Ella marcha hacia la meta de quienes pasan más allá, es la primera en la eterna sucesión de alboradas por llegar; Usha se expande poniendo de manifiesto lo que vive, despertando a alguien que ha muerto … ¿Cual es su alcance, cuando armoniza las alboradas que ya brillaron con las que ahora deben refulgir? Desea las antiguas mañanas y las llena de luz; proyectando hacia delante su iluminación, entra en comunicación con el resto de lo que ha de venir.
Kutsa Angirasa – Rig Veda
Son triples aquellos supremos nacimientos de esta fuerza divina que está en el mundo; son verdaderos, son deseables; se desplaza en el Infinito y brilla puro, luminoso y pleno … Lo que es inmortal en los mortales y dotado de la verdad, es un dios, establecido interiormente como una energía, que obra en nuestros poderes divinos … Tórnate espiritualmente elevada, oh Fuerza, atraviesa todos los velos, manifiesta en nosotros las cosas del Dios.
Vamadeva – Rig Veda
La primitiva preocupación del hombre en sus despiertos pensamientos y, como parece, su inevitable y última inquietud, —pues ella sobrevive a los más prolongados periodos de escepticismo y retorna tras cada proscripción—, es asimismo la suprema preocupación que su pensamiento puede considerar. Se manifiesta en la adivinación de Dios, en el impulso hacia la perfección, en la búsqueda de la pura Verdad y clara Bienaventuranza, en el sentido de una secreta inmortalidad. Los antiguos albores del conocimiento humano nos legaron su testimonio de esta constante aspiración; hoy en día vemos una humanidad, -complacida más no satisfecha con el victorioso análisis de las exterioridades de la Naturaleza-, preparándose para retornar a sus primeros anhelos. La primitiva fórmula de la Sabiduría promete ser sus últimos: Dios, Luz, Libertad, Inmortalidad.
Estos persistentes ideales de la especie son, a la vez, la contradicción de su normal experiencia y la afirmación de superiores y más profundas experiencias que resultan anormales para la humanidad y sólo han de lograrse, en su integridad organizada, mediante un revolucionario esfuerzo individual o un evolutivo progreso general. Conocer, poseer y constituir el divino ser en una conciencia animal y egoísta , convertir nuestra sombría u oscura mentalidad física en la plena iluminación supramental, construir paz y dicha auto-existente, allí donde sólo hay tensión por conseguir transitorias satisfacciones ante el asedio del dolor físico y el sufrimiento emocional, establecer una libertad infinita en un mundo que se presenta como un grupo de necesidades mecánicas, descubrir y comprender la vida inmortal en un cuerpo sujeto a la muerte y a constante mutación; todo esto se nos ofrece corno la manifestación de Dios en la Materia y la meta de la Naturaleza en su evolución terrestre. Para el común intelecto material, que cree que su presente organización de la conciencia es el límite de sus posibilidades, la directa contradicción de los irrealizados ideales con el hecho realizado es un argumento final contra su validez. Pero si tomamos una visión más reflexionada del obrar-del-mundo, esa directa contradicción parece más bien una parte del profundísimo método de la Naturaleza y el sello de su completísima aprobación.
Pues todos los problemas de la existencia son en esencia problemas de armonía. Surgen de la percepción de una discordia no-resuelta y de la intuición de un no-descubierto acuerdo o unidad. Reposar contento con una discordia no resuelta, es posible para la parte práctica y más animal del hombre, pero imposible para su mente plenamente despierta, y generalmente incluso sus partes prácticas sólo eluden la necesidad general de armonizar contrarios eludiendo el problema o aceptando un compromiso tosco, utilitario y no-iluminado. Pues esencialmente, toda la Naturaleza busca una armonía, vida y materia en su propia esfera, al igual que la mente en la organización de sus percepciones. Cuanto mayor es el desorden aparente de los materiales ofrecidos o la aparente diferencia esencial, -hasta de irreconciliable oposición-, de los elementos que han de ser utilizados, más fuerte es el estímulo, y éste lleva a un orden más sutil y pujante que el que puede ser normalmente el resultado de un esfuerzo menos difícil. El acuerdo o combinación de la Vida activa con el material con que se forja la forma, -en el cual el estado de actividad por si misma parece ser la inercia-, es un problema de opuestos que la Naturaleza ha resuelto y busca siempre resolver mejor con mayores complejidades; pues su solución perfecta sería la inmortalidad material del cuerpo animal plenamente organizado que sirve de sostén a la mente. El acuerdo o combinación de la mente consciente y de la voluntad consciente con una forma y una vida en sí mismas no abiertamente conscientes de sí mismas y capaces, cuando más, de una voluntad mecánica o subconsciente, es otro problema de opuestos en el que la Naturaleza ha producido asombrosos resultados y apunta siempre hacia maravillas superiores; y su postrer milagro sería una conciencia animal que ya no marche en busca de la Verdad y la Luz sino que las posea, con la omnipotencia que resultará de la posesión de un conocimiento directo y perfeccionado. Entonces, no sólo es racional en sí mismo el impulso ascendente del hombre hacia la conformidad de opuestos aún más elevados, sino que es también la única finalización lógica de una regla y de un esfuerzo que parecen ser el método fundamental de la Naturaleza y el sentido mismo de sus esfuerzos universales.
