LA VIDA DIVINA. Capítulo XXVI: – La Serie Ascendente de la Sustancia

Hay un yo que es de la esencia de la Materia —hay otro yo interior de la Vida que llena al primero— hay otro yo interior de la Mente —hay otro yo interior de la Verdad-Conocimiento— hay otro yo interior de Bienaventuranza.

Taittiriya Upanishad

Ellos ascienden a Indra como una escalera. En la medida en que uno sube cima tras cima, se torna claro lo mucho que aun queda por hacer. Indra trae la conciencia de Eso como meta.

Como un halcón, como un milano El se posa sobre la Nave y la eleva; en Su chorro de movimiento Él descubre los Rayos, pues marcha portando sus armas: hiende al océano agita las aguas; un gran Rey. Él declara el cuarto estado. Como un mortal que purifica su cuerpo, como un caballo-de-guerra que galopa a la conquista de riquezas, Él fluye llamando a través de toda la envoltura y entra en estos vasos.

Rig Veda

Si consideramos qué es lo que más nos representa la materialidad de la Materia, veremos que es su aspecto de solidez, de ser tangible, de resistencia creciente, de firme respuesta al contacto con la Sensación. La sustancia parece más ciertamente material y real en proporción a como nos presenta una sólida resistencia y en virtud de esa resistencia, una durabilidad de la forma sensible en la que nuestra conciencia pueda morar; en proporción a cómo resulta más sutil, menos densamente resistente y menos duraderamente asible por el sentido, nos parece menos material. Esta actitud de nuestra conciencia ordinaria para con la Materia es símbolo del objeto esencial para el cual ha sido creada la Materia. La sustancia mora dentro del estado material a fin de poder presentarse a la conciencia, a la cual tiene que entregar con ello imágenes duraderas, firmemente aprehensibles sobre las que la mente pueda apoyar y basar sus operaciones y a las que la Vida pueda manejar, con al menos, una relativa seguridad de permanencia en la forma sobre la que opera. Por lo tanto, en la antigua fórmula Védica, la Tierra, modelo de los estados más sólidos de sustancia, fue aceptada como el nombre simbólico del principio material. Por eso también el tacto o contacto es para nosotros la base esencial de Sensación; todos los otros sentidos físicos, gusto, olfato, oído, vista, se basan en una serie de contactos cada vez más sutiles e indirectos entre el perceptor y lo percibido. Igualmente, en la clasificación Sankhya de los cinco estados elementales de la Sustancia desde el éter a la tierra, vemos que su característica es una constante progresión desde lo más sutil hasta lo menos sutil de modo que en la cúspide tenemos las vibraciones sutiles de lo etéreo y en la base la densidad más gruesa de la elemental condición terrena o sólida. La Materia, por lo tanto, es la última etapa conocida por nosotros en el progreso de la pura sustancia hacia una base de relación cósmica, en la que la primera palabra no será espíritu sino forma, y forma en su máximo desarrollo posible de concentración, resistencia, imagen duraderamente densa, mutua impenetrabilidad, —el punto culminante de la distinción, separación y división—. Esta es la intención y carácter del universo material; es la fórmula de la consumada divisibilidad.

Si hay, como debe haberla en la naturaleza de las cosas, una serie ascendente en la escala de la sustancia desde la Materia hasta el Espíritu, ella debe estar marcada por una progresiva disminución de estas capacidades más características del principio físico y un progresivo incremento de las características opuestas que nos conducirán a la fórmula de la pura auto-extensión espiritual. Esto es como decir que deben estar marcadas por cada vez menor esclavitud a la forma, por cada vez mayor sutileza y flexibilidad de sustancia y fuerza; por cada vez mayor ínter-fusión, interpenetración, poder de asimilación, poder de intercambio, poder de variación, transmutación y unificación. Apartándonos de la durabilidad de la forma marcharnos hacia la eternidad de la esencia; apartándonos de nuestro equilibrio en la persistente separación y resistencia de la Materia física, nos acercamos al supremo equilibrio divino en la infinitud, unidad e indivisibilidad del Espíritu. Entre la tosca sustancia densa y la pura sustancia del espíritu ésta debe ser la fundamental antinomia. En la Materia, Chit o la Fuerza-Consciente se concentra cada vez más para resistir e imponerse ante las otras masas de la misma Fuerza-Consciente; en la sustancia del Espíritu, la pura conciencia se imagina libremente en su sensación de sí misma con una indivisibilidad esencial y un constante intercambio unificador como fórmula básica incluso del más diversificado juego de su propia Fuerza. Entre estos dos polos existe la posibilidad de una gradación infinita.

