TEMA 16: EL ORIGEN Y EL REMEDIO DE LA FALSEDAD, EL ERROR, LA EQUIVOCACIÓN Y EL MAL

El Señor no acepta ni el pecado ni la virtud de nadie; porque el conocimiento está velado por la Ignorancia, los hombres mortales son engañados.- Gita

Ellos viven de acuerdo con una idea del yo distinta de la realidad; engañados, apegados, expresando una falsedad, -como si por un encantamiento vieran lo falso como verdadero.-Maitri Upanishad

Ellos viven y se mueven en la Ignorancia y dan vueltas y más vueltas, golpeados y tambaleantes, como ciegos guiados por un ciego.-Mundaka Upanishad

Aquél cuya inteligencia alcanzó la Unidad, se despoja del pecado y la virtud.-Gita

Quien ha hallado la bienaventuranza del eterno ya nunca más es afligido por el pensamiento: ¿ Por qué no he hecho el bien ?¿Por qué he hecho mal?”. Quien conoce al yo, arranca de sí estas cosas.-Taittiriya Upanishad

Éstos son los que tienen conciencia de la gran falsedad en el mundo; crecen en la casa de la Verdad, son los fornidos e invencibles hijos de la Infinitud.-Rig Veda

El primero y el supremo son verdad; en el medio hay falsedad, pero está atrapada entre la verdad por ambos lados y extrae su ser de la verdad (la verdad de la realidad física y la verdad de la realidad espiritual y superconsciente. En las intermedias realidades subjetiva y mental que se asientan entre ellas, la falsedad puede entrar, pues coge, o bien verdad desde arriba, o bien verdad desde abajo como la sustancia a partir de la cual se construye y ambas están presionando sobre ella para volver sus erróneas construcciones a la verdad de la vida y a la verdad del espíritu).-Brihadaranyaka Upanishad

Si la ignorancia es, en su naturaleza, un auto-limitador conocimiento olvidado de la integral auto-conciencia y confinado a una exclusiva concentración en un singular campo o sobre una encubridora superficie del movimiento cósmico, según este criterio ¿qué hemos de hacer con el problema que más agudamente preocupa a la mente humana cuando se vuelve hacia el misterio de su propia existencia y de la existencia cósmica, el problema del mal? Un conocimiento limitado, sostenido por una secreta Omni-Sapiencia como un instrumento para la estructuración, dentro de las limitaciones necesarias, de un restringido orden-mundial puede admitirse como un proceso inteligible de la Conciencia y Energía universales; pero la necesidad de la falsedad y el error, la necesidad del error y el mal, o su utilidad en las obras de la omnipresente Realidad Divina, resulta menos fácilmente admisible. Y con todo, si esa Realidad es lo que hemos supuesto que es, ha de haber alguna necesidad para la aparición de estos fenómenos contrarios, alguna significación, alguna función que han de cumplir en la economía universal. Pues en el completo e inalienable auto-conocimiento del Brahman, que es necesariamente omni-conocimiento, dado que todo lo que existe es el Brahman, tales fenómenos no pueden haberse producido como una casualidad, como si interviniera un accidente, como un olvido o confusión involuntarios de la Conciencia-Fuerza del Omni-Sapiente en el cosmos ni como un inquietante contratiempo para el cual el Espíritu inmanente no estaba preparado y del cual es el prisionero que anda errante por un laberinto del que le resulta muy difícil escapar. Ni puede tratarse de un inexplicable misterio del ser, original y eterno, del cual el divino Omni-Maestro es incapaz de dar una explicación para sí ni para nosotros. Debe haber detrás de eso una significación de la Omni-Sapiencia misma, un poder de la Omni-Conciencia que permite y usa para alguna función indispensable en las actuales obras de nuestra auto-experiencia y experiencia-del-mundo. Este aspecto de la existencia es menester examinarlo ahora más de cerca, determinándolo en su origen y límites de su realidad y su lugar en la Naturaleza.

Este problema puede ser asumido desde tres puntos de vista, –su relación con el Absoluto, la Realidad suprema, su origen y lugar en las obras cósmicas, su acción y punto de sostén en el ser individual–. Es evidente que estos fenómenos contrarios no tienen raíz directa en la suprema Realidad misma, nada hay allí que tenga ese carácter; son creaciones de la Ignorancia y de la Inconciencia, no aspectos fundamentales o primarios del Ser, no originarios de la Trascendencia o del poder infinito del Espíritu Cósmico. A veces se razona que así como la Verdad y el Bien tienen sus absolutos, de igual modo la Falsedad y el Mal deben también tener sus absolutos, o, si no fuese así, entonces ambos deben pertenecer a la relatividad solamente; el Conocimiento y la Ignorancia, la Verdad y la Falsedad, el Bien y el Mal existen sólo en relación uno con otro y más allá de las dualidades aquí carecen de existencia. Pero ésta no es la verdad fundamental de la relación de estos opuestos; pues, en primer lugar, la Falsedad y el Mal son, a diferencia de la Verdad y el Bien, muy claramente, resultados de la Ignorancia y no pueden existir donde no haya Ignorancia: no pueden tener auto-existencia en el Ser Divino, no pueden ser elementos nacidos de la Naturaleza Suprema. Entonces, si el limitado Conocimiento que es la naturaleza de la Ignorancia renuncia a sus limitaciones, si la Ignorancia desaparece en el Conocimiento, el mal y la falsedad ya no pueden durar más: pues ambos son frutos de la inconciencia y de la conciencia equivocada y, si la verdadera o total conciencia está allí reemplazando a la Ignorancia, ya no tienen base alguna para su existencia. Allí por lo tanto no puede haber un absoluto de la falsedad, ni un absoluto del mal; estas cosas son un derivado del movimiento-del-mundo: las sombrías flores de la falsedad, el sufrimiento y el mal tienen su raíz en el negro suelo del Inconsciente Por otra parte, no existe tal obstáculo intrínseco para el Absoluto de la Verdad y el Bien: la relatividad de la verdad y el error, del bien y del mal, es un hecho de nuestra experiencia, pero de modo parecido es un derivado, no es un permanente factor propio de la existencia; pues sólo es cierto para las evaluaciones hechas por la conciencia humana, cierto sólo para nuestro conocimiento parcial y nuestra ignorancia parcial.

La verdad es relativa para nosotros porque nuestro conocimiento está rodeado por la ignorancia. Nuestra visión exacta se detiene ante las apariencias externas que no son la verdad completa de las cosas y, si profundizamos más, las iluminaciones a que arribamos son barruntos o inferencias o intimaciones, no una visión de realidades indudables: nuestras conclusiones son parciales, especulativas o elaboradas, nuestra afirmación de ellas, que es la expresión de nuestro contacto indirecto con la realidad, tiene la naturaleza de representaciones o figuras, de imágenes-mundanas de las percepciones del pensamiento que son, ellas mismas, imágenes, no encarnaciones de la Verdad misma, ni directamente reales ni auténticas. Estas figuras o representaciones son imperfectas y opacas, y llevan consigo su sombra de nesciencia o error; pues parecen negar o excluir otras verdades e incluso la verdad que expresan no adquiere su pleno valor: es un extremo o margen de ella que se proyecta en la forma y el resto es dejado en la invisible sombra o desfigurado o inciertamente visible. Como mucho podría decirse que ninguna afirmación mental de las cosas puede ser completamente verdad; no es Verdad encarnada, pura y desnuda, sino una figura adornada, –a menudo sólo resulta visible el adorno–. Pero esta característica no es aplicable a la verdad percibida por una acción directa de la conciencia o a la verdad del conocimiento por identidad; nuestra visión puede ser limitada pero, hasta donde se extiende, es auténtica, y la autenticidad es un primer paso hacia el absoluto: el error puede apegarse a una visión directa o idéntica de las cosas por un acrecentamiento mental, mediante una errónea o ilegitima extensión o por la mala interpretación mental, pero no entra en la sustancia. Esta auténtica o idéntica visión o experiencia de las cosas es la verdadera naturaleza del conocimiento y es auto-existente dentro del ser, aunque interpretada en nuestras mentes por una secundaria formación que es inauténtica y derivada. La ignorancia en su origen no tiene esta auto-existencia ni esta autenticidad; existe por una limitación, ausencia o suspensión de conocimiento, error por una desviación de la verdad, falsedad por una distorsión de la verdad o su contradicción y negación. Pero no puede decirse lo mismo del conocimiento que en su naturaleza misma sólo existe por una limitación, ausencia o suspensión de la ignorancia: ciertamente puede emerger en la mente humana parcialmente por un proceso de tal limitación o suspensión, por el retroceso de la oscuridad desde una parcial luz, o puede tener el aspecto de ignorancia que se vuelca hacia el conocimiento; pero de hecho, surge por un nacimiento independiente desde nuestras profundidades donde tiene una existencia innata.

Del bien y el mal puede decirse que uno existe por verdadera conciencia, el otro sobrevive sólo por equivocada conciencia: si hay una verdadera conciencia sin mezcla, sólo puede existir el bien; ya no está mezclado con el mal o formado en su presencia. Los valores humanos del bien y el mal, como los de la verdad y el error, son en verdad inciertos y relativos: lo que se sostiene en un lugar o tiempo como verdad, en otro lugar y tiempo se sostiene como error; lo que se considera bien, en otro lugar y en otros tiempos se considera mal. También descubrimos lo que llamamos malos resultados en el bien, y buenos resultados en el mal. Mas este adverso producto del bien produciendo mal se debe a la confusión y mezcla del conocimiento y la ignorancia, a la penetración de la verdadera conciencia por parte de la conciencia errónea, de modo que hay una ignorante y equivocada aplicación de nuestro bien, o se debe a la intervención de fuerzas aflictivas. En el caso opuesto del mal produciendo bien, el resultado más feliz y contradictorio se debe a la intervención de alguna conciencia y fuerza verdaderas que actúan detrás y a despecho de la errónea conciencia y la errónea voluntad o se debe a la intervención de fuerzas rectificadoras. Esta relatividad, esta mezcla es una circunstancia de la mentalidad humana y de las obras de la Fuerza Cósmica en la vida humana; no se trata de la verdad fundamental de bien y mal. Podría objetarse que el mal físico, tal como el dolor y la mayor parte del sufrimiento corporal, no depende del conocimiento y la ignorancia, de la conciencia correcta y errónea, que es inherente a la naturaleza física: pero, fundamentalmente, todo dolor y sufrimiento son el resultado de una insuficiente conciencia-fuerza en el ser superficial que lo hace incapaz de tratar correctamente con el yo y la Naturaleza o incapaz de asimilar y armonizarse con los contactos de la Energía universal; no existirían si en nosotros hubiese una presencia integral de la luminosa Conciencia y Fuerza Divina de un Ser integral. Por lo tanto, la relación de la verdad con la falsedad, del bien con el mal, no es una mutua dependencia, sino que está en la naturaleza de una contradicción como la de la luz y la sombra; la sombra depende de la luz para su existencia, pero la luz no depende, para su existencia, de la sombra. La relación entre el Absoluto y estos contrarios de algunos de sus aspectos fundamentales no es que sean aspectos fundamentales opuestos del Absoluto; la falsedad y el mal no son fundamentales, carecen de poder de infinitud o ser eterno, de auto-existencia incluso por latencia en el Auto-Existente, de autenticidad de una inherencia original.

