LA FE Y LA DUDA

Las tres partes de la perfección de nuestra naturaleza instrumental (1.-la perfección de la inteligencia, del corazón, de la consciencia vital y del cuerpo, 2.- la perfección de los fundamentales poderes del alma, 3.- la perfección del sometimiento de nuestros instrumentos y acción al Divino Universal “Shakti”), depende, en todo momento, de su progresión, de un cuarto poder que encubierta y abiertamente es el pivote de todo esfuerzo y acción: la fe, o ”sraddhá”. La fe perfecta es un asentimiento de todo el ser a la verdad vista por éste u ofrecida para su aceptación, y en su accionar central es la fe del alma en su propia voluntad de ser, de lograr, de devenir en su idea del yo y las cosas y en su conocimiento; del cual la creencia del intelecto, el consentimiento del corazón y del deseo de la mente vital de poseer y realizar son las figuras externas. Esta fe del alma, en alguna forma en sí, es indispensable para la acción del ser y sin ella el hombre no puede dar ni un solo paso en la vida, y mucho menos dar paso alguno en pos de una perfección aun irrealizada. Es algo tan central y esencial que el Gita puede decir justamente acerca de ella que cualquiera sea la sraddhá del hombre, eso es él, y puede añadirse que cualquiera sea la fe que el hombre tenga de lo que es posible en sí mismo y luche en ese sentido, eso es lo que él hombre puede llegar a ser y devenir. Hay una clase de fe en Dios y Shakti, fe en la presencia y poder de la Divinidad Individual en nosotros y en el Universo, fe en que todo en el mundo es el accionar de la única Shakti divina, fe en que todos los pasos del Yoga (sendero de unión con Dios), sus luchas y sufrimiento, sus fracasos al igual que sus triunfos, satisfacciones y victorias son utilidades y necesidades de su accionar y que mediante una firme y fuerte dependencia de la Divinidad y su Shakti en nosotros y una total autosumisión a éstos podemos alcanzar la unidad, libertad, victoria y perfección.

El enemigo de la fe es la duda, y con todo la duda es también una utilidad y una necesidad, porque el hombre, en su ignorancia y en su esfuerzo progresivo en pos del conocimiento, necesita ser visitado por la duda; de otro modo, se obstinaría en una creyente ignorancia y un conocimiento limitado, siendo incapaz de escapar de sus errores. Esta utilidad y necesidad de la duda no desaparece por completo cuando entramos en el sendero del Yoga. El Yoga integral no apunta meramente a un conocimiento de algún principio fundamental, sino a un Conocimiento, una gnosis que se aplicará a toda la vida y acción del mundo, cubriéndolas, y en esta búsqueda del conocimiento entramos en el camino y somos acompañados, durante muchas millas, por las irregeneradas actividades de la mente antes que éstas se purifiquen y transformen mediante una luz mayor: llevamos con nosotros una cantidad de creencias e ideas intelectuales que de ningún modo son correctas en su totalidad ni perfectas y una legión de nuevas ideas y sugestiones se nos cruzan después reclamando nuestra credulidad, pudiendonos resultar fatal que nos creyéramos siempre éstas ideas o sugestiones, tal como se nos presentan sin consideración respecto a su posible error, limitación o imperfección. Y en una etapa del Yoga es menester rehusar aceptar como definitiva y final cualquier clase de idea u opinión en su forma intelectual y debemos mantenerla en inquisitivo suspenso hasta que sea comprobada y ubicada adecuadamente, y revista la luminosa forma de la Verdad, corroborada por una experiencia espiritual iluminada por el Conocimiento supramental. Y en mucha mayor proporción este es el caso de los deseos e impulsos de la mente vital, que a menudo han de aceptarse provisionalmente como señales inmediatas de una acción temporariamente necesaria antes que logremos una guía plena, pero sin apegarnos siempre con el completo asentimiento del alma, pues eventualmente todos estos deseos e impulsos han de ser rechazados o transformados y reemplazados por impulsos de la voluntad divina que asume los movimientos vitales. La fe del corazón, las creencias emocionales, los asentimientos son sólo necesarios sobre la marcha, pero no pueden ser siempre guías seguros hasta que también éstos sean asumidos, purificados, transformados, y eventualmente reemplazados por los asentimientos luminosos de un Ananda divino que está en unidad con la voluntad y conocimiento divinos. Quien marcha en pos del Yoga no puede depositar una fe completa y permanente en nada de la naturaleza inferior que abarque desde la razón hasta la voluntad vital, y sólo puede hacerlo, al final, en la verdad, poder y Ananda espirituales que, en la razón espiritual, se convierten en sus únicos guías, luminarias y amos de la acción.

