TEMA 17: NUESTRO ESFUERZO CONSISTIÓ……

Oh Llama vidente, tú llevas al hombre de las torcidas sendas a la verdad y conocimiento inmanentes.Rig VedaYo purifico el cielo y la tierra mediante la Verdad.Rig VedaSu éxtasis, en quien lo tiene, pone en movimiento los dos nacimientos, la auto-expresión humana y la divina, y se desplaza entre ellos.Rig VedaQue los rayos invisibles de su intuición estén allí buscando la inmortalidad, penetrando ambos nacimientos; pues mediante ellos hace fluir en un solo movimiento las fuerzas humanas y las cosas divinas.Rig VedaQue todos acepten tu voluntad cuando naciste dios viviente desde el árbol seco, que alcancen la divinidad y lleguen, por la velocidad de tus movimientos, a la posesión de la Verdad y la Inmortalidad.Rig Veda

Nuestro esfuerzo consistió en descubrir cuál es la realidad y significación de nuestra existencia como seres conscientes en el universo material y en qué dirección y hasta dónde esa significación, una vez descubierta, nos conduce, a qué futuro humano o divino. Nuestra existencia aquí puede ciertamente ser un inconsecuente capricho de la Materia misma o de alguna Energía que elabora la Materia, o puede ser un inexplicable capricho del Espíritu. O, además, nuestra existencia puede ser aquí una fantasía arbitraria de un Creador supra-cósmico. En ese caso no tiene significación esencial, –ninguna significación en absoluto si la Materia o una Energía inconsciente es la constructora de fantasías, pues entonces es a lo más la desperdigada descripción de una errante espiral de la Casualidad o la difícil curva de una ciega Necesidad–; sólo puede tener una ilusoria significación que se desvanece en la nada si es un error del Espíritu. Un creador consciente puede ciertamente haber puesto un significado a nuestra existencia, pero éste debe descubrirse mediante una revelación de su voluntad y no se halla auto-implícito en la auto-naturaleza de las cosas ni puede descubrirse allí. Mas si hay una realidad auto-existente de la cual nuestra existencia aquí es un resultado, entonces debe haber una verdad de esa Realidad que aquí se está manifestando, estructurando y evolucionando, y que será la significación de nuestro propio ser y vida. Cualquiera que sea esa Realidad, es algo que tomó sobre sí el aspecto de un devenir en el Tiempo, –un devenir indivisible, pues nuestro presente y nuestro futuro llevan en sí, transformado, hecho otro, el pasado que los creó, y el pasado y el presente ya contenidos y que ahora contienen en sí, invisibles para nosotros porque están aún no-manifestados, no-evolucionados–; su propia transformación en el futuro aún increado. La significación de nuestra existencia aquí determina nuestro destino: ese destino es algo que ya existe en nosotros como una necesidad y una potencialidad, la necesidad de nuestra secreta y emergente realidad del ser, una verdad de sus potencialidades que está siendo estructurada; ambas, aunque no realizadas aún, están incluso ahora implícitas en lo que ha sido ya manifestado. Si hay un ser que es devenir, una Realidad de la existencia que se desarrolla en el Tiempo, lo que ese ser, esa Realidad es secretamente es lo que nosotros hemos de devenir, y de esa manera, devenir es la significación de nuestra vida.