Es sin duda un hecho que manifiesta a la vez verdad o bien, la concepción de la falsedad y el mal se torna una posibilidad; pues siempre que hay una afirmación su negación se torna concebible. Así como la manifestación de la existencia, la conciencia y el deleite hizo concebible la manifestación de la no-existencia, la inconciencia y la insensibilidad y, pues es concebible, por lo tanto lo es en un modo inevitable, pues todas las posibilidades pugnan hacia la concreción hasta que la alcanzan, de igual manera ocurre con estos contrarios de los aspectos de la Existencia Divina. Puede decirse sobre esto que estos opuestos, dado que deben ser perceptibles inmediatamente por la manifestadora Conciencia en el umbral mismo de la manifestación, pueden asumir el rango de absolutos implícitos y son inseparables de toda existencia cósmica. Pero primero debe notarse que ellos resultan posibles sólo en la manifestación cósmica; no pueden preexistir en el ser intemporal, pues son incompatibles con la unidad y bienaventuranza que son su sustancia. En el cosmos tampoco pueden llegar a ser salvo por una limitación de la verdad y el bien dentro de formas parciales y relativas y por interrupción de la unidad de la existencia y la conciencia dentro de la conciencia separativa y el ser separativo. Pues donde hay unidad y reciprocidad completa de la conciencia-fuerza incluso en la multiplicidad y diversidad, allí la verdad del auto-conocimiento y mutuo conocimiento es automática y el error de la auto-ignorancia y mutua ignorancia es imposible. De igual modo también, donde la verdad existe como un todo sobre una base de auto-consciente unidad, la falsedad no puede entrar y el mal es segregado por la exclusión de la conciencia errónea y la errónea voluntad y su dinamización de la falsedad y el error. Tan pronto entra la separación, estas cosas también pueden entrar; pero incluso esta simultaneidad no es inevitable. Si hay suficiente reciprocidad, incluso en la ausencia de un sentido activo de la unidad, y si los seres separados no incumplen o se desvían de sus normas de conocimiento limitado, la armonía y la verdad pueden aún ser soberanas y el mal no tiene puerta de acceso. No existe, por lo tanto, una auténtica extensión cósmica inevitable de la falsedad y el mal así como no existe un absoluto del mal o de la falsedad; son circunstancias o resultados que surgen sólo en una cierta etapa cuando la separatividad culmina en oposición y la ignorancia en una positiva inconciencia del conocimiento y una resultante conciencia errónea y conocimiento erróneo con su contenido de errónea voluntad, erróneo sentimiento, errónea acción y errónea reacción. La cuestión es en qué coyuntura de la manifestación cósmica entran los opuestos; pues eso puede ser en alguna etapa de la creciente involución de la conciencia en la mente y vida separativas o solo tras la inmersión en la inconciencia. Esto se resuelve en la cuestión de si la falsedad, el error, la equivocación y el mal existen originalmente en los planos mental y vital y son innatos de la mente y la vida o son sólo propios de la manifestación material pues los inflige en la mente y la vida la oscuridad que surge de la Inconciencia. Puede también cuestionarse si, en caso de existir en la mente y vida suprafísicas, serían allí originales e inevitables; pues más bien pueden haber entrado como una consecuencia o una extensión suprafísica de la manifestación material. O, si eso resulta insostenible, puede ser que surgieran como una habilitadora afirmación suprafísica en la Mente y la Vida universales, una necesidad precedente para su aparición en esa manifestación a la que pertenecen más naturalmente como un producto inevitable de la Inconciencia creadora.

Durante largo tiempo la mente humana sostuvo como un conocimiento tradicional que cuando trascendemos el plano material, se descubre que también estas cosas existen en los mundos de más allá de nosotros. En estos planos de la experiencia suprafísica hay poderes y formas de la mente y vida vitales que parecen fundamento prefísico de las discordantes, defectuosas o perversas formas o poderes de la mente-vital y de la vida que parecen ser la fundación pre-física de las formas discordantes, defectuosas o perversas y poderes de la mente-vital y de la fuerza-vital que hallamos en la existencia terrestre. Hay fuerzas, y la experiencia subliminal parece demostrar que hay seres suprafísicos corporizando aquellas fuerzas, que están apegados, en su naturaleza-raíz, a la ignorancia, a la oscuridad de la conciencia, al mal uso de la fuerza, a la perversidad del deleite, a todas las causas y consecuencias de las cosas que llamamos mal. Estos poderes, seres, o fuerzas están en actividad para imponer sus adversas construcciones sobre las criaturas terrestres; ávidas de mantener su reino en la manifestación, se oponen al incremento de la luz, la verdad y el bien y, aún más, son antagonistas del progreso del alma hacia una conciencia divina y una existencia divina. Esta es la característica existencial que vemos figurada en la tradición del conflicto entre los Poderes de la Luz y la Oscuridad, del Bien y el Mal, de la Armonía cósmica y de la Anarquía cósmica, una tradición universal en el antiguo mito y en la religión y común a todos los sistemas del conocimiento oculto.

La teoría de este conocimiento tradicional es perfectamente racional y verificable por la experiencia interior, y se impone si admitimos lo suprafísico y no nos constreñimos a la aceptación del ser material como la única realidad. Así como hay un Yo y Espíritu cósmicos que penetran y sostienen el universo y sus seres, de igual manera también hay una Fuerza cósmica que mueve todas las cosas y en esta original Fuerza cósmica dependen y actúan muchas Fuerzas cósmicas, que son sus poderes o surgen como formas de su acción universal. Cualquier cosa que se formule en el universo tiene una Fuerza o Fuerzas que la sostienen, buscan realizarla o fomentarla, descubren su fundamento en su funcionamiento, su probabilidad de éxito en su éxito, en su crecimiento y en su perseverancia, su auto-realización o su prolongación del ser en su victoria o supervivencia. Así como hay Poderes del Conocimiento o Fuerzas de la Luz, de igual manera hay Poderes de la Ignorancia y tenebrosas Fuerzas de la Oscuridad que trabajan para prolongar el reino de la Ignorancia y la Inconciencia. Así como hay Fuerzas de la Verdad, de igual manera hay Fuerzas que viven por la Falsedad y la sostienen y trabajan en pos de su victoria; así como hay poderes cuya vida está íntimamente ligada a la existencia, la idea y el impulso del Bien, de igual manera hay Fuerzas cuya vida está ligada a la existencia, la idea y el impulso del Mal. Todo ello es esta verdad de lo cósmico Invisible que estaba simbolizada en la antigua creencia de una lucha entre los poderes de la Luz y la Oscuridad, del Bien y del Mal por la posesión del mundo y el gobierno de la vida humana; –éste fue el significado de la contienda entre los Dioses Védicos y sus oponentes, hijos de la Oscuridad y la División, figurados en una tradición posterior como Titán, Gigante y Demonio, Asura, Rakshasa, Pisacha–; la misma tradición se halla en el Doble Principio Zoroastriano y la posterior oposición semítica de Dios y sus ángeles por un lado y de Satán y sus huestes por el otro, –Personalidades y Poderes invisibles que atraen al hombre hacia la Luz, la Verdad y el Bien divinos o lo tientan hacia la sujeción al principio no-divino de la Oscuridad, la Falsedad y el Mal–. El pensamiento moderno no admite otras fuerzas invisibles que aquellas reveladas o elaboradas por la Ciencia; no cree que la Naturaleza sea capaz de crear otros seres que aquellos que nos rodean en el mundo físico: hombres, bestias, pájaros, reptiles, peces, insectos, gérmenes y animalillos. Pero si hay cósmicas e invisibles fuerzas físicas en su naturaleza que actúan sobre el cuerpo de objetos inanimados, no hay razón válida de por qué no ha de haber cósmicas e invisibles fuerzas mentales y vitales en su naturaleza que actúen sobre su mente y su fuerza vital. Y si la Mente y la Vida, fuerzas impersonales, forman seres conscientes o usan personas para corporizarlas en formas físicas y en un mundo físico y pueden actuar sobre la Materia y a través de la Materia, no resulta imposible que en sus propios planos hayan de formar seres conscientes cuya sustancia más sutil sea invisible para nosotros o que hayan de ser capaces de actuar desde aquellos planos sobre los seres de la Naturaleza física. Cualquiera que sea la realidad o mítica irrealidad que podamos adscribir a las tradicionales figuras de la creencia o experiencia pasadas humanas, serían entonces representaciones de cosas que son verdaderas en principio. En ese caso, la fuente primera del bien y del mal no estaría en la vida terrestre ni en la evolución de la Inconciencia, sino en la Vida misma, su fuente sería suprafísica y bien y mal ,así como otros opuestos, se reflejarían aquí desde una mayor Naturaleza suprafísica.

