LA VIDA DIVINA. Capítulo XIV: – La Supermente como Creador

Todas las cosas son auto-despliegues del Divino Conocimiento.

Vishnu Purana

Un principio de Voluntad y Conocimiento activos, superior a la Mente y creador de los mundos, es entonces el poder intermediario y el estado del ser entre esa auto-posesión del Uno y este fluir de los Muchos. Este principio no es enteramente ajeno a nosotros; no pertenece exclusiva e incomunicablemente a un Ser que por entero difiere de nosotros mismos o a un estado de la existencia desde el que somos misteriosamente proyectados en el nacimiento, pero también rechazados e incapaces de retomar. Si nos parece que está en las alturas muy por encima de nosotros con todo sus alturas son las de nuestro ser, y accesibles a nuestro paso. No solo podemos inferir y vislumbrar esa Verdad sino que también somos capaces de comprenderla. Mediante una progresiva expansión o una súbita auto-trascendencia luminosa podemos escalar esas cimas en inolvidables momentos, o morar en ellas durante horas, o días, de máxima experiencia supra-humana. Cuando descendemos nuevamente, hay puertas de comunicación que pueden dejarse siempre abiertas o reabrirse incluso aunque constantemente se cierren. Pero morar allí permanentemente, en esta última y suprema cima del ser creado y creador es, al fin, el supremo ideal de nuestra humana conciencia en evolución cuando busca no la auto-anulación sino la auto-perfección. Pues, como hemos visto, ésta es la Idea original, la armonía final, y la verdad a la que nuestra gradual auto-expresión en el mundo retorna y que se propone alcanzar.

Empero, podemos dudar si es posible, ahora o siempre, dar alguna cuenta de este estado al intelecto humano o utilizar de algún modo comunicable y organizado sus obras divinas para elevación de nuestro conocimiento y acción humanos. La duda no se suscita solo por lo raro y dudoso de cualquier fenómeno conocido que pudiera delatar la obra humana de esta facultad divina, ni de la gran distancia que separa esta acción de la experiencia y del verificable conocimiento de la humanidad ordinaria; también lo sugiere vigorosamente la aparente contradicción en esencia y operación entre la mentalidad humana y la Supermente divina.

Y ciertamente, si esta conciencia no tiene relación ninguna con la mente ni identidad con el ser mental, sería por completo imposible dar cuenta de ella a nuestras nociones humanas. O, si fuese en su naturaleza sólo visión en el conocimiento y no poder dinámico del conocimiento, podríamos esperar lograr con su contacto un beatífico estado de iluminación mental, pero no una luz y poder mayores para las obras del mundo. Pero dado que esta conciencia es creadora del mundo, debe ser no solo estado de conocimiento, sino poder del conocimiento, y no solo Voluntad para la luz y la visión sino Voluntad para el poder y las obras. Y dado que la Mente también es creada por ella, la Mente debe ser un desarrollo, -no expansivo sino limitativo-, que parte de esta primaria facultad y de este acto mediador de la suprema Conciencia, y debe por lo tanto ser capaz de resolverse reingresando a través de un inverso desarrollo por expansión . Pues siempre la Mente debe ser idéntica a la Supermente en esencia, y ocultar en si la potencialidad de la Supermente, por más diferente o incluso contraria que pueda haber llegado a ser en sus actuales formas y en sus asentados modos de operación. No puede entonces ser un irracional o improductivo intento de pugnar, –mediante el método de comparación y contraste–, en pro de adquirir alguna idea de la Supermente desde el punto de vista y según los términos de nuestro conocimiento intelectual. La idea, los términos, bien pueden ser inadecuados pero aun sirven como un dedo apuntando a la luz que nos señala un camino que, hasta alguna distancia al menos, podemos recorrer. Es más, a la Mente le es posible elevarse más allá de si, accediendo a ciertas alturas o planos de la conciencia que reciben en sí mismos alguna luz o poder modificados de la conciencia supramental, y conocer ésta por una iluminación, una intuición o un directo contacto o experiencia, aunque vivir en ella y ver y actuar desde ella es una victoria que todavía no ha sido hecha humanamente posible.