Es la conciencia y la vida las que deben ser las palabras claves para nuestro ser que de esa manera está siendo estructurado en el Tiempo; pues sin ellas, la Materia y el mundo de la Materia serían un fenómeno ininteligible, una cosa que sucedió precisamente por Azar o por una Necesidad inconsciente. Mas la conciencia tal como es, la vida tal como es no pueden ser el secreto de todo; pues ambas son muy claramente algo inacabado y aún en proceso. En nosotros la conciencia es la Mente, y nuestra mente es ignorante e imperfecta, un poder intermedio que ha crecido y aún crece hacia algo más allá de sí: hubo niveles inferiores de la conciencia que vinieron antes que ella y desde los cuales surgió, debe haber evidentemente niveles superiores a los que ella misma está ascendiendo. Antes de nuestro pensamiento, razonamiento y reflexión mentales hubo una conciencia no-pensante pero viviente y sensitiva, y antes de eso existió el subconsciente y el inconsciente; después de nosotros o en nuestros todavía no-evolucionados yoes es probable que esté aguardando una conciencia mayor, auto-luminosa, que no depende del pensamiento constructivo: nuestra mente-pensante imperfecta e ignorante no es ciertamente la última palabra de la conciencia, su última posibilidad. Pues la esencia de la conciencia es el poder de ser consciente de sí mismo y de sus objetos y en su verdadera naturaleza este poder debe ser directo, autorrealizado y completo: si en nosotros es incompleto, indirecto, irrealizado en sus obras, dependiente de elaborados instrumentos, es porque la conciencia aquí está emergiendo de una Inconciencia original veladora y está aún agobiada y envuelta con la primera Nesciencia propia del Inconsciente; mas debe tener el poder de emerger completamente, su destino debe ser evolucionar en su propia perfección que es su verdadera naturaleza. Su verdadera naturaleza es ser totalmente consciente de sus objetos, y de estos objetos el primero es el yo, el ser que está evolucionando aquí su conciencia, y el resto es lo que vemos como no-yo, –pero si la existencia es indivisible, eso también debe ser en realidad el yo–: el destino de la conciencia evolutiva debe ser, entonces, devenir perfecta en su conocimiento, enteramente consciente del yo y consciente-de-todo. Esta condición perfecta y natural de la conciencia es para nosotros una superconciencia, un estado que está más allá de nosotros y en el cual nuestra mente, si es transferida repentinamente a ella, no podría funcionar al principio; pero es hacia esa super-conciencia que nuestro ser consciente debe estar evolucionando. Pero esta evolución de nuestra conciencia hacia una superconciencia o hacia una conciencia suprema de sí misma es posible sólo si la Inconciencia, que es nuestra base aquí, realmente es ella misma una Superconciencia involucionada; pues lo que ha de estar en el devenir de la Realidad en nosotros debe estar ya allí involucionado o secreto en su comienzo. Podemos concebir que el Inconsciente sea un tal Ser o Poder involucionado cuando consideramos de cerca esta creación material de una Energía inconsciente y la vemos elaborar con curiosa construcción e infinito artificio la obra de una vasta Inteligencia involucionada y vemos, también, que nosotros mismos somos algo de esa Inteligencia evolucionando a partir de su involución, una conciencia emergiendo cuyo emerger no puede detenerse en el camino hasta que el Involucionado haya evolucionado y se haya revelado como una suprema Inteligencia totalmente auto-consciente y omni-consciente. A esto es a lo que hemos dado el nombre de Supermente o Gnosis. Pues eso evidentemente debe ser la Conciencia de la Realidad, el Ser, el Espíritu que está secreto en nosotros y se manifiesta aquí lentamente; de ese Ser nosotros somos los devenires y debemos crecer en su naturaleza.

Si la conciencia es el secreto central, la vida es la señal externa, el poder efectivo del ser en la Materia; pues es eso lo que libera a la conciencia y le da su forma o corporización de la fuerza y su efectuación en el acto material. Si alguna revelación o efectuación de sí en la Materia es el objetivo último del evolutivo Ser en su nacimiento, la vida es el signo exterior y dinámico y la señal de esa revelación y efectuación. Pero la vida también, como lo es ahora, es imperfecta y evolutiva; evoluciona a través del crecimiento de la conciencia tal como la conciencia evoluciona a través de mayor organización y perfección de la vida: una conciencia mayor significa una vida mayor. El hombre, el ser mental, tiene una vida imperfecta porque la mente no es el primero ni el supremo poder de la conciencia del Ser; aunque si la mente fuese perfeccionada, habría un algo todavía por realizar, no manifestado aún. Pues lo que está involucionado y emergente no es una Mente, sino un Espíritu, y la mente no es el dinamismo innato de la conciencia del Espíritu; la supermente, la luz de la gnosis, es su dinamismo innato. Entonces, si la vida se convirtió en una manifestación del Espíritu, es la manifestación de un ser espiritual en nosotros y la vida divina de una conciencia perfeccionada en un poder supramental o gnóstico del ser espiritual que debe ser la carga e intención secreta de la Naturaleza evolutiva.