Hablamos de la evolución de la Vida en la Materia, de la evolución de la Mente en la Materia; pero evolución es una palabra que solamente señala el fenómeno sin explicarlo. Pues aparentemente no hay razón de por qué la Vida ha de evolucionar de los elementos materiales o la Mente de la forma viviente, a menos que aceptemos la solución Vedántica de que la Vida ya está envuelta en la Materia y la Mente en la Vida porque, en esencia, la Materia es una forma velada de la Vida, la Vida una forma velada de la Conciencia. Parece que entonces hay escasa objeción a un paso más adelante en la serie y la admisión de que la conciencia mental misma puede ser sólo una forma y un velo de estados superiores de Conciencia que están más allá de la Mente. En ese caso, el indomable impulso del hombre hacia Dios, la Luz, la Bienaventuranza, la Libertad y la Inmortalidad, se presenta en su lugar correcto en la cadena, del mismo modo que el imperativo impulso por el que la Naturaleza busca evolucionar más allá de la Mente, parece tan natural, verdadero y justo como el impulso hacia la Mente que la Naturaleza implantó en ciertas formas de Vida. Tal como allí, aquí el impulso existe -más o menos oscurecido en sus diferentes vasos o planos- con una serie siempre ascendente en el poder de su querer-ser; tal como allí, aquí evoluciona gradualmente y obliga a evolucionar plenamente los órganos y facultades necesarios. Así como el impulso hacia la Mente parte de las más sensibles reacciones de la Vida en el metal y en la planta subiendo hasta su plena organización en el hombre, de igual manera en el hombre mismo existe la misma serie ascendente, la preparación, si no es algo más, de una vida superior y divina. El animal es un laboratorio viviente en el que la Naturaleza elaboró al hombre. El hombre mismo bien puede ser un laboratorio pensante y viviente en el cual, con su cooperación consciente, la Naturaleza elaborará al superhombre, al dios. ¿O más bien no diremos que manifestará a Dios? Pues si la evolución es la progresiva manifestación en la Naturaleza de lo que durmió o trabajó en ella desde dentro, envuelto, también es asimismo la abierta realización de lo que ella es secretamente. Entonces no podemos atribuir su lentitud a una etapa dada de su evolución, ni tenemos derecho a condenar cualquier intención que ella ponga de relieve o cualquier esfuerzo que realice para ir más allá, tal como hacen los fanáticos religiosos calificando dicha intención o esfuerzo como perverso y presuntuoso, o los racionalistas, considerando dicha intención o esfuerzo como enfermedad o alucinación. Si es verdad que el Espíritu está envuelto en la Materia y que la Naturaleza aparente es el Dios secreto, entonces la manifestación de lo divino en sí mismo y la realización de Dios, dentro y fuera, son el objetivo supremo y más legítimo del hombre sobre la tierra.
De esa manera, la eterna paradoja y la eterna verdad -de una vida divina en un cuerpo animal, de una inmortal aspiración o realidad que mora un habitáculo mortal, de una única, sola y universal conciencia que se representa en limitadas mentes y divididos egos, de un ser trascendente, indefinible, no sujeto al tiempo ni al espacio, que por si solo, hace posible el tiempo, el espacio y el cosmos, y en todos estos, la verdad superior que es realizable por medio y desde el término inferior- se justifica, tanto ante la reflexiva razón como ante el persistente instinto o intuición de la humanidad. Con frecuencia, se efectuaron intentos, -concretados finalmente en preguntas a menudo reputadas insolubles por el pensamiento lógico-, procurando persuadir al hombre que limitase sus actividades mentales a los problemas prácticos e inmediatos de su existencia material en el universo; más esas evasiones jamás fueron permanentes en su efecto. La humanidad retorna de ellas con un impulso más vehemente de investigación o un hambre más violenta de solución inmediata. Por ese hambre medra el misticismo y surgen nuevas religiones para sustituir a las antiguas que han sido destruidas o despojadas de significado por un escepticismo que en sí mismo no puede satisfacer, pues, aunque su actividad fue la investigación, a sabiendas no quiso investigar lo suficiente. La tentativa de negar o ahogar una verdad porque aún es oscura en su estructura externa, -y muy a menudo se halla representada por una oscurantista superstición o una fe inculta-, es en sí misma un género de oscurantismo. La voluntad de escapar a la necesidad cósmica de investigar la Verdad, -porque es ardua, difícil de justificar con inmediatos resultados tangibles, lenta en regularizar sus operaciones-, debería haber desembocado en la no aceptación de la verdad de la Naturaleza y en una rebelión contra la secreta y más poderosa voluntad de la gran Madre. Es mejor y más racional aceptar que ella no nos permitirá como especie rechazar dicha Verdad, y la elevará desde la esfera del ciego instinto, de la oscura intuición y esporádica aspiración hasta ubicarla dentro de la luz de la razón y de una voluntad instruida y conscientemente-guiándose-a-sí-misma. Y si existe cualquier luz superior de iluminada intuición o verdad auto-reveladora, que ahora está en el hombre obstruida e inoperante o trabaja con destellos intermitentes, -como detrás de un velo o con ocasionales manifestaciones como las luces del Norte en nuestros claros cielos materiales-, entonces tampoco necesitamos tener miedo a aspirar. Pues es posible que ese sea el próximo estado superior de la conciencia, de la cual la Mente es sólo forma y velo, y a través de los esplendores de esa luz puede estar el sendero de nuestro progresivo auto-engrandecimiento en cualquier estado supremo en que se halle el último lugar de descanso de la humanidad.