LA VIDA DIVINA. Capítulo II: – Las Dos Negaciones: 1 La Negación Materialista

Dinamizó la fuerza-consciente (en la austeridad del pensamiento) y llegó a conocer que la Materia es el Brahman. Pues de la Materia nacen todas las existencias; una vez nacidas, por la Materia éstas se incrementan y entran en la Materia en su paso. Luego fue hasta Varuna, su padre, y dijo: “Señor, instrúyeme sobre el Brahman.” Mas su padre le contestó: “Dinamiza (nuevamente) en tí la fuerza consciente; pues la Energía es Brahman.”

Taittiriya Upanishad

La afirmación de una vida divina sobre la tierra y de un sentido inmortal en la existencia mortal puede carecer de fundamento a no ser que reconozcamos no sólo al Espíritu como habitante de esta mansión corporal, el usufructuario de esta vestimenta mutable, sino también que aceptemos a la Materia con que ésta está hecha, como material apropiado y noble con la que El constantemente teje Sus Atuendos, y construye incansablemente la interminable serie de Sus mansiones.

Esto tampoco es suficiente para precavernos contra un retraerse de la vida en el cuerpo, a no ser que, con los Upanishads, percibiendo detrás de sus apariencias la identidad en esencia de estos dos términos extremos de la existencia, podamos decir en el lenguaje mismo de aquellos antiguos escritos: “La Materia también es el Brahman”, y dar su pleno valor a la vigorosa figura con la que el universo físico es descrito como el cuerpo externo del Ser Divino. Tampoco —tan divididos en apariencia son estos dos términos extremos—, consigue esta identificación convencer al intelecto racional si rehusamos reconocer una serie de términos ascendentes (Vida, Mente, Supermente y los grados que vinculan a la Mente con la Supermente) entre Espíritu y Materia. En cualquier otro caso, ambos deben aparecer como irreconciliables oponentes ligados por un infeliz matrimonio y con el divorcio como única solución razonable. Identificarlos, representar a cada uno en los términos del otro, se torna una creación artificial del Pensamiento, opuesta a la lógica de los hechos y sólo posible mediante un irracional misticismo.

Si aseguramos que existe sólo un puro Espíritu y una sustancia o energía mecánicas carentes de inteligencia, llamando Dios al primero y Naturaleza a la segunda, el fin inevitable será que negaremos a Dios o daremos la espalda a la Naturaleza. Tanto para el Pensamiento como para la Vida, una elección se torna imperativa. El Pensamiento viene a negar a Dios como ilusión de la imaginación o a la Naturaleza como ilusión de los sentidos; la Vida llega a asirse de lo inmaterial y huye de si misma con disgusto o cae en un éxtasis de auto-olvido, o bien, puede negar su propia inmortalidad y orientarse lejos de Dios y rumbo al animal. Purusha y Prakriti, la pasivamente luminosa Alma de los Sankhyas y su mecánicamente activa Energía, nada tienen en común, ni siquiera sus opuestos modos de inercia; sus antinomias sólo pueden ser resueltas mediante la cesación de la inertemente dirigida Actividad disolviéndose en el inmutable Reposo sobre el cual la estéril procesión de sus imágenes ha sido proyectada en vano. El silencioso e inactivo Ser-en-sí de Shankara y su Maya de múltiples nombres y formas son igualmente diferentes e irreconciliables entidades; su rígido antagonismo puede solamente terminar por la disolución de la multitudinaria ilusión en la Verdad única de un Silencio eterno.

El materialista tiene más fácil campo; negando al Espíritu, le es posible llegar a una más convincente y simple aseveración, a un Monismo real, al Monismo de Materia o, incluso, de Fuerza. Más en esta rigidez de criterio le es imposible persistir permanentemente. Él también termina por exponer un incognoscible tan inerte, tan distante del universo conocido como el pasivo Purusha o el silencioso Atman. Esto no tiene propósito alguno salvo el de aplazar –por una vaga concesión- las inexorables exigencias del Pensamiento o el de crear una excusa para rehusar extender los límites de la investigación.