Es cierto que cuando nos sumimos muy profundamente en nosotros mismos lejos de la apariencia superficial, descubrimos que la mente, el corazón y el ser sensitivo del hombre se mueven mediante fuerzas que no están bajo su control y que él puede llegar a ser un instrumento en manos de Energías de carácter cósmico sin conocer el origen de sus acciones. Es retrotrayéndose de la superficie física dentro de su ser interior y conciencia subliminal que toma conciencia directamente de ellas, y es capaz de conocer directamente y tratar con su acción sobre él. Va tomando conciencia de intervenciones que procuran guiarlo en una dirección u otra, de sugestiones e impulsos que se disfrazaron de movimientos originales de su propia mente y contra los cuales tuvo que luchar. Puede advertir que no es una criatura consciente inexplicablemente producida, en un mundo inconsciente, desde una simiente de la Materia inconsciente y desplazándose en una obscura auto-ignorancia, sino un alma corporizada a través de cuya acción la Naturaleza cósmica procura realizarse, el motivo viviente de un vasto debate entre una oscuridad de la Ignorancia de la cual emerge aquí, y una luz del Conocimiento que crece hacia arriba en pos de una culminación imprevista. Las Fuerzas que procuran moverlo, y entre ellas las Fuerzas del bien y el mal, se presentan como poderes de la Naturaleza universal; pero parecen pertenecer no sólo al universo físico, sino también a los planos de la Vida y la Mente más allá de él. Lo primero que podemos notar de importancia sobre el problema que nos preocupa es que estas Fuerzas en su acción parecen a menudo sobrepasar las medidas de la relatividad humana; son en mayor acción superhumanas, divinas, titánicas o demoníacas, pero pueden crear sus formaciones en él en grande o en pequeño, en su grandeza o en su pequeñez, pueden capturarlo y conducirlo por momentos o por períodos, pueden influir sus impulsos o sus actos o poseer su naturaleza toda. Si esa posesión tiene lugar, puede verse impulsado a un exceso de normal humanidad de bien o mal; el mal en especial tiene formas chocantes para el principio de humana mesura, que trascienden los límites de la personalidad humana, y se aproximan a lo gigantesco, a lo excesivo, a lo inconmensurable. Puede entonces cuestionarse si no es un error negar carácter absoluto al mal; pues así como hay un impulso, una aspiración, un anhelo en el hombre hacia una verdad, bien y belleza absolutos, de igual modo estos movimientos –al igual que las trascendentes intensidades alcanzables por el dolor y el sufrimiento– parecen indicar el intento de auto-realización de un mal absoluto. Pero lo inconmensurable no es un signo de lo absoluto; pues lo absoluto no es en sí una cosa de magnitud; está más allá de la medida, no en el solo sentido de la vastedad, sino en la libertad de su ser esencial; puede manifestarse en lo infinitesimal, al igual que en el infinito. Es cierto que cuando pasamos de lo mental a lo espiritual, –y éste es un pasaje hacia lo absoluto–, una sutil amplitud, y una creciente intensidad de luz, de poder de paz y de éxtasis marcan nuestra salida de nuestras limitaciones: pero esto es al principio sólo un signo de libertad, de altura, de universalidad, todavía no de un absoluto interior de la auto-existencia que es la esencia de la materia. A este absoluto el dolor y el mal no lo pueden alcanzar; están ligados a la limitación y son derivados. Si el dolor se torna inconmensurable, se termina o concluye aquello en lo que se manifiesta, o cae en la insensibilidad o, en raras circunstancias, puede convertirse en un éxtasis de Ananda. Si el mal deviniese único e inconmensurable, destruiría el mundo o destruiría lo que lo lleva y sostiene; devolvería tanto las cosas como a sí mismo, por desintegración, a la no-existencia. Sin duda, los Poderes que sostienen la oscuridad y el mal tienden, por la magnitud de su auto-agrandamiento, a alcanzar una apariencia de infinitud, pero la inmensidad es todo lo que ellos pueden alcanzar y no la infinitud; o, a lo más, son capaces de representar su elemento como una suerte de abismal infinito conmensurado con el Inconsciente, pero es un falso infinito. La auto-existencia, en esencia o por una eterna inherencia al Auto-Existente, es la condición de lo absoluto: el error, la falsedad y el mal son poderes cósmicos, pero relativos en su naturaleza no absolutos, dado que dependen para la existencia de la perversión o contradicción de sus opuestos y no son, como la verdad y el bien, absolutos auto-existentes, aspectos inherentes del Auto-existente supremo.

Un segundo punto en cuestión emerge de la evidencia dada por la existencia suprafísica y prefísica de estos oscuros opuestos: pues eso sugiere que pueden, después de todo, ser originales principios cósmicos. Pero es de notar que su apariencia no se extiende más arriba que los inferiores planos-vitales suprafísicos; son “poderes del Príncipe del Aire”, –el aire es en el antiguo simbolismo el principio de la vida y, por lo tanto, de los mundos-medios en los que el principio vital es predominante y esencial–. Los opuestos adversos no son, entonces, poderes primarios del cosmos, sino creaciones de la Vida o de la Mente en la vida. Sus aspectos e influencias suprafísicas en la naturaleza-terrena pueden explicarse por la coexistencia de mundos de una descendente involución con mundos paralelos de una evolución ascendente, no precisamente creada por la existencia-terrestre, sino creada como un anexo para el orden-mundial descendente y un soporte preparado para las evolutivas formaciones terrestres; aquí puede aparecer el mal, no como inherente a toda la vida, sino como una posibilidad y una preformación que hace inevitable su formación en el emerger evolutivo de la conciencia desde el Inconsciente. Sin embargo esto puede ser, es como un resultado de la Inconciencia por él que podemos observar y entender mejor el origen de la falsedad, del error, de la equivocación y del mal, pues es en el retorno de la Inconciencia hacia la Conciencia que pueden verse tomando su formación y es allí que parecen ser normales e incluso inevitables.

El primer emerger del Inconsciente es la Materia, y en la Materia parecería que la falsedad y el mal no pueden existir, porque ambos son creados por una conciencia superficial dividida e ignorante y por sus reacciones. No existe tal activa organización superficial de la conciencia, ni tales reacciones en las fuerzas u objetos materiales: cualquiera que sea la secreta conciencia inmanente que pueda haber en ellos parece ser una sola, indiferenciada, muda: inertemente inherente e intrínseca a la Energía que constituye el objeto, efectiviza y mantiene la forma mediante la silente Idea oculta en ella, pues, de otro modo es auto-arrebato en la forma de la energía que la ha creado, no-comunicante, e inexpresiva. Incluso si se diferencia de acuerdo con la forma de la Materia en una correspondiente forma del auto-ser rupam rupam pratirupo babhuva, no hay organización psicológica ni sistema de acciones o reacciones conscientes. Es sólo mediante el contacto con seres conscientes que los objetos materiales ejercen poderes o influencias que pueden llamarse buenas o malas: pero ese bien o mal está determinado por la sensación de ayuda o perjuicio por parte de los seres con que se toma contacto, de beneficio o daño por parte de ellos; estos valores no pertenecen al objeto material sino a alguna Fuerza que lo usa o son creados por la conciencia que entra en contacto con él. El fuego calienta al hombre o lo quema, pero todo depende de su uso involuntario o a sabiendas; una hierba medicinal cura o un veneno mata, mas el valor del bien o del mal se pone en acción a través de quien lo emplea: ha de notarse también que un veneno tanto puede curar como matar, una medicina mata o daña al igual que cura o beneficia. El mundo de la pura Materia es neutro, irresponsable; estos valores en los que persiste el ser humano no existen en la Naturaleza material: así como una Naturaleza superior trasciende la dualidad de bien y mal, de igual modo esta Naturaleza inferior cae debajo de ella. La cuestión puede empezar a asumir un aspecto diferente si vamos detrás del conocimiento físico y aceptamos las conclusiones de una indagación oculta, –pues aquí se nos dijo que hay influencias conscientes que se apegan a los objetos y éstos pueden ser buenos o malos–; pero también puede sostenerse que esto no afecta la neutralidad del objeto, que no actúa mediante una conciencia individualizada sino sólo en la medida en que es utilizado para el bien o para el mal o para ambos juntos: la dualidad del bien y el mal no es innata del principio material, está ausente del mundo de la Materia.

La dualidad empieza con la vida consciente y emerge plenamente con el desarrollo de la mente en la vida; la mente vital, la mente del deseo y la sensación, es la creadora del sentido del mal y del hecho del mal. Es más, en la vida animal, el hecho del mal está allí, el mal del sufrimiento y el sentido del sufrimiento, el mal de la violencia y la crueldad, la lucha y la decepción, pero el sentido del mal moral está ausente; en la vida animal no hay dualidad de pecado o virtud, toda acción es neutra y permisible para la preservación de la vida y su mantenimiento y para la satisfacción de los instintos-vitales. Los valores sensorios del bien y el mal son inherentes a la forma del dolor y del placer, de la satisfacción vital y de la frustración vital, pero la idea mental y la respuesta moral de la mente a estos valores son una creación del ser humano. No se colige, como podría apresuradamente inferirse, que sean irrealidades, sólo construcciones mentales, y que el único modo verdadero de recibir las actividades de la Naturaleza sea una neutra indiferencia o una equitativa aceptación o, intelectualmente, una admisión de todo lo que pueda ella hacer como ley divina o natural en la que todo resulta imparcialmente admisible. Ése es ciertamente un solo lado de la verdad: hay una verdad infra-racional de la Vida y la Materia que es imparcial y neutra, y admite todas las cosas como hechos de la Naturaleza y útiles para la creación, preservación o destrucción de la vida, tres movimientos necesarios de la Energía universal que son conexamente indispensables y, cada cual en su sitio, de igual valor. Hay también una verdad de la separada razón que puede considerar todo lo así admitido por la Naturaleza como útil para sus procesos en la vida y la materia, y observar todo cuanto existe con inconmovible y neutra imparcialidad y aceptación: ésta es una razón filosófica y científica que testimonia y procura entender pero considera fútiles las actividades de la Energía cósmica. Hay también una verdad supra-racional que se formula en la experiencia espiritual que puede observar el juego de la posibilidad universal, aceptar todo imparcialmente como las características y consecuencias verdaderas y naturales de un mundo de ignorancia e inconciencia, o admitir todo con calma y compasión como parte de la obra divina, pero mientras espera el despertar de una conciencia y conocimiento superiores como único escape de lo que se le presente como mal, está lista con la ayuda e intervención donde verdaderamente eso resulta útil y posible. Pero, no obstante, está también esta otra verdad media de la conciencia que nos despierta a los valores del bien y el mal, y a la apreciación de su necesidad e importancia; este despertar, cualquiera que sea la sanción o la validez de sus juicios particulares, es uno de los pasos indispensables en el proceso de la Naturaleza evolutiva.

¿Pero de dónde procede, entonces, este despertar? ¿Qué es lo que en el ser humano origina y da su poder y lugar al sentido del bien y del mal? Si consideramos solamente el proceso, podemos estar de acuerdo en que es la mente vital la que hace la distinción. Su primera evaluación es sensoria e individual, –todo cuanto es agradable, útil, beneficioso para el ego-vital es bueno, todo cuanto es desagradable, maligno, injurioso o destructivo es malo–. Su evaluación siguiente es utilitaria y social: todo lo que se considera útil para la vida asociada, todo lo que reclama del individuo a fin de quedar en asociación y regular la asociación para el mejor mantenimiento, satisfacción, evolución, buen orden de la vida asociada y sus unidades, es bueno; todo cuanto tiene en la visión de la sociedad un efecto o tendencia contrarios es malo. Pero la mente pensante llega entonces con sus propias evaluaciones y pugna por descubrir desde una base intelectual, una idea de la ley o principio, racional o cósmico, una ley del Karma tal vez o un sistema ético fundado en la razón o en una base estética, emocional o hedonista. La religión trae consigo sus sanciones; hay una palabra o ley de Dios que prescribe la rectitud aunque la Naturaleza permita o estimule lo contrario, –o tal vez la Verdad y la Rectitud son ellas mismas Dios y no hay otra Divinidad–. Pero, detrás de toda esta convalidación práctica o racional del humano instinto ético hay un sentimiento que es algo más profundo: todas estas normas son demasiado estrictas y rigurosas o complejas y confusas, inciertas, sujetas a la alteración por cambio o evolución mental o vital; empero se siente que hay una más profunda verdad inmanente y algo dentro de nosotros que puede tener la intuición de esa verdad, –en otras palabras, que la sanción real es interior, espiritual y psíquica–. La designación tradicional de este testigo interior es conciencia, un poder de percepción en nosotros semi-mental, semi-intuitivo; pero éste es algo superficial, elaborado, no-confiable: hay en verdad dentro de nosotros, aunque menos fácilmente activo, más enmascarado por los elementos superficiales, un más profundo sentido espiritual, el discernimiento del alma, una innata luz dentro de nuestra naturaleza.

