Si queremos progresar íntegramente, tenemos que erigir en nuestro ser consciente, un equilibrio mental perfecto y puro, que pueda servirnos de protección contra las tentaciones del exterior, de aviso que nos evite toda perdida de tiempo, de faro que ilumine nuestra ruta por las aguas movedizas de la vida.
Cada cual debe construir este equilibrio mental siguiendo sus propias tendencias, sus propias afinidades, sus propias aspiraciones. Pero si lo queremos realmente vivo y luminoso, es necesario que tenga en su EJE LA IDEA, que es la representación intelectual simbólica de ESO que MORA en el centro de nuestro ser, de ESO que es nuestra vida y nuestra luz.
Esta idea expresada en palabras sublimes ha sido enseñada, en diversas formas, por todos los grandes maestros, en todos los países y en todos los tiempos.
El Yo de cada uno y el Gran Yo universal son Uno.
Si todo lo que ES desde siempre, tanto en su esencia como en su principio, ¿por qué hacer distinción entre el ser y su origen, entre nosotros y lo que situamos al comienzo?
Y esta unidad hay que entenderla, no como un simple vínculo de unión más o menos estrecha e íntima, sino como una Real- Identidad.
Por tanto, el hombre que busca lo Divino olvida, cuando trata de ascender grado a grado, hasta lo inaccesible, que todo su conocimiento y toda su intuición serían incapaces de hacerle dar ni un solo paso en ese infinito, e ignora que eso que quiere alcanzar, eso que cree tan alejado, lo lleva escondido en su interior.
¿Y cómo podrá él descubrir algo de su Origen hasta tanto que tome consciencia de ese Origen escondido en su ser?
Conociendose a sí mismo, aprendiendo a conocerse es como puede hacer el descubrimiento supremo y exclamar, maravillado, como el patriarca de la Biblia: «Aquí está la Morada de Dios y yo no lo sabía».
Por eso, hay que expresar el pensamiento sublime, creador de los mundos materiales, y hacer escuchar a todos, la palabra que llena los cielos y la tierra: «Yo estoy en toda cosa y en cada ser».
Cuando todos conozcan Eso, el día prometido de las grandes transfiguraciones estará próximo. Cuando en cada átomo de la materia los hombres reconozcan el pensamiento de Dios, que en él mora; cuando en cada criatura viviente perciban el esbozo de un rostro de Dios; cuando en cada hombre su hermano vea a Dios, entonces, amanecera el alba expulsando las tinieblas, las mentiras, las ignorancias, los errores y las aflicciones que abruman a la naturaleza entera. Pues «Toda la naturaleza padece y gime esperando que los Hijos de Dios se revelen».
Es realmente el pensamiento central, el que resume todos los otros; siempre debiera estar presente en nuestra memoria como el sol que ilumina toda la vida.
Por ello os lo recuerdo hoy. Pues si seguimos nuestro camino llevando este pensamiento en el corazón como la joya más rara, como el más preciado tesoro, si lo dejamos llevar a cabo su obra de iluminación, de transfiguración en nosotros, sabremos que está vivo en el centro de todos los seres y de todas las cosas, y sentiremos en él esa maravillosa unidad del universo.
Comprenderemos, entonces, cuán vanas e infantiles son nuestras pobres satisfacciones, nuestras disputas necias, nuestras mezquinas pasiones, nuestras indignaciones ciegas. Veremos disolverse nuestros pequeños defectos, caer los últimas trincheras de nuestra personalidad limitada, de nuestro egoísmo falto de inteligencia. Nos sentiremos arrastrados por esa sublime corriente de espiritualidad verdadera, que nos hará rebasar los marcos limitados y nuestra estrecha fronteras.
El Yo individual y el Yo universal son Uno; en cada mundo, en cada ser, en cada cosa, en cada átomo está la Presencia Divina, y el hombre tiene la misión de manifestarla.
Para ello se tiene que tomar consciencia de esta Presencia Divina dentro de nosotros. Algunos necesitan de un verdadero aprendizaje para lograrlo; su ser egoísta es demasiado absorbente, demasiado fijo y conservador y la lucha contra él es larga y penosa. Otros, en cambio, más impersonales y plásticos, más espiritualizados, tienen facilidad para entrar en contacto con la fuente inagotablemente divina de su ser. Mas ellos también, no lo olvidemos, han de dedicarse cotidiana y constantemente a un trabajo metódico de adaptación, de transformación, para que nada en ellos pueda oscurecer el resplandor de esta luz pura.
Pero apenas alcanza uno esta consciencia profunda, ¡cómo cambia el punto de vista, cómo se amplía la comprensión y se acrecienta la benevolencia!