Estas consideraciones resultan de gran importancia cuando consideramos la posible relación entre la vida divina y la mente divina del alma humana perfeccionada y el muy denso y aparentemente no-divino cuerpo o fórma del ser físico en que actualmente moramos. Esa fórma es resultado de cierta relación fija existente ente sensación y sustancia, desde la cual comenzó el universo material. Pero así como esta relación no es la única relación posible, de igual modo esa fórma no es la única fórma posible. La vida y la mente pueden manifestarse en otra relación con la sustancia y estructurar diferentes leyes físicas, hábitos distintos y mayores, incluso una distinta sustancia del cuerpo con una más libre acción de la sensación, más libre acción de la vida, más libre acción de la mente. Muerte, división, mutua resistencia y exclusión entre las masas corporizadas de la misma fuerza-vital consciente son la fórmula de nuestra existencia física; la estrecha limitación del juego de los sentidos, la determinación dentro de un pequeño círculo del campo, duración y poder de las obras-vitales, el oscurecimiento, el poco convincente movimiento, el interrumpido y restringido funcionamiento de la mente son el yugo que esa fórmula expresada en el cuerpo animal ha impuesto sobre los principios superiores. Pero estas cosas no son el único ritmo posible de la Naturaleza cósmica. Hay estados superiores, hay mundos superiores, y si por cualquier progreso del hombre y por cualquier liberación de nuestra sustancia desde sus actuales imperfecciones, la ley de aquellos pudiese imponerse en esta forma e instrumento sensibles de nuestro ser, entonces puede existir incluso aquí una actuación física de la mente y del sentido divinos, una tarea física de la vida divina en la estructura humana y también en la evolución sobre la tierra de algo que podemos llamar, un cuerpo divinamente humano. El cuerpo del hombre también puede algún día obtener su transfiguración; la Madre-Tierra también puede revelar en nosotros su deidad.

Incluso dentro de la fórmula del cosmos físico hay una serie ascendente en la escala de la Materia que nos conduce de lo más denso a lo menos denso, de lo menos sutil a lo más sutil. ¿Dónde alcanzamos el término supremo de esa serie, la más supra-etérea sutileza de la sustancia material o formulación de la Fuerza, que está más allá? No es un Nihil, no es un vacío; pues no existe una cosa tal como vacío absoluto o nulidad real y lo que llamamos por ese nombre es simplemente algo que está más allá de la captación de nuestro sentido, nuestra mente o nuestra conciencia más sutil. Tampoco es verdad que más allá no hay nada, o que alguna sustancia etérea de la Materia es el principio eterno; pues sabemos que la Materia y la Fuerza material son sólo un resultado último de una Sustancia pura y una Fuerza pura en las que la conciencia está luminosamente auto-consciente y auto-poseedora y no como en la Materia perdida en sí misma en un sueño inconsciente y en un movimiento inerte. ¿Qué hay entonces entre esta sustancia material y esa sustancia pura? Pues no saltamos de una a la otra, no pasamos a un tiempo de lo inconsciente a la conciencia absoluta. Deben haber y hay toda una evolución de grados entre la sustancia inconsciente y la auto-extensión completamente auto-consciente, al igual que entre el principio de la Materia y el principio del Espíritu.

Todos cuantos han sondeado estos abismos están dispuestos a testimoniar el hecho de que hay una serie de formulaciones (formas) cada vez más sutiles de la sustancia, que escapan y van más allá de la fórmula del universo material. Sin profundizar en asuntos que son demasiado ocultos y difíciles para nuestra actual investigación, podemos decir, adhiriéndonos al sistema sobre el que nos hemos basado, que estas gradaciones de la sustancia, –en un importante aspecto de su formulación en series–, pueden verse, como se corresponden, con la ascendente serie de Materia, Vida, Mente, Supermente y esa otra divina triplicidad superior de Sachchidananda. En otras palabras, descubrimos que la sustancia en su ascensión, se basa en cada uno de estos principios y se torna sucesivamente un vehículo característico para la dominante auto-expresión cósmica en cada una de sus series ascendentes.

