La empresa nacerá por todas partes a la vez –ha nacido ya, balbucea aquí y allí, se golpea contra los muros sin saber-, y poco a poco se desvelará su verdadero rostro, justo en el momento en que los hombres ya no puedan atraparla en la trampa de un sistema o de una lógica o de un lugar privilegiado; es la hora en la que todo será el lugar privilegiado aquí abajo, en cada corazón, en cada país. Y los hombres ni siquiera sabrán cómo han sido preparados para esta Maravilla.
Los que saben un poco, los que adivinan, los que comienzan a percibir la gran Ola de Verdad, no caerán en la trampa del “reclutamiento suprahumano”. La Tierra está desigualmente preparada, los hombres son espiritualmente desiguales, a pesar de nuestras protestas democráticas –aunque sean esencialmente iguales y vastos en el gran Yo, y en un solo cuerpo de miles de rostros-, no todos se han convertido en la grandeza que son: están en camino, unos se quedan rezagados, otros parecen ir más deprisa, pero los rodeos de aquéllos forman parte también de la gran geografía de nuestro indivisible dominio, su retraso o el freno que parecen poner a nuestro movimiento forma parte de la redondez de la perfección a la que tendemos y nos obliga a una minuciosidad de verdad más amplia. Ellos también van por su camino, y además ¿qué hay fuera del camino, puesto que todo es el Camino? Los que saben un poco, los que adivinan, saben en primer lugar, por haberlo experimentado en su propia sustancia, que los hombres no se reúnen realmente por medio de artificios- y a los que persisten en sus artificios, todo se les derrumba finalmente y el “encuentro” es breve, y breves son la hermosa escuela, la bonita secta, la pequeña burbuja irisada de un momento de entusiasmo o de fe – los hombres se reúnen por una ley más fina y más discreta, por un pequeñísimo faro interior, intermitente y que apenas se reconoce, pero que atraviesa el tiempo y los espacios y que trae aquí y allí su rayo semejante, su frecuencia gemela, su foco de luz de igual intensidad, y se va. Y no sigue sin saber, coge el tren, el avión, recorre este país o ese otro, cree que busca esto o aquello, que está en busca de una aventura, de lo pintoresco de una droga o de una filosofía. Uno cree. Cree muchas cosas. Piensa que tiene que tener ese poder o esa solución, esa panacea o esa revolución, ese eslogan o ese otro; cree que se ha marchado porque tenía esa sed o esa rebeldía, ese amor decepcionado o esa necesidad de acción, esa esperanza o ese viejo barullo insoluble en su corazón. Y luego, ¡no hay nada de todo eso!. Uno se detiene un día, sin saber por qué, sin haber querido llegar aquí, sin haber buscado este lugar o este rostro, esta insignificante aldea bajo las estrellas de un hemisferio u otro, y es aquí: está aquí. Ha abierto su única puerta, ha encontrado su fuego semejante, esta mirada siempre conocida, y él está exactamente donde hace falta, para hacer el trabajo que hace falta. El mundo es un fabuloso reloj, pero solamente si sabemos el secreto de estos pequeños fuegos que brillan en otro espacio, que palpitan en un gran mar interior en el que nuestras barcas van como atraídas por un invisible faro.
Son diez o veinte, cincuenta quizá, aquí o allá, bajo esta latitud u otra, que quieren trabajar un rincón de tierra más verídica, trabajar un rincón de hombre para hacer crecer en ellos mismos un ser más verdadero, quizás hacer juntos un Laboratorio del superhombre, colocar una primera piedra en la Ciudad de la Verdad sobre la Tierra. Ellos no saben, no saben nada, salvo que tienen necesidad de otra cosa, y que existe una Ley de Armonía, un “algo” maravilloso del Futuro que pide encarnarse. Y quieren encontrar las condiciones de esta encarnación, prestarse a la prueba, entregar su sustancia a esta experiencia en vivo. No saben nada salvo que todo tiene que ser diferente: en los corazones, en los gestos, en la materia y en el cultivo de esta materia. No intentan hacer una nueva civilización sino otro hombre; no una super-ciudad entre millones de edificios del mundo, sino un puesto de escucha de las fuerzas del futuro, un supremo yantra de la Verdad, un conducto, un canal para intentar captar e inscribir en la materia una primera nota de la gran Armonía, un primer signo tangible del mundo nuevo. No se presentan como campeones de nada, ni son los defensores de ninguna libertad, ni los agresores de ningún “ismo”: simplemente intentan juntos, son los campeones de su propia pequeña nota pura, que no es la de ningún vecino. Y que sin embargo es la nota de todo el mundo. No son de ningún país, ni de una familia, ni de una religión o partido: han tomado partido por ellos mismos, que no es el partido de ningún otro, y sin embargo es el partido del mundo; porque lo que llega a ser verdadero en un punto, se vuelve verdadero para todo el mundo y une a todo el mundo; son de una familia que hay que inventar, de un país que aún no ha nacido. No buscan enderezar ni a los demás ni a nadie, ni derramar sobre el mundo caridades glorificantes, ni cuidar a los pobres o a los leprosos: buscan curar en ellos mismos la gran pobreza de la pequeñez, el elfo gris de la miseria íntima, conquistar en ellos mismos tan sólo una pequeña parcela de verdad, tan sólo un pequeño rayo de armonía; puesto que, si esa Enfermedad es curada en nuestro propio corazón, o en algunos corazones, el mundo se encontrará más ligero, y por nuestra claridad, la Ley de la Verdad entrará mejor en la materia e irradiará alrededor espontáneamente. ¿Qué liberación, qué alivio puede aportar al mundo el que pena en su propio corazón?. No trabajan para ellos mismos, aunque sean el primer terreno de experimentación, sino en ofrenda, pura y simple, a “esto” que no conocen realmente, pero que se estremece al borde del mundo como la aurora de una nueva era. Son los prospectores del nuevo ciclo. Se han entregado al futuro, con cuerpos y bienes, como se lanza uno al fuego sin mirar atrás. Son los servidores del infinito en lo finito, de la totalidad en lo ínfimo, de lo eterno en cada instante y en cada gesto. Crean su cielo a cada paso y tallan el nuevo mundo en la banalidad diaria. No tienen miedo al fracaso, porque han dejado tras de sí, a la vez, los fracasos y los éxitos de la prisión – están en la única infalibilidad de una pequeña nota entonada.