Toda vida espiritual es, en su principio, un nacimiento en la vida divina. Es difícil fijar la frontera donde cesa la vida mental y empieza la vida divina, pues ambas se proyectan una dentro de la otra y hay un prolongado espacio de su existencia entremezclada. Una gran parte de este interespacio, –cuando el impulso vital no se aparta por completo de la tierra o el mundo–, puede verse como el proceso de una vida superior en formación. En cuanto la mente y la vida se iluminan con la luz del espíritu, invisten o reflejan algo de la divinidad, la secreta Realidad mayor, y esto debe aumentar hasta cruzar el interespacio y la existencia toda esté unificada en la plena luz y poder del principio espiritual. Pero para la plena y perfecta realización del impulso evolutivo, esta iluminación y cambio debe asumir y volver a crear al ser todo, a la mente, a la vida y al cuerpo: debe ser, no sólo una experiencia interior de la Divinidad, sino también una remodelación de la existencia interior y de la existencia exterior mediante su poder; debe tomar forma no sólo en la vida del individuo sino también como una vida colectiva de los seres gnósticos establecidos como un poder y forma supremos del devenir del Espíritu en la naturaleza terrena. Para que esto sea posible la entidad espiritual en nosotros debe haber desarrollado su propia perfección integrada no sólo del estado interior del ser sino también del poder saliente del Ser y, con esa perfección y como una necesidad de su acción completa, debe haber evolucionado su propia fuerza dinámica e instrumentación de la existencia externa.

Allí puede haber indudablemente una vida espiritual interior, un reino celestial dentro de nosotros que no dependa de manifestación externa alguna ni de instrumentación o fórmula del ser exterior. La vida interior tiene una suprema importancia espiritual y la vida exterior tiene valor sólo en la medida en que es expresiva del estado interior. Sin embargo, el hombre de realización espiritual viva, actúe y se conduzca, en todas las modalidades de su ser y accionar, tal como se dice en el Gita: “él vive y se mueve en Mí”; mora en la Divinidad, ha realizado la existencia espiritual. El hombre espiritual que vive en el sentido del yo espiritual, en la realización de la Divinidad dentro de él y por doquier, estaría viviendo interiormente una vida divina y su reflejo caería sobre sus actos externos de la existencia, incluso si no pasasen –o no pareciesen pasar– más allá de la ordinaria instrumentación del pensamiento y acción humanos en este mundo de la naturaleza terrestre. Ésta es la verdad primera y la esencia del asunto; pero con todo, desde el punto de vista de una evolución espiritual, esto sólo sería una liberación y perfección individuales en una existencia externa inmodificada: para un cambio dinámico mayor en la naturaleza terrena misma, para un cambio espiritual del principio e instrumentación totales de la vida y la acción, la aparición de un nuevo orden de seres y de una nueva vida-terrena debe considerarse según nuestra idea de la consumación total, la consecuencia divina. Aquí el cambio gnóstico asume primaria importancia; todo lo precedente puede considerarse como una construcción y preparación de esta transformadora reversión de la naturaleza toda. Pues se trata de un modo gnóstico de vida dinámica que debe ser la realizada vida divina sobre la tierra, un modo de vida que desarrolla instrumentos superiores del conocimiento-del-mundo y de la acción-del-mundo para dinamizar la conciencia en la existencia física y asume y transforma los valores de un mundo de la Naturaleza material.

Pero siempre el fundamento total de la vida gnóstica debe ser, por su naturaleza misma, interior y no exterior. En la vida del espíritu está el espíritu, la Realidad interior, que ha construido y usa la mente, el ser vital y el cuerpo como su instrumentación; el pensamiento, el sentimiento y la acción no existen por sí mismos, no son un objeto sino los medios; sirven para expresar la Realidad divina manifestada dentro de nosotros: de otro modo, sin esta interioridad, sin este origen espiritual, en una conciencia demasiado exteriorizada o mediante sólo medios externos, no resulta posible una vida mayor o divina. En nuestra vida actual de la Naturaleza, en nuestra exteriorizada existencia superficial, es el mundo él que parece crearnos; mas en el giro hacia la vida espiritual somos nosotros quienes debemos crearnos a nosotros mismos y a nuestro mundo. Según esta nueva fórmula de creación, la vida interior se torna de primera importancia y el resto puede ser solamente su expresión y resultado. Esto es, ciertamente, lo que queda de relieve mediante nuestros afanes en pos de la perfección, la perfección de nuestra propia alma y mente y vida y la perfección de la vida de la especie. Pues recibimos un mundo que es oscuro, ignorante, material e imperfecto, y nuestro ser consciente externo es él mismo creado por las energías, la presión, las operaciones modeladoras de esa vasta y muda oscuridad, por el nacimiento físico, por el entorno, por una preparación a través de los impactos y choques de la vida; y con todo somos vagamente conscientes de algo que está allí en nosotros o que procura ser, algo distinto de lo hecho de esa forma, un espíritu auto-existente, auto-determinante, que empuja a la naturaleza hacia la creación de una imagen de su propia perfección oculta o Idea de perfección. Hay algo que crece en nosotros en respuesta a esta demanda, que pugna por llegar a ser la imagen de un Algo divino, y es impelido también a trabajar en el mundo exterior que le ha sido dado y rehacer eso también en una imagen mayor, en la imagen de su propio crecimiento espiritual, mental y vital, para hacer de nuestro mundo también algo creado de acuerdo con nuestra propia mente y espíritu auto-concebible, algo nuevo, armónico y perfecto.