Aquí, en el mundo material, todo se funda en la fórmula de la sustancia material. La Sensación, la Vida, el Pensamiento se basan sobre lo que los antiguos llamaron Poder-Tierra, parten de él, acatan sus leyes, acomodan sus actuaciones a este principio fundamental, se limitan por sus posibilidades y, si desarrollaran otras, incluso en ese desarrollo han de tener en cuenta la fórmula original, su finalidad y su exigencia sobre la evolución divina. La sensación trabaja a través de los instrumentos físicos, la vida a través del sistema-nervioso físico y los órganos vitales, la mente ha de construir sus operaciones sobre una base corporal, usando una instrumentación material, aun en sus actividades mentales puras ha de tomar los datos así derivados como campo y como el material sobre los cuales trabaja. No es preciso que en la naturaleza esencial de la mente, de la sensación, de la vida, hayan de limitarse así: pues los órganos-sensorios físicos no son los creadores de las percepciones-sensorias, sino que ellos mismos son la creación, los instrumentos y aquí una conveniencia necesaria de la sensación cósmica; el sistema nervioso y los órganos vitales no son los creadores de la acción y reacción de la vida, sino que ellos mismos son la creación, los instrumentos y aquí una necesaria conveniencia de la fuerza-Vital cósmica; el cerebro no es el creador del pensamiento, sino que él mismo es la creación, el instrumento y aquí una necesaria conveniencia de la Mente cósmica. La necesidad entonces no es absoluta, sino teleológica; es el resultado de una divina Voluntad cósmica en el universo material que propende a plantear aquí una relación física entre la sensación y su objeto, establece aquí una fórmula material y ley de la Fuerza-Consciente y crea mediante ella las imágenes físicas del Ser-Consciente para servir de hecho inicial, dominante y determinante del mundo en que vivimos. No es una ley fundamental del ser sino un principio constructivo requerido por la intención del Espíritu en orden a evolucionar en el mundo de la Materia.

En el grado siguiente de la sustancia el hecho inicial, dominante y determinante ya no es la fuerza y la forma de la sustancia sino la vida y el deseo consciente. Por lo tanto, el Mundo más allá de este plano material debe ser un mundo basado en una consciente Energía vital cósmica, una fuerza de búsqueda vital y una fuerza de Deseo y su auto-expresión, y no en una voluntad inconsciente o subconsciente que toma la forma de una energía y una fuerza material. Todas las formas, cuerpos, fuerzas, movimientos-vitales, movimientos-sensorios, movimientos-del-pensamiento, desarrollos, culminaciones, auto-realizaciones de ese Mundo deben ser dominados y determinados por este hecho inicial de la Vida-Consciente al que la Materia y la Mente deben someterse, deben partir desde él, basarse ambas en él, limitarse o agrandarse según sus leyes, poderes, capacidades, limitaciones; y si la Mente procura desarrollar todavía posibilidades superiores, aún debe tener en cuenta la fórmula vital original de la fuerza-deseo, su finalidad y su exigencia en cuanto a la manifestación divina.

Lo mismo ocurre con las gradaciones superiores. La siguiente en la serie debe ser gobernada por el dominante y determinante factor de la Mente. La sustancia debe haber llegado a ser lo bastante sutil y flexible como para asumir las formas que directamente le impone la Mente, para acatar sus operaciones, para subordinarse a su exigencia de auto-expresión y auto-realización. Las relaciones de sensación y sustancia deben también tener una sutileza y flexibilidad correspondientes, y deben ser determinadas, no por las relaciones del órgano físico con el objeto físico, sino de la Mente con la sustancia más sutil sobre la cual trabaja. La vida de ese Mundo sería sirviente de la Mente en un sentido del cual nuestras débiles operaciones mentales y nuestras limitadas, toscas y rebeldes facultades vitales no pueden tener una concepción adecuada. Allí la Mente domina como la fórmula original, su finalidad prevalece, su exigencia supera a todas las otras en la ley de la manifestación divina. En una distancia aún superior, la Supermente —o, entre medias, los principios controlados por ella— o, más arriba todavía, una pura Bienaventuranza, un puro Poder Consciente o puro Ser reemplazan a la Mente como principio dominante, e ingresamos en aquellos Ambitos de la existencia cósmica que para los antiguos videntes Védicos eran los Mundos de la divina existencia iluminada y el fundamento de lo que denominaron Inmortalidad y que más tarde las religiones indias imaginaron, en figuras como Brahmaloka o Goloka, alguna suprema auto-expresión del Ser corno Espíritu en la que el alma liberada en su perfección suprema posee la infinitud y beatitud de la Deidad eterna.