Pero estos constructores del mundo nuevo tendrán mucho cuidado de no construir una nueva prisión, aunque ésta sea ideal y bien iluminada. De hecho, comprenderán, y pronto, que esta Ciudad de la Verdad no existirá y no podrá existir mientras que no estén ellos mismos totalmente en la Verdad, y que esta tierra a construir es, en primer lugar y ante todo, el terreno de su propia transformación. Con la Verdad no se trampea. Se puede hacer trampas con los hombres, pronunciar discursos y declaraciones de principios, pero la Verdad se burla de todo ello: te atrapa en los hechos, y a cada paso os lanza la mentira a la cara. Es un faro sin piedad aunque sea invisible. Es muy simple, os atrapa en todos los rincones y en todos los rodeos, y como es una Verdad de la materia, demuele vuestros planes, obstaculiza vuestro gesto, os pone súbitamente ante una falta de material, una falta de obreros, una falta de dinero, suscita esa rebeldía, lanza a las personas unas contra otras, siembra la imposibilidad y el caos –hasta que, de pronto, el buscador comprende que sigue un falso camino, que está construyendo el viejo edificio mentiroso con ladrillos nuevos, y segregando su pequeño egoísmo, su pequeña ambición, su pequeño ideal, su flaca idea de la verdad y del bien. Entonces abre los ojos, abre las manos, y se acuerda de la gran Ley, deja que el ritmo se deslice, y se hace claro, claro, transparente, flexible a la Verdad o a cualquier cosa que quiera ser –cualquier cosa, pero que sea esto, el gesto exacto, el pensamiento preciso, el trabajo verdadero, la verdad pura que se expresa como quiere, cuando quiere, y de la manera en que ella quiere. Un segundo, y el buscador se abandona. Un segundo, y llama a este mundo nuevo –tan nuevo que no comprende nada de él, pero al que quiere servir, encarnar, hacer crecer en esta Tierra rebelde, y ¡qué importa lo que piense de ello, lo que sienta, lo que juzgue! ¡oh! ¡qué importa!, pero que sea la verdadera cosa, la única cosa querida e inevitable. Y todo se vuelca en la luz –en un segundo. Todo se hace posible al instante; los materiales llegan, los obreros, el dinero, el muro se derrumba, y esa pequeña construcción egoísta que estaba edificando se torna en una posibilidad dinámica que él ni tan siquiera había sospechado. Cien veces, mil veces, lo experimenta a todos los niveles, personales, colectivos, en ese batiente de ventana que ajusta para su habitación o en el millón súbito que “cae del cielo” para construir un estadio olímpico. Nunca hay “problemas materiales”, solamente hay problemas interiores. Y si no está aquí la Verdad, incluso los millones se pudrirán en el terreno. Es una fabulosa experiencia de cada minuto, una puesta a prueba de la Verdad, y más maravilloso aún, una puesta a prueba del poder de la Verdad. Aprende paso a paso a descubrir la eficacia de la Verdad, la suprema eficacia de un segundo claro –el buscador entra en un mundo de pequeñas maravillas continuas. Aprende a tener confianza en la Verdad, como si todos esos golpes, esos fallos, esas querellas, esa confusión, le condujeran sabiamente, pacientemente, pero implacablemente, a tomar la actitud justa, a descubrir el verdadero resorte, la verdadera mirada, el grito de verdad que derriba los muros y hace estallar todos los posibles en el imposible caos. Es una transmutación acelerada y como multiplicada, tanto por las resistencias de cada uno como por sus buenas voluntades –como si, en realidad, las resistencias y las buenas voluntades, si bien tanto como el mal, debieran cambiarse en otra cosa, otra voluntad, una voluntad-visión de Verdad que a cada instante decide el gesto y el hecho.