LA VIDA DIVINA. Capítulo XXIV: – Materia

Arribó al conocimiento de que la Materia es el Brahman.

Taittiriya Upanishad

Tenemos ahora la seguridad racional de que la Vida no es un sueño inexplicable ni un mal imposible que con todo ha llegado a ser un hecho doloroso, sino una poderosa pulsación de la divina Omni-Existencia. Vemos algo de su fundamento y su principio, contemplamos su elevada potencialidad y divino afloramiento último. Mas hay un principio debajo de todos los demás que no hemos aun considerado suficientemente: el principio de la Materia sobre el que la Vida se halla como sobre un pedestal o desde el que evoluciona como la forma de un árbol de múltiples ramas lo hace a partir de la encapsulada semilla. La mente, la vida y el cuerpo del hombre dependen de este principio físico, y si el afloramiento de la Vida es resultado de la Conciencia emergiendo en la Mente, expandiéndose, elevándose en busca de su propia verdad en la grandeza de la existencia supramental, con todo parece también estar condicionada por esta caja del cuerpo y por este fundamento de la Materia. La importancia del cuerpo es obvia; es porque ha desarrollado o recibido un cuerpo y un cerebro capaces de recibir y brindar una progresiva iluminación mental que el hombre se ha elevado por encima del animal. Igualmente, sólo puede ser, mediante el desarrollo de un cuerpo o, al menos, el funcionamiento del instrumento físico capaz de recibir y brindar una iluminación aún mayor, que se eleve por encima de sí mismo y realice, no meramente en el pensamiento y en su ser interno sino en la vida, una humanidad perfectamente divina. De lo contrario se cancela la promesa de la Vida, se anula su significado y el ser terreno sólo puede realizar a Sachchidananda aboliéndose, librando de sí la mente, la vida y el cuerpo, y retornando al puro Infinito, o también, puede que el hombre no sea el instrumento divino, existe un preciso límite para el poder conscientemente progresivo que le distingue de todas las otras existencias terrestres y, así como él las reemplazó al frente de las cosas, de igual modo otro debe eventualmente reemplazarlo y asumir su herencia.

Parece ciertamente que el cuerpo es, desde el principio, la gran dificultad del alma, su continuo tropiezo y obstáculo. Por lo tanto el ansioso buscador de la realización espiritual lanza su proclama contra el cuerpo y su disgusto-mundanal escoge este principio del mundo por sobre todas las otras cosas como especial objeto de abominación. El cuerpo es el oscuro peso que no puede llevar; su obstinado material tosco es la obsesión que le conduce a entregarse a la vida ascética. Para desembarazarse de aquél ha ido tan lejos que hasta negó su existencia y la realidad del universo material. La mayoría de las religiones maldijeron la Materia y convirtieron el rechazo o resignado sufrimiento temporal de la vida física en prueba de la verdad religiosa y la espiritualidad. Los credos más antiguos, más pacientes, más meditativamente profundos, libres del contacto de la tortura y febril impaciencia del alma bajo el peso de la Edad de Hierro, no efectuaron esta formidable división; reconocieron a la Tierra como Madre y al Cielo como Padre, acordándoles igual amor y reverencia; pero sus antiguos misterios son oscuros e insondables para nuestra visión de las cosas, materialista o espiritual, contentándose con cortar el nudo gordiano del problema de la existencia con un golpe decisivo, aceptando escapar hacia una bienaventuranza eterna o un fin de aniquilación eterna o de eterna quietud.