El principio que subyace en esta experiencia continuamente ascendente y en esta visión que se eleva más allá de la formulación material de las cosas es que toda existencia cósmica es una armonía compleja y no concluye con el alcance limitado de la conciencia en él que la ordinaria mente humana y la vida están condenados a estar en prisión. El ser, la conciencia, la fuerza, la sustancia, descienden y ascienden una escalera de múltiples peldaños, en cada uno de los cuales el ser tiene una más vasta auto-extensión, la conciencia una más amplia sensación de su propio alcance, grandor y dicha, la fuerza una mayor intensidad y una más rápida y bienaventurada capacidad, la sustancia ofrece una más sutil, plástica, boyante y flexible versión de su primera realidad. Pues lo más sutil es también lo más poderoso, —uno podría decir lo más verdaderamente concreto—; es menos restringido que lo denso, tiene una mayor permanencia en su ser junto con mayor potencialidad, plasticidad y alcance en su devenir. Cada meseta de la ascensión a la cima del ser, da a nuestra experiencia en expansión un plano superior de nuestra conciencia y un mundo más rico para nuestra existencia.

¿Pero cómo afecta esta serie ascendente a las posibilidades de nuestra existencia material? No las afectaría para nada si cada plano de la conciencia, cada Mundo de la existencia, cada clase de sustancia, cada grado de fuerza cósmica estuviese segregado por entero de lo que precede y de lo que le sigue. Pero la verdad es lo opuesto; la manifestación del Espíritu es una compleja trama y en el diseño y modelo de un Principio entran todos los demás como elementos del todo espiritual. Nuestro Mundo material es el resultado de todos los demás Mundos, pues todos los otros Principios descendieron en la Materia para crear el universo físico, y cada partícula de lo que llamamos Materia contiene a todos ellos implícitos en sí misma; su acción secreta, como ya vimos está involucrada en cada momento de su existencia y en todo movimiento de su actividad. Y así como la Materia es la última palabra del Descenso Involutivo a lo Inconsciente, de igual manera es también la primera palabra del Ascenso; así como los poderes de todos estos planos, mundos, clases, grados están envueltos en la existencia material, de igual manera todos son capaces de Evolución por y a partir de ella. Es por esta razón que el ser material no empieza y termina con gases, compuestos químicos, fuerzas físicas y movimientos, con nebulosas, soles y tierras, sino que evoluciona hacia el desarrollo de la vida, evoluciona hacia el desarrollo de la mente, debe evolucionar en su momento la supermente y los grados superiores de la existencia espiritual. La evolución adviene mediante la incesante presión de los planos supra-materiales sobre lo material, compeliéndo a la materia a liberar de sí sus principios y poderes que, de otro modo, concebiblemente habrían dormido aprisionados en la rigidez de la fórmula material. Esto habría sido aun así improbable, dado que su presencia allí implica un propósito de liberación; pero aún esta necesidad de abajo es en realidad ayudada en grado sumo por una semejante presión superior.

Esta evolución no puede terminar con la primera formulación escasa de la vida, mente, supermente, espíritu, concedida a esos poderes superiores por el reluctante poder de la Materia. Pues en la medida que evolucionan, tal como despiertan, tal como llegan a ser más activos y ávidos de sus propias potencialidades, la presión sobre ellos de los planos superiores, –una presión envuelta en la existencia e íntima conexión e interdependencia de los Mundos—, debe también crecer en insistencia, poder y efectividad. Estos principios no sólo deben manifestarse desde abajo en un calificado y restringido emerger, sino también desde arriba ellos deben descender con su característico poder y plena florescencia posible dentro del ser material; la criatura material debe abrirse a un juego cada vez más amplio de sus actividades en la Materia, y todo cuanto se necesita es un receptáculo, un medio y unos instrumentos aptos. Eso lo aporta el cuerpo, la vida y la conciencia del hombre.

