forma o ya sea hacia los mundos más allá del alcance de la Mente corporizada.

Mas en realidad todo lo que llamamos no-divino solo puede ser una acción de los cuatro principios divinos mismos, pues esa acción conjunta de los cuatro fue necesaria para crear el universo de las formas. Esas formas fueron creadas no fuera sino dentro de la existencia divina, fuerza-consciente y bienaventuranza, no fuera sino dentro y como parte del trabajo de la Real-Idea divina. Por lo tanto no hay razón para suponer que no puede existir ningún juego real de la divina conciencia superior en un mundo de formas, o que las formas y sus soportes inmediatos, –conciencia mental, energía de la fuerza vital y sustancia formal–, deben necesariamente deformar lo que representan. Es posible, incluso probable, que la mente, el cuerpo y la vida hayan de encontrarse en sus formas puras en la divina Verdad misma, y de hecho estén allí como actividades subordinadas de su conciencia y parte de la completa instrumentación por la que la Fuerza suprema siempre trabaja. La mente, la vida y el cuerpo deben entonces ser capaces de divinidad; su forma y actividad en ese breve periodo de posiblemente un sólo ciclo de la evolución terrestre que la Ciencia nos revela, no necesita representar todas las actividades potenciales de estos tres principios en el cuerpo viviente. Trabajan como lo hacen porque de ningún modo están separados, en la conciencia, de la Verdad divina de la que proceden. Una vez que esta separación fuera eliminada por la energía expansiva de lo Divino en la humanidad, su actual actividad bien podría convertirse, en verdad se convertiría naturalmente, mediante una evolución y progresión supremas en esa actividad más pura que tienen en la Verdad-conciencia.

En ese caso no sólo sería posible manifestar y mantener la conciencia divina en la mente y cuerpo humanos sino que, incluso, esa conciencia divina podría al fin, incrementando sus conquistas, remodelar la mente, la vida y el cuerpo mismos en una imagen más perfecta de su Verdad eterna, y realizar, no sólo en el alma sino también en la sustancia, su reino de los cielos sobre la tierra. La primera de estas victorias, la interna, ha sido ciertamente lograda en mayor o menor grado por algunos, tal vez muchos, sobre la tierra; la otra, la externa, aunque nunca realizada en mayor ni en menor grado en pasados eones como prototipo para futuros ciclos y todavía mantenida en la memoria subconsciente de la naturaleza-terrena, puede todavía intentarse como victoriosa conquista venidera de Dios en la humanidad. Esta vida terrenal no necesita necesariamente y por siempre ser una rueda de esfuerzo mitad dichoso mitad angustioso; el logro puede también intentarse, y la gloria y la dicha de Dios manifestarse sobre la tierra.

Lo que la Mente, la Vida y el Cuerpo son en sus fuentes supremas, y lo que por lo tanto deben ser en la integral plenitud de la manifestación divina cuando estén conformados por la Verdad y no segregados de ella por la separación y la ignorancia en la que actualmente vivimos, —(éste es entonces el problema que hemos de considerar seguidamente)–. Pues allí deben tener ya su perfección en pos de lo que aquí estamos cultivando, –(nosotros que sólo somos el primer movimiento trabado de la Mente que evoluciona en la Materia, nosotros que aún no estamos liberados de las condiciones y efectos de esa involución del espíritu en la forma, de esa inmersión de la Luz dentro de su propia sombra por la que fue creada la oscurecida conciencia material de la Naturaleza física)–. El prototipo de toda la perfección en pos de la cual crecemos, los términos de nuestra evolución suprema deben ya estar contenidos en la divina Real-Idea; deben estar allí formados y conscientes para nosotros, para así crecer hacia y dentro de ellos; pues esa preexistencia en el conocimiento divino es lo que nuestra mentalidad humana nombra y busca como el Ideal. El Ideal es una Realidad eterna que aún no hemos realizado en las condiciones de nuestro propio ser, no un no-existente que lo Eterno y Divino no ha forjado todavía y solo nosotros seres imperfectos hemos vislumbrado y pretendemos crear.

