LA VIDA DIVINA. Capítulo VI: – El hombre en el universo

El Alma del hombre, viajera, vaga en este ciclo del Brahman, inmensa, una totalidad de vidas, una totalidad de estados, pensándose diferente del Impulsor del viaje. Aceptada por El, alcanza su meta de la Inmortalidad.

Swëtaswatara Upanishad

La progresiva revelación de una grande, una trascendente, una luminosa Realidad, –con las multitudinarias relatividades de este mundo que vemos y esos otros mundos que no vemos como medio y material, condición y campo–, parecería entonces ser el significado del universo, ya que tiene significado y objetivo y no se trata de una ilusión sin finalidad ni de un accidente fortuito. Pues el mismo razonamiento que nos permite concluir que el mundo-(existente no es una engañosa treta de la Mente, igualmente justifica la certeza de que no se trata de una ciega y desvalida masa auto-existente de separadas existencias fenoménicas)- adhiriéndose y pugnando entre sí, lo mejor que pueden, en su órbita a través de la eternidad-, ni de una auto-creación y auto-impulsión tremendas de una ignorante Fuerza sin ninguna Inteligencia secreta en su interior sabedora de su punto de partida y de su meta, y guiando su proceso y su movimiento. Una existencia, totalmente auto-conocedora y, por lo tanto, enteramente dueña de sí misma, posee al ser fenoménico en el que está envuelta, se realiza en la forma, se desarrolla en el individuo.

Ese Emerger luminoso es el amanecer que veneraron los antepasados arios. Su cumplida perfección es el más alto escalón de Vishnú penetrando-el-mundo, al que aquéllos contemplaron como si fuese un ojo cuya visión se extendiese en los purísimos cielos de la Mente. Pues existe aún como omni-reveladora y omni-guiadora Verdad de las cosas, que vela sobre el mundo y atrae al hombre mortal, -(primero sin el conocimiento de su mente consciente, mediante la marcha general de la Naturaleza, pero al final conscientemente a través de un despertar y un auto-engrandecimiento progresivos)-, hacia su ascensión divina. La ascensión a la Vida divina es el viaje humano, el Trabajo de trabajos, el Sacrificio aceptable. Solo esto es la tarea real del hombre en el mundo y la justificación de su existencia, sin la cual sería únicamente un insecto arrastrándose entre otros insectos efímeros sobre una superficie insignificante de barro y agua que se formó en medio de las aterradoras inmensidades del universo físico.

Esta Verdad de las cosas que ha de emerger de las fenoménicas contradicciones del mundo, está llamada a ser una Bienaventuranza infinita y Existencia auto-consciente, la misma por doquier, en todas las cosas, en todos los tiempos y más allá del Tiempo, sabedora de su presencia detrás de todos estos fenómenos, por cuyas más intensas vibraciones de actividad o por cuya más grande totalidad, jamás puede expresarse por completo, y de ningún modo resultar limitada por las mismas; pues es auto-existente y para el despliegue de su ser no depende de sus manifestaciones. Estas la representan pero no la agotan; la señalan, pero no la revelan. Sólo es revelada a sí misma dentro de sus formas. La existencia consciente involucionada en la forma llega, en la medida que evoluciona, a conocerse por intuición, por auto-visión, por auto-experiencia. Conociéndose, llega a ser ella misma en el mundo; se conoce a sí misma a través del proceso de llegar a ser ella misma. Dueña, de esa manera, de sí misma interiormente, concede también a sus formas y modos el consciente deleite de Sachchidananda. Este afloramiento de la infinita Bienaventuranza-Existencia-Conciencia en la mente, la vida y el cuerpo, —pues existe independiente de ellos eternamente—, es la transfiguración ansiada y la utilidad de la existencia individual. A través del individuo se manifiesta en sus relaciónes así como por sí misma existe en identidad.

