Si uno Lo conoce como Brahman el No-Ser, deviene meramente no-existente. Si uno conoce que Brahman Es, entonces es conocido como lo real en la existencia.
Taittiriya Upanishad1
Entonces, puesto que admitimos el reclamo del Espíritu puro para que manifieste en nosotros su absoluta libertad, y el reclamo de la Materia universal para que sea molde y condición de nuestra manifestación, hemos de descubrir una verdad que pueda enteramente reconciliar a estos antagonistas y dar a ambos su correspondiente porción en la Vida y su correspondiente justificación en el Pensamiento, sin privarles de ninguno de sus derechos, sin negar la soberana verdad de la que extraen una fuerza tan constante –a pesar de incluir sus errores, incluso la parcialidad de sus exageraciones-. Pues en cualquier parte que exista una afirmación extrema que formule tan poderosa apelación a la mente humana, podemos estar seguros de que nos hallamos en presencia no de un mero error, superstición o alucinación, sino de algún hecho soberano, disfrazado, que exige nuestra fidelidad y tomará venganza si lo negamos o excluimos. Aquí reside la dificultad de una solución satisfactoria y el origen de esa carencia de finalidad que persigue todo mero compromiso entre Espíritu y Materia. Un compromiso es un regateo, una transacción de intereses entre dos poderes en conflicto; no es una verdadera reconciliación. La verdadera reconciliación procede siempre de una mutua comprehensión que conduce a una suerte de íntima unidad. Es por lo tanto a través de la máxima unificación posible de Espíritu y Materia que llegaremos mejor a su reconciliadora verdad y, de esa manera, a una más sólida base para iniciar una práctica reconciliadora en la vida interior del individuo y su existencia externa.
Ya hemos hallado en la conciencia cósmica un lugar de encuentro en el que la Materia deviene real al Espíritu, el Espíritu deviene real a la Materia. Pues en la conciencia cósmica, Mente y Vida son intermediarios y nunca más, como lo parecen en la común mentalidad egoísta, agentes de separación, fomentadores de una disputa artificial entre los principios positivo y negativo de la misma Realidad incognoscible. Alcanzando la Mente cósmica de la conciencia, iluminada por un conocimiento que percibe al mismo tiempo la verdad de la Unidad y la verdad de la Multiplicidad y aprovecha las fórmulas de su interacción, descubre sus propias discordancias explicadas y reconciliadas a un mismo tiempo por la divina Armonía; satisfecha, acepta convertirse en el agente de esa suprema unión entre Dios y la Vida, hacia la cual tendemos. La Materia se revela al pensamiento comprensivo y a los sutilizados sentidos como la figura y cuerpo del espíritu, –el Espíritu en su extensión auto-formadora–. El Espíritu se revela a través de los mismos verificadores agentes, como el alma, la verdad, la esencia de la Materia. Ambos se admiten y se confiesan mutuamente como divino, real y esencialmente uno. La Mente y la Vida se revelan en esa iluminación al mismo tiempo, como figuras e instrumentos del supremo Ser Consciente por el que Eso Se extiende y Se aloja en la forma material y en esa forma Se revela a Sus múltiples centros de conciencia. La Mente alcanza su auto-cumplimiento cuando se convierte en un puro espejo de la Verdad del Ser que se expresa en los símbolos del universo; la Vida, cuando conscientemente presta sus energías para la perfecta auto-configuración de lo Divino en las formas y actividades siempre nuevas de la existencia universal.
A la luz de esta concepción podemos percibir la posibilidad de una vida divina para el hombre en el mundo que, al mismo tiempo, justificará la Ciencia, revelando un sentido de la vida y un objetivo inteligible para la evolución cósmica y terrestre, y realizará, mediante la transfiguración del alma humana en la divina, el gran sueño ideal de todas las religiones elevadas.
¿Pero, y qué con respecto a ese silencioso Ser-en-sí, inactivo, puro, auto-existente, auto-dichoso, que se nos presenta como la duradera justificación del asceta? Aquí también la armonía -y no la irreconciliable oposición- debe ser la iluminadora verdad. El Brahman silencioso y el activo no son diferentes, opuestas e irreconciliables entidades, una negando, la otra afirmando una ilusión cósmica; son un solo Brahman en dos aspectos, positivo y negativo, y cada uno es necesario para el otro. Es fuera de este Silencio que la Palabra que crea los mundos procede por siempre; pues la Palabra expresa lo que está auto-escondido en el Silencio. Se trata de una pasividad eterna que torna posible la libertad y omnipotencia perfectas de una eterna actividad divina en innumerables sistemas cósmicos. Pues las creaciones de esa actividad obtienen sus energías y su ilimitable potencia de variación y armonía, del imparcial sostén del Ser inmutable, y su consentimiento a esta infinita fecundidad de su propia Naturaleza dinámica.