La Mente, en principio, la encadenada y obstaculizada soberana de nuestro vivir humano. La Mente en su esencia es una conciencia que mide, limita y recorta las formas de las cosas desde el todo indivisible y las contiene como si cada una fuera un todo separado. Incluso con lo que existe solamente como partes y fracciones obvias, la Mente establece esta ficción de su ordinario comercio en el sentido de que son cosas con las que puede tratar por separado y no simplemente como aspectos de un todo. Pues, aun cuando sabe que en sí mismas no son cosas, está obligada a tratar con ellas como tales; de lo contrario no podría someterlas a su propia actividad característica. Es esta esencial característica de la Mente la que condiciona las actividades de todos sus poderes operativos, ya sea concepción, percepción, sensación o las relaciones de su pensamiento creador. Concibe, percibe, siente las cosas como si fuesen recortadas rígidamente a partir de un fondo o una masa, y las emplea como unidades fijas del material dado a ella para creación o posesión. Toda su acción y disfrute trata así a los todos que forman parte de un todo mayor, y estos todos subordinados nuevamente son fragmentados en partes que también son tratadas como todos a los fines particulares que sirven. La Mente puede dividir, multiplicar, sumar, restar, pero no puede traspasar los límites de esta matemática. Si va más allá y procura concebir un todo real, se pierde en un elemento extraño; cae de su propio suelo firme en el océano de lo intangible, en el abismo de lo infinito donde no puede percibir, concebir, sentir ni tratar con lo que le es propio para creación o disfrute. Pues si la Mente parece a veces concebir, percibir, sentir o disfrutar con la posesión del infinito, es sólo en una semejanza y siempre en una figuración del infinito. Lo que así posee vagamente es simplemente una Vastedad amorfa y no el real infinito inespacial. Tan pronto procura tratar con eso, poseerlo, de inmediato ingresa la inalienable tendencia a la delimitación y la Mente se halla nuevamente manejando imágenes, formas y palabras. La Mente no puede poseer el infinito, sólo puede sufrirlo o ser poseída por él; sólo puede yacer bienaventuradamente desamparada bajo la luminosa sombra de lo Real, proyectada en ella desde los planos de la existencia que están más allá de su alcance. La posesión de lo Infinito no puede llegar, a no ser por ascenso a aquellos planos supramentales, ni el conocimiento de estos puede llegar, a no ser por una inerte sumisión de la Mente a los mensajes descendentes de la Verdad-consciente Realidad.

Esta facultad esencial y la limitación esencial que la acompaña son la verdad de la Mente y fijan su naturaleza y acción, svabhava y svadharma; aquí está la marca del divino mandato asignándole su oficio en la completa instrumentación de la suprema Maya, -(el oficio determinado por lo que está en su nacimiento mismo desde la eterna auto-concepción del Ser-en-sí-existente)–. Ese oficio consiste en traducir siempre la infinitud dentro de los términos de lo finito, medir, limitar, desmenuzar. Realmente hace esto en nuestra conciencia con exclusión de todo el verdadero sentido del Infinito; por lo tanto la Mente es el quid de la gran Ignorancia, pues es ella la que originalmente divide y distribuye, e incluso ha sido confundida tomándola por causa del universo y por el todo de la divina Maya. Mas la divina Maya comprehende a Vidya al igual que a Avidya, al Conocimiento al igual que a la Ignorancia. Pues es evidente que, dado que lo finito es solo una apariencia de lo Infinito, un resultado de su acción, un juego de su concepción, y no puede existir a no ser mediante él, en él, con él como fondo, forma misma de esa materia y acción de esa fuerza, debe existir una conciencia original que contenga y contemple a ambos al mismo tiempo y esté íntimamente consciente de todas las relaciones del uno con el otro. En esa conciencia no hay ignorancia, porque lo infinito es conocido y lo finito no está separado de él como realidad independiente; pero aun hay un subordinado proceso de delimitación, —de otro modo ningún mundo podría existir—, un proceso por el que la siempre divisora y reunidora conciencia de la Mente, la siempre divergente y convergente acción de la Vida y la infinitamente dividida y auto-congregante sustancia de la Materia entran, –(todas por un único acto principal y original)–, en el ser fenoménico. Este proceso subordinado del eterno Contemplador y Pensador, –(perfectamente luminoso, perfectamente consciente de Sí Mismo y de todo, que conoce bien lo que Él hace, consciente de lo infinito en lo finito que Él está creando)–, puede llamarse la Mente divina. Y es obvio que debe ser una actividad subordinada y no realmente una actividad separada de la Real-Idea, de la Supermente, y debe operar a través de lo que hemos descrito como el movimiento aprehendente de la Verdad-conciencia.