El Incognoscible que se conoce corno Sachchidananda es la afirmación suprema del Vedanta; contiene a todas los demás o bien, dependen de él. Esta es la única experiencia verdadera que permanece cuando todas las apariencias han sido consideradas negativamente mediante la eliminación de sus formas y coberturas, o positivamente por la reducción de sus nombres y formas a la verdad permanente que contienen. Para el cumplimiento del objetivo de la vida o para la trascendencia de la vida, -(y resultando ser la pureza, la calma y la libertad del espíritu nuestro objetivo o impulso, dicha y perfección)-, Sachchidananda es el desconocido, omnipresente e indispensable término por el cual la conciencia humana, sea con conocimiento y sentimiento, sea con sensación y acción, está eternamente buscando.

El Universo y el Individuo son las dos apariencias esenciales en las que el Incognoscible desciende y a través de las cuales ha de ser acercado; aunque otras colectividades intermedias nacen sólo de su interacción. Este descenso de la Realidad suprema es, en su naturaleza, un auto-ocultamiento; y en el descenso existen sucesivos niveles, en el ocultamiento sucesivos velos. Necesariamente, la revelación toma la forma de una ascensión; y necesariamente también la ascensión y la revelación son progresivas. Pues cada nivel sucesivo en el descenso de lo Divino es para el hombre una etapa en ascensión; cada velo que oculta al Dios desconocido se convierte para el amante-de-Dios y el buscador-de-Dios en un instrumento de Su revelación. Fuera del rítmico sueño de la Naturaleza material, -(inconsciente del Alma y de la Idea que mantiene las ordenadas actividades de su energía incluso en su mudo y poderoso trance material-), el mundo lucha dentro del más veloz, variado y desordenado ritmo de la Vida, afanándose en las orillas de la auto-conciencia. Fuera de la Vida, lucha hacia arriba dentro de la Mente en la que la unidad llega a despertar ante sí misma y su mundo, y en ese despertar el universo consigue la fortaleza requerida para su obra suprema, consigue la individualidad auto-consciente. Pero la Mente asume el trabajo de continuarla, no de completarla. Es una trabajadora de inteligencia aguda pero limitada que toma los confusos materiales ofrecidos por la Vida y, habiéndolos mejorado, adaptado, modificado y clasificado de acuerdo a su poder, los entrega al supremo Artista de nuestra divina humanidad. Ese Artista mora en la supermente; pues la supermente es el superhombre. Por lo tanto, nuestro mundo tiene todavía que trepar más allá de la Mente hasta un principio superior, un estado superior, un dinamismo superior en el que el universo y el individuo toman conocimiento y posesión de eso que ambos son, y en consecuencia, quedan explicados uno al otro, en mutua armonía, unificados

Los desórdenes de la vida y de la mente cesan al discernirse el secreto de un orden más perfecto que el físico, la materia bajo la vida, y la mente contiene en sí misma el contrapeso entre un perfecto equilibrio de tranquilidad y la acción de una inconmensurable energía, pero no posee lo que contiene. Su paz lleva la opaca máscara de una oscura inercia, un sueño de inconciencia o más bien de una conciencia drogada y aprisionada. Manejada por una fuerza que es su yo real pero cuyo sentido no puede captar ni compartir, carece del despierto deleite de sus propias energías armoniosas.

La vida y la mente despiertan al sentido de lo que ansían, en la forma de una ignorancia que pugna y busca y de un deseo perturbado y desconcertado que son los primeros pasos hacia el autoconocimiento y la auto-realización. ¿Pero entonces dónde está el reino de su auto-realización? Les llega por la superación de ellas mismas. Más allá de la vida y de la mente recobramos conscientemente en su divina verdad lo que el equilibrio de la Naturaleza material representó burdamente, una tranquilidad –(que no es inercia ni sellado trance de la conciencia sino la concentración de una fuerza absoluta y de un absoluto auto-conocimiento-, y una acción de inconmensurable energía)- que es también y al mismo tiempo, estremecimiento de inefable bienaventuranza porque aquí, todo acto es la expresión, no de un deseo y esfuerzo ignorante, sino de una paz y auto-dominio absolutos-. En ese logro, nuestra ignorancia se transforma en luz de la cual era un reflejo oscurecido o parcial; nuestros deseos cesan en la plenitud y en la realización prometidas, las cuales, -incluso en sus formas materiales más groseras-, eran una oscura y debilitada aspiración.