Y primero debemos detenernos un momento y preguntarnos si no ha de encontrarse alguna luz del pasado que nos guíe hacia estos mal explorados dominios. Necesitamos un nombre, y necesitamos un punto de partida. Pues hemos llamado a este estado de conciencia, la Supermente; pero la palabra es ambigua dado que puede tomarse en el sentido de la mente misma supereminente y elevada por encima de la mentalidad ordinaria pero no radicalmente cambiada, o por el contrario puede llevar el sentido de todo lo que está más allá de la mente y, por lo tanto, asumir una demasiado extensa comprehensividad que traería incluido al Inefable mismo. Es menester una descripción subsidiaria que limite más minuciosamente su significado.

Aquí nos sirven de ayuda los crípticos versos del Veda; pues contienen, aunque, velado, el evangelio de la divina e inmortal Supermente y, a través del velo, llegan a nosotros algunos destellos iluminadores. Podemos ver a través de estas aseveraciones la concepción de esta Supermente como una vastedad más allá de los firmamentos ordinarios de nuestra conciencia en la que la verdad del ser es luminosamente una con todo lo que la expresa, y asegura inevitablemente la verdad de la visión, formulación, ordenaci6n, expresión, acto y movimiento y, por lo tanto, la verdad también del resultado del movimiento, del resultado de la acción y la expresión, infalible ordenanza o ley. Vasta omni-comprehensividad; luminosa verdad y armonía del ser en esa vastedad y no vago caos o auto-perdida oscuridad; verdad de la ley y del acto, y conocimiento expresivo de esa armoniosa verdad del ser; estos parecen ser los términos esenciales de la descripción Védica. Los Dioses, que en su suprema entidad secreta son poderes de esta Supermente, nacidos de ella, asentados en ella como en su propio hogar, son, en su conocimiento, «verdad-consciente” y, en su acción, son poseídos de la “vidente-voluntad”. Su fuerza-consciente dirigida hacia las obras y la creación está poseída y guiada por un conocimiento perfecto y directo de la cosa por hacer, de su esencia y de su ley, —Un conocimiento que determina una absolutamente efectiva voluntad-poder que no se desvía ni vacila en su proceso ni en su resultado sino que se expresa y se realiza espontánea e inevitablemente en el acto que ha sido visto por la visión–. Aquí la Luz es una con la Fuerza, las vibraciones del conocimiento con el ritmo de la voluntad son uno solo, perfectamente, sin búsqueda, intento ni esfuerzo, con el resultado asegurado. La Naturaleza divina tiene doble poder, por un lado, una auto-formulación y una auto-ordenación espontáneas que brotan naturalmente de la esencia de la cosa manifestada y expresan su verdad original, y por otro, una auto-fuerza de la luz inherente a la cosa misma y la fuente de su auto-ordenación espontánea e inevitable.

Hay detalles subordinados, pero importantes. Los videntes Védicos parecen hablar de dos facultades primarias del alma “verdad-consciente”; son la Vista y el Oído, por los que se pretende dirigir las operaciones de un Conocimiento inherente descriptible como verdad-visión y verdad-audición y reflejado a gran distancia en nuestra mentalidad humana por las facultades de la revelación e inspiración. Además, parece hacerse una distinción en las operaciones de la Supermente entre el conocimiento por comprehensión y penetrante conciencia que está muy cerca del conocimiento subjetivo por identidad, y el conocimiento por proyección, confrontación, aprehendente conciencia que es el principio de la cognición objetiva. Estas son las pistas Védicas. Y podemos aceptar de esta antigua experiencia el término subsidiario “verdad-conciencia” para delimitar la connotación de la frase más elástica, Supermente.