Esa conciencia aprehendente, el Prajnana, asienta, como hemos visto, la actividad del Todo indivisible, activo y formativo, como un proceso y objeto del conocimiento creador ante la conciencia del mismo Todo, originativo y cognoscente como el poseedor y testigo de su propia actividad, —(algo así como ve el poeta las creaciones de su propia conciencia situadas ante él como si se tratase de cosas distintas al creador y su fuerza creadora, aunque en realidad todo ese tiempo no sean más que el juego de auto-formación de su propio ser en sí mismo, y sean indivisibles de su creador)–. Así Prajnana efectúa la división fundamental que lleva a todo el resto, la división de Purusha, el alma consciente que conoce y ve y por su visión crea y ordena, y Prakriti, la Fuerza-Alma o Naturaleza-Alma que es su conocimiento y su visión, su creación y su poder omni-ordenante. Ambos son un Ser, una existencia, y las formas vistas y creadas son formas múltiples de ese Ser que están ubicadas por El como conocimiento ante El Mismo como conocedor y por El Mismo como Fuerza ante El Mismo como Creador. La última acción de esta conciencia aprehendente tiene lugar cuando el Purusha, –(que penetra la extensión consciente de su ser, presente en cada punto de sí al igual que en su totalidad, habitando toda forma)–, contempla el todo como separadamente, desde cada uno de los puntos que ha asumido; contempla y gobierna las relaciones de cada alma-forma de sí con otras almas-formas desde el punto de apoyo de la voluntad y el conocimiento propios de cada forma en particular.

Así llegan a ser los elementos de la división. Primero, el infinito del Uno se ha traducido en una extensión en Tiempo y Espacio conceptuales; segundo, la omnipresencia del Uno en esa extensión auto-consciente se traduce en una multiplicidad del alma consciente, en los muchos Purushas del Sankhya; tercero, la multiplicidad de las almas-formas se ha traducido en una dividida habitación de la extendida unidad. Esta dividida habitación es inevitable desde el momento que estos múltiples Purushas no habitan cada uno un mundo separado del propio; ninguno de ellos posee una separada Prakriti construyendo un universo separado, sino que más bien todos disfrutan de la misma Prakriti, -(como deben hacerlo, al ser sólo alma-formas del Uno que preside sobre las múltiples creaciones de Su poder)—, y tienen relaciones unos con otros en el único mundo del ser creado por la única Prakriti. El Purusha se identifica activamente en cada forma con cada uno; se delimita en eso y hace resaltar sus otras formas frente a eso, en su conciencia, como si contuviese sus otros seres-en-sí (yoes) que son idénticos a él en el ser, pero diferentes en la relación, diferentes en la variada extensión, en el variado alcance de movimiento y en la variada vista de la única sustancia, fuerza, conciencia, deleite que cada cual está realmente desplegando en un momento dado del Tiempo o en un campo dado del Espacio. Admitido que en la Existencia divina, perfectamente consciente de sí, ésta no es una limitación obligatoria, una identificación a la que el alma llegue a esclavizarse y la cual no puede exceder de como nosotros estamos esclavizados a nuestra auto-identificación con el cuerpo y resulte incapaz de exceder la limitación de nuestro ego consciente, incapaz de escapar de un particular movimiento de nuestra conciencia en el Tiempo que determina nuestro particular campo en el Espacio; aceptado todo esto, todavía hay una libre identificación, de tiempo en tiempo, que sólo el inalienable auto-conocimiento del alma divina impide que se fije en una aparentemente rigurosa cadena de separación y sucesión en el Tiempo tal como aquélla en la que nuestra conciencia parece estar fijada y encadenada.