Pero nuestra mente es obscura y parcial en sus nociones, desviada por apariencias superficiales opuestas, dividida entre varias posibilidades; es conducida en tres direcciones diferentes a cualquiera de las cuales puede brindar una preferencia exclusiva. Nuestra mente, en su búsqueda en pos de lo que debemos ser, se vuelca hacia una concentración sobre nuestro propio crecimiento y perfección interiores y espirituales, sobre nuestro propio ser individual y vida interior; o se vuelve hacia una concentración sobre un desarrollo individual de nuestra naturaleza superficial, sobre la perfección de nuestro pensamiento y acción externa dinámica o práctica en el mundo, sobre algún idealismo de nuestra relación personal con el mundo que nos rodea; o se vuelve más bien hacia una concentración sobre el mundo externo mismo, para mejorarlo, adaptarlo mejor a nuestras ideas y temperamento, o a nuestra concepción de lo que debería ser. Por un lado está el reclamo de nuestro ser espiritual, que es nuestro verdadero yo, una realidad trascendente, un ser del Ser Divino, no creado por el mundo, capaz de vivir en sí, de elevarse fuera del mundo hacia la trascendencia; por el otro lado está la demanda del mundo que nos rodea que es una forma cósmica, una formulación del Ser Divino, un poder de la Realidad disfrazado. Está también la demanda dividida o doble de nuestro ser de la Naturaleza que se equilibra entre estos dos términos, depende de ellos y los conecta; pues aparentemente está hecho por el mundo y con todo, debido a que su verdadero creador está en nosotros y la instrumentación del mundo que parece hacerlo es sólo el medio usado en primer término, es realmente una forma, una disfrazada manifestación de un ser espiritual mayor dentro de nosotros. Es esta demanda la que media entre nuestra preocupación por una perfección interior o liberación espiritual y nuestra preocupación con el mundo externo y su formación, insiste en una relación más feliz entre los dos términos y crea el ideal de un individuo mejor en un mundo mejor. Mas es dentro de nosotros donde la Realidad debe fundarse y ser la fuente y fundamento de una vida perfeccionada; ninguna formación externa puede reemplazarla: debe existir el verdadero e interior yo realizado si ha de existir la verdadera vida realizada en el mundo y en la Naturaleza.

En el crecimiento en una vida divina el espíritu debe ser nuestra primera preocupación; hasta que lo hayamos revelado y evolucionado en nuestro yo fuera de sus envolturas y disfraces mentales, vitales y físicos, extrayéndolo con paciencia desde nuestro propio cuerpo, como dice el Upanishad, hasta que hayamos construido en nosotros una vida interior espiritual, es obvio que no puede ser posible ninguna otra vida divina. A menos, ciertamente, que sea una deidad mental o vital la que percibimos y seríamos, –pero aun entonces el ser mental individual o el ser del poder y la fuerza y deseo vitales en nosotros debe crecer en una forma de esa deidad antes que nuestra vida pueda ser divina en ese sentido inferior, la vida del superhombre infra-espiritual, del semidiós mental o del Titán vital, Deva o Asura–. Una vez creada esta vida interior, convertir todo nuestro ser vital, nuestro pensamiento, sentimiento y acción en el mundo en un poder perfecto de esa vida interior, debe ser otra preocupación nuestra. Sólo si vivimos en esa modalidad más honda y mayor en nuestras partes dinámicas, puede haber una fuerza para crear una vida mayor o puede el mundo rehacerse ya sea en algún poder o perfección de la Mente y la Vida o en el poder y perfección del Espíritu. Un mundo humano perfeccionado no puede ser creado por hombres ni compuesto de hombres que son imperfectos. Incluso si todas nuestras acciones fueran escrupulosamente reguladas por la educación o por la ley o por una maquinaria social o política, lo que se conseguirá es un regulado patrón de las mentes, un fabricado patrón de las vidas, un cultivado patrón de conducta; pero una conformidad de esta clase no puede cambiar, no puede recrear al hombre por dentro, no puede cincelar ni perfilar un alma perfecta ni un hombre pensante perfecto ni un ser viviente perfecto o creciente. Pues el alma, la mente y la vida son poderes del ser y pueden crecer pero no pueden ser recortados ni hechos; un proceso o formación externos pueden ayudar o pueden expresar al alma, la mente y la vida pero no pueden crearlas ni desarrollarlas. Uno ciertamente puede ayudar al ser para que crezca, no por un intento de manufacturación, sino lanzando sobre él estimulantes influencias o prestándoles las propias fuerzas del alma, la mente o la vida; pero aun así el crecimiento debe todavía llegar desde dentro de él, determinando desde allí lo que se hará con estas influencias y fuerzas, y no desde fuera. Esta es la primera verdad que nuestro celo y aspiración creadores han de aprender, de otro modo, todo nuestro humano esfuerzo está predestinado a girar en un fútil círculo y puede sólo concluir en un éxito que es un bello fracaso.