Vemos a la vez que esa conciencia, descrita por esas características, debe ser una formulación intermedia que retrotrae a un término por encima de ella y más adelante a otro debajo de ella; vemos al mismo tiempo que ésta es, evidentemente, el vínculo y el medio a través de los cuales lo inferior se desarrolla a partir de lo superior e igualmente sería el vinculo y el medio por los que lo inferior puede desarrollarse de regreso otra vez hacia su fuente. El término de arriba es la conciencia unitaria e indivisible del puro Sachchidananda en el que no hay distinciones separativas; el término de abajo es la conciencia analítica o divisora de la Mente que sólo puede conocer por separación y distinción y que, a lo más, tiene una vaga y secundaria aprehensión de la unidad e infinitud, —pues, aunque puede sintetizar sus divisiones, no puede arribar a una verdadera totalidad–. Entre ellos está esa conciencia comprehensiva y creadora, que con su poder de conocimiento penetrante y comprehensivo es el hijo de ese auto-conocimiento por identidad que es el equilibrio del Brahman; y con su poder de conocimiento por proyección, confrontación y aprehensión es el padre de ese conocimiento por distinción que es el proceso de la Mente.

Arriba, la formula del Uno eternamente estable e inmutable; abajo, la formula de los Muchos que, eternamente mutable, busca pero difícilmente encuentra en el fluir de las cosas un punto de apoyo firme e inmutable; en el medio, la sede de todas las trinidades, de todo lo que es bi-uno, de todo lo que llega a ser Muchos-en-Uno y con todo sigue siendo Uno-en-Muchos porque originariamente fue Uno que potencialmente es siempre Muchos. Este término intermedio es, por lo tanto, el principio y el fin de toda creación y ordenación, el Alfa y la Omega, el punto de partida de toda diferenciación, el instrumento de toda unificación, origen, ejecutor y consumador de todas las armonías realizadas a realizables. Tiene el conocimiento de Uno, pero es capaz de extraer del Uno sus escondidas multitudes; manifiesta los Muchos, pero no se pierde en sus diferenciaciones. ¿Y no diremos que su existencia misma señala detrás a Algo que está más allá de nuestra suprema percepción de la inefable Unidad, Algo inefable y mentalmente inconcebible no debido a su unidad e indivisibilidad, sino por causa de su libertad de incluso estas formulaciones de nuestra mente—, algo más allá de la unidad y la multiplicidad? Eso seria el total Absoluto y Real que así nos justifica nuestro conocimiento de Dios y nuestro conocimiento del mundo.

Mas estos términos son inmensos y difíciles de captar; pasemos a las precisiones. Hablamos del Uno como Sachchidananda; pero en la descripción misma planteamos tres entidades y las unimos para arribar a una trinidad. Decimos «Existencia, Conciencia, Bienaventuranza”, y luego decimos “ellas son una sola”. Es un proceso de la mente. Mas para la conciencia unitaria ese proceso es inadmisible. La Existencia es Conciencia y no puede haber distinción entre ellas; la Conciencia es Bienaventuranza y no puede haber distinción entre ellas. Y dado que ni siquiera existe esta diferenciación no puede haber mundo. Si esa es la única realidad, entonces el mundo no existe ni existió jamás, ni nunca puede haber sido concebido; pues la conciencia indivisible es conciencia indivisible y no puede originar división ni diferenciación. Pero esto es una reductio ad absurdum; no podemos admitirlo a menos que nos contentemos con basarlo todo en una imposible paradoja y una antítesis irreconciliable.

Por otra parte, la Mente puede concebir con precisión divisiones como si fuesen reales; puede concebir una totalidad sintética o lo finito extendiéndose indefinidamente; puede captar agregados de cosas divididas y la singularidad subyacente a ellas; pero la unidad última y la infinitud absoluta son, para su conciencia de las cosas, nociones abstractas y cantidades inasibles, nada que sea real para su captación y menos todavía, algo que sea lo único real. He aquí, por tanto, el término opuesto de la conciencia unitaria; tenemos, al confrontar la unidad esencial e indivisible, una multiplicidad esencial que no puede arribar a la unidad sin abolirse a sí misma y en el acto mismo confesar que en realidad jamás podría haber existido. Con todo, existió; pues es ésta la que ha encontrado la unidad y se ha abolido a sí misma. Y nuevamente tenemos una reductio ad absurdum repitiendo la violenta paradoja que busca convencer al pensamiento aturdiéndolo e igualmente de nuevo, la no reconciliada e irreconciliable antitesis.