Ciertamente, si ese cuerpo, vida y conciencia estuviesen limitados a las posibilidades del cuerpo denso humano, que son todas las que aceptan nuestros sentidos físicos y mentalidad física, habría un estrechísimo marco para esta evolución, y el ser humano no podría esperar cumplir nada esencialmente mayor que su propio logro. Pero este cuerpo, como lo descubrió la antigua ciencia oculta, no es todavía el todo de nuestro ser físico; esta burda densidad no es toda nuestra sustancia. El antiquísimo conocimiento Vedántico nos habla de cinco grados de nuestro ser: el material, el vital, el mental, el ideal y el espiritual o beatífico, y a cada uno de estos grados de nuestra alma le corresponde allí una clase de nuestra sustancia, una envoltura como se la denominó en el antiguo lenguaje figurativo. Una sicología posterior descubrió que estas cinco envolturas de nuestra sustancia eran el material de los tres cuerpos, el físico denso, el sutil y el causal, en todos los cuales el alma mora real y simultáneamente, aunque aquí y ahora solo somos superficialmente conscientes del vehículo material. Pero es posible también llegar a ser conscientes en nuestros otros cuerpos y ello constituye de hecho levantar el velo entre ellos y consiguientemente entre nuestras personalidades física, psíquica e ideal que es la causa de aquellos fenómenos “psíquicos” y “ocultos” que en la actualidad empiezan a examinarse, aunque no en la proporción deseada y bastante desdeñadamente, distando mucho todavía de ser debidamente explotados. Los antiguos Hatha-yoguis y Tántricos de la India hace mucho tiempo que redujeron a una ciencia este tema de la vida y cuerpo humanos superiores. Descubrieron seis centros nerviosos de la vida en el cuerpo denso, correspondientes a los seis centros de la vida y la facultad mental en lo sutil, y también encontraron sutiles ejercicios físicos mediante los cuales estos centros, ahora cerrados, podían abrirse, ingresando el hombre en la vida psíquica superior apropiada a nuestra existencia sutil, pudiendo incluso destruirse las obstrucciones físicas vitales a la experiencia del ser ideal y espiritual. Resulta significativo que un relevante resultado proclamado por los Hatha-yoguis para sus prácticas y verificado en muchos aspectos, fuese un control de la física fuerza-vital que los liberaba de algunos de los hábitos ordinarios o de las así llamadas leyes que según criterio de la ciencia oficial son inseparables de la vida en el cuerpo.

Detrás de todos estos términos de la antigua ciencia psicofísica está el único gran hecho y ley de nuestro ser de que, cualquiera sea su temporal equilibrio de forma, conciencia y poder en esta evolución material, detrás de él debe haber, y hay, una existencia mayor y verdadera de la cual ésta es sólo el resultado externo y el aspecto físicamente sensible. Nuestra sustancia no termina con el cuerpo físico; este es sólo el pedestal terreno, la base terrestre, el punto de partida material. Así como detrás de nuestra mentalidad en vigilia hay ámbitos más amplios de la conciencia subconsciente y superconsciente de los que a veces tomamos conocimiento anormalmente, de igual modo detrás de nuestro denso ser físico hay otras y más sutiles clases de sustancia con una más refinada ley y mayor poder que sostienen al cuerpo más denso y los cuales, mediante nuestro ingreso dentro de los ámbitos de la conciencia pertenecientes a ellos pueden hacer que se imponga esa ley y poder sobre nuestra materia densa, y sustituir sus más puras, más elevadas y más intensas condiciones del ser por la tosquedad y limitación de nuestra vida física, impulsos y hábitos actuales. Si eso fuera así, entonces nuestra evolución hacia una más noble existencia física no limitada por las condiciones ordinarias del animal nacimiento, vida y muerte, de la difícil alimentación y facilidad de desorden y enfermedad y sujeción a pobres e insatisfechos anhelos vitales, deja de tener la apariencia de un sueño y una quimera y llega a ser una posibilidad fundada sobre una verdad racional y filosófica que está de acuerdo con todo el resto que hasta ahora conocimos, experimentamos o pudimos pensar acerca de la verdad abierta y secreta de nuestra existencia.

Así sería racionalmente; pues la no interrumpida serie de los Principios de nuestro ser y su íntima conexión mutua es demasiado evidente como para que sea posible que uno sólo de ellos esté condenado y segregado mientras los demás son capaces de una liberación divina. El ascenso del hombre desde lo físico hasta lo supramental debe admitir la posibilidad de un correspondiente ascenso en las clases de sustancia hacia ese cuerpo ideal o causal que es apropiado para nuestro ser supramental, y la conquista de los principios inferiores por la supermente y su liberación de ellos en una vida divina y en una mentalidad divina deben hacer posible también una conquista de nuestras limitaciones físicas mediante el poder y principio de la sustancia supramental. Y esto significa la evolución no sólo de una irrestricta conciencia, de una mente y una sensación no encerrada en los muros del ego físico o limitadas a la pobre base del conocimiento ofrecido por los órganos físicos de la sensación, sino un poder-vital liberado cada vez más de sus limitaciones mortales, una vida física apta para un habitante divino y, —en el sentido no de apego o de restricción a nuestra estructura corpórea actual sino de superación de la ley del cuerpo físico?, la conquista de la muerte, una inmortalidad terrena. Pues desde la Bienaventuranza divina, del Deleite original de la existencia, el Señor de la Inmortalidad llega escanciando el vino de esa Bienaventuranza, el Soma místico, en estas vasijas de mentalizada materia viviente; eterno y bello, él entra en estas envolturas de la sustancia para la integral transformación del ser y de la naturaleza.