La disputa no comienza realmente con nuestro despertar ante nuestras posibilidades espirituales; empieza con la aparición de la vida misma y su lucha por establecer sus actividades y sus permanentes agregaciones de la forma viviente contra la fuerza de la inercia, contra la fuerza de la inconsciencia, contra la fuerza de la disgregación atómica que son, en el principio material, el nudo de la gran Negación. La Vida está en guerra constante con la Materia y la batalla parece siempre culminar con la aparente derrota de la Vida y en ese colapso que se sume en el principio material que llamamos muerte. La discordia se ahonda con la aparición de la Mente; pues la Mente tiene su propia disputa con ambos, con la Vida y con la Materia; está en constante guerra con sus limitaciones, en constante sumisión con y revuelta contra la tosquedad e inercia de una y las pasiones y sufrimientos de la otra; y la batalla parece eventualmente volcarse, aunque no con mucha seguridad, hacia una victoria parcial y costosa para la Mente en la que conquista, reprime o incluso mata los anhelos vitales, desequilibra la fuerza física y deforma el equilibrio del cuerpo en beneficio de una actitud mental mayor y un ser moral superior. Es en esta lucha que surge la impaciencia de la Vida, el disgusto del cuerpo y el repliegue de ambos hacia una pura existencia mental y moral. Cuando el hombre despierta a una existencia más allá de la Mente, lleva consigo este principio de discordia. La Mente, el Cuerpo y la Vida son condenados como la trinidad del mundo, la carne y el demonio. La Mente es también proclamada como fuente de todo nuestro mal; se declara la guerra entre el espíritu y sus instrumentos, y se busca la victoria del Habitante espiritual como evasión de su estrecha residencia, un rechazo de la mente, la vida y el cuerpo, y un retiro dentro de sus propias infinitudes. El mundo es una discordia y resolveremos mejor sus perplejidades llevando el principio de la discordia misma hasta su posibilidad extrema, hasta una erradicación y segregación final.

Mas estas derrotas y victorias son sólo aparentes, esta solución no es solución sino escapar al problema. La Vida no es realmente derrotada por la Materia; efectúa un compromiso usando la muerte para la continuación de la vida. La Mente no es realmente victoriosa sobre la Vida y la Materia, sino que sólo alcanzó un desarrollo imperfecto de algunas de sus potencialidades a costa de otras que están ligadas a las irrealizadas o rechazadas posibilidades de su mejor empleo de la vida y el cuerpo. El alma individual no ha conquistado la triplicidad inferior, sino sólo rechazado su reclamo al respecto, escapando desde la obra emprendida por el espíritu cuando por primera vez se lanzó dentro de la forma del universo. El problema continúa porque la labor del Divino en el universo prosigue, mas sin ninguna solución satisfactoria del problema ni logro victorioso de la labor. Por lo tanto, dado que nuestro punto de apoyo es que Sachchidananda es el principio, el medio y el fin, y que esa lucha y discordia no pueden ser principios eternos y fundamentales en Su ser sino que, por su existencia misma implican la labor en pro de una solución perfecta y una completa victoria, debemos buscar esa solución en una real victoria de la Vida sobre la Materia a través del libre y perfecto uso del cuerpo por la Vida, en una real victoria de la Mente sobre la Vida y la Materia a través de un libre y perfecto uso de la fuerza-vital y la forma por la Mente, y en una real victoria del Espíritu sobre la triplicidad a través de una libre y perfecta ocupación de la mente, la vida y el cuerpo por el espíritu consciente; según hayamos estructurado esta última conquista, se tornan posibles las otras. Al fin, entonces podemos ver cómo estas conquistas pueden ser posibles por completo o integralmente, debemos descubrir la realidad de la Materia, así como, buscando el conocimiento fundamental, hemos descubierto la realidad de la Mente, del Alma y de la Vida.