Así el desmembramiento ya está allí; la relación de forma con forma como si fuesen seres separados, de voluntad-de-ser con voluntad-de-ser como si fuesen fuerzas separadas, de conocimiento-de-ser con conocimiento-de-ser como si fuesen conciencias separadas, ya ha sido establecida. Se trata tan solo de un “como si”, pues el alma divina no se engaña, es consciente de todo como fenómeno del ser y mantiene el contenido de su existencia en la realidad del ser; no pierde su unidad, usa la mente como acción subordinada del conocimiento infinito, una definición de cosas subordinadas a su conciencia de lo infinito, una delimitación dependiente de su conciencia de la totalidad esencial —(no esa aparente y plural totalidad de suma y agregación colectiva que es sólo otro fenómeno de la Mente)–. Así no hay limitación real; el alma usa su poder definidor para el juego de las correctamente-distinguidas formas y fuerzas, y no es usada por ese poder.

Por lo tanto, se necesita un nuevo factor, una nueva acción de la fuerza consciente para crear la operación de una menté desamparadamente limitada así como opuesta a una mente libremente limitante, ?(vale decir, de mente sujeta a su propio juego y engañada por él como opuesta a la mente maestra de su propio juego y examinándolo en su verdad, la mente de la criatura como opuesta a la mente divina)–. Ese nuevo factor es Avidya, la auto-ignorante facultad que separa la acción mental de la acción supramental que la originó y que todavía la gobierna detrás del velo. Así separada, la Mente sólo percibe lo particular y no lo universal, o concibe sólo lo particular en un no-poseído universal y menos aún ambos, particular y universal como fenómenos de lo Infinito. De esa manera tenemos a la mente limitada que ve cada fenómeno como una cosa-en-sí-misma, parte separada de un todo que nuevamente existe separadamente en un todo mayor, y así sucesivamente, agrandando siempre sus agregados sin retroceder al sentido de una verdad infinita.

La Mente, al ser una acción del Infinito, desmiembra al igual que agrega ad infinitum. Corta en pedazos al ser en todos, en todos cada vez más pequeños, en átomos y esos átomos en átomos primarios, hasta disolver, si es que puede, el átomo primario en la nada. Pero no puede, porque detrás de la acción divisora está el salvador conocimiento de lo supramental que conoce cada todo, cada átomo, como solo una concentración de la omni-fuerza, de la omni-conciencia, del omni-ser en las fenoménicas formas de sí mismo. La disolución del agregado dentro de una nada infinita a la que parece arribar la Mente, es para la Supermente sólo el retomo del auto-concentrador ser-consciente partiendo desde su fenómeno adentro de su existencia infinita. Por cualquier camino que siga su conciencia, por el de la división infinita o por el del agrandamiento infinito, llega tan solo a sí mismo, a su propia unidad infinita y ser eterno. Y cuando la acción de la mente está conscientemente subordinada a este conocimiento de la supermente, la verdad del proceso es también conocida por ella y de ningún modo ignorada; no hay división real sino sólo una infinitamente múltiple concentración en las formas del ser y en la disposición de la relación de aquellas formas del ser una con otra, en las que la división es una apariencia subordinada del proceso integral necesario para su Juego espacial y temporal. Pues por más que divida, descienda hasta el más infinitesimal átomo o forme el agregado más monstruoso posible de mundos y sistemas, por ningún proceso conseguirá una cosa-en-sí-misma; todo son formas de una Fuerza que sólo es real en sí misma mientras el resto sólo es real como auto-imágenes o auto-formas manifestantes de la eterna Fuerza-conciencia.