Por lo tanto, en estas estériles contradicciones, la mente humana no puede descansar satisfecha. Debe siempre buscar una afirmación completa; sólo puede hallarla mediante una luminosa reconciliación entre Espíritu y Materia. Para alcanzar esa reconciliación debe atravesar los grados que nuestra conciencia interior nos impone, y-sea por el método objetivo de análisis aplicado a la Vida y a la Mente como a la Materia, o por la síntesis e iluminación subjetivas-, llegar al reposo de la unidad última sin negar la energía de la multiplicidad manifiesta. Sólo con esa completa y universal afirmación pueden armonizarse todos los multiformes y aparentemente contradictorios datos de la existencia, al igual que las múltiples fuerzas en conflicto que gobiernan nuestro pensamiento y nuestra vida pueden descubrir la Verdad central que aquí simbolizan y de variadas formas realizan. Sólo entonces nuestro Pensamiento puede, habiendo alcanzado un centro verdadero, cesando de vagar en círculos, trabajar como el Brahman del Upanishad, fijo y estable aun en su juego y su curso mundial, y nuestra vida, conociendo su objetivo, servirlo con una firme y serena alegría y luz al igual que con una energía rítmicamente discursiva.

Pero una vez que ese ritmo ha sido perturbado, es necesario y útil que el hombre ponga a prueba por separado, en su afirmación extrema, a cada uno de los dos grandes opuestos. Éste es el medio natural de la mente para retornar más perfectamente a la afirmación que perdió. En el camino puede intentar descansar en los grados intermedios, reduciendo todas las cosas a los términos de una original Vida-Energía o de sensación o de Ideas; pero todas estas soluciones excluyentes tienen siempre un aire de irrealidad. Pueden, por un tiempo, satisfacer la razón lógica que sólo trata ideas puras, mas no pueden hacer lo mismo con el sentido de realidad de la mente. Pues la mente sabe que existe algo tras de sí que no es la Idea; sabe, por otra parte, que en su interior hay algo que es más que el Hálito vital. Tanto el Espíritu como la Materia pueden darle, transitoriamente, un sentido de realidad última; no así cualquiera de los principios intermedios. Por lo tanto, debe marchar hacia los dos extremos antes de que pueda regresar fructíferamente al todo. Por su propia naturaleza, el intelecto, -servido por un sentido que sólo puede percibir con claridad las partes de la existencia y por una palabra que, asimismo, sólo puede lograr claridad cuando divide y limita cuidadosamente-, es dirigido, teniendo ante si esta multiplicidad de principios elementales, a buscar la unidad reduciendo rudamente todo a los términos de uno. Para afirmar este uno, intenta prácticamente, desembarazarse de los otros. Para percibir la verdadera fuente de la identidad de éstos sin este proceso excluyente, debe sobrepasarse a sí mismo o debe haber completado el circuito sólo para descubrir que todos se reducen por igual a Eso, el cual escapa a la definición o descripción y que no sólo es real sino también alcanzable. Cualquiera que sea el camino por el que viajemos, Eso es siempre la meta a la que arribamos y sólo podemos eludirla rehusándonos a completar el trayecto.

Por lo tanto, es un buen augurio que después de muchos experimentos y soluciones verbales nos encontremos ahora en presencia de los dos que soportaron solos, durante mucho tiempo, las más rigurosas pruebas de la experiencia, los dos extremos, y que al final de la experiencia ambos tendrían que llegar a un resultado que el instinto universal de la humanidad, -ese oculto juez, centinela y representante del universal Espíritu de la Verdad-, rehúsa aceptar como correcto o satisfactorio. En Europa y en la India, respectivamente, la negación del materialista y el rechazo del asceta procuraron afirmarse como única verdad y dominar el concepto de la Vida. En la India, si el resultado constituyó un gran acervo de los tesoros del Espíritu, -o de algunos de ellos-, también representó una gran bancarrota de la Vida; en Europa, la plenitud de la riqueza y el triunfante dominio de los poderes y posesiones de este mundo progresaron rumbo a una igual bancarrota de todas las cosas del Espíritu. Ni siquiera el Intelecto, -que buscó la solución de todos los problemas en uno solo de los términos, el de la Materia-, encontró satisfacción en la respuesta que recibió.