¿Cuál es entonces este testigo espiritual o psíquico o cuál es para él el valor del sentido del bien y del mal? Puede sostenerse que el único uso del sentido del pecado y el mal es que el ser corporizado puede tomar conciencia de la naturaleza de este mundo de inconciencia e ignorancia, despertar a un conocimiento de su mal y sufrimiento y a la naturaleza relativa de su bien y felicidad y apartarse de ello hacia lo que es absoluto. O puede que su uso espiritual consista en purificar la naturaleza mediante la persecución del bien y la negación del mal hasta que esté listo para percibir el bien supremo y apartarse del mundo en pos de Dios, o, como en la insistente ética budista, puede servir para preparar la disolución del ignorante ego-complejo y el escape de la personalidad y el sufrimiento. Pero también puede ser que este despertar sea una necesidad espiritual de la evolución misma, un paso hacia el crecimiento del ser desde la Ignorancia hasta la verdad de la unidad divina y la evolución de una conciencia divina y un ser divino. Pues mucho más que la mente o la vida que pueden volverse hacia el bien o el mal, está la personalidad-anímica, el ser psíquico, que insiste en la distinción, aunque en un mayor sentido que el de la mera diferencia moral. Es el alma en nosotros que se vuelve siempre hacia la Verdad, el Bien y la Belleza, porque es por estas cosas que crece de estatura; el resto, sus opuestos, son parte necesaria de la experiencia, pero han de decrecer con el crecimiento espiritual del ser. La fundamental entidad psíquica en nosotros tiene el deleite de la vida y toda la experiencia como parte de la progresiva manifestación del espíritu, mas el principio mismo de su deleite vital es reunir a partir de todos los contactos y sucesos su divino sentido y esencia secretos, un uso y propósito divinos de modo que, por experiencia, nuestra mente y nuestra vida crezcan desde la Inconciencia hacia una conciencia suprema, desde las divisiones de la Ignorancia hacia una conciencia y conocimiento integradores. Está allí para eso y persigue de una vida a otra su siempre-creciente tendencia e insistencia hacia arriba; el crecimiento del alma es un crecimiento desde la oscuridad hacia la luz, desde la falsedad hacia la verdad, desde el sufrimiento hacia su propio Ananda supremo y universal. La percepción anímica del bien y el mal puede no coincidir con las normas artificiales de la mente, sino que tiene un sentido más profundo, una segura discriminación entre lo que apunta a la Luz superior y lo que apunta fuera de ella. Es verdad que así como la luz inferior está debajo del bien y el mal, de igual manera la luz espiritual superior está más allá del bien y del mal; más esto no es en el sentido de admitir todas las cosas con una neutralidad imparcial o de obedecer igualmente los impulsos del bien y el mal, sino en el sentido de que interviene una ley superior del ser en la que ya no hay lugar ni utilidad para estos valores. Hay una auto-ley de la Verdad suprema que está por encima de todas las normas; hay un Bien supremo y universal, inherente, intrínseco, auto-existente, auto-consciente, auto-movido y determinado, infinitamente plástico con la pura plasticidad de la luminosa conciencia del supremo Infinito.

Entonces, si el mal y la falsedad son productos naturales de la Inconciencia, resultados automáticos de la evolución vital y mental de ella en el proceso de la Ignorancia, hemos de ver cómo surgen, de qué dependen para su existencia y cuál es el remedio o escape. En el emerger superficial de la conciencia mental y vital desde la Inconciencia ha de hallarse el proceso por el cual estos fenómenos llegan a ser. Aquí también hay dos factores determinantes, –y éstos son la causa eficiente del emerger simultáneo de la falsedad y el mal–. Primero, hay una conciencia subyacente y aún oculta y un poder del conocimiento inherente y hay también un sobreyacente estrato de lo que podría llamarse indeterminada o mal-formada materia de la conciencia vital y física; a través de este oscuro y difícil medio la mentalidad que emerge tiene que forzar su camino e imponerse en él mediante un conocimiento elaborado y no ya inherente, pues esta materia está aún llena de nesciencia, pesadamente agobiada y envuelta con la inconciencia de la Materia. Luego, el emerger tiene lugar en una separada forma de la vida que ha de afirmarse contra un principio de inanimada inercia material y un constante tironeo de esa inercia material hacia la desintegración y una recaída en la inanimada Inconciencia original. Esta separada forma-vital tiene también que afirmarse, sostenerse sólo mediante un limitado principio de asociación, contra un mundo externo que es, si no hostil a su existencia, con todo lleno de peligros y sobre los que ha de imponerse, conquistar espacio-vital, arribar a la expresión y propagación, si desea sobrevivir. El resultado de un emerger de la conciencia en estas condiciones es el crecimiento de un auto-afirmante individuo vital y físico, una construcción de la Naturaleza de la vida y la materia con un oculto individuo verdadero, psíquico o espiritual, detrás de ella, para el que la Naturaleza crea este medio eterno de expresión. En la medida en que crece la mentalidad, este individuo vital y material toma la forma más desarrollada de un constantemente auto-afirmante ego mental, vital y físico. Nuestra conciencia superficial y tipo de existencia, nuestro ser natural ha desarrollado su carácter actual bajo la compulsión de estos dos hechos iniciales y básicos del emerger evolutivo.

En su primera apariencia la conciencia tiene la apariencia de un milagro, de un poder ajeno a la Materia que se manifiesta inexplicablemente en un mundo de naturaleza inconsciente, y crece lentamente y con dificultad. El conocimiento es adquirido, creado a partir de nada, aprendido, incrementado, acumulado por una efímera criatura ignorante en la que, al nacer, está enteramente ausente o presente solamente, no como conocimiento, sino en la forma de una heredada capacidad propia de la etapa de desarrollo de esta ignorancia que aprende lentamente. Podría conjeturarse que la conciencia es sólo la Inconciencia original que registra mecánicamente los hechos de la existencia en las células cerebrales con un reflejo o respuesta en las células que automáticamente leen el registro y dictan su respuesta; el registro, reflejo y respuesta juntos constituyen lo que se presenta como conciencia. Pero esto evidentemente no es la verdad toda, pues tal concepto de la conciencia podría valer para la observación y la acción mecánica, –aunque no resulta claro cómo un registro y una respuesta inconscientes pueden tornarse una observación consciente, un sentido consciente de las cosas y sensitivo del yo–, mas no puede tenerse en cuenta de manera creíble para la ideación, imaginación, especulación, el libre juego del intelecto con su material observado. La evolución de la conciencia y el conocimiento no pueden ser consideradas para las funciones citadas, a menos que haya ya una conciencia oculta en las cosas con sus inherentes e innatos poderes emergiendo poco a poco. Además, los hechos de la vida animal y las operaciones de la mente que emerge en la vida nos imponen la conclusión de que hay, en esta conciencia oculta, un Conocimiento o poder subyacente del conocimiento que llega a la superficie por la necesidad de los contactos-vitales con el entorno.

El individual ser animal en su primera auto-afirmación consciente ha de confiar en dos fuentes de conocimiento. Así como es nesciente y desamparado, una muy pequeña porción de desinformada conciencia superficial en un mundo desconocido para él, la secreta Fuerza-Consciente envía para él, a esta superficie, el mínimo de intuición necesaria para mantener su existencia y llevar a cabo las operaciones indispensables para la vida y la supervivencia. Esta intuición no es poseída por el animal, sino que lo posee y lo mueve; es algo que manifiesta de sí en el meollo de la sustancia vital y física de la conciencia bajo la presión de una necesidad y para la ocasión necesaria: pero al mismo tiempo un resultado superficial de esta intuición acumula y toma la forma de un instinto automático que trabaja en cualquier ocasión en que a ella se recurra; este instinto pertenece a la raza y es acordado al nacer a sus miembros individuales. La intuición, cuando ocurre o recurre, es infalible; el instinto es automáticamente acertado como una regla general, pero puede equivocarse, pues falla o yerra cuando la conciencia superficial o una mal desarrollada inteligencia interfiere o si el instinto continúa actuando mecánicamente cuando, debido la modificadas circunstancias, la necesidad o las circunstancias apremiantes ya no existen. La segunda fuente del conocimiento es el contacto superficial con el mundo fuera del natural ser individual; es este contacto él que es la primera causa de una consciente sensación y percepción-sensoria y, por ende, de inteligencia. Si no hubiese una conciencia subyacente, el contacto no crearía ninguna percepción ni reacción; eso se debe a que el contacto estimula, en un sentimiento y una respuesta superficial, lo subliminal de un ser ya vitalizado por el principio-vital subconsciente y sus necesidades primarías y que busca que una conciencia superficial empiece a formarse y desarrollarse. Intrínsecamente, el emerger de una conciencia superficial por fuerza de los contactos vitales se debe al hecho de que tanto el sujeto como el objeto del contacto por la fuerza-consciente ya existen en la latencia subliminal: cuando el principio-vital está listo, suficientemente sensitivo en el sujeto, la receptora del contacto, esta conciencia subliminal, emerge en una respuesta al estímulo que empieza a constituir una mente vital o viva, la mente del animal, y entonces, en el curso de la evolución, una inteligencia pensante. La conciencia secreta se traduce en la sensación y percepción superficiales, la fuerza secreta hace lo propio en el impulso superficial.

Si esta subyacente conciencia subliminal pasase a la superficie se produciría un encuentro directo entre la conciencia del sujeto y el contenido del objeto y el resultado sería un conocimiento directo; pero esto no es posible, primero, debido al veto u obstrucción de la Inconciencia y, segundo, debido a que la intención evolutiva consiste en desarrollarse lentamente a través de una imperfecta pero creciente conciencia superficial. Por lo tanto, la secreta conciencia-fuerza ha de limitarse a traducirse imperfectamente en unas superficiales vibración y operación vitales y mentales y está forzada por la ausencia, retroceso o insuficiencia de la conciencia directa para desarrollar órganos e instintos para un conocimiento indirecto. Esta creación de un conocimiento e inteligencia externos tiene lugar en una ya preparada estructura consciente indeterminada que es la más primitiva formación sobre la superficie. Al principio, esta estructura es sólo una formación mínima de la conciencia con una vaga percepción sensoria y un impulso-de-respuesta; pero en la medida en que aparecen más organizadas formas de vida, esto crece en una mente-vital y una inteligencia vital grandemente mecánicas y automáticas al principio y contraídas sólo a necesidades prácticas, deseos e impulsos. Toda esta actividad es, en su inicio, intuitiva e instintiva; la conciencia subyacente se traduce en el substratum superficial en movimientos automáticos de la materia consciente de la vida y el cuerpo: los movimientos mentales, cuando aparecen, están envueltos en estos automatismos, se producen como una notación mental subordinada dentro de la predominante notación-sensoria vital. Pero lentamente la mente inicia su tarea de liberarse; aún trabaja para el instinto-vital, la necesidad-vital y el deseo vital, pero emergen sus propias características especiales: observación, invención, recursos, intención, ejecución de propósitos, mientras la sensación y el impulso les añaden la emoción y aportan un más sutil y fino impulso y valor afectivos a la cruda reacción vital. La mente está todavía muy envuelta en la vida y sus supremas operaciones puramente mentales no son evidentes; acepta todavía un vasto fondo de instinto y vital intuición como su sostén, y la inteligencia desarrollada, aunque creciendo siempre tal como el animal asciende en la escala-vital, es una superestructura añadida.