¿De dónde procede originalmente el limitador Avidya, la caída de la mente desde la Supermente y la consiguiente idea de la división real? ¿Con exactitud, de qué deformación de la actividad supramental? Procede del alma individualizada que examina todo desde su propio punto de vista y excluye, todos los demás; procede, vale decir, mediante una exclusiva concentración de la conciencia, una exclusiva auto-identificación del alma con una particular acción temporal y espacial que es sólo parte de su propio juego del ser; parte del ignorar el alma el hecho de que todos los otros son también ella misma, de que toda otra acción es su propia acción y de que todos los otros estados del ser y la conciencia son igualmente sus propios estados al igual que la acción de un momento particular en el Tiempo y un particular punto de asiento en el Espacio y la única forma particular que al presente ocupa. Se concentra en el momento, el campo, la forma y el movimiento de tal forma como para perder el resto; entonces ha de recobrar el resto mediante la vinculación uniendo la sucesión de momentos, la sucesión de puntos del Espacio, la sucesión de formas en el Tiempo y el Espacio y la sucesión de movimiento en el Tiempo y el Espacio. Así ha perdido la verdad de la indivisibilidad del Tiempo, la verdad de la indivisibilidad de la Fuerza y de la Sustancia. Ha perdido de vista incluso el hecho evidente de que todas las mentes son una sola Mente que toma muchos puntos de asiento; que todas las vidas son una Vida que desarrolla muchas corrientes de actividad; que todo cuerpo y forma son una sustancia de la Fuerza y de la Conciencia que se concentra en múltiples estabilidades aparentes de fuerza y conciencia; pero en verdad todas esta estabilidades son realmente sólo una constante espiral de movimiento que repite una forma mientras se modifica otra; no son nada más. Pues la Mente procura sujetar todo dentro de formas rígidamente fijadas y aparentemente inmutables o inmóviles factores externos, pues de otra forma no puede actuar; entonces piensa que obtuvo lo que quería: en realidad todo es un fluir de cambio y renovación, y no hay forma-en-sí fija, ni inmutable factor externo. Sólo la Real-Idea eterna es firme y mantiene una cierta constancia ordenada de figuras y relaciones en el fluir de las cosas, una constancia que la Mente procura vanamente imitar atribuyendo fijeza a lo que siempre es inconstante. Estas son las verdades que ha de redescubrir la Mente; las conoce todo el tiempo, mas sólo en el oscuro fondo de su conciencia, en la secreta luz de su auto-ser; y esa luz es para ella una oscuridad debido a que ha creado la ignorancia, debido a que se ha deslizado desde la mentalidad divisora en la mentalidad dividida, debido a que ha llegado a envolverse en sus propias actividades y en sus propias creaciones.

Esta ignorancia se ahonda más en el hombre por su auto-identificación con el cuerpo. Para nosotros la mente parece determinada por el cuerpo, porque se preocupa por él y se consagra a sus actividades físicas que usa para su superficial acción consciente en este denso mundo material. Empleando constantemente esa operación del cerebro y los nervios que ha desarrollado en el curso de su propia evolución en el cuerpo, está demasiado absorta en observar qué recibe de esta maquinaria física como para ocuparse en recobrarlo en beneficio de sus propias actividades puras; para ella éstas son en su mayoría subconscientes. Todavía podemos concebir una mente vital o ser vital que haya ido más allá de la necesidad evolutiva de esta absorción y sea capaz de ver e incluso experimentar por sí misma asumiendo cuerpo tras cuerpo y no ser creada separadamente en cada cuerpo y terminando con él; pues es sólo la impresión física de la mente en la materia, sólo la mentalidad corporal que es creada de esa manera, no el ser mental todo. Esta mentalidad corpórea es meramente nuestra superficie de la mente, meramente el frente que se presenta a la experiencia física. Detrás, incluso en nuestro ser terrestre, hay esta otra mente (vital), subconsciente o subliminal para nosotros, que se conoce a sí misma tanto más que al cuerpo y es capaz de una acción menos materializada. A ésta le debemos inmediatamente la mayor parte de la más grande, profunda y potente acción dinámica de nuestra mente superficial; ésta, cuando tomamos conciencia de ella o de su impresión en nosotros, es nuestra idea primera o nuestra primera comprensión de un alma o ser interior, Purusha .