En cierto sentido la Materia es irreal y no-existente; vale decir, nuestro actual conocimiento, idea y experiencia de la Materia no es verdad, sino simplemente un fenómeno de relación particular entre nuestros sentidos y la omni-existencia en la que nos movemos. Cuando la Ciencia descubre que la Materia se resuelve dentro de las formas de la Energía, sostiene una verdad universal y fundamental; y cuando la filosofía descubre que la Materia sólo existe como apariencia sustancial ante la conciencia y que la realidad única es el Espíritu o el puro Ser consciente, sostiene una verdad mayor, más completa e incluso más fundamental. Más aún subsiste la cuestión de por qué la Energía ha de tomar la forma de la Materia y no de meras corrientes-fuerza o por qué eso que es realmente Espíritu ha de admitir el fenómeno de la Materia y no descansar en los estados, veleidades y dichas del espíritu. Esto, se dice, es obra de la Mente o bien, –dado que el Pensamiento evidentemente no crea directamente o ni siquiera percibe la forma material de las cosas–, es obra del Sentido; la mente-sentido crea las formas que parece percibir y la mente-pensamiento trabaja sobre las formas que la mente-sentido le presenta. Pero, evidentemente, la corporizada mente individual no es la creadora del fenómeno de la Materia; la existencia-terrena no puede ser resultado de la mente humana que, a su vez, es resultado de la existencia-terrena. Si decimos que el mundo sólo existe en nuestras mentes, expresamos un no-hecho y una confusión; pues el mundo material existió antes que el hombre estuviese sobre la tierra y seguirá existiendo si el hombre desaparece de la tierra o incluso aunque nuestra mente individual se aboliese en el Infinito. Debemos concluir entonces que existe una Mente universal, subconsciente para nosotros en la forma del universo o super-consciente en su espíritu, que ha creado esa forma para morar en ella. Y dado que el creador debe haber precedido y debe superar su creación, esto realmente implica una Mente superconsciente que, mediante la instrumentación de un sentido universal crea en sí la relación de forma con forma y constituye el ritmo del universo material. Pero esto tampoco es la solución completa; nos dice que la Materia es una creación de la Conciencia más no explica cómo la Conciencia llegó a crear la Materia como base de sus actividades cósmicas.

Lo entenderemos mejor si nos remontamos, a la vez, al principio original de las cosas. La existencia es, en su actividad, una Fuerza-Consciente que presenta las obras de su fuerza a su conciencia como formas de su propio ser. Dado que la Fuerza es sólo la acción del único solo-existente Ser-Consciente, resulta que no puede ser sino forma de ese Ser-Consciente; La Sustancia o Materia, entonces, es solo una forma del Espíritu. La apariencia que esta forma del Espíritu asume para nuestros sentidos se debe a esa acción divisora de la Mente desde la que hemos podido deducir consistentemente el fenómeno total del universo. Sabemos ahora que la Vida es una acción de la Fuerza-Consciente de la cual las formas materiales son el resultado; la Vida envuelta en esas formas, apareciendo en ellas primero como fuerza inconsciente, evoluciona y trae de regreso dentro de la manifestación como Mente a la conciencia que es el ser (yo) real de la fuerza y que nunca dejó de existir en ella, incluso cuando no se manifiesta. Sabemos también que la Mente es un poder inferior del original Conocimiento consciente o Supermente, un poder para el cual la Vida actúa como energía instrumental; pues, descendiendo a través de la Supermente, la Conciencia o Chit se representa como la Mente, y la Fuerza de la conciencia o Tapas se representa como la Vida. La Mente, por su separación de su propia realidad superior en la Supermente, da a la Vida la apariencia de división y, por su ulterior involución en su propia Fuerza-Vital, viene a ser subconsciente en la Vida y así da la apariencia externa de una fuerza inconsciente a sus actividades materiales. Por lo tanto, la inconsciencia, la inercia y la disgregación atómica de la Materia debe tener su origen en esta omni-divisora y auto-involutiva acción de la Mente por la cual nuestro universo vino a ser. Así como la Mente es sólo una acción final de la Supermente en el descenso hacia la creación, y la Vida una acción de la Fuerza-Consciente que trabaja en las condiciones de la Ignorancia creada por este descenso de la Mente, de igual manera la Materia, como la conocemos, es sólo la forma final asumida por el ser consciente como el resultado de ese trabajo. La Materia es sustancia del único ser-consciente fenoménicamente dividido dentro de sí por la acción de una Mente universal, –división que la mente individual repite y alberga pero que no anula ni disminuye la unidad del Espíritu ni la unidad de la Energía ni la real unidad de la Materia.