El hombre, asimismo, se torna perfecto sólo cuando ha descubierto dentro de sí esa calma y pasividad absolutas del Brahman, y gracias a ello soporta una libre e inextinguible actividad con la misma tolerancia divina y la misma beatitud divina. Quienes dentro de sí poseyeron la Calma pueden percibir siempre, manando de su silencio, la perenne provisión de energías que operan en el universo. Por lo tanto, la verdad del Silencio no consiste en decir que es propio de su naturaleza un rechazo de la actividad cósmica. La aparente incompatibilidad de los dos estados es un error de la Mente limitada que, -acostumbrada a las agudas oposiciones de la afirmación y la negación, que pasan, de repente, de un polo al otro-, es incapaz de concebir una conciencia comprehensiva, lo suficientemente vasta y fuerte, como para incluir a ambos en un simultáneo abrazo. El Silencio no rechaza al mundo, lo sostiene. O más bien, sostiene con igual imparcialidad la actividad y el retiro de la actividad y aprueba también la reconciliación por la que el alma queda libre, incluso cuando se entrega a la acción.
Pero todavía existe el retiro absoluto, existe el No-Ser. Del No-Ser, dice la antigua Escritura, apareció el Ser2. Entonces debe con seguridad hundirse nuevamente dentro del No-Ser. Si la indistinta Existencia infinita permite todas las posibilidades de diferenciación y múltiple realización, ¿el No-Ser, al menos, como estado originario y única realidad constante, no niega y rechaza toda posibilidad de un universo real? El Nihil de ciertas escuelas budistas sería entonces la verdadera solución ascética; el Ser-en-sí, igual que el ego, sería sólo una formación ideática de una ilusoria conciencia fenoménica.
Pero nuevamente descubrimos que nos descarrían las palabras, nos engañan las agudas oposiciones de nuestra mentalidad limitada con su afición a dar relevancia a las distinciones verbales -como si representaran a la perfección las verdades últimas- y a su interpretación de nuestras experiencias supramentales dándoles el sentido de aquellas intolerantes distinciones. No-Ser es sólo una palabra. Cuando examinamos el hecho que representa, ya no podemos estar seguros de que la no-existencia absoluta tenga mejores posibilidades que el Ser-en-sí infinito, de ser más que una formación de ideas urdida por la mente. Por esta Nada entendemos en realidad algo que está más allá del último término al cual podemos reducir nuestra más pura concepción y nuestra más abstracta o sutil experiencia del ser real, tal como lo conocemos o concebimos en este Universo. Entonces, esta Nada es algo más allá de la concepción positiva. Erigimos una ficción de la nada en orden a superar, -por el método de la total exclusión, excluyendo-, todo lo que podemos conocer y conscientemente existe. En realidad cuando examinamos de cerca al Nihil de ciertas filosofías, empezamos a percibir que se trata de un cero, el cual es Todo, o de un indefinible Infinito, el cual, aparece a la mente como un vacío, pues la mente sólo capta construcciones finitas, pero de hecho es la única Existencia cierta.
Y cuando decimos que del No-Ser apareció el Ser, percibimos que hablamos en términos de Tiempo acerca de lo que está más allá del Tiempo. ¿Pues cuál fue esa portentosa fecha en la historia de la Nada eterna en la que el Ser nació de ella o cuándo llegará esa otra fecha igualmente formidable en la que un todo irreal se interne en el perpetuo vacío? Sat y Asat, si han de afirmarse ambos, deben concebirse como obtenidos simultáneamente. Se admiten mutuamente, incluso en su rechazo a mezclarse. Ambos, dado que hablamos en términos de Tiempo, son eternos. ¿Y quién persuadirá al Ser eterno de que realmente no existe y que sólo existe el No-Ser eterno? ¿En esa negación de toda experiencia cómo descubriremos la solución que explica toda experiencia?
El puro Ser es la afirmación que formula el Incognoscible sobre Sí Mismo como libre basamento de toda la existencia cósmica. Damos el nombre de No-Ser a una afirmación contraria de Su libertad, con respecto a toda existencia cósmica, -libertad, vale decir, referida a todos los términos positivos de la existencia real en los cuales la conciencia puede formularse en el universo, incluso los más abstractos y los más trascendentes-. No los niega como real expresión de Sí, sino que niega Su limitación mediante todos o cualquier tipo de expresión. El No-Ser admite al Ser, así como el Silencio admite la Actividad. Mediante esta negación y afirmación simultáneas, que mutuamente no se destruyen, sino que se complementan mutuamente como todos los contrarios, el conocimiento simultáneo del Auto-Ser consciente como una realidad y el Incognoscible más allá corno la misma Realidad llega a ser realizable para la despierta alma humana. De esa manera fue posible para Buda alcanzar el estado del Nirvana y también actuar pujantemente en el mundo, impersonal en su conciencia interior, en su acción la más poderosa personalidad que sepamos haya vivido y producido resultados sobre la tierra.