Mas esta mentalidad vital también, aunque pueda librarse del error del cuerpo, no nos libera de la totalidad del error de la mente; aún está sujeta al original acto de ignorancia por el que el alma individualizada considera todo desde su punto de vista y puede apreciar la verdad de las cosas sólo como se le presentan de afuera o como surgen ante su vista desde su separada conciencia temporal y espacial, formas y resultados de la experiencia pasada y presente. No es consciente de sus otros seres-en-sí (yoes) excepto por las abiertas indicaciones que ellos dan a su existencia, indicaciones de pensamiento comunicado, lenguaje, acción, resultado de las acciones, o más sutiles indicaciones —no sentidos directamente por el ser físico— del impacto y relación vitales. Igualmente es ignorante de sí; pues sabe de su ser-en-sí (yo) sólo a través de un movimiento en el Tiempo y de una sucesión de vidas en las que ha usado sus variadamente corporizadas energías. Así como nuestra instrumental mente física tiene la ilusión del cuerpo, de igual manera esta dinámica mente subconsciente (vital) tiene la ilusión de la vida. En eso está absorta y concentrada, por eso está limitada, con eso identifica su ser. Aquí no volvemos aún al lugar de reunión de mente y supermente y al punto en el que originalmente se separaron.

Pues hay todavía una más clara mentalidad reflectora detrás de la dinámica y vital que es capaz de escapar de su absorción en la vida y se contempla como asumiendo vida y cuerpo a fin de proyectar en las activas relaciones de la energía lo que percibe en la voluntad y el pensamiento. Es la fuente del puro pensador que está en nosotros; es la que conoce la mentalidad en sí y ve el mundo no en los términos de vida y cuerpo sino de mente; es la que , cuando regresamos a ella, a veces confundimos con el espíritu puro así como confundimos la mente dinámica con el alma. Esta mente superior es capaz de percibir y tratar con otras almas como otras formas de su puro ser-en-sí (yo); es capaz de sentirlas mediante puro impacto mental y comunicación mental y no ya solamente mediante el impacto vital y nervioso y la indicación física; concibe también una figura mental de la unidad, y en su actividad y en su voluntad puede crear y poseer más directamente —no solo indirectamente como en la ordinaria vida física— y en otras mentes y vidas al igual que en la propia. Pero aun así esta pura mentalidad no escapa del error original de la mente. Pues todavía es su separado ser-en-sí mental al que convierte en juez, testigo y centro del universo y a través de él pugna sólo por arribar a su propio Ser-en-sí (yo) y realidad superiores; todos los demás son “otros” agrupados en su torno: cuando quiere estar libre, ha de retirarse de la vida y de la mente a fin de desaparecer en la unidad real. Pues existe aun el velo creado por Avidya entre la acción mental y la supramental; comunica una imagen de la Verdad, no la Verdad misma.

Es sólo cuando se rasga el velo y la mente dividida se entrega, silenciosa y pasivamente, a la acción supramental, que la mente misma vuelve a la Verdad de las cosas. Allí descubrimos una luminosa mentalidad reflectora, obediente e instrumental para con la Real-Idea divina. Allí percibimos lo que el mundo es en realidad; nos conocemos de todos los modos posibles a nosotros mismos en los otros y como los otros, a los demás como nosotros y todo como el Uno-universal y auto-multiplicado. Perdemos el rígidamente separado punto de vista individual que es la fuente de toda limitación y error. Además, percibimos que todo cuanto la ignorancia de la Mente tomó por verdad era de hecho verdad, pero verdad desviada, equivocada y falsamente concebida. Todavía percibimos la división, la individualización, la atómica creación, mas las conocemos y nos conocemos por lo que ellas y nosotros realmente somos. Y de esa manera percibimos que la Mente era en realidad una acción e instrumentación subordinada de la Verdad-conciencia. En la medida en que no está separada en la auto-experiencia de la envolvente Conciencia-Maestra y no procura establecer un hogar para sí, en la medida en que sirve pasivamente como una instrumentación y no intenta poseer en su propio beneficio, la Mente cumple luminosamente su función que está en la Verdad de mantener las formas aparte unas de las otras mediante una fenoménica y puramente formal delimitación de su actividad detrás de la cual la gobernante universalidad del ser permanece consciente e intacta. Ha de recibir la verdad de las cosas y distribuirla de acuerdo a la inequívoca percepción de un Ojo y Voluntad supremos y universales. Ha de sostener una individualización de activa conciencia; deleite, fuerza y sustancia que deriva todo su poder, realidad y dicha desde una inalienable universalidad que está detrás. Ha de cambiar la multiplicidad del Uno en una aparente división mediante la cual las relaciones se definen y mantienen a distancia una frente a otra de modo que puedan encontrarse otra vez y juntarse. Ha de establecer el deleite de la separación y el contacto en medio de una eterna unidad e interpenetración. Ha de capacitar al Uno a proceder como si Él fuese un individuo que trata con otros individuos pero siempre en Su propia unidad, y esto es lo que el mundo es en realidad. La mente es la operación final de la aprehendente Verdad-conciencia que hace posible todo esto, y lo que llamamos Ignorancia no crea una cosa nueva y una absoluta falsedad sino solo que malinterpreta la Verdad. La Ignorancia es la Mente que se separa en el conocimiento de su fuente de conocimiento y que brinda una falsa rigidez y una equivocada apariencia de oposición y conflicto al armonioso juego de la suprema Verdad en su manifestación universal.