El universo y el individuo son necesarios uno al otro en su ascensión. Ciertamente siempre existe el uno para el otro y mutuamente se aprovechan. El Universo es una difusión del divino Todo en el Espacio y Tiempo infinitos, el individuo es su concentración dentro de los límites de Espacio y Tiempo. El Universo busca en la extensión infinita la totalidad divina que siente que es sin comprenderla enteramente; pues en la extensión, la existencia conduce a una suma pluralista de sí misma que no puede ser la primigenia ni la final unidad, sino sólo un decimal recurrente sin fin ni principio. Por lo tanto, crea en sí una concentración auto-consciente del Todo a través de la cual puede aspirar. En el individuo consciente, Prakriti se vuelve para percibir a Purusha, el Mundo busca al Ser-en-sí; habiendo Dios devenido enteramente Naturaleza, la Naturaleza busca progresivamente llegar a ser Dios.

Por otra parte, es por medio del Universo que el individuo está impelido a realizarse. Aquél es no sólo su fundamento, su medio, su campo, el material de la Obra divina, sino que, -dado que la concentración de la Vida universal que él individuo es, tiene lugar dentro de unos límites y no se parece a la intensa unidad del Brahman libre de toda concepción de límite y plazo-, necesariamente debe universalizarse e impersonalizarse a fin de manifestar el Todo divino que es su realidad. Incluso se le reclama que preserve, -aun cuando se extienda más en la universalidad de la conciencia-, un misterioso algo trascendente del cual su sentido de la personalidad le da una representación oscura y egoísta. Por otra parte, él ha equivocado su meta, el problema que se le presentó no ha sido resuelto, la obra divina para la cual aceptó nacer no ha sido hecha.

El Universo viene al individuo como Vida, -(un dinamismo cuyo secreto total ha de dominar y una masa de resultados en colisión, un torbellino de energías potenciales de las que ha de liberar algún orden supremo y alguna armonía aún no realizada)-. Este es, después de todo, el real sentido del progreso del hombre. No es simplemente, una repetición, en términos levemente diferentes, de lo que ya cumplió la Naturaleza física. Ni el ideal de la vida humana puede ser simplemente el animal repetido en una escala superior de mentalidad. De lo contrario, cualquier sistema u orden que asegurase un tolerable bienestar y una moderada satisfacción mental hubiese estancado nuestro progreso. El animal se satisface con poco forzosamente; los dioses se contentan con sus esplendores. Pero el hombre no puede descansar permanentemente hasta que alcance algún bien supremo. Es el más grande de los seres vivientes porque es él más descontento, porque es él que más siente la presión de las limitaciones. Solo el; quizás, es capaz de ser atrapado por el divino frenesí de un ideal remoto.

Para el Espíritu-Vital, por lo tanto, el individuo en el que centra sus potencialidades es pre-eminentemente el Hombre, el Purusha. Se trata del Hijo del Hombre que es supremamente capaz de ser encarnado por Dios. Este Hombre es el Manu, el pensador, el Manomaya Purusha, persona mental o alma en la mente de los antiguos sabios. No es un mero mamífero superior, sino un alma conceptiva tomando base en el cuerpo animal en la Materia. El es Numen o nombre consciente que acepta y utiliza la forma como un médium , (medio para una realización), a través del cual la Persona puede tratar con la sustancia. La vida animal que emerge de la Materia es sólo el término inferior de su existencia. La vida del pensamiento, del sentimiento, de la voluntad, del impulso consciente, -(esa que llamamos en su totalidad Mente, esa que pugna por controlar la Materia y sus energías vitales y someterlas a la ley de su propia transformación progresiva)-, es el término medio en el que el individuo toma su ubicación efectiva. Pero existe, igualmente, un término supremo del cual la Mente del hombre va en pos, de modo que, tras haberlo hallado pueda afirmarlo en su existencia mental y corporal. Esta afirmación práctica de algo esencialmente superior a su presente yo es la base de la vida divina en el ser humano.