Cuando sopesamos estas cosas, empezamos a percibir cuán débiles en su auto-afirmativa violencia y cuán confusas en su engañosa diferenciación son las palabras que usamos. Empezamos a percibir también, que las limitaciones que imponemos al Brahman surgen de la estrechez de la experiencia en la mente individual, que se concentra en un solo aspecto del Incognoscible y se empecina en negar o despreciar el resto. Tendemos siempre a traducir demasiado rígidamente lo que podemos concebir o conocer del Absoluto en los términos de nuestra propia relatividad particular. Afirmamos el Uno e Idéntico discriminando apasionadamente y haciendo valer el egoísmo de nuestras propias opiniones v experiencias parciales contra las opiniones y experiencias parciales de los demás. Es más prudente aguardar, aprender, crecer, y, -dado que estamos obligados, por causa de nuestra auto-perfección, a hablar de estas cosas que el habla humana no puede expresar-, buscar la más amplia, la más flexible, la más universal afirmación posible, fundando en ella la máxima y más comprehensiva armonía.
Reconocemos, entonces, que es posible para la conciencia del individuo entrar en un estado en el que la existencia relativa parece disolverse y el Ser-en-sí, una concepción inadecuada. Es posible entrar en un Silencio más allá del Silencio. Pero esto no es el total de nuestra última experiencia, ni la simple y omni-excluyente verdad. Pues descubrimos que este Nirvana, esta auto-extinción, a la par que brinda una paz y libertad absolutas al alma en el interior, coincide en la práctica con una acción en el exterior exenta-de-deseo pero efectiva. Esta posibilidad de una impersonalidad enteramente inmóvil y de un Calmo vacío interior, cumpliendo exteriormente la labor de las verdades eternas (Amor, Verdad y Rectitud) fue tal vez la real esencia de la doctrina de Buda, -esta superioridad con respecto al ego, a la cadena de trabajos personales y a la identificación con la forma y la idea mutables-, no el insignificante ideal de un escape de la aflicción y el sufrimiento del nacimiento físico. De cualquier modo, así como el hombre perfecto combinaría en sí silencio y actividad, de igual manera también el alma completamente consciente retornaría a la absoluta libertad del No-Ser sin perder, por tanto, su papel activo sobre la Existencia y el universo. Reproduciría así perpetuamente, en sí misma, el eterno milagro de la Existencia divina, en el universo, más allá de éste e incluso, como si estuviera más allá de sí misma. La experiencia opuesta solo podría ser una concentración de la mentalidad del individuo sobre la No-existencia con el resultado de un olvidado y personal retiro de una actividad cósmica que prosigue todavía y siempre en la conciencia del Ser Eterno.
Así, tras reconciliar Espíritu y Materia en la conciencia cósmica, percibimos la reconciliación, en la conciencia trascendental, de la final afirmación de todo y su negación. Descubrimos que todas las afirmaciones son aseveraciones de estado o actividad en el Incognoscible; todas las negaciones correspondientes son aserciones de Su libertad, desde y en ese estado o actividad. El Incognoscible es Algo supremo para nosotros, maravilloso e inefable que continuamente Se formula a nuestra conciencia y continuamente escapa de la formulación que efectuó. No obra como un espíritu malicioso o un caprichoso mago -que nos lleva de una falsedad a una falsedad mayor y, de esa manera, a la negación final de todas las cosas-, sino como si fuese aquí el Sabio que sobrepasa nuestra sabiduría y nos guía de una realidad a otra realidad más profunda y vasta todavía, hasta que encontramos la más profunda y vasta de que somos capaces. El Brahman es una realidad omnipresente, no una causa omnipresente de ilusiones persistentes.