Por lo tanto, el tiempo hace madurar y la tendencia mundial se desplaza hacia una nueva y comprehensiva afirmación -que concierne al pensamiento y a la experiencia interna y externa-, y hacia su corolario, una nueva y plena auto-realización en una integral existencia humana para el individuo y para la especie.

Desde la diferencia en las relaciones de Espíritu y Materia hasta el Incognoscible que ambos representan, surge asimismo una diferencia de efectividad en las negaciones materiales y espirituales. La negación del materialista, -aunque más insistente e inmediatamente exitosa, más fácil en su apelación para la generalidad de la humanidad-, es con todo menos duradera, menos efectiva, al final, que el absorbente y peligroso rechazo del asceta. Pues lleva en sí misma su propia cura. Su elemento más poderoso es el Agnosticismo que, admitiendo al Incognoscible detrás de toda manifestación, extiende los límites de lo incognoscible hasta comprehender todo lo que es simplemente desconocido. Su premisa consiste en que los sentidos físicos son nuestros únicos medios de Conocimiento y que la Razón, por lo tanto, incluso en sus vuelos más amplios y vigorosos, no puede escapar más allá de sus dominios; debe ocuparse siempre y únicamente de los hechos que aquellos le proponen o sugieren; y las sugestiones mismas deben siempre mantenerse ligadas a sus orígenes; no podemos ir más allá, no podemos usarlas como un puente que nos conduzca a un ámbito donde entren en juego facultades más poderosas y menos limitadas, y haya de instituirse otro género de investigación.

Una premisa tan arbitraria declara en sí misma su propia sentencia de insuficiencia. Sólo puede ser mantenida ignorando o descartando todo el vasto campo de evidencia y experiencia que la contradice, -negando o minimizando nobles y útiles facultades, activas consciente u oscuramente, o en el peor de los casos, latentes en todos los seres humanos-, rehusando investigar los fenómenos suprafísicos, excepto si son manifestados en relación con la materia y sus movimientos y concebidos como una actividad subordinada de las fuerzas materiales. Tan pronto empezamos a investigar las operaciones de la Mente y de la Supermente, -en sí mismas y sin partir del prejuicio de ver en ellas sólo un subordinado término de la Materia-, entramos en contacto con una masa de fenómenos que escapan por entero a la rígida influencia, al limitador dogmatismo de la fórmula materialista. La premisa del Agnosticismo materialista desaparece en el momento que admitimos, -tal como nuestra amplia experiencia nos compele a reconocer-, que en el universo hay realidades cognoscibles más allá del alcance de los sentidos, y en el hombre poderes y facultades, que determinan más bien que son determinados por los órganos materiales a través de los cuales se mantienen en contacto con el mundo de los sentidos, -esa envoltura externa de nuestra verdadera y completa existencia-. Estamos prontos para una gran afirmación y una indagación siempre-desarrollándose.

Pero antes, es bueno que reconozcamos la enorme e indispensable utilidad del breve período del Materialismo racionalista por el que ha pasado la humanidad. Pues a ese vasto campo de evidencia y experiencia que ahora empieza a reabrir sus puertas para nosotros, sólo puede ingresarse con seguridad cuando el intelecto ha sido rigurosamente preparado para una clara austeridad; intentado ese campo por mentes inmaduras, se presta a peligrosas distorsiones y confusas imaginaciones, pues en el pasado quedó incrustado un real núcleo de verdad, pero que se cubrió de una costra tal de pervertidas supersticiones y dogmas contrarios a la razón, que se torna imposible todo avance en el verdadero conocimiento. Llegó a ser necesario, durante un tiempo, efectuar una limpieza a fondo de la verdad y de su disfraz, en orden a clarificar el camino para un nuevo punto de partida y un más seguro avance. La tendencia racionalista del Materialismo prestó este gran servicio a la humanidad.