Despierto a un más profundo auto-conocimiento que el de su primera idea mental de sí mismo, el Hombre empieza a concebir alguna fórmula y a percibir alguna apariencia de la cosa que ha de afirmar. Pero se le presenta como si se balanceara entre dos negaciones de sí misma. Si, más allá de sus actuales dotes, percibe o es tocado por el poder, la luz, la bienaventuranza de la infinita existencia auto-consciente y traduce su pensamiento o su experiencia en términos convenientes a su mentalidad, -(Infinito, Omnisciencia, Omnipotencia, Inmortalidad, Libertad, Amor, Beatitud, Dios)-, todavía este sol de su visión parece brillar entre una doble Noche, -(oscuridad abajo y una mayor oscuridad más allá)-. Pues cuando pugna por conocer eso completamente, parece ingresar en algo que ninguno de estos términos ni la suma de ellos puede representarlo en su totalidad. Su mente, al final niega a Dios por un Más Allá, o al menos parece descubrir a Dios que se trasciende a Sí mismo, negándose a su propia concepción. Aquí también, en el mundo, en él mismo, y a su alrededor, es encontrado siempre por los opuestos de su afirmación. La muerte está siempre con él, la limitación inviste su ser y su experiencia, el error, la inconciencia, la debilidad, la inercia, la pena, el dolor, el mal, son constantes opresores de su esfuerzo. Aquí también es conducido a negar a Dios, o al menos el Divino parece negarse u ocultarse en alguna apariencia o resultado que difiere de su realidad verdadera y eterna.

Y los términos de esta negación no son, como esa otra y más remota negación, inconcebibles y, por lo tanto, naturalmente misteriosos, incognoscibles en su mente, sino que parecen ser cognoscibles, conocidos, definidos, -y aun misteriosos-. No sabe qué son, por qué existen, cómo llegaron a ser. Ve sus procesos tal como lo afectan y se le presentan; no puede sondear su realidad esencial.

¿Tal vez son insondables, tal vez son también realmente incognoscibles en su esencia? O, puede ser, que no tengan realidad esencial, -sean una ilusión, Asat, No-Ser-. La Negación superior se nos presenta a veces como Nihil, No-Existencia; esta negación inferior puede ser también, en su esencia, Nihil, no-existencia. Pero así como ya hemos rechazado esta evasión de la dificultad con respecto a la negación superior, de igual manera la descartamos para este Asat inferior. Negar por completo su realidad o buscar un escape de ella como mera ilusión desastrosa, es hacer a un lado el problema y esquivar nuestro trabajo. Para la Vida, estas cosas que parecen negar a Dios, ser los opuestos de Sachchidananda, son reales, incluso si son considerados como temporales. Ellas y sus opuestos, bien, conocimiento, dicha, placer, vida, supervivencia, fuerza, poder, crecimiento, son el material mismo de sus obras.

En verdad es probable que sean el resultado o más bien los acompañantes inseparables, no de una ilusión, sino de una relación equivocada, equivocada porque está fundada en una falsa visión de para qué está el individuo en el universo y por lo tanto una falsa actitud tanto hacia Dios como hacia la Naturaleza, hacia él mismo y su entorno. Debido a que lo que él ha llegado a ser está fuera de armonía tanto con lo que el mundo que habita es como con lo que el mismo debiera ser y lo que va a ser, por lo tanto el hombre está sujeto a estas contradicciones de la secreta Verdad de las cosas. En ese caso no son el castigo por una caída, sino las condiciones de un progreso. Son los elementos primarios del trabajo que ha de cumplir, el precio que ha de pagar por la corona que confía ganar, el estrecho camino por el que la Naturaleza escapa de la Materia dentro de la conciencia; son al mismo tiempo su rescate y su requisito.