Cuando la inteligencia humana se suma a la base animal, esta base aún sigue presente y activa, pero cambiada en gran medida, sutilizada y elevada por la voluntad e intención conscientes; la vida automática del instinto y la intuición vital disminuyen y no pueden mantener su original proporción predominante en la auto-consciente inteligencia mental. La intuición se torna menos puramente intuitiva: aunque todavía hay una fuerte intuición vital, su carácter vital está oculto por la mentalización, y la intuición mental es con mayor frecuencia una mezcla, no el artículo puro, pues se le añade una aleación para tornarla mentalmente fluida y útil. En el animal, la conciencia superficial también puede obstruir o alterar la intuición pero, debido a que su capacidad es menor, interfiere menos con la automática, mecánica e instintiva acción de la Naturaleza: en el hombre mental, cuando la intuición surge hacia la superficie, es atrapada de inmediato antes que llegue y es traducida en términos de inteligencia-mental con una glosa o interpretación mental añadida que oculta el origen del conocimiento. El instinto es también privado de su carácter intuitivo al ser asumido y mentalizado, y mediante ese cambio se torna menos seguro, aunque más asistido, cuando no reemplazado, por el plástico poder de adaptación de las cosas y auto-adaptación propia de la inteligencia. El emerger de la mente en la vida trae un inmenso incremento del alcance y capacidad de la evolutiva conciencia-fuerza; pero también trae un inmenso incremento en el alcance y capacidad del error. Pues la mente evolutiva remolca constantemente al error como si fuese su sombra, una sombra que se desarrolla con el creciente cuerpo de la conciencia y el conocimiento.

Si en la evolución la mente superficial estuviese siempre abierta a la acción de la intuición, no sería posible la intervención del error. Pues la intuición es un hilo de luz lanzado por la supermente secreta, y la consecuencia sería una verdad-conciencia que emerge, aunque limitada, pero segura en su acción. El instinto, si ha de formarse, sería plástico para la intuición y se adaptaría libremente al cambio evolutivo y al cambio de la circunstancia interior o ambiental. La inteligencia, si ha de formarse, se supeditaría a la intuición y sería su expresión mental precisa; su brillantez tal vez se modularía para adaptarse a una acción disminuida sirviendo como una función y movimiento menores, no como ahora, que son mayores, pero eso no sería inconstante por la desviación, no caería por sus partes de siniestra oscuridad en lo falso o falible. Pero esto no podría ser, porque el aferrarse de la Inconciencia a la Materia, a la sustancia superficial, en la que la mente y la vida han de expresarse, torna a la conciencia superficial obscura y no-responsiva a la luz interior; está impelida aún más a conservar este defecto, a sustituir cada vez más sus incompletas pero mejor captadas claridades propias por las incontables intimaciones interiores, porque un rápido desarrollo de la verdad-conciencia no es la intención de la Naturaleza. Pues el método escogido por ella es una evolución lenta y difícil de la Inconciencia que se desarrolla en la Ignorancia, y de la Ignorancia que se forma en un conocimiento mixto, modificado y parcial antes que pueda estar lista para la transformación en una verdad-conciencia y verdad-conocimiento superiores. Nuestra imperfecta inteligencia mental es una etapa necesaria de transición antes que pueda ser posible esta transformación superior.

En la práctica hay dos polos del ser consciente entre los cuales trabaja el proceso evolutivo, uno, una nesciencia superficial que tiene que cambiar gradualmente en conocimiento, el otro, una secreta Conciencia-Fuerza en la que está todo poder del conocimiento y que ha de manifestarse lentamente en la nesciencia. La nesciencia superficial plena de incomprehensión e inaprehensión puede cambiar en conocimiento porque la conciencia está allí envuelta en ella; si fuese intrínsecamente una entera ausencia de conciencia, el cambio sería imposible: pero aún funciona como una inconciencia que procura ser consciente; al principio es una nesciencia compelida por la necesidad e impacto externo del sentimiento y respuesta, y luego una ignorancia que se afana por conocer. El medio usado es un contacto con el mundo y sus fuerzas y objetos que, como el restregar de la yesca, crea una chispa de conciencia; la respuesta desde el interior es esa chispa que brota hacia la manifestación. Pero la nesciencia superficial, al recibir una respuesta desde una fuente subyacente del conocimiento, la somete y la cambia en algo oscuro e incompleto; hay una imperfecta captación o falsa impresión de la intuición que responde al contacto: empero, mediante este proceso empieza una iniciación de conciencia responsiva, una primera acumulación de inveterado o habitual conocimiento instintivo, y sobre eso sigue primero una primitiva y luego una desarrollada capacidad de conciencia receptiva, entendimiento, respuesta de acción, iniciación previsora de acción, –una conciencia evolutiva que es semi-conocimiento, semi-ignorancia–. Todo eso que es desconocido se encuentra sobre la base de lo que es conocido; pero como este conocimiento es imperfecto, como recibe imperfectamente y responde imperfectamente a los contactos de las cosas, puede haber una falsa impresión de los nuevos contactos al igual que una falsa impresión o deformación de la respuesta intuitiva, una doble fuente de error.

En estas condiciones resulta evidente que el Error es compañía necesaria, casi condición e instrumentación necesarias, un paso o etapa indispensables en la lenta evolución en pos del conocimiento en una conciencia que empieza desde la nesciencia y trabaja en la materia de una nesciencia general. La conciencia evolutiva ha de adquirir conocimiento por un medio indirecto que ni siquiera da una certeza fragmentaria; pues al principio sólo hay una figura o signo, una imagen o una vibración de carácter físico, creada por contacto con el objeto y una resultante sensación vital que ha de ser interpretada por la mente y el sentido y devuelta en una correspondiente idea o figura mentales. Las cosas así experimentadas y mentalmente conocidas han de relacionarse juntas; las cosas desconocidas han de ser observadas, descubiertas, adaptadas a la ya adquirida suma de experiencia y conocimiento. A cada paso se presentan diferentes posibilidades de hecho, significación, juicio, interpretación, relación; algunas han de comprobarse y rechazarse, otras, aceptarse y confirmarse: excluir el error es imposible sin limitar las posibilidades de adquisición de conocimiento. La observación es el primer instrumento de la mente, pero la observación misma es un complejo proceso abierto a cada paso a los errores de la ignorante conciencia observadora; la mala impresión del hecho por los sentidos y la mente-sensoria, la omisión, la selección y acoplamiento equivocados, los añadidos inconscientes efectuados por una impresión personal o una reacción personal, crean un cuadro compuesto falso e imperfecto; a estos errores se suman los errores de inferencia, juicio e interpretación de los hechos por la inteligencia: cuando ni siquiera los datos son seguros o perfectos, las conclusiones elaboradas sobre ellos deben también ser inseguras e imperfectas.

La conciencia en su adquisición de conocimiento parte de lo conocido a lo desconocido; construye una estructura de experiencia adquirida, de recuerdos, impresiones y juicios, un compuesto plan mental de las cosas que pertenece a la naturaleza de una movediza y siempre modificable fijación. En la recepción del nuevo conocimiento, lo que llega para ser recibido es juzgado a la luz del conocimiento pasado y adaptado a la estructura; si no puede adaptarse apropiadamente, es acoplado de cualquier modo o rechazado: pero el conocimiento existente y sus estructuras o normas pueden no aplicarse al nuevo objeto o nuevo campo del conocimiento, la adaptación puede ser una mala adaptación o el rechazo puede ser una respuesta errónea. A la mala impresión y a la equivocada interpretación de los hechos, se añade mala aplicación del conocimiento, mala combinación, mala construcción, mala representación, una complicada maquinaria del error mental. En toda esta ilusionada oscuridad de nuestras partes mentales trabaja una intuición secreta, un-impulso-de-la-verdad que corrige o apremia a la inteligencia para que corrija lo que es erróneo, para que se afane en pos de un cuadro verdadero de las cosas y un verdadero conocimiento interpretativo. Pero la intuición misma está limitada en la mente humana por la mala impresión mental de sus intimaciones y es incapaz de actuar por sus propios fueros; pues si se tratase de intuición física, vital o mental, ha de presentarse a fin de ser recibida, no desnuda y pura, sino ataviada con una cobertura mental o enteramente envuelta en una amplia vestidura mental; disfrazada de ese modo, su naturaleza verdadera no puede reconocerse ni entenderse su relación con la mente y su oficio, y su modo de trabajar es ignorado por la apresurada y semi-consciente inteligencia humana. Hay intuiciones de realidad, de posibilidad, de la determinante verdad detrás de las cosas, pero la mente las confunde a todas una con otra. El carácter del conocimiento humano es una gran confusión de material semi-captado y con el que se ensaya una construcción experimental, una representación o estructura mental de la figura del yo y las cosas, rígidas y caóticas, semi-formadas y dispuestas medio-revueltas, semi-verdaderas y semi-erróneas, mas siempre imperfectas.

El error por sí mismo, sin embargo, no importaría para la falsedad; sería sólo una imperfección de la verdad, una prueba, un ensayo de posibilidades: pues cuando no sabemos, han de admitirse posibilidades no probadas e inciertas y, aunque como resultado se construya una imperfecta o inapropiada estructura del pensamiento, con todo, puede justificarse abriéndose al nuevo pensamiento en inesperadas direcciones y su disolución y reconstrucción o el descubrimiento de alguna verdad que ocultó podría aumentar nuestra cognición o nuestra experiencia. A pesar de la mezcla creada, el crecimiento de la conciencia, la inteligencia y la razón podrían arribar, a través de esta verdad mixta, a una más clara y verdadera figura del auto-conocimiento y el conocimiento-del-mundo. La obstrucción de la inconciencia original y envolvente disminuiría, y una creciente conciencia mental alcanzaría una claridad y totalidad que capacitaría a los ocultos poderes del conocimiento directo y del proceso intuitivo para emerger, utilizaría los preparados e iluminados instrumentos y haría de la inteligencia-mental su verdadero agente y constructor-de-la-verdad en la superficie evolutiva.

