LA VIDA DIVINA. Capítulo III: – Las Dos Negaciones: 2 El rechazo del asceta

Todo esto es el Brahman; este Atma es el Brahman y el Atma es cuádruple.

Más allá de toda relación, exento de futuro, impensable, en el que todo está inmóvil.

Mandukya Upanishad

Y aún existe un más allá.

Pues del otro lado de la conciencia cósmica existe, asequible para nosotros, una conciencia todavía más trascendente, — trascendente no sólo del Ego, sino del Cosmos mismo— contra la cual el universo parece proyectarse como un diminuto cuadro en un inconmensurable fondo. Eso soporta la actividad universal, —o tal vez sólo la tolera; Eso abarca la vida con Su vastedad— o también la rechaza desde Su infinitud.

Si el materialista está justificado en su punto de vista de insistir en la Materia como realidad en el mundo relativo como única cosa de la que, en cierto sentido, podemos estar seguros, y en el Más Allá como

totalmente incognoscible, si no inexistente, un sueño de la mente, una abstracción del Pensamiento divorciado de la realidad, de igual manera lo está el Sannyasin; enamorado de ese Más Allá, justificado en su punto de vista de insistir en el puro Espíritu como realidad, en la cosa única libre de mutación, nacimiento, muerte, y lo relativo como creación de la mente y los sentidos, un sueño, una abstracción en sentido contrario de la Mentalidad que se aparte del Conocimiento puro y eterno.

¿Qué justificación, lógica o experimental, puede proponerse en apoyo de un extremo que no se halle con una lógica igualmente convincente y una experiencia igualmente válida en el otro extremo? El mundo de la Materia se afirma en la experiencia de las sensaciones físicas, las que, puesto que son incapaces de percibir algo inmaterial o no organizado como burda Materia, nos persuadirían de que lo suprasensible es irreal. Este vulgar o rústico error de nuestros órganos corporales no cobra validez por ser promovido en el dominio del razonamiento filosófico. Obviamente, su pretensión es infundada. Incluso en el mundo de la Materia hay existencias de las cuales los sentidos físicos son incapaces de tomar conocimiento. Incluso la negación de lo Suprasensible como si fuese necesariamente una ilusión o una alucinación depende de esta constante asociación sensual de lo real con lo materialmente perceptible, que en sí mismo es una alucinación. Dando por sentado cuanto se propone probar, se torna en argumento de círculo vicioso y no puede tener validez para el razonamiento imparcial.

No sólo existen realidades físicas que son Suprasensibles, sino también, si la evidencia y la experiencia son del todo una prueba de verdad, existen sensaciones que son Suprafísicas y no sólo pueden tomar conocimiento de las realidades del mundo material sin el auxilio de los órganos sensorios corporales, sino que pueden ponernos en contacto con otras realidades suprafísicas y pertenecientes a otro mundo incluido, vale decir, en una organización de experiencias conscientes que dependen de algún otro principio que la burda Materia con la que parecen estar hechos nuestros soles y tierras.

Constantemente cohonestada por la experiencia y creencia humanas desde los orígenes del pensamiento, esta verdad, ahora que ya no existe la necesidad de una exclusiva preocupación por los secretos del mundo material, empiezan a justificarla las recién nacidas formas de la investigación científica. Las crecientes experiencias de las cuales sólo las más obvias y explícitas se colocan bajo la denominación de telepatía con sus fenómenos afines, no pueden ser negadas sino por mentes enclaustradas en la brillante experiencia del pasado, por intelectos limitados, a pesar de su agudeza a través de la limitación de su campo de su experiencia e investigación, o por quienes confunden iluminación y razón con fiel repetición de fórmulas legadas por el pasado siglo y celosa conservación de dogmas intelectuales muertos o agonizantes.