Si de esa manera aceptamos una base positiva de nuestra armonía —¿y en qué otra puede fundarse la armonía?— las diversas formulaciones conceptuales del Incognoscible, cada una representando una verdad más allá del concepto, deben ser comprendidas, -en la medida en que sea posible, en su relación mutua y en su efecto sobre la vida-, no separadamente, no exclusivamente, no tan afirmadas como para destruir o disminuir indebidamente todas las otras afirmaciones. El Monismo real, el verdadero Adwaita, es aquel que admite todas las cosas como el Brahman único y no busca escindir Su existencia en dos incompatibles entidades, en una Verdad eterna y en una eterna Falsedad. Brahman y no-Brahman, Ser-en-sí y No-Ser, real e irreal, sin embargo Maya perpetua. Si fuese cierto que sólo existe el Ser-en-sí, debe también ser cierto que todo es el Ser-en-sí. Y si este Ser-en-sí, Dios o Brahman no es un estado desvalido, no es un poder maniatado, no es una personalidad limitada, sino el auto-consciente Todo; debe existir alguna buena e inherente razón para la manifestación exterior, a cuyo descubrimiento debemos proceder sobre la hipótesis de alguna potencia, alguna sabiduría, alguna verdad de ser en todo lo que se manifiesta. La discordia y el mal aparente del mundo debe ser admitido en su esfera, mas no aceptarse como si fuesen nuestros conquistadores. El más hondo instinto de la humanidad busca siempre y prudentemente la sabiduría como la última palabra de la manifestación universal, no una eterna mofa o ilusión, —busca un bien secreto y finalmente triunfador, no un mal omnicreador e invencible—, una victoria y logro últimos, no el decepcionante escape o repliegue del alma de su gran aventura.
Pues no podemos suponer que la Entidad única esté compelida por algo exterior a Ella o diferente de Ella Misma, puesto que tal cosa no existe. Ni podemos suponer que se someta contra su voluntad a algo parcial dentro de Ella Misma, que sea hostil a su Ser integral, negado por Ella y con todo demasiado fuerte para Ella; pues esto seria únicamente erigir, con otras palabras, la misma contradicción de un Todo y de algo distinto al Todo. Incluso si decimos que el universo existe meramente porque el Ser-en-sí en su absoluta imparcialidad tolera todas las cosas por igual, viendo con indiferencia todas las realidades y todas las posibilidades, con todo existe allí algo que quiere la manifestación y la sostiene, y este algo no puede ser otra cosa que el Todo. Brahman es indivisible en todas las cosas y cualquier cosa que se quiera en el mundo, en última instancia fue querida por Brahman. Es sólo nuestra conciencia relativa, alarmada o desconcertada por los fenómenos del mal, de la ignorancia y del dolor en el cosmos, que busca liberar al Brahman de Su responsabilidad por Si mismo y por sus obras, a través de la erección de algún principio opuesto, Maya o Mara, Demonio consciente o auto-existente principio del mal. Existe un solo Señor y Ser-en-sí y los muchos son únicamente Sus representaciones y creaciones.
Entonces, si el mundo es un sueño, una ilusión o un error, es un sueño originado y querido por el Ser-en-sí en su totalidad y no sólo originado y querido, sino también sostenido y perpetuamente cuidado. Es más, se trata de un sueño existente en una Realidad y la materia que lo compone es esa Realidad, pues el Brahman debe ser el material del mundo al igual que su base y continente. Si el oro con que esta hecho el vaso es real, ¿cómo hemos dé suponer que el vaso mismo es un espejismo? Vemos que estas palabras, sueño, ilusión, son tretas del lenguaje, hábitos de nuestra conciencia relativa; representan cierta verdad, incluso una gran verdad, pero también la representan mal. Así como el No-Ser resulta ser algo distinto de la simple nada, de igual modo el Sueño cósmico, el Universo, resulta ser algo distinto a un mero fantasma y alucinación de la mente. El fenómeno no es fantasmal; el fenómeno es la forma sustancial de una Verdad.
Comenzamos, entonces, con la concepción de una Realidad omnipresente de la cual, ni el No-Ser por un lado ni el universo por el otro, son negaciones que anulen; más bien son estados diferentes de la Realidad, afirmaciones de anverso y reverso. La más alta experiencia de esta Realidad en el universo la muestra siendo no sólo una Existencia consciente, sino también una Inteligencia y Fuerzas supremas y una auto-existente Bienaventuranza; y más allá del universo hay todavía alguna otra existencia incognoscible, alguna total e inefable Bienaventuranza. Por lo tanto, estamos justificados al suponer que incluso las dualidades del universo, -cuando se las interpreta, no como ahora por medio de nuestras concepciones sensorias y parciales, sino a través de nuestras liberadas inteligencia y experiencia-, también serán resueltas dentro de aquellos términos supremos. Mientras todavía trabajamos bajo la presión de las dualidades, esta percepción debe, sin duda, apoyarse constantemente en un acto de fe, mas una fe que la suprema Razón, la más amplia y más paciente reflexión no niegan sino que más bien afirman. Este credo se da ciertamente a la humanidad para sostenerla en su viaje, hasta que llegue a la etapa de la evolución en que la fe se torne en conocimiento y perfecta experiencia, y la Sabiduría se justifique en sus obras.