Pero aquí interviene la segunda condición o factor de la evolución; pues esta búsqueda del conocimiento no es un impersonal proceso mental estorbado sólo por las limitaciones generales de la inteligencia-mental: el ego está allí: el ego físico, el ego vital inclinado, no al auto-conocimiento y al descubrimiento de la verdad de las cosas y la verdad de la vida, sino a la auto-afirmación vital; un ego mental está allí también inclinado a su propia auto-afirmación personal y utilizado y dirigido en gran medida por el impulso vital para su deseo-vital y propósito-vital. Pues en la medida en que la mente se desarrolla, también desarrolla una individualidad mental con un impulso personal de la tendencia-mental, un temperamento mental, una formación mental propia. Esta superficial individualidad mental es egocéntrica; mira el mundo, las cosas y los sucesos desde su propio punto de vista y los ve no como ellos son sino como le afectan: al observar las cosas les da el giro apropiado a su tendencia y temperamento, elige o rechaza, ordena la verdad de acuerdo con su preferencia o conveniencia mentales; la observación, el juicio, la razón, todos están determinados o afectados por esta personalidad-mental y asimilados a la necesidades de la individualidad y el ego. Aunque el alma tiende principalmente a una pura impersonalidad de la verdad y la razón, le resulta imposible una pura impersonalidad; hasta el más entrenado, estricto y vigilante intelecto falla al observar las vueltas y giros que da a la verdad en la recepción del hecho e idea y en la construcción de su conocimiento mental. Aquí tenemos una casi inextinguible fuente de distorsión de la verdad, una causa de falsificación, una voluntad inconsciente o semi-consciente para el error, una aceptación de ideas o hechos no por una más clara percepción de lo verdadero y lo falso, sino por preferencia, por adaptabilidad personal, por elección temperamental, por prejuicio. He aquí un fructífero semillero para el crecimiento de la falsedad o una puerta o muchas puertas a través de las cuales aquélla puede entrar a hurtadillas o mediante una usurpadora pero aceptable violencia. La verdad también puede entrar y sentar sus reales, no por sus propios fueros, sino por complacencia mental.

Según los términos de la psicología Sankhya podemos distinguir tres tipos de individualidad mental: la que es gobernada por el principio de la oscuridad y la inercia, la primogénita de la Inconciencia, la tamásica; la que es gobernada por una fuerza de la pasión y la actividad, cinética, rajásica; la que se echa en el molde del principio sáttwico de la luz, la armonía y el equilibrio. La inteligencia tamásica tiene su sede en la mente física; es inerte para con las ideas, –excepto para con aquéllas que recibe inertemente, ciegamente, pasivamente desde una reconocida fuente o autoridad–, obscura en su recepción, con reluctancia a agrandarse, recalcitrante al nuevo estímulo, conservadora e inmóvil; se apega a su recibida estructura del conocimiento y su poder único es la práctica repetitiva, pero es un poder limitado por lo acostumbrado, lo obvio, lo establecido y familiar y ya seguro; descarta todo lo que es nuevo y pueda perturbarla. La inteligencia rajásica tiene su sede principal en la mente vital y es de dos clases: una clase está a la defensiva ante la violencia y pasión, afirmativa de su individualidad mental y de cuanto está de acuerdo con ella, preferida por su volición, adaptada en su observación, pero agresiva para con todo cuanto es contrario a su ego-estructura mental o inaceptable para su intelectualidad personal; la otra clase es entusiasta en cuanto a las cosas nuevas, apasionada, insistente, impetuosa, a menudo móvil más allá de la mesura, inconstante y siempre inquieta, gobernada en su idea no por la verdad y la luz sino por el entusiasmo de la batalla intelectual, el movimiento y la aventura. La inteligencia sáttwica está ávida de conocimiento, tan abierta a él como pueda estarlo, cuidadosa en su consideración, verificación y equilibrio, en el ajuste y adaptación de su criterio a cuanto se confirme como verdad, recibiendo todo cuanto pueda asimilar, experta en la elaboración de la verdad dentro de una armoniosa estructura intelectual: pero debido a que su luz es limitada, como debe estarlo toda luz mental, es incapaz de ampliarse de modo tal que pueda recibir por igual toda la verdad y todo el conocimiento; tiene un ego mental, incluso uno iluminado, y está determinada por él en su observación, juicio, razonamiento, elección mental y preferencia. En la mayoría de los hombres hay predominancia de una de estas cualidades pero también una mezcla; la misma mente puede ser abierta, plástica y armónica en una dirección, cinética y vital, apresurada y prejuiciosa y desequilibrada en otro, e incluso en otra, obscura y no-receptiva. Esta limitación por parte de la personalidad, esta defensa de la personalidad y rechazo a recibir lo que resulta inasimilable, es necesaria para el ser individual pues en su evolución, en la etapa alcanzada, tiene una cierta auto-expresión, un cierto tipo de experiencia y uso de la experiencia que debe gobernar la naturaleza, al menos para la mente y la vida; ésa es, por el momento, su ley del ser, su dharma. Esta limitación de la conciencia mental por la personalidad y de la verdad por el temperamento y la preferencia mentales debe ser la regla de nuestra naturaleza en la medida en que el individuo no ha alcanzado universalidad, y aún no se prepara para la trascendencia-mental. Pero es evidente que esta condición es inevitablemente una fuente de error y en cualquier momento puede ser la causa de una falsificación del conocimiento, un semi-voluntario auto-engaño, un rechazo a admitir el conocimiento verdadero, una predisposición a aceptar el conocimiento erróneo como si fuese verdadero.

Esto en el campo de la cognición, pero la misma ley se aplica a la voluntad y la acción. Desde la Ignorancia se crea una conciencia errónea que da una errónea reacción dinámica al contacto de personas, cosas, sucesos; la conciencia superficial desarrolla el hábito de ignorar, interpretar equivocadamente, o rechazar las sugestiones para la acción o contra la acción que llegan desde la secreta conciencia recóndita, desde la entidad psíquica; en cambio responde a las no iluminadas sugestiones mentales y vitales, o actúa de acuerdo con las demandas o impulsos del ego vital. Aquí la segunda de las condiciones primarias de la evolución, la ley de un separado ser-vital afirmándose en un mundo que para él es un no-yo, descuella y asume una inmensa importancia. Es aquí donde la superficial personalidad vital o yo-vital afirma su dominio, y este dominio del ignorante ser vital es una principal fuente activa de discordia y desarmonía, una causa de vitales perturbaciones internas y externas, un incentivo de erróneas acciones y del mal. El natural elemento vital en nosotros, en la medida en que está incontrolado o no preparado o retiene su primitivo carácter, no se preocupa de la verdad ni de la conciencia correcta ni de la acción correcta; se preocupa de la auto-afirmación, del crecimiento-vital, de la posesión, de la satisfacción del impulso, de todas las satisfacciones del deseo. Esta principal necesidad y demanda del yo-vital parece omni-importante para él; la llevaría a cabo rápidamente sin consideración alguna con respecto a la verdad, la rectitud, el bien o cualquier otra consideración: pero debido a que la mente está allí y tiene estas concepciones, debido a que el alma está allí y tiene estas percepciones-anímicas, ese yo-vital procura dominar la mente y lograr que dicte un permiso y una orden de ejecución de su propia voluntad de auto-afirmación, un veredicto de verdad, rectitud y bien para sus propias afirmaciones, impulsos y deseos vitales; está preocupado con la auto-justificación a fin de tener lugar para la auto-afirmación plena. Mas si puede obtener el asentimiento de la mente, está muy presto a ignorar todas las normas erigiendo una sola, la satisfacción, el crecimiento, la fuerza, la grandeza del ego vital. El individuo-vital necesita lugar, expansión, posesión de su mundo, dominio y control de las cosas y los seres; necesita espacio-vital, un espacio al sol, auto-afirmación, supervivencia. Necesita estas cosas para sí y para aquellos a los que se asocia, para su propio ego y para el ego colectivo; los necesita para sus ideas, credos, ideales, intereses, imaginaciones: pues ha de afirmar estas formas de “Egoidad” (Nota del Trad.: El autor utiliza la palabra “I-ness”, usa el pronombre “I”, en vez de “self” que es el que utiliza cuando quiere referirse al Yo interior,”I” lo utiliza para referirse a la personalidad de superficie, al ego, por lo que se prefiere traducir “I-ness” por egoidad (aún cuando en castellano no existe esta palabra), y no por yoidad, que sería la traducción de “self-ness”. En la misma frase, el autor utiliza la palabra “my-ness”, que traducimos por “mismidad”) y “Mismidad” imponiéndolas en el mundo que lo rodea o, si no es lo suficientemente fuerte para ello, al menos ha de defenderlas y mantenerlas contra los demás con el máximo de su poder e ingenio. Puede tratar de hacer eso mediante métodos que piensa o escoge para pensarlos o representarlos como correctos; puede tratar de hacer eso mediante el desnudo uso de la violencia, el ardid, la falsedad, la agresión destructiva, el aplastamiento de otras formaciones-vitales: el principio es el mismo cualquiera que sea el medio o la actitud moral. Es no sólo en el reino de los intereses sino en el reino de las ideas y en el reino de la religión que el ser vital del hombre introdujo este espíritu y esta actitud de auto-afirmación, lucha, uso de violencia, opresión y supresión, intolerancia y agresión; impuso el principio del egoísmo-vital en el dominio de la verdad intelectual y en el dominio del espíritu. Dentro de su auto-afirmación la auto-afirmante vida trae consigo el odio y el disgusto hacia todo lo que obstruye el camino de su expansión o lastima su ego; desarrolla como medio o pasión o reacción de la naturaleza-vital la crueldad, la traición y todo género de maldad; su satisfacción del deseo y del impulso no repara en lo correcto ni en lo incorrecto, sino solamente en el cumplimiento del deseo y del impulso. Pues esta satisfacción está presta para afrontar el riesgo de la destrucción y la realidad del sufrimiento; pues la Naturaleza no pugna solamente por llegar a la auto-preservación sino también a la afirmación-vital y a la satisfacción-vital, a la formulación de la fuerza-vital y del ser-vital.

De eso no se sigue que se trate de todo lo que la personalidad vital es en su composición innata o que el mal esté en su naturaleza. Primeramente no se preocupa de la verdad ni del bien, pero puede apasionarse por la verdad y el bien, así como más espontáneamente se apasiona por la dicha y la belleza. En todo lo que es desplegado por la fuerza-vital hay desarrollado al mismo tiempo un secreto deleite en alguna parte del ser, un deleite en el bien y un deleite en el mal, un deleite en la verdad y en la falsedad, un deleite en la vida y una atracción por la muerte, deleite en el placer y deleite en el dolor, en nuestro propio sufrimiento y en el sufrimiento de los demás, pero también en nuestra propia dicha, bien y felicidad y en la dicha, bien y felicidad de los demás. Pues la fuerza de afirmación-vital afirma tanto al bien como al mal: tiene sus impulsos de ayuda y asociación, de generosidad, afecto, lealtad, desprendimiento; asume tanto el altruismo como el egoísmo, tanto se sacrifica como destruye a los demás, y en todos sus actos está la misma pasión por la afirmación-vital la misma fuerza de acción y realización. Es evidente en la vida subhumana que este carácter del ser vital y su tendencia de existencia en lo que denominamos bien y mal son inclinaciones y no el motivo principal; en el ser humano, dado que ha desarrollado un discernimiento mental, moral y psíquico, dicho motivo está sujeto a control o camuflaje, pero no cambia su carácter. El ser-vital, su fuerza-vital y su impulso en pos de la auto-afirmación son, ante la ausencia de una abierta acción del poder-anímico y del poder espiritual, Atmashakti, medio principal de concreción de la Naturaleza, y sin su apoyo ni la mente ni el cuerpo pueden utilizar sus posibilidades o realizar su objetivo aquí en la existencia. Es sólo si el ser vital interior o verdadero reemplaza a la personalidad-vital externa que el impulso del ego vital puede ser superado por completo y la fuerza-vital convertirse en la sirviente del alma y una poderosa instrumentación para la acción de nuestro verdadero ser espiritual.