¿Pero cuál es la razón de esta división fenoménica y pragmática de una Existencia indivisible? Es porque la Mente ha de llevar el principio de la multiplicidad hasta su potencial extremo, lo cual sólo puede cumplirse mediante separación y división. Para hacer eso debe, precipitándose en la Vida a crear formas para lo Múltiple, dar al principio universal del Ser la apariencia de una sustancia densa y material en lugar de una sustancia pura o sutil. Debe, vale decir, darle la apariencia de la sustancia que se ofrece al contacto de la Mente como cosa u objeto estables en una duradera multiplicidad de objetos y no de sustancia que se ofrece al contacto de la conciencia pura como algo de su propia eterna y pura existencia y realidad o al sentido sutil como un principio de forma plástica que expresa libremente al ser consciente. El contacto de la mente con su objeto crea lo que llamamos sentido, pero aquí ha de ser un oscuro sentido exteriorizado que ha de asegurarse de la realidad de lo que contacta. El descenso de la sustancia pura a la sustancia material sigue entonces, inevitablemente, en el descenso de Sachchidananda a través de la supermente a la mente y la vida. Es un resultado necesario de la voluntad que el primer método de esta experiencia inferior de la existencia sea la multiplicidad del ser y una conciencia de las cosas desde separados centros de la conciencia,. Si volvemos a la base espiritual de las cosas, la sustancia en su completa pureza se resuelve dentro del puro ser consciente, auto-existente, inherentemente auto-conocedor por identidad, pero que aun no vuelve sobre sí su conciencia como objeto. La Supermente preserva este auto-conocer por identidad como su sustancia del auto-conocimiento y su luz de auto-creación, pero para esa creación se presenta el Ser ante sí como el sujeto-objeto único y múltiple de su propia conciencia activa. El Ser como objeto es mantenido allí en un supremo conocimiento que puede, por comprehensión, ver ambos como un objeto de cognición dentro de sí y subjetivamente como él mismo, pero puede también y simultáneamente, por aprehensión, proyectarlo como objeto (u objetos) de cognición dentro de la circunferencia de su conciencia, no distinto de sí, parte de su ser, pero una parte (o partes) separadas de sí, -vale decir, del centro de visión en él que el Ser se concentra como el Conocedor, Testigo o Purusha–. Hemos visto que desde esta aprehensora conciencia surge el movimiento de la Mente, el movimiento por el cual el individuo conocedor considera una forma de su propio ser universal como distinta a él; pero en la Mente divina existe, inmediata o más bien simultáneamente, otro movimiento o lado inverso del mismo movimiento, un acto de unión en el ser que remedia esta división fenoménica impidiéndole que se convierta, incluso por un momento tan solo en real para el conocedor. Este acto de unión consciente es el que está representado de otro modo en la Mente divisora obtusa, ignorantemente, muy externamente como contacto en la conciencia entre los seres divididos y los objetos separados, y con nosotros este contacto en la conciencia dividida está representado primordialmente por el principio del sentido. Sobre esta base del sentido, sobre este contacto de la unión sujeta a división, la acción del pensamiento-mente se descubre y prepara para retornar a un principio superior de unión en el que la división se vuelve sujeta a la unidad y subordinada. La sustancia, entonces, tal como la conocemos, sustancia material, es la forma en la que la Mente, actuando a través del sentido, contacta al Ser consciente del cual ella misma es movimiento del conocimiento.