Es cierto que la vislumbre de las realidades suprafísicas adquiridas mediante una investigación metódica ha sido imperfecta y todavía está mal afirmada; pues los métodos usados son aún burdos y defectuosos. Pero estos redescubiertos sentidos sutiles fueron hallados, al menos, como verdaderos testigos de los hechos físicos más allá del alcance de los órganos corporales. Por ende no se justifica reconocerlos como falsos testigos cuando testimonian sobre hechos suprafísicos más allá del dominio de la organización material de la conciencia. Como toda evidencia, como la evidencia de los sentidos físicos mismos, su testimonio ha de ser controlado, escudriñado y ordenado por la razón, correctamente traducido y correctamente referido, y determinados su campo, leyes y procesos. Pero la verdad de los grandes alcances de la experiencia cuyos objetos existen en una sustancia más sutil y se perciben con instrumentos más sutiles que los de la burda Materia física, exige al fin igual convalidación que la verdad del universo material. Los mundos más allá existen: tienen su ritmo universal, sus grandes lineamientos y conformaciones, sus leyes auto-existentes y energías poderosas, sus justos y luminosos medios de conocimiento. Y aquí, en nuestra existencia física y en nuestro cuerpo físico, ejercen sus influencias; también aquí organizan sus medios de manifestación y comisionan a sus mensajeros y testigos.

Pero los mundos sólo son estructuras de nuestra experiencia, los sentidos, sólo instrumentos de experiencia y conveniencias. La conciencia es el gran hecho subyacente, el testigo universal para la cual el mundo es un campo y los sentidos, instrumentos. A ese testigo, los mundos y sus objetos apelan en pro de su realidad y de uno o muchos mundos, pues de lo Físico al igual que de lo Suprafísico no tenemos otra evidencia que existan. Se ha argüido que ésta no es una relación peculiar de la constitución de la humanidad y su perspectiva de un mundo objetivo, sino la naturaleza misma de su existencia; toda la existencia fenoménica consiste en una conciencia observadora y una objetividad activa, y la Acción no puede proceder sin el Testigo porque el Universo sólo existe en o para la conciencia que observa y carece de realidad independiente. Se ha argüido, en respuesta, que el Universo material disfruta una auto-existencia eterna; estaba aquí antes que apareciesen la vida y la mente: sobrevivirá luego que éstas hayan desaparecido y ya no perturben con sus efímeros anhelos y limitados pensamientos el ritmo eterno e inconsciente de los soles. La diferencia, tan metafísica en apariencia, es sin embargo de máximo significado práctico, pues determina la visión integral del hombre hacia la vida, la meta que asignará a sus esfuerzos y el campo en el que circunscribirá sus energías. Pues eso hace surgir la cuestión de la realidad de la existencia cósmica y, lo que es más importante todavía, la cuestión del valor de la vida humana.

Si llevamos mucho más adelante la conclusión materialista, llegamos a una insignificancia e irrealidad en la vida del individuo y la raza que nos deja, lógicamente, la opción entre un esfuerzo fervoroso del individuo para arrebatar cuanto pueda de una existencia efímera, “vivir su vida”, como se dice, o un desapasionado y sin-objetivo servicio de la raza y del individuo, sabiendo bien que lo último es una efímera ficción de la mentalidad nerviosa y lo primero sólo una forma colectiva de vida un tanto más larga, del mismo regular espasmo nervioso de la Materia. Trabajamos o disfrutamos bajo el impulso de una energía material que nos engaña con la breve ilusión de la vida o con la más noble ilusión de un objetivo ético y de una consumación mental. El Materialismo, al igual que el Monismo espiritual, llega a un Maya que es y no es; es, puesto que está presente, compeliendo; no es, puesto que es fenoménico y transitorio en sus obras. En el otro extremo, si acentuamos demasiado la irrealidad del mundo objetivo, llegamos por un camino diferente a conclusiones similares aunque más incisivas todavía: el carácter ficticio del Ego individual, la irrealidad y carencia de propósitos de la existencia humana, el retorno al No-Ser y el irrelacionado Absoluto como único escape racional de la maraña ininteligible de la vida fenoménica.

Y con todo la cuestión no puede resolverse mediante lógica que argumente sobre datos de nuestra ordinaria existencia física; pues en esos datos siempre hay una grieta de la experiencia que deja inconclusa toda argumentación. Normalmente, no tenemos ninguna experiencia definitiva de una mente cósmica o súper cósmica ligada a la vida del cuerpo individual, ni, por otra parte, ningún límite firme de experiencia que nos justifique en la suposición de que nuestro yo subjetivo realmente depende de la estructura física y no puede sobrevivir ni agrandarse más allá del cuerpo físico. Sólo mediante una extensión del campo de nuestra conciencia o un inesperado incremento de nuestros instrumentos del conocimiento puede dirimirse la antigua disputa.