Ser o devenir algo, traer algo al ser es la labor total de la fuerza de la Naturaleza; conocer, sentir y hacer son energías subordinadas que tienen un valor porque ayudan al ser en su parcial auto-realización a expresar lo que él es y lo ayudan también en su impulso a expresar lo todavía no realizado que él ha de ser. Pero el conocimiento, el pensamiento y la acción, –ya sean religiosos, éticos, políticos, sociales, económicos, utilitarios o hedonísticos, ya sean una forma o construcción mental, vital o física de la existencia–, no pueden ser la esencia u objeto de la vida; son sólo actividades de los poderes del ser o de los poderes de su devenir, símbolos dinámicos de sí, creaciones del espíritu corporizado, sus medios de descubrir o formular lo que busca ser. La tendencia de la mente física del hombre consiste en ver de otro modo o poner cabeza abajo el verdadero método de las cosas, pues toma como esencial o fundamental las fuerzas o apariencias superficiales de la Naturaleza; acepta su creación mediante un proceso visible o exterior como la esencia de su acción y no ve que es sólo una apariencia secundaria y encubre un proceso secreto mayor: pues el proceso oculto de la Naturaleza consiste en revelar al ser a través de la producción de sus poderes y formas, su presión externa es sólo un medio de despertar al ser involucionado a la necesidad de esta evolución, de esta auto-formación. Cuando la etapa espiritual de su evolución llega a alcanzarse, este proceso oculto debe convertirse en el proceso total; atravesar el velo de las fuerzas y llegar a su principal resorte secreto, que es el espíritu mismo, es de cardinal importancia. Devenir nosotros mismos es lo único por hacer; pero lo verdadero de nosotros es lo que está dentro de nosotros, y superar nuestro externo yo corporal, vital y mental es la condición para este ser supremo que es nuestro verdadero y divino ser, para auto-revelarse y ponerse en actividad. Sólo podemos encontrarlo creciendo y viviendo interiormente; una vez hecho eso, crear desde allí la mente, vida y cuerpo espirituales o divinos y a través de esta instrumentación llegar a la creación de un mundo que será el entorno verdadero de una vida divina, –éste es el objetivo final que la Fuerza de la Naturaleza ha puesto ante nosotros–. Ésta es, entonces, la primera necesidad, que el individuo, cada individuo, descubrirá al espíritu, a la divina realidad dentro de él y la expresará en todo su ser y vida. Una vida divina debe ser primera y principalmente una vida interior; pues dado que lo exterior debe ser la expresión de lo interior, no puede haber divinidad en la existencia externa si no hay divinización del ser interior. La Divinidad mora en el hombre velada en su centro espiritual; no puede existir una cosa tal como la auto-superación para el hombre o una superior salida para su existencia si en él no está la realidad de un yo y espíritu eternos.

Ser y ser plenamente es el objetivo de la Naturaleza en nosotros; mas ser plenamente es ser totalmente consciente del propio ser: la inconciencia, semi-conciencia o conciencia deficiente es un estado del ser que no está en posesión de sí; es existencia, pero no plenitud del ser. Ser total e integralmente consciente de uno mismo y de toda la verdad del propio ser es la condición necesaria para la verdadera posesión de la existencia. Esta auto-captación es lo que significa el conocimiento espiritual: la esencia del conocimiento espiritual es una auto-existente conciencia intrínseca; toda su acción del conocimiento, en verdad toda su acción de cualquier índole, debe ser esa conciencia formulándose. Todo otro conocimiento es conciencia olvidadiza de sí y pugnando por retornar a su propia conciencia de sí y a su contenido; es auto-ignorancia afanándose por transformarse en auto-conocimiento.

NOTA: Así comienza el capítulo de “La Vida Divina” escrita por Sri Aurobindo.

Este es el homenaje que quiere rendir La Segunda Fundación a la gran experiencia con que nos gratificó la Madre en el Congreso recientemente celebrado.