El error fundamental de la mente es, entonces, esta caída desde el auto-conocimiento por la que el alma individual concibe su individualidad como un hecho separado en lugar de como una forma de Unidad, y se convierte en centro de su propio universo en lugar de conocerse como única concentración de lo universal. De ese error original todas sus ignorancias y limitaciones particulares son resultados contingentes. Pues, al considerar el fluir de las cosas sólo como fluye sobre y a través de sí, efectúa una limitación del ser desde la cual procede una limitación de la conciencia y, por lo tanto de conocimiento, una limitación de conciencia, fuerza y voluntad y por tanto, de poder; una limitación de auto-disfrute y, por lo tanto, de deleite. Es consciente de las cosas y sólo las conoce como se presentan ante su individualidad y, por lo tanto, cae en la ignorancia del resto y, por ende, en una errónea concepción incluso de lo que parece conocer: pues dado que todo ser es interdependiente, el conocimiento, bien del todo o bien de la esencia es necesario para el correcto conocimiento de la parte. De ahí que exista un elemento de error en todo conocimiento humano. De modo parecido, nuestra voluntad, ignorante del resto de la omni-voluntad, debe caer en el error de actividad y en un mayor o menor grado de incapacidad e impotencia; el auto-deleite y deleite de las cosas perteneciente al alma, ignorantes de la omni-bienaventuranza y por defecto de la voluntad y del conocimiento incapaces de dominar su mundo, deben caer en la incapacidad del deleite posesivo y, por lo tanto, en el sufrimiento. La auto-ignorancia es, por tanto, la raíz de toda la perversidad de nuestra existencia, y esa perversidad está fortificada en la auto-limitación; el egoísmo que es la forma tomada por esa auto-ignorancia.

Con todo, toda la ignorancia y la perversidad son sólo la deformación de la verdad y de la razón de las cosas, y no el juego de una falsedad absoluta. Es el resultado de la Mente que examina las cosas en la división que efectúa, avidyayam antare, en lugar de examinarse junto con las divisiones como instrumentación y fenómeno del juego de la verdad de Sachchidananda. Si vuelve a la verdad de la que cayó, deviene nuevamente la acción final de la Verdad-conciencia en su aprehensiva operación, y las relaciones que ayuda a crear en esa luz y poder serán relaciones de la Verdad y no de la perversidad. Serán las cosas derechas y no torcidas, para usar la expresiva distinción de los Rishis Védicos, —(Verdades, vale decir, del ser divino con su conciencia, voluntad y deleite auto-posesivos moviéndose armónicamente en si mismo)–. Ahora tenemos más bien el movimiento tortuoso y zigzagueante de la mente y la vida, las contorsiones creadas por la lucha del alma que olvidó su verdadero ser en pro de encontrarlo nuevamente, en pro de resolver todo error volviendo dentro de la verdad, los cuales ambos, –(nuestra verdad y nuestro error)–, son nuestro correcto y nuestro equivocado limite o distorsión; toda la incapacidad dentro de la fuerza los cuales ambos, –(nuestro poder y nuestra debilidad)–, son una lucha de fuerza por asir; todo sufrimiento dentro del deleite, los cuales ambos, –(nuestra dicha y nuestra pena)– son un convulsivo esfuerzo de sensación por realizar; toda muerte dentro de la inmortalidad hacia la cual ambos, –(nuestra vida y nuestra muerte)– son un constante esfuerzo del ser por retornar.