Este es entonces el origen y naturaleza del error, la falsedad, la equivocación y el mal en la conciencia y voluntad del individuo; una limitada conciencia que surge de la nesciencia es la fuente del error, un personal apego a la limitación y al error nacido de ella es la fuente de la falsedad, una conciencia equivocada gobernada por el ego-vital es la fuente del mal. Pero es evidente que su existencia relativa es sólo un fenómeno proyectado por la Fuerza cósmica en su impulso hacia una auto-expresión evolutiva y es allí que hemos de buscar la significación del fenómeno. Pues el emerger del ego-vital es, como hemos visto, una maquinaria de la Naturaleza cósmica para la afirmación del individuo, para su auto-liberación de la indeterminada sustancia masiva del subconsciente, para la aparición de un ser consciente sobre un terreno preparado por la Inconciencia; el principio de la afirmación-vital del ego es la consecuencia necesaria. El ego individual es una ficción pragmática y efectiva, una versión del yo secreto dentro de los términos de la conciencia superficial, o un subjetivo sustituto del verdadero yo en nuestra experiencia superficial: está separado por la ignorancia del otro-yo y de la Divinidad interior, pero aún es empujado secretamente hacia una unificación evolutiva en la diversidad; detrás de sí, aunque finito, tiene el impulso del infinito. Pero esto en los términos de una conciencia ignorante se traduce dentro de la voluntad a expandirse, a ser una finitud ilimitada, a tomar dentro de sí cuanto puede, para entrar en todo y poseerlo, incluso para ser poseído si mediante eso puede sentirse satisfecho y creciendo en o a través de lo demás, o puede llevar consigo, por sujeción, el ser y poder de los demás u obtener de ese modo ayuda o impulso para su afirmación-vital, su deleite-vital, su enriquecimiento de la existencia mental, vital o física.

Pero debido a que efectúa estas cosas como un ego separado para su beneficio separado y no por consciente intercambio y reciprocidad no por unidad, surgen la discordia-vital, el conflicto y la desarmonía y a los productos de esta discordia-vital y desarmonía los llamamos error y mal. La Naturaleza los acepta porque son circunstancias necesarias de la evolución, necesarias para el crecimiento del ser dividido; son productos de la ignorancia, sostenidos por una conciencia ignorante que se funda en la división, por una voluntad ignorante que trabaja a través de la división, por un ignorante deleite de la existencia que asume la dicha de la división. La intención evolutiva actúa a través del mal como a través del bien; ha de utilizarlo todo porque constreñirse a un bien limitado aprisionaría y restringiría la pretendida evolución; usa cualquier material a su alcance y con él hace lo que puede; ésa es la razón de por qué vemos al mal aflorar de lo que llamamos bien y al bien hacer lo propio de lo que llamamos mal; y si encima vemos que lo considerado mal llega a ser aceptado como bien, que lo considerado bien se acepta como mal, ello ocurre porque nuestros criterios sobre ambos son evolutivos, limitados y mutables. La Naturaleza evolutiva, la terrestre Fuerza cósmica parece entonces al principio no tener preferencia por ninguno de estos opuestos, utilizándolos igual para sus fines. Empero es la misma Naturaleza, la misma Fuerza que agobió al hombre con el sentido del bien y el mal e insiste en su importancia: evidentemente, por lo tanto, este sentido también tiene un propósito evolutivo; también debe ser necesario, debe estar allí de modo que ese hombre pueda dejar ciertas cosas detrás de él, desplazarse hacia los demás, hasta que, a partir del bien y el mal él pueda emerger en algún Bien que es eterno e infinito.

¿Pero cómo ha de realizarse esta evolutiva intención de la Naturaleza, por qué poder, medio, impulso, por qué principio, proceso de selección y armonización? El método adoptado por la mente humana a través de las edades ha sido siempre un principio de selección y rechazo, y esto tomó las formas de una sanción religiosa, de una social o moral norma de vida o de un ideal ético. Pero éste es un método empírico que no entra en contacto con la raíz del problema porque no lleva a ver la causa y origen de la enfermedad que pretende curar; trata con los síntomas pero lo hace mecánicamente, sin saber qué función cumplen en el objetivo de la Naturaleza y qué es lo que en la mente y en la vida los sostiene y mantiene en la existencia. Es más, el bien y el mal humanos son relativos y las normas erigidas por las éticas son tan inciertas como relativas: lo que es prohibido por una religión u otra, lo que es considerado como bueno o malo por la opinión social, lo que se considera útil para la sociedad o dañino para ella, lo que alguna temporal ley humana admite o desaprueba, lo que es o se considera útil o perjudicial para uno o los demás, lo que está de acuerdo con éste o aquél ideal, lo que es estimulado o desalentado por un instinto que llamamos conciencia, –una amalgama de todos estos puntos de vista es la heterogénea idea determinante, constituye la sustancia compleja, de la moralidad–; en todos ellos está la mezcla constante de verdad y semi-verdad y error que persigue todas las actividades de nuestro mental y limitador Conocimiento-Ignorancia. Un control mental sobre nuestros deseos e instintos vitales y físicos, sobre nuestra acción personal y social, sobre nuestros tratos con los demás, es indispensable para nosotros como seres humanos, y la moral crea una norma por la que podemos guiarnos y establecer un control habitual; pero el control es siempre imperfecto y se trata de un expediente y no de una solución: el hombre sigue siendo lo que es y siempre fue, mezcla de bien y mal, de pecado y virtud, un ego mental con un imperfecto dominio de su naturaleza mental, vital y física.

El esfuerzo para seleccionar, para retener de nuestra conciencia y acción todo lo que nos parece bueno y rechazar todo lo que nos parece malo y de esa forma reformar nuestro ser, para reconstituirnos y modelarnos según la imagen de un ideal, es un motivo ético más profundo, porque se aproxima más a la verdadera salida; descansa sobre la sana idea de que nuestra vida es un devenir y que hay algo a lo que debemos devenir y ser. Pero los ideales elaborados por la mente humana son selectivos y relativos; modelar nuestra naturaleza rigurosamente de acuerdo con ellos es limitarnos y realizar una construcción donde debería haber crecimiento en su ser mayor. El reclamo verdadero, por encima de nosotros, es el del Infinito y Supremo; la auto-afirmación y auto-abnegación que nos impone la Naturaleza son movimientos hacia eso, y lo que hemos de descubrir es el camino correcto de auto-afirmación y auto-negación tomados juntos en lugar del equivocado, pues es ignorante, camino del ego y en lugar del conflicto entre el sí y el no de la Naturaleza. Si no lo descubrimos, el impulso de la vida será demasiado fuerte para nuestro estrecho ideal de perfección, su instrumentación se romperá y no llegará a consumarse y perpetuarse, o, a lo más, todo lo que lograremos será medio resultado o el abandonar la vida se presentará como único remedio, el único escape del, de otro modo, invencible abrazo de la ignorancia. Éste es el escape que usualmente señala la religión; una moralidad divinamente dictada, una búsqueda de piedad, rectitud y virtud como está fijado en un código religioso de conducta, una ley de Dios determinada por alguna inspiración humana, se presenta como una parte de los medios, la dirección, por los que podemos recorrer el sendero hacia la salida. Esta salida deja el problema como estaba; es sólo una vía de escape para el ser personal desde la irresuelta confusión de la existencia cósmica. En el antiguo pensamiento espiritual de la India había una más clara percepción de la dificultad; la práctica de la verdad, de la virtud, de la voluntad y obras correctas, se consideraba necesaria para la aproximación a la realización espiritual, pero en la realización misma el ser surge a una conciencia mayor del Infinito y Eterno y se despoja del agobio del pecado y la virtud, pues eso pertenece a la relatividad y a la Ignorancia. Detrás de esta mayor y más verdadera percepción está la intuición de que un bien relativo es una preparación impuesta por la Naturaleza-del.-Mundo sobre nosotros de modo que podamos trascenderla en pos del Bien verdadero que es absoluto. Estos problemas son de la mente y de la vida ignorante, no nos acompañan más allá de la mente; así como hay un cese de la dualidad de la verdad y del error en una Verdad-Conciencia infinita, de igual modo hay una liberación de la dualidad del bien y el mal en un Bien infinito, hay una trascendencia.

No puede haber escape artificial de este problema que siempre perturbó a la humanidad y del cual no descubrió un resultado satisfactorio. El árbol del conocimiento, del bien y del mal con sus frutos dulces y amargos está secretamente enraizado en la naturaleza misma de la Inconciencia de la que nuestro ser ha emergido y sobre la que aún está como suelo inferior y base de nuestra existencia física; ha crecido visiblemente sobre la superficie en las múltiples ramificaciones de la Ignorancia que todavía es la principal carga y condición de nuestra conciencia en su difícil evolución hacia una suprema conciencia y una integral conciencia. Mientras permanezca este suelo con las infundadas raíces en él y este aire y clima nutricios de la Ignorancia, el árbol crecerá y florecerá y exhibirá sus brotes duales y su fruto de naturaleza mixta. Se seguiría que no puede haber solución final hasta que hayamos volcado nuestra inconciencia en la conciencia mayor, hayamos hecho de la verdad del yo y del espíritu nuestra base-vital y hayamos transformado nuestra ignorancia en un conocimiento superior. Todos los otros recursos serán sólo sustitutos o ciegas salidas; la única solución verdadera es una completa y radical transformación de nuestra naturaleza. el conocimiento erróneo y la voluntad errónea son posibles porque la Inconciencia impone su original oscuridad en nuestra conciencia del yo y las cosas, y porque la Ignorancia se basa en una conciencia imperfecta y dividida y porque vivimos en esa oscuridad y división: sin conocimiento erróneo no podría haber error ni falsedad, sin error o falsedad en nuestras partes dinámicas no podría haber voluntad errónea en nuestros miembros; sin voluntad errónea no podría haber mala acción ni maldad: mientras duren estas causas, los efectos también persistirán en nuestra acción y en nuestra naturaleza. Un control mental puede ser solamente un control, no una cura; una enseñanza mental, una norma sólo puede imponer un canal artificial en el que nuestra acción gira mecánicamente o con dificultad e impone una formación reprimida y limitada en el curso de nuestra naturaleza. Un cambio total de la conciencia, un cambio radical de la naturaleza es el único medio y la única salida.