La extensión de nuestra conciencia, para ser satisfactoria, debe necesariamente consistir en alagarse interiormente el individuo dentro de la existencia cósmica. Pues el Testigo, si existe, no es la corporizada mente individual nacida en el mundo, sino esa Conciencia Cósmica que abarca al universo y parece una Inteligencia inmanente en todas sus obras ante la que el mundo subsiste eterna y realmente como Su propia existencia activa o de la que nace y en la que desaparece por un acto del conocimiento o por un acto del poder consciente. El Testigo de la existencia cósmica y su Señor no es la Mente organizada, sino la que calma y eterna, anida por igual en la tierra viviente y en el cuerpo humano viviente, y para la cual la mente y los sentidos son instrumentos dispensables. La posibilidad de una conciencia cósmica de la humanidad tiende a admitirse lentamente en la moderna Psicología, como la posibilidad de más elásticos instrumentos del conocimiento, aunque todavía clasificada (aun cuando se admite su valor y poder) como una alucinación. En la psicología del Oriente siempre se la reconoció como realidad y objetivo de nuestro progreso subjetivo. La esencia del pasaje por encima de esta meta consiste en sobrepasar los límites que nos impone el Ego-sentido y, al menos en participar al máximo de una identificación con el auto-conocimiento que anida secretamente en la vida y en todo lo que nos parece inanimado.

Al ingresar en esa Conciencia, podemos continuar morando, como Eso, bajo la existencia universal. Entonces tomamos conciencia —pues todos nuestros términos de conciencia e incluso nuestra experiencia sensitiva empiezan a cambiar—, de la Materia como una sola existencia y de los cuerpos como sus conformaciones en las que la existencia única se separa físicamente en el cuerpo físico de sí misma en todos los demás y nuevamente mediante medios físicos establece comunicación entre estos multitudinarios puntos de su ser. Tanto la Mente como la Vida las experimentamos de manera similar, como la misma existencia única en su multiplicidad, separándose y reuniéndose en cada dominio por medios apropiados a ese movimiento. Y si escogemos, podemos avanzar más, después de atravesar muchas etapas ligadas, y tomar conocimiento de una Supermente cuya operación universal es la clave de todas las actividades menores. No tomamos una simple conciencia de esta existencia cósmica, sino que conscientes de Eso, lo recibimos en la sensación, pero también entramos en Eso con la comprensión. En Eso vivimos como lo hicimos antes en el Ego-sentido, activos, en mayor y menor contacto, más unificados todavía con otras mentes, otras vidas, otros cuerpos que el organismo al que llamamos nosotros mismos, produciendo efectos no sólo en nuestro ser moral y mental, y en el ser subjetivo de otros, sino incluso en el mundo físico y sus sucesos por medios más próximos a lo divino que aquellos posibles para nuestra capacidad egoísta.

Esta conciencia cósmica, con una realidad mayor que la física, resulta entonces real al hombre que tomó contacto con ella a vive en ella; real en sí misma, real en sus efectos y obras. Y así como es real para el mundo que es su propia expresión total, de igual manera el mundo es real para ella; pero no como existencia independiente. Pues en esa experiencia superior y no obstaculizada, percibimos que conciencia y ser no difieren una del otro, pues todo ser es una conciencia suprema, toda conciencia es auto-existencia, eterna en sí misma, real en sus obras, ni sueño ni evolución. El mundo es real precisamente porque existe sólo en la conciencia; pues es una Energía Consciente única con el Ser que la crea. Es la existencia de la forma material en su propio derecho aparte de la auto iluminada energía la que asume la forma, que sería una contradicción de la verdad de las cosas, una fantasmagoría, una pesadilla, una falsedad imposible.

Mas este Ser Consciente que es la verdad de la Supermente infinita, es más que el Universo y vive independientemente en Su propio inexpresable infinito al igual que en las armonías cósmicas. El mundo vive por Eso; Eso no vive por el mundo. Y así como podemos ingresar en la conciencia cósmica y ser Uno con toda la existencia cósmica, de igual manera podemos ingresar en la conciencia que trasciende al mundo y convertirnos en superiores a toda la existencia cósmica. Entonces surge la cuestión que se nos ocurrió en primer término, sobre si esta trascendencia es también, necesariamente, un rechazo. ¿Qué relación tiene este universo con el Más Allá?