Las facultades que trascienden los sentidos, por el hecho mismo de estar inmersas en la Materia, -destinadas a trabajar en un cuerpo físico, con el arnés puesto para tirar de un carro sobre el que también actúan los deseos emocionales y los impulsos nerviosos-, están expuestas a un funcionamiento mixto en el que corren el riesgo de iluminar lo confuso en vez de clarificar la verdad. Este funcionamiento mixto resulta especialmente peligroso cuando los hombres de mentes indisciplinadas y sensibilidades impuras intentan remontarse hacia los dominios superiores de la experiencia espiritual. ¡En qué regiones de nubes insustanciales y niebla semibrillante o de tinieblas visitadas por destellos más cegadores que iluminadores, no se pierden por esa aventura prematura y temeraria! Una aventura ciertamente necesaria dado el camino que la Naturaleza escoge para efectuar su avance – pues ella se divierte mientras trabaja— pero todavía, prematura y temeraria, para la Razón.

Es necesario, por lo tanto, que avanzando el Conocimiento, debería aportar como base a la Razón un intelecto claro, puro y disciplinado. Es necesario, también, que ella corrigiera a veces sus errores mediante un retorno, -conteniendo, restringiendo el hecho sensorial-, a las realidades concretas del mundo físico. Tocar la Tierra es siempre revitalizador para el hijo de la Tierra, aun cuando busque un Conocimiento suprafísico. Asimismo puede decirse que lo suprafísico solo puede ser dominado completamente – hasta las cimas que siempre podemos alcanzar– si mantenemos firmemente los pies en lo físico. “La Tierra es Su base” , dice el Upanishad cuando representa al Ser-en-sí que se manifiesta en el universo. Y es un hecho cierto que cuanto más ampliamos y asegurarnos nuestro conocimiento del mundo físico, más ampliamos y aseguramos nuestro fundamento para conseguir el conocimiento superior, incluso el supremo, el del Brahmavidya.

Por lo tanto, al emerger del período materialista del Conocimiento humano debemos tener cuidado de no condenar temerariamente lo que dejamos o descartamos, aunque sea una partícula de sus logros, antes que podamos disponer de percepciones y poderes, bien aferrados y seguros para que ocupen su lugar. Más bien observaremos con respeto y admiración la obra realizada por el Ateísmo en pro de lo Divino y rendir tributo a los servicios que el Agnosticismo prestó al preparar el ilimitable incremento del conocimiento. En nuestro mundo, el error es continuamente sirviente y explorador de la Verdad; pues el error es en realidad una media verdad que tropieza debido a sus limitaciones, a menudo es la Verdad que usa disfraz para llegar, sin que la adviertan, a su meta. Estaría bien si el error pudiera ser siempre, -como lo fue en el gran período que abandonamos-, el sirviente fiel, severo, consciente, honrado, luminoso dentro de sus limites, una media verdad y no una inquieta y presuntuosa aberración.