Empero, la fe es necesaria en todos y cada uno de los pasos pues se trata de un necesario asentimiento del alma y sin este asentimiento no puede haber progreso. Nuestra fe debe morar primero en la verdad y principios esenciales del Yoga, y hasta si esto está oscurecido en el intelecto, abatido en el corazón, agotado y exhausto por constante negación y fracaso en el deseo de la mente vital, en lo más recóndito del alma debe haber algo que se apegue y retorne a ello, de otro modo quedamos fuera del sendero y lo abandonamos por debilidad e incapacidad para soportar una temporaria derrota, contrariedad, dificultad y peligro. En el Yoga, como en la vida, es el hombre que persiste infatigablemente hasta el fin afrontando toda derrota, desilusión, todo contraste, sucesos y poderes hostiles y contradictorios, el que finalmente conquista y logra justificar su fe porque para el alma y para Shakti en el hombre nada es imposible. E incluso una fe ciega e ignorante es una posesión mejor que la duda escéptica que da la espalda a nuestras posibilidades espirituales, o que la constante garrulería del intelecto estrecho, mezquinamente crítico y exento de creación, asúyá, que persigue a nuestro esfuerzo con paralizante incertidumbre. Sin embargo, quien busca el Yoga integral debe dominar estas dos imperfecciones. Aquello a lo que dio su asentimiento y hacia lo cual enderezó su mente, corazón y voluntad, la perfección divina de todo el ser humano, es, en apariencia, una imposibilidad para la inteligencia normal, puesto que se opone a los hechos reales de la vida y será contradicho largamente por la experiencia inmediata, como ocurre con todos los fines remotos y difíciles, y también es negado por muchos que tienen experiencia espiritual pero creen que nuestra naturaleza actual es la única naturaleza posible del hombre en el cuerpo y que sólo despojándonos de la vida terrena o hasta de todo existencia individual podemos arribar a una perfección celestial o a la liberación de la extinción. En la persecución de tal objetivo habrá un vasto campo de objeciones, críticas de esa razón ignorante y persistente que se funda plausiblemente sobre las apariencias del momento, la reserva del hecho y la experiencia indagados, rehúsa ir más allá y cuestiona la validez de todos los índices e iluminaciones que apuntan más adelante; y si cede ante estas estrechas sugestiones, no llegará o será seriamente obstaculizado o largamente demorado en su viaje. Por otra parte, la ignorancia y ceguera de la fe, son obstáculos para un gran triunfo, invitan a mucha contrariedad y desilusión, se apegan a falsas finalidades e impiden el avance hacia mayores formulaciones de la verdad y la perfección. La Shakti, en su accionar, golpeará brutalmente todas las formas de ignorancia y ceguera e incluso todo cuanto en ella confíe equivocada o supersticiosamente, y debemos estar preparados para abandonar un apego demasiado persistente a las formas de la fe para adherir sólo a la realidad salvadora. El carácter de sraddhá necesario para el Yoga integral es una fe grande, amplia e inteligente, inteligente con la inteligencia de una razón mayor que asiente a las posibilidades elevadas.

Esta sraddhá la palabra fe es inadecuada para expresarla – es, en realidad, una influencia proveniente del Espíritu supremo y su luz es un mensaje derivado de nuestro ser supramental que reclama que la naturaleza inferior se eleve de su mezquino presente hacia un gran autodevenir y autosuperación. Y lo que recibe la influencia y responde al reclamo no es tanto el intelecto, el corazón ni la mente vital, sino el alma interior que es quien mejor conoce la verdad de su propio destino y misión. Las circunstancias que provocan nuestro primer ingreso en el sendero no son el índice real de lo que ha de producirse en nosotros. Allí el intelecto, el corazón, o los deseos de la mente vital pueden ocupar un lugar prominente, o incluso asumir accidentes fortuitos e incentivos externos; pero si todo se resume a esto, entonces no puede haber seguridad en cuanto a nuestra fidelidad al reclamo y a nuestra duradera perseverancia en el Sendero. El intelecto puede abandonar la idea que lo atrajo, el corazón puede desfallecer o fallarnos, el deseo de la mente vital puede volcarse hacia otros objetivos. Mas las circunstancias externas son sólo una cobertura del accionar real del Espíritu, y si es el Espíritu el que recibió el contacto, si es el alma interior la que recibió la llamada, la sraddha seguirá firme y resistirá todos los intentos encaminados a derrotarla o matarla. No es que las dudas intelectuales no asalten, el corazón no vacile, el contrariado deseo de la mente vital no se tumbe, agotado, a un costado del camino. Eso es casi inevitable a veces, tal vez a menudo, especialmente con respecto a nosotros, hijos de una era de intelectualidad y escepticismo y de una negación materialista de la verdad espiritual que aún no descorrió de la faz del sol de una realidad mayor que sus nubes pintadas y todavía se opone a la luz de la intuición espiritual y la recóndita experiencia. Es muy posible que existan muchos de aquellos penosos oscurecimientos de los que hasta los Rishis Védicos tanto se quejabán, “los prolongados exilios de la luz”, y éstos pueden ser tan densos, la noche del alma puede ser tan negra, que la fe puede parecer que nos abandonó por completo. Mas a través de esto, todo el espíritu interior no soltará sus amarras invisibles y el alma retornará con nuevo vigor a su seguridad que sólo se eclipsó y no se extinguió, pues no puede haber extinción una vez que el yo interior conoció y se resolvió. La Divinidad se aferra en todo y si parece que nos deja caer es sólo para levantarnos más alto. Experimentaremos con tanta frecuencia este retorno salvador que las negaciones de la duda llegarán a ser, eventualmente imposibles y, una vez que la base de la igualdad se asiente firmemente y, más aun, cuando surja el sol de la gnosis, la duda misma desaparecerá porque concluyó su causa y su utilidad.