Pues en las puertas de lo Trascendente está ese mero y perfecto Espíritu descripto en los Upanishads, luminoso, puro, sosteniendo al mundo pero inactivo en él, sin fibras de energía, sin imperfección de dualidad, sin marca de división, único, idéntico, libre de toda apariencia de relación y de multiplicidad, el puro Atma de los Adwaitins , el inactivo Brahman, el Silencio Trascendente. Y la Mente, cuando pasa de repente esas puertas, sin transiciones intermedias, recibe una sensación de la irrealidad del mundo y la realidad única del Silencio que es una de las más poderosas y convincentes experiencias de la que es capaz la mente humana. Aquí, en la percepción de este puro Atma o del No-Ser detrás de él, tenemos el punto de arranque para una segunda negación, ? paralela al otro polo del materialista, pero más completa, más final, más peligrosa en sus efectos sobre los individuos y las colectividades que oyen su potente reclamo en pro del yermo—, el rechazo del asceta.

Es esta rebelión del Espíritu contra la Materia la que durante dos mil años —desde que el Budismo alteró el equilibrio del antiguo mundo Ario—, dominó cada vez más la mente hindú. Y no es la sensación de la ilusión cósmica la totalidad del pensamiento hindú; existen otras afirmaciones filosóficas, otras aspiraciones religiosas. Tampoco faltó por parte de las filosofías más extremas algún intento de ajuste entre ambos términos. Pero todos han vivido a la sombra del gran Rechazo y la conclusión de la vida es para todos la vestidura del asceta. La concepción general de la existencia fue saturada por la teoría budista de la cadena del karma y por la consiguiente antinomia de esclavitud y liberación, esclavitud por nacimiento, liberación por cese del nacimiento. Por lo tanto, todas las voces se unen en un gran consenso de que en este mundo de dualidades no puede existir nuestro reino celestial, sino más allá, en las beatitudes del eterno Vrindavan o la elevada bienaventuranza de

Brahmaloka más allá de todas las manifestaciones en algún inefable Nirvana a donde toda la experiencia separada se pierde en la indistinta unidad de la Existencia indefinible. Y a través de muchos siglos, un gran ejército de brillantes testigos, santos y maestros, nombres sagrados para el cuerpo hindú y dominantes en la imaginación hindú, rindieron siempre el mismo testimonio y acrecentaron siempre la misma sublime y distante apelación: la renuncia es el sendero único del conocimiento, la aceptación de la vida física, es el acto del ignorante, el cese del nacimiento, es el correcto uso del nacimiento humano, el reclamo del Espíritu es el receso de la Materia.

Para una edad exenta de simpatía para con el espíritu ascético —y en todo el resto del mundo parecería que la hora del anacoreta ya pasó a está desapareciendo ?es fácil atribuir esta gran tendencia a la frustración de la energía vital de una antigua raza exhausta de agobios, con su otrora compartido avance común desfalleciente por su multilateral contribución a la suma del esfuerzo humano y del conocimiento humano. Pero hemos visto que eso corresponde a una verdad de la existencia, un estado de realización consciente que está en la cima de nuestras posibilidades. En la práctica también el espíritu ascético es un elemento indispensable de la perfección humana y ni su afirmación separada puede evitarse mientras la raza no libere al fin su intelecto y hábitos vitales de la sujeción a un siempre insistente animalismo.

Buscamos ciertamente una mayor y más completa afirmación. Percibimos que en el ascético ideal hindú la gran formula Vedántica: “Uno sin segundo”, no ha sido leída lo suficiente a la luz de esa otra fórmula igualmente imperativa: “Todo esto es el Brahman». La apasionada aspiración del hombre hacia lo Divino no se relacionó lo suficiente con el movimiento descendente de lo Divino que se asoma hacia abajo para abarcar eternamente Su manifestación. Su significado en la Materia no fue bien entendido como Su Verdad en el Espíritu. La Realidad que el Sannyasin busca ha sido captada en su plena elevación, pero no, como los antiguos Vedantas, en su plena extensión y comprehensión. Pero en nuestra más completa afirmación no debemos minimizar la parte del puro impulso espiritual. Así como hemos visto en cuán gran proporción el Materialismo ha servido a los fines de lo Divino, de igual manera debemos reconocer el servicio mayor aun prestado por el Ascetismo a la Vida. Preservaremos las verdades de la Ciencia material y sus utilidades reales en la armonía final, aunque muchas o todas sus formas existentes hayan de romperse o dejarse de lado. Un escrúpulo mayor aun de perservación correcta debe guiarnos en nuestro trato con el legado (aunque en realidad disminuido y desvalorizado) del pasado Ario.