Cierto género de Agnosticismo es la verdad final de todo conocimiento. Pues cuando llegamos al final de cualquier sendero, el universo parece tan sólo un símbolo o apariencia de una Realidad incognoscible que se traslada aquí introduciéndose en diferentes sistemas de valores, de valores psíquicos, de valores vitales y de los sentidos, de valores intelectuales, ideales y espirituales. Cuanto más real se torna Eso, es captado de forma más evidente permaneciendo siempre más allá del pensamiento definidor y de la expresión en que se formula. “La mente no llega allí, el lenguaje tampoco.” Y, así como es posible exagerar, con los Ilusionistas, la irrealidad de la apariencia, de igual modo es posible exagerar la incognoscibilidad de lo Incognoscible. Cuando hablamos de Eso como incognoscible, realmente significamos que Eso escapa al poder de captación de nuestro pensamiento y nuestro lenguaje, instrumentos estos que proceden siempre por el sentido de diferenciación y se expresan por medio de la definición (resaltando diferencias, aislando características); pero si no es cognoscible por el pensamiento, Eso es alcanzable mediante un esfuerzo supremo de la conciencia. Incluso existe un género de Conocimiento que es uno con la Identidad y por el cual, en un sentido, Eso puede ser conocido. Ciertamente, ese Conocimiento no puede ser reproducido exitosamente en los términos de pensamiento y lenguaje, pero cuando lo hemos alcanzado, el resultado es una revalorización de Eso en los símbolos de nuestra conciencia cósmica, no sólo en uno sino en todos los tipos (rangos) de símbolos, lo cual culmina en una revolución de nuestro ser interno y, a través de lo interno, de nuestra vida externa. Más aún, hay también una clase de Conocimiento a través del cual Eso se revela por sí mismo en todos estos nombres y formas de la existencia fenoménica, la cual sólo oculta Eso a la ordinaria inteligencia. Éste es superior al anterior, pero no es el más alto proceso del Conocimiento que podemos alcanzar pasando los límites de la fórmula materialista y escrutando Vida, Mente y Supermente en los fenómenos que son característicos de ellas y no simplemente en aquellos movimientos subordinados por los cuales se vinculan por sí mismas a la Materia.

El Desconocido no es el Incognoscible ; no necesita permanecer desconocido para nosotros, a no ser que escojamos la ignorancia o persistamos en nuestras primeras limitaciones. Pues a todas las cosas que no son incognoscibles, a todas las cosas del Universo, les corresponde en él, facultades por las que pueden tomar conocimiento de ellas, y en el hombre, el microcosmos, estas facultades son siempre existentes y, en cierta etapa, capaces de desarrollo. Podemos elegir no desarrollarlas; donde están parcialmente desarrolladas, podemos desanimarlas y atrofiarlas. Pero, fundamentalmente, todo conocimiento posible es conocimiento accesible al poder de la humanidad. Y desde que en el hombre existe el impulso inalienable de la Naturaleza en pro de la auto-realización, no puede prevalecer la pugna del intelecto por limitar y acotar la acción de nuestras capacidades dentro de un área determinada. Cuando hemos experimentado con la Materia y comprendido sus secretas posibilidades, el conocimiento mismo -que encontró conveniente aquella temporaria limitación de facultades-, debe gritarnos, como los Guardianes Védicos: “Persiste ahora y empuja hacia adelante también en otros campos”

Si el Materialismo moderno fuera simplemente una ignorante aceptación de la vida material, el avance se demoraría en forma indefinida. Pero dado que su alma misma es la búsqueda del Conocimiento, será incapaz de dar la voz de alto; en el momento en que alcance las barreras de la sensación-conocimiento y del razonamiento a partir de la sensación-conocimiento, su misma prisa lo llevará más allá, y la rapidez y seguridad con que abarcó al universo visible es sólo un adelanto de la energía y éxito que esperamos que se repita en la conquista de lo que está más allá, una vez que se dé el paso para cruzar esa barrera. Ya vemos ese avance en sus oscuros comienzos.