Pero la Mente por su naturaleza misma tiende a conocer y sentir la sustancia del ser-consciente, no en su unidad o totalidad sino por el principio de la división. Lo ve, por así decirlo, en puntos infinitesimales que asocia juntos a fin de arribar a una totalidad, y dentro de estos puntos-de-visión y asociaciones la Mente cósmica se lanza y mora en ellos. Morando de esa manera, creadora por su fuerza inherente como agente de la Real-Idea, obligada por su propia naturaleza a la conversión de todas sus percepciones en energía vital, como el Omni-Existente convierte todos Sus auto-aspectos en variada energía de Su creadora Fuerza de la conciencia, la Mente cósmica vuelca éstos sus múltiples puntos-de-vista de la existencia universal, en puntos de apoyo de la Vida universal; los vuelca en la Materia dentro de las formas del ser atómico imbuido de la vida que las forja y gobernado por la mente y voluntad que ponen en acción la formación. Al mismo tiempo, las existencias atómicas que forma de ese modo deben, por la ley misma de su ser, tender a asociarse, a agregarse; y cada uno de estos agregados también, imbuido de la vida oculta que forma y de la mente y voluntad ocultas que las ponen en acción, lleva consigo una ficción de individual existencia separada. Cada objeto o existencia individual de esa índole es sostenido, según que su mente sea implícita o explicita, manifiesta o no-manifiesta, por su ego mecánico de fuerza, en el que el querer-ser es mudo y prisionero pero no el menos poderoso, o por su mental ego auto-conocedor en el que el querer-ser es liberado, consciente, separadamente activo.

De esa manera, la causa de la existencia atómica no es ninguna ley eterna y original de la Materia eterna y original, sino la naturaleza de la acción de la Mente cósmica. La Materia es una creación, y para su creación fue menester como punto de partida o base lo infinitesimal, una fragmentación extrema de lo Infinito. El éter puede existir y existe como un soporte intangible, casi espiritual de la Materia, pero como fenómeno no parece, al menos para nuestro actual conocimiento, que se pueda materialmente detectar. Subdividamos el agregado visible o átomo formal en átomos esenciales, desmenucémoslo en el más infinitesimal polvo del ser, y todavía, debido a la naturaleza de la Mente y la Vida que los forman, arribaremos a alguna somera existencia atómica, tal vez inestable pero siempre reconstituyéndose en el eterno flujo de la fuerza, de modo fenoménico, y no en una mera extensión no-atómica incapaz de contenido. La no-atómica extensión de la sustancia, extensión que no es agregación, la coexistencia distinta de la que tiene lugar por distribución en el espacio, son realidades de la existencia pura, de la pura sustancia; son un conocimiento de la supermente y un principio de su dinamismo, no un concepto creador de la Mente divisora, aunque la Mente puede tomar conciencia de ellos detrás de sus obras, Son la realidad que subyace en la Materia, pero no el fenómeno que llamamos Materia. La Mente, la Vida y la Materia misma pueden ser una sola con esa pura existencia y extensión conscientes en su realidad estática, pero no operar mediante esa unidad en su dinámica acción, auto-percepción y auto-formación.

Por lo tanto, arribamos a esta verdad de la Materia de que existe una conceptiva auto-extensión del ser que se estructura en el universo como sustancia u objeto de la conciencia, y que la Mente y Vida cósmica representan en su acción creadora a través de la división atómica y la agregación como la cosa que llamamos Materia. Pero esta Materia, como la Mente y la Vida, es aún Ser o Brahman en su acción auto-creadora. Es una forma de la fuerza del Ser consciente, una forma dada por la Mente y realizada por la Vida. Tiene dentro de sí, como su propia realidad, la conciencia oculta de sí, envuelta y absorta en el resultado de su propia auto-formación y, por lo tanto, auto-olvidada. Y por más burda y vacía de sentido que nos parezca, es con todo, para la secreta experiencia de la conciencia oculta dentro de esa Materia, deleite del ser ofreciéndose a esta conciencia secreta como objeto de sensación a fin de atraer a ese dios oculto fuera de su aislamiento. El Ser se manifiesta como sustancia, la fuerza del Ser se plasma en la forma, en una figurada auto-representación de la auto-conciencia secreta, el deleite ofreciéndose a su propia conciencia como un objeto, —¿qué es esto sino Sachchidananda? La Materia es Sachchidananda representado ante Su propia experiencia mental como base formal del conocimiento objetivo, de la acción y del deleite de la existencia–.