Dado que la raíz de la dificultad es una escindida, limitada y separativa existencia, este cambio debe consistir en una integración, una curación de la conciencia dividida de nuestro ser, y dado que la división es compleja y multilateral, no puede producirse un cambio parcial en un lado del ser como un sustituto suficiente para la transformación integral. Nuestra primera división es ésa creada por el ego y principalmente, más forzosamente, más vívidamente por nuestro ego-vital, que nos divide de los demás seres como no-yo y nos ata a nuestra ego-centricidad y a la ley de una auto-afirmación egoísta. Es en los errores de esta auto-afirmación que surgen primero el error y el mal: la conciencia errónea engendra errónea voluntad en los miembros, en la mente pensante, en el corazón, en la mente-vital y en el ser sensorio, en la conciencia-corporal misma; el error engendrará acción errónea de todos estos instrumentos, un múltiple error y una multi-ramificada maraña de pensamiento, voluntad, sensación y sentimiento. No podemos tratar correctamente a los otros mientras sigan siendo otros para nosotros, seres que son extraños a nosotros mismos y de cuya conciencia interior, necesidad-anímica, necesidad-mental, necesidad-afectiva, necesidad-vital o necesidad-corporal sabemos poco o nada. La porción mínima de imperfecta simpatía, conocimiento y buena voluntad que la ley, necesidad y hábito de asociación engendran, es demasiado pobre para lo que requiere una verdadera acción. Una mente más grande, un corazón más grande, una fuerza-vital más amplia y generosa pueden hacer algo para ayudarnos o ayudar a los demás y evitar las peores ofensas, pero esto también es insuficiente y no impedirá una mole de trastornos, perjuicios y colisiones de nuestro bien preferido con el bien de los demás. Por la naturaleza misma de nuestro ego e ignorancia nos afirmamos egoístamente incluso cuando más nos enorgullecemos de nuestro altruismo e ignorantemente incluso cuando nos enorgullecemos de nuestra comprensión y conocimiento. El altruismo tomado como una norma de vida no nos libera; es un potente instrumento de auto-agrandamiento y corrección del ego más estrecho, pero no lo cancela ni transforma en el verdadero yo uno con todos; el ego del altruista es tan poderoso y absorbente como el ego del egoísta y es a menudo más poderoso e insistente porque es un ego presuntuoso y exagerado. Ayuda menos todavía si obramos mal con nuestra alma, con nuestra mente, vida o cuerpo con la idea de subordinar nuestro yo al yo de los demás. Afirmar nuestro ser correctamente de modo que pueda convertirse en uno con todos es el principio verdadero, no mutilarlo ni inmolarlo. La auto-inmolación puede ser necesaria a veces, excepcionalmente, por una causa, en respuesta a alguna exigencia del corazón o por algún derecho o propósito elevado pero no puede hacerse regla o naturaleza de la vida: tal exageración, sólo alimentaría o exageraría el ego de los demás o magnificaría algún ego colectivo y no nos conduciría, como tampoco a la humanidad, hacia el descubrimiento y afirmación de nuestro ser verdadero o su ser verdadero. El sacrificio y la auto-entrega son ciertamente un verdadero principio y una necesidad espiritual, pues no podemos afirmar nuestro ser correctamente sin sacrificio o sin auto-entrega a algo mayor que nuestro ego; pero eso también debe hacerse con una correcta conciencia y voluntad fundadas en un conocimiento verdadero. Desarrollar la parte sáttwica de nuestra naturaleza, una naturaleza de luz, entendimiento, equilibrio, armonía, simpatía, buena voluntad, amabilidad, compañerismo, auto-control, acción correctamente ordenada y armonizada, es lo mejor que podemos hacer en los límites de la formación mental, pero es una etapa y no la meta de nuestro crecimiento del ser. Éstas son soluciones al paso, paliativos, medios necesarios para un trato parcial con esta dificultad enraizada, normas y artificios provisionales que nos dan ayuda y guía temporarias porque la solución verdadera y total está más allá de nuestra actual capacidad y sólo puede llegar cuando hayamos evolucionado suficientemente para verlo y convertirlo en nuestro principal esfuerzo.

La verdadera solución puede llegar solamente cuando por nuestro crecimiento espiritual podamos convertirnos en un solo yo con todos los seres, conocerlos como parte de nuestro yo, tratarlos como si fuesen nuestros otros yoes; pues entonces la división se cura, la ley de separada auto-afirmación que conduce por sí a la afirmación contra o a expensas de los otros se agranda y libera mediante el añadido a ella de la ley de nuestra auto-afirmación para con los demás y nuestro auto-descubrimiento en su auto-descubrimiento y auto-realización. Se ha convertido en norma de ética religiosa actuar con un espíritu de compasión universal, amar al prójimo como a uno mismo, obrar para con los otros como se quisiera que obraran los otros con uno, sentir la dicha y el pesar de los demás como si fuese propio; pero ningún hombre que viva en su ego es capaz verdadera y perfectamente de hacer estas cosas, sólo puede aceptarlas como una exigencia de su mente, aspiración de su corazón, esfuerzo de su voluntad para vivir por una norma elevada y modificar mediante un sincero esfuerzo su cruda naturaleza egoísta. Es cuando los demás llegan a conocerse y sentirse íntimamente como uno mismo que este ideal puede convertirse en una norma natural y espontánea de nuestra vida y realizarse en la práctica como en la norma. Pero aún la unidad con los demás no es suficiente de por sí, si es una unidad con ignorancia; pues entonces la ley de la ignorancia seguirá en vigor, y el error en la acción y la acción errónea sobrevivirán aunque disminuyan en grado y se suavicen en su incidencia y carácter. Nuestra unidad con los demás debe ser fundamental, no una unidad con sus mentes, corazones, yoes vitales, egos, –incluso aunque éstos lleguen a incluirse en nuestra conciencia universalizada–, sino una unidad en el alma y el espíritu, que sólo puede llegar por nuestra liberación en nuestra conciencia anímica y nuestro auto-conocimiento. Liberarnos del ego y realizar nuestros yoes verdaderos es la primera necesidad: todo lo demás puede alcanzarse como luminoso resultado, como consecuencia necesaria. Es ésa una razón de por qué debe aceptarse un reclamo espiritual como imperativo precediendo a todos los otros reclamos, intelectuales, éticos, sociales, que pertenecen al dominio de la Ignorancia. Pues la ley mental del bien mora en ese dominio y sólo puede modificar y paliar; nada puede ser un sustituto suficiente del cambio espiritual que puede realizar el verdadero e integral bien porque a través del espíritu podemos llegar a la raíz de la acción y de la existencia.

En el conocimiento espiritual del yo están los tres pasos de su auto-realización que son, al mismo tiempo, tres partes del conocimiento único. El primero es el descubrimiento del alma, no del alma externa del pensamiento, la emoción y el deseo, sino la secreta entidad psíquica, el divino elemento dentro de nosotros. Cuando resulta dominante sobre nuestra naturaleza, cuando somos conscientemente el alma y cuando la mente, la vida, y el cuerpo toman su verdadero lugar como sus instrumentos, tomamos conciencia de una guía interior que conoce la verdad, el bien, el verdadero deleite y la belleza de la existencia, controla el corazón y el intelecto mediante su ley luminosa y conduce nuestra vida y ser hacia la integridad espiritual. Incluso dentro de las obscuras obras de la Ignorancia tenemos un testigo que discierne, una luz viviente que ilumina, una voluntad que rechaza descarriarse y separa la verdad de la mente de su error, la íntima respuesta del corazón desde sus vibraciones ante un erróneo llamado y una errónea exigencia sobre él, el verdadero ardor y plenitud de desplazamiento de la vida desde la pasión vital y las turbias falsedades de nuestra naturaleza vital y sus obscuras auto-búsquedas. Éste es el primer paso de la auto-realización, para entronizar al alma, al divino individuo psíquico en el lugar del ego. El paso siguiente es tomar conciencia del yo eterno innato en nosotros y uno con el yo de todas las cosas. Esta auto-realización libera y universaliza; aunque nuestra acción aún proceda en la dinámica de la ignorancia, ya no traba ni lleva por mal camino, porque nuestro ser interior se aposenta en la luz del auto-conocimiento. El tercer paso es conocer el Ser Divino que es a la vez nuestro supremo Yo trascendente, el Ser Cósmico, fundamento de nuestra universalidad, y la Divinidad interior de la cual nuestro ser psíquico, el verdadero individuo evolutivo en nuestra naturaleza, es una porción, una chispa, una llama que crece dentro del Fuego eterno del cual se encendió y del cual es el testigo siempre vivo dentro de nosotros y el instrumento consciente de su luz, poder, dicha y belleza. Consciente del Divino como el Maestro de nuestro ser y acción, podemos aprender a convertirnos en canales de su Shakti, el Divino Poder, y actuar de acuerdo con sus dictados o su regla de luz y poder dentro de nosotros. Nuestra acción entonces no será dominada por nuestro impulso vital ni gobernada por una norma mental, pues actúa de acuerdo con la verdad permanente aunque plástica de las cosas, –no la que la mente construye, sino la superior más profunda y más sutil verdad de cada movimiento y circunstancia como la conoce el conocimiento supremo y la exige la suprema voluntad del universo–. La liberación de la voluntad sigue a la liberación del conocimiento y es su consecuencia dinámica; es el conocimiento que purifica, es la verdad que libera: el mal es el fruto de una ignorancia espiritual y desaparecerá sólo mediante el crecimiento de una conciencia espiritual y la luz del conocimiento espiritual. La división de nuestro ser del ser de los demás puede sólo remediarse eliminando el divorcio de nuestra naturaleza de la realidad-anímica interior, mediante la abolición del velo entre nuestro devenir y nuestro auto-ser, mediante la conexión del alejamiento de nuestra individualidad en la Naturaleza con el Ser Divino que es la Realidad omnipresente en la Naturaleza y por encima de ella.

Pero la última división por eliminar es la escisión entre esta Naturaleza y la Super-Naturaleza, que es el Auto-Poder de la Existencia Divina. Aún antes de que se elimine el Conocimiento-Ignorancia dinámico, mientras todavía quede como una inadecuada instrumentación del espíritu, la suprema Shakti o Super-naturaleza puede trabajar a través de nosotros y podemos tener conciencia de sus obras; pero ello ocurre entonces mediante una modificación de su luz y poder de modo que puede recibirse y asimilarse por parte de la naturaleza inferior de la mente, la vida y el cuerpo. Pero esto no es bastante; es menester una entera remodelación de lo que somos dentro de una modalidad y poder de la divina Super-naturaleza. La integración de nuestro ser no puede completarse a menos que exista esta transformación de la acción dinámica; debe haber una elevación y cambio de la modalidad total de la Naturaleza misma y no sólo alguna iluminación y transmutación de las modalidades interiores del ser. Una eterna Verdad-Conciencia debe poseernos y sublimar todas nuestras naturales modalidades dentro de sus propios modos del ser, conocimiento y acción; entonces puede pasar a ser la ley integral de nuestra naturaleza una espontánea verdad-conciencia, verdad-voluntad, verdad-sentimiento, verdad-movimiento y verdad-acción.

LA VIDA DIVINA, TOMO II, CAPITULO XIV – SRI AUROBINDO