No sólo en su única concepción final, sino en las grandes líneas generales resulta que el Conocimiento, por cualquier sendero seguido, tiende a llegar a ser uno. Nada puede ser más notable y sugestivo que el nivel alcanzado en el cual la Ciencia moderna confirma en el dominio de la Materia los conceptos e incluso las muchas fórmulas del lenguaje a las que se llegó por un método muy diferente, en el Vedanta, -el original Vedanta, no el de las escuelas de filosofía metafísica, sino el de los Upanishades-. Y estos, por otra parte, a menudo revelan su pleno significado, sus contenidos más ricos, sólo cuando son vistos a la nueva luz esparcida por los descubrimientos de la Ciencia moderna, por ejemplo, la expresión Vedántica que describe cosas en el Cosmos como una semilla preparada por la Energía universal en multitudinarias formas. Especialmente significativa es la dirección de la Ciencia hacia un Monismo que es compatible con la multiplicidad, hacia la idea Védica de una esencia con sus muchas transformaciones. Incluso aunque se siga insistiendo en la apariencia dualista de Materia y Fuerza , esta distinción realmente no puede permanecer en el camino de este Monismo. Para ello, se hará evidente que la Materia esencial es una cosa no-existente a los sentidos y sólo, como el Pradhana de los Sankhyas, una conceptual forma de sustancia; y de hecho, cada vez más firmemente, es rebasado con creces el punto donde sólo una distinción arbitraria en el pensamiento divide la forma de la sustancia de la forma de energía.

La Materia se expresa a sí misma, eventualmente, como una formulación de alguna Fuerza desconocida. La Vida también, de forma que el misterio incomprendido, comienza a revelarse por sí mismo como una obscura energía de sensibilidad encarcelada en su formulación material; y cuando la divisora ignorancia sea curada de aquello que nos da la sensación de un abismo entre la Vida y la Materia, es difícil de suponer que Mente, Vida y Materia sean consideradas como algo más que una misma Energía tres veces formulada, el triple mundo de los videntes Védicos. Tampoco podrá durar el concepto de una Fuerza bruta material como la madre de la Mente. La Energía que crea el mundo no puede ser nada más que una Voluntad, y esa Voluntad es sólo conciencia que se aplica por sí misma a un trabajo y un resultado.

¿Qué es ese trabajo y ese resultado sino una auto-involución de la Conciencia en la forma y una auto-evolución externa de la forma para revelar, para hacer presente alguna poderosa posibilidad en el universo que ha creado? ¿Y cómo es su Voluntad en el Hombre si no una voluntad a la Vida interminable, al Conocimiento ilimitado, al Poder sin trabas? La ciencia misma comienza a soñar con la conquista física de la muerte, expresando una sed insaciable por el conocimiento, queriendo realizar algo así como una omnipotencia terrestre para la humanidad. El Espacio y el Tiempo se contraen en sus obras hacia el punto de fuga* , pugnando de cien modos distintos para hacer del hombre el amo de las circunstancias aligerandole los grilletes de la causalidad. La idea de límitación, de lo imposible comienza a crecer desvaidamente y, en cambio, parece que cualquier cosa que el hombre desee con constancia, él debe al final ser capaz de hacerla; pues la conciencia en la especie tarde o temprano encuentra el medio. No es en el individuo donde esta omnipotencia se ha de manifestar, sino que ha de ser la colectiva Voluntad de la humanidad quien ha de llevarlo a cabo con el individuo como el medio adecuado. Y aún más, cuando miramos más profundamente, no es cualquier consciente Voluntad de la colectividad, sino un superconsciente Poder que emplea al individuo como el centro y el medio, y a la colectividad como condición y campo. ¿Que es esto, sino Dios en el hombre, la Identidad infinita, la Unidad multitudinaria, el Omnisciente, el Omnipotente, quién habiendo hecho al hombre a Su propia imagen, con el ego como un centro de funcionamiento, con la especie, el colectivo Narayana, the vi´svam¯anava, como molde y circunscripción, procurando expresar en ellos alguna imagen de la unidad, la omnisciencia, la omnipotencia que son la autoconcepción del Divino? ” Aquello que es inmortal en los mortales es Dios y fue establecido interiormente como una energía obrando en nuestros poderes divinos”9. Es a ese enorme impulso cósmico al que el mundo moderno, sin conocer suficientemente su propio objetivo, aún sirve en todas sus actividades y labores subconscientemente para realizarlo.