A propósito de ello, un sabio ha dicho:
«Yo quisiera que cada uno de nosotros lograse percibir al Dios interior, que mora aun en el más vil de los seres humanos; en vez de condenarlo y diríamos: Surge, Ser resplandeciente, tú que eres siempre puro, que no conoces el nacimiento ni la muerte, surge, Todopoderoso, y manifiesta tu naturaleza».
Ajustémonos a esta hermosa palabra y hemos de ver que todo se transforma como por milagro en torno nuestro.
Esta es la actitud de amor verdadero, consciente, perspicaz, del amor que sabe ver detrás de las apariencias, comprender a pesar de las palabras, y que está, a través de todos los obstáculos, en comunión constante con las profundidades.
¿Qué pueden los impulsos y los deseos, las angustias y la violencias, los sufrimientos y las luchas nuestras, qué pueden todas esas peripecias íntimas, erroneamente dramatizadas por nuestra imaginación impura, ante ese grande, ese sublime amor divino, que se inclina sobre nosotros desde lo más profundo de nuestro ser, indulgente para con nuestras debilidades, que corrige nuestros errores, cicatriza nuestras llagas, anega todo nuestro ser en sus efluvios regeneradores?
Porque la Divinidad interior no se impone jamás, no reclama nada, no amenaza; ella se ofrece, se da, se esconde, se olvida a sí misma en el seno de los seres y de las cosas; ella no censura ni juzga, no maldice ni condena, mas está sin cesar trabajando para perfeccionar sin apremio, corregir sin reproches, estimular si impaciencia, para enriquecer a cada uno con cuantos tesoros pueda él recibir.
Ella es la madre cuyo amor engendra y nutre, cuida y protege, aconseja y consuela. Por comprenderlo todo, lo soporta todo, y lo disculpa y lo perdona, y lo espera y lo prepara todo. Teniendo todo en ella, nada posee que no sea de todos; y porque reina sobre todos, es la servidora de todos; aquellos que, pequeños o grandes, quieren ser reyes con ella y dioses en ella son, por eso, como ella: no déspotas, sino servidores entre sus hermanos.
¡Cuán hermoso este humilde papel de servidor! el papel de cuantos han sido manifestadores, anunciadores del Dios que está en todos, del Amor Divino que aníma todas las cosas.
Y mientras esperamos poder seguir este ejemplo y tornarnos, como ellos, verdaderos servidores, dejémonos penetrar por ese Amor Divino, dejémonos penetrar por Él. Entreguémosle, sin reservas, ese maravilloso instrumento que es nuestro organismo material. Él lo hará rendir su máximo en todos los planos de su actividad.
Para llegar a esa consagración completa, todos los medios son buenos, todos los métodos, valiosos. Lo único absolutamente indispensable es la perseverancia en la voluntad de alcanzar esa meta. Porque, entonces, todos los ensayos que se hagan, todos los actos que se realicen, todos los seres humanos que se encuentren seran capaces de traer una indicación, una ayuda, una luz que ha de guiar por el camino.
Antes de terminar, para los que ya han hecho muchos esfuerzos aparentemente infructuosos, para los que han conocido las emboscadas del camino y han medido su propia debilidad, para aquellos que corren riesgo de perder la confianza y el coraje, añadiré algunas páginas. Destinadas a despertar la esperanza en el corazón de los que padecen, han sido escritas por un trabajador espiritual en el momento en que todas las pruebas se precipitaban sobre él como llamas purificadoras.
Vosotros que estáis fatigados, abatidos, lastimados, vosotros que desmayáis, que os creéis, tal vez, vencidos escuchad la voz de un amigo; él conoce vuestras tristezas, las ha compartido y, como vosotros, ha padecido de los males de la tierra; ha atravesado, como vosotros, los desiertos bajo el peso del día, sabe lo que son la sed y el hambre, la soledad y el abandono, el despojo en el corazón más cruel ; sabe también lo que son las horas de duda, conoce los errores, las faltas, los desfallecimientos, todas las debilidades.
Mas os dice: ¡coraje! Escuchad la lección que, todas las mañanas, trae a la tierra el sol naciente en sus primeros rayos. Es una lección de esperanza, un mensaje de consuelo.
Vosotros que lloráis, vosotros que sufrís, vosotros que tembláis, sin atreveros a prever el término de vuestros males, el fin de vuestras penas, mirad: No hay noche sin aurora, y el alba se prepara cuando la sombra se espesa; no hay niebla que el sol no disipe, ni nube que no haga brillar; no hay llanto que él no sea secado un día, ni tempestad tras la cual no resplandezca su arco triunfal, ni nieve que no funda, ni invierno que no trueque en primavera radiante.