Pues fuera de estas falsas relaciones y con su ayuda ha de hallarse la verdad. Por la Ignorancia hemos de cruzar sobre la muerte. Así, también el Veda habla crípticamente de energías que son como mujeres malas en el impulso, errantes en el sendero, dañando a su Señor, que con todo, aunque falsas e infelices, construyen al fin “esta vasta Verdad”, la Verdad que es la Bienaventuranza. Sería, entonces, -(no cuando él haya arrojado el mal en su Naturaleza fuera de él mismo por un acto de cirugía moral, o haya apartado la vida por un retiro detestable, sino cuando él haya convertido la Muerte en una vida más perfecta, haya elevado las pequeñas cosas de la limitación humana hasta dentro de las grandes cosas de la inmensidad divina, haya transformado el sufrimiento en beatitud, convertido el mal en su propia bondad, traducido el error y la falsedad en su verdad secreta)-, que el sacrificio será cumplido, el viaje hecho y el Cielo y la Tierra igualadas se den la mano en la dicha del Supremo.

¿Pero esos contrarios cómo pueden pasar uno al otro? ¿Mediante qué alquimia este plomo de la mortalidad es convertido en ese oro del Ser divino? ¿Es que son contrarios en su esencia? ¿Es que no son manifestaciones de una sola Realidad, idéntica en sustancia? Entonces ciertamente una transmutación divina llega a ser concebible.

Hemos visto que el No-Ser más allá bien puede ser una existencia inconcebible y tal vez una inefable Bienaventuranza. Al menos el Nirvana del Budismo que formuló un más luminoso esfuerzo del hombre por alcanzar y descansar en esta suprema No-Existencia, se representa en la psicología de los liberados todavía sobre la tierra como una impronunciable paz y alegría; su efecto práctico es la extinción de todo sufrimiento a través de la desaparición de toda idea o sensación egoístas y lo más cerca que podemos acercarnos a una concepción positiva de eso, existe una inexpresable Beatitud (si puede aplicarse nombre o denominación alguna a una paz tan vacía de contenido) en la que, incluso la noción de auto-existencia, parece ser deglutida y desaparecer. Se trata de un Sachchidananda al que ya no nos atrevemos a aplicar siquiera los términos supremos de Sat, de Chit ni de Ananda. Pues todos los términos son anulados y toda experiencia cognitiva es superada.

Por otra parte, hemos aventurado sugerir que, dado que todo es una sola Realidad, esta negación inferior también, esta otra contradicción o no-existencia de Sachchidananda no es otra cosa que Sachchidananda mismo. Es capaz de ser concebido por el intelecto, percibido en la visión, incluso recibido a través de las sensaciones tan verazmente como lo que precisamente parece negar, y así ocurriría siempre a nuestra experiencia consciente si las cosas no fueran falsificadas por algún gran error fundamental, alguna posesiva y compulsiva Ignorancia, Maya o Avidya. En este sentido habría que buscar una solución, quizá no una satisfactoria solución metafísica para la mente lógica, —pues estamos en el linde de lo incognoscible, de lo inefable, y esforzando nuestra vista más allá—, sino una suficiente base de experiencia para la práctica de la vida divina.

Para hacer esto debemos animarnos a ir debajo de las claras superficies de las cosas en las que la mente ama habitar, tentar lo vasto y oscuro, penetrar las insondables profundidades de la conciencia e identificarnos con estados del ser que no son los propios. El lenguaje humano es una pobre ayuda en esa búsqueda, pero al menos podemos hallar en él algunos símbolos y figuras, retornar con algunas sugestiones apenas expresables que ayudarán a iluminar el alma y proyectar sobre la mente algún reflejo del inefable designio.