Pero hay siempre un límite y un impedimento, -el límite del campo material en el Conocimiento, el impedimento de la maquinaria material en el Poder-. Pero aquí también la última tendencia es sumamente significativa de un futuro más libre. Podemos observar como los puestos avanzados del Conocimiento científico vienen cada vez más a asentarse sobre las fronteras que dividen lo material de lo inmaterial, así también los logros más altos de la Ciencia práctica son los que tienden a simplificar y reducir al punto de fuga* la maquinaria por la cual los mayores efectos son producidos. La telegrafía inalámbrica es el signo exterior de la Naturaleza y el pretexto para una nueva orientación. Los medios físicos sensibles para la transmisión intermedia de la fuerza física son eliminados; sólo son conservados en los puntos de impulsión y recepción. Tarde o temprano aún estos deben desaparecer; ya que cuando las leyes y las fuerzas de la suprafísica sean estudiadas desde el punto de partida correcto, infaliblemente será encontrado el medio para que la Mente directamente pueda aprovecharse de la energía física manejándola velozmente con exactitud conforme a su mandato. Allí, una vez que nos atrevamos a reconocerlo, están las puertas que se abren sobre las enormes vistas del futuro.

Aún incluso si tuviéramos el conocimiento pleno y el control de los mundos inmediatamente encima de la Materia, todavía habría una limitación y todavía un más allá. El último nudo de nuestra esclavitud es ese punto donde lo interno pugna por la unidad con lo externo, la maquinaria del ego mismo llega a ser sutilizada al punto de fuga* y la ley de nuestra acción es, por fin, unidad abrazando y poseyendo la multiplicidad, y nunca más, como ahora, multiplicidad luchando hacia alguna figura de unidad. Allí está el trono central del Conocimiento cósmico contemplando su dominio más amplio; allí el Imperio de uno mismo con el Imperio del mundo de uno10; allí la vida11 en el eternamente consumado Ser y la realización de Su naturaleza divina12 en nuestra existencia humana.

• Vanishing-point significa punto de fuga, si quitamos el guión queda “vanishing point” punto de desaparición. Si el autor se esforzó en colocar el guión, es porque evidentemente quería resaltar la diferencia, y no, como sucede en alguna traducción, que se traduce que el Tiempo y el Espacio desaparecen (primero de los asteriscos). Se ha preferido dejar la traducción literal, ya que es susceptible esta expresión de sugerir diversas interpretaciones. Punto de fuga para el dibujo técnico, en la proyección cónica, es el punto sobre el horizonte, al que se dirigen todas las líneas horizontales, quebrando su paralelismo, para dar sensación de profundidad, y al mismo tiempo, es el punto de visión del observador; sería al mismo tiempo, el cero y el infinito. La contracción del campo espaciotemporal parece indicar una cualidad del mismo, en orden a la posibilidad de acelerar la evolución humana, acelerando la llegada del futuro.

• El diccionario de términos hinduistas dela Sociedad Teosófica dice sobre el cero:

“Su símbolo, el círculo, representa al mismo tiempo nada y todo; es el símbolo del infinito ilimitado; y un círculo puede ser definido como una línea sola no dividida e interminada, o como un número infinito de líneas infinitamente cortas. Los finales se encuentran; no hay ninguna diferencia esencial entre lo infinitamente grande y lo infinitesimal. El punto cero es el punto de fuga, el laya o el estado neutro. En matemáticas esto es la posición neutra entre la serie de números negativos y positivos. Es también el estado neutro de materia entre dos planos; cuando la materia física es reducida al cero o al laya-estado, está lista a hacerse la manifestación sobre el siguiente plano más alto, o viceversa. Lo mismo se aplica a la conciencia y sus planos”.

Se le da importancia a esta nota, porque en los últimos párrafos de este capítulo, la expresión “vanishing-point” que solo aparece tres veces en toda “La Vida Divina”, precisamente aparecen las citadas tres veces en la página anterior a esta nota, sin volver a ser citada en toda la obra, habiendo sido subrayadas por el traductor, no apareciendo dicho subrayado en el original.