Ni tampoco hay, para vosotros, aflicción que no produzca su contrapeso de gloria, ni angustia que no se pueda transformar en alegría, ni derrota que no pueda trocarse en victoria, ni caída que no pueda transformarse en ascensión más elevada, soledad en hogar de vida, ni desacuerdo en armonía. A veces, el desacuerdo entre dos espíritus es lo que obliga a dos corazones a abrirse para entrar en comunión. Y, por último, no hay debilidad, por infinita que sea, que no pueda trocarse en fuerza; y aún en la debilidad mas suprema es cuando la omnipotencia gusta de revelarse.
Escucha, criaturita mía, que te sientes hoy tan quebrantada, quizás tan decaída, que no tienes nada más, nada más para cubrir tu miseria y alimentar tu orgullo, ¡nunca, aún, has sido más grande! ¡Cuán cerca de las cimas está el que despierta en las profundidades! Cuanto más se ahonda el abismo, tanto más se revelan las alturas.
¿Acaso no sabes que las fuerzas más sublimes de las extensiones buscan, para vestirse, los velos más opacos de la materia? ¡Oh, las bodas espléndidas del Amor SUPREMO con las MATERIALIZACIONES más oscuras, del deseo de la sombra con la luz más regia!
Si la prueba o la falta te han arrojado bajo, si te has hundido en alguna sima de padecimiento, no te aflijas, pues ahí es donde podrán darte alcance la ternura divina y la bendición suprema. Porque has pasado al crisol de los dolores purificantes, para ti son las ascensiones gloriosas.
Estás en el desierto: escucha, pues, las voces del silencio. El ruido de las palabras elogiosas y de los aplausos exteriores había regocijado tus oídos, pero las voces del silencio regocijarán tu alma, despertando en ti el eco de las profundidades, el canto de las armonías divinas.
Andas en plena noche. Recoge, pues, los tesoros sin precio de la noche. A pleno sol se iluminan las rutas de la inteligencia; mas en la noche, bajo las claridades blancas, se hallan los senderos ocultos de la perfección, con el secreto de las riquezas espirituales.
Sigue la vía del despojarte; ella conduce a la plenitud. Cuando ya no poseas nada, todo te será dado. Pues para quien es sincero y recto, siempre de lo peor surge lo mejor.
Cada semilla que se echa en la tierra produce otras mil. Cada coletazo del dolor puede ser un impulso hacia la gloria.
Y cuando el adversario se ensaña con el ser humano, todo lo que hace para aniquilarlo lo engrandece.
Escucha la historia de los mundos, mira: al gran enemigo que parece triunfar. Él arroja a la noche a los seres de luz, y la noche se llena de estrellas. Se ensaña con la obra cósmica y atenta contra la integridad del imperio esférico rompiendo su armonía, lo divide y lo subdivide, esparce su polvo a los cuatro vientos de lo infinito; y he que ahí ese polvo se torna simiente dorada que fecunda lo infinito y lo puebla de mundos que en lo venidero, gravitarán alrededor de su Centro eterno en su órbita expandida del espacio; de suerte que la propia división produce una Unidad más rica y más profunda, y, multiplicando las superficies del universo material, agranda el imperio que pretendía destruir.
Por cierto que era hermoso el canto de la esfera primordial, mecida en el seno de la inmensidad, pero ¡cuánto más hermosa aún y más triunfal es la sinfonía de las constelaciones, la música de las estrellas, la coral inmensa que llena los cielos de un himno eterno de victoria!
ESCUCHA AUN: no hubo estado más precario que el del ser humano cuando fue separado, en la tierra, de su origen divino. Sobre él se extendía la frontera hostil del usurpador y las puertas del horizonte eran veladas por los carceleros armados de espadas resplandecientes. Entonces, como el ser humano ya no podía ascender a la fuente del árbol de la vida, esa Fuente dio fruto en él; como ya no podía recibir la luz de lo alto, esa Luz resplandeció en el mismo Centro de su ser; como ya no podía estar en comunión con el Amor trascendente, ese Amor se hizo Holocausto y se ofreció, eligiendo cada ser terrestre, cada yo humano por Morada y por Santuario.
Así es como, en esta Materia despreciada pero fecunda, desolada pero bendita, cada átomo encierra un pensamiento divino, cada ser lleva en sí al Divino Habitante. Y no habiendo nada en todo el universo, tan endeble como el hombre, NADA TAMPOCO ES TAN DIVINO.
¡En verdad, en verdad, en la HUMILLACION se halla la cuna de la gloria!
LA MADRE