La dificultad, en su término inferior, desaparece si advertimos que la Mente es solo una forma preparatoria de nuestra conciencia. La Mente es un instrumento de análisis y síntesis, pero no de conocimiento esencial. Su función es cortar, separar algo vagamente de la Cosa desconocida en si misma y llamar a esta medición o delimitación de ella el todo, y nuevamente analizar el todo en sus partes que considera como separados objetos mentales. Son solo partes y accidentes lo que la Mente puede ver definidamente y, a su manera, conocer. Del todo su única idea definida es un ensamblaje de partes o una totalidad de propiedades y accidentes. El todo, –no visto como una parte de algo más o en sus propias partes, propiedades y accidentes–, es para la mente no más que una vaga percepción; solo cuando es analizado y situado por sí mismo como separado objeto constituido, una totalidad dentro de una totalidad mayor, la Mente puede decirse a sí misma, “Ahora conozco esto”. Y en realidad no lo conoce. Solo conoce su propio análisis del objeto y de la idea que se ha formado de él mediante una síntesis de las separadas partes y propiedades que ha visto. Allí su poder característico, su segura función cesa, y si tuviéramos un conocimiento mayor, más profundo y real, —Un conocimiento y no un intenso pero amorfo sentimiento como los que advienen a veces en ciertas partes profundas pero inarticuladas de nuestra mentalidad—, la Mente habría de hacer lugar para otra conciencia que colmara a la Mente haciéndola trascender, o al revés y así, rectificara sus operaciones tras saltar más allá de ella misma; la cima del conocimiento mental es solo un trampolín desde el que ese salto puede ser realizado. La suprema misión de la Mente es entrenar a nuestra oscura conciencia emergida de la oscura prisión de la Materia, en iluminar sus ciegos instintos, fortuitas intuiciones y vagas percepciones, hasta que llegue a ser capaz de esa luz mayor y de esa superior ascensión. La mente es un pasaje, no una culminación.

Por otra parte, la conciencia unitaria o Unidad indivisible no puede ser esa entidad imposible, una cosa sin contenido de la que ha salido todo el contenido y en la cual desaparece y llega a ser aniquilado. Debe ser una original auto-concentración en la que todo esté contenido pero de manera distinta a la manifestación temporal y espacial. Eso que de ese modo se ha concentrado, es la completamente inefable e inconcebible Existencia que el Nihilista imagina en su mente como el negativo Vacío de todo lo que conocemos y somos, pero el Trascendentalista, con igual razón, puede imaginar su mente como la positiva pero indistinguible Realidad de todo lo que conocemos y somos. “En el principio”, dice el Vedanta, “estaba la Existencia única sin una segunda”, pero antes y después del principio, ahora, por siempre y más allá del Tiempo, está lo que no podemos describir ni siquiera como el Uno, ni cuando decimos que nada salvo Eso es. Como podemos ser conscientes de qué es, primero, su original auto-concentración por la que nos esforzarnos en comprenderlo como el Uno indivisible; en segundo lugar, la difusión y aparente desintegración de todo lo que estaba concentrado en su unidad que es la concepción Mental del universo; y en tercer lugar, su firme auto-extensión en la Verdad-conciencia que contiene y sostiene la difusión, y evita que pase a ser una real desintegración, mantiene la unidad en la máxima diversidad y conserva la estabilidad en la máxima mutabilidad, insiste en la armonía en la apariencia de una omni-penetrante contienda y colisión, mantiene al eterno cosmos donde la Mente arribaría solo a un caos eternamente intentando darse forma. Esta es la Supermente, la Verdad-conciencia, la Real-Idea que se conoce a si misma y a todo lo que llega a ser.

La Supermente es la vasta auto-extensión del Brahman que contiene y desarrolla. Mediante la Idea desarrolla el principio triuno de la existencia, conciencia y bienaventuranza, de su indivisible unidad. Las diferencia pero no las divide. Establece una Trinidad, no llegando como la Mente de las tres al Uno, sino manifestando a las tres desde el Uno, —pues ella manifiesta y desarrolla—, y manteniéndolas en la unidad —pues conoce y contiene–. Mediante la diferenciación es capaz de presentar a una u otra de ellas como la Deidad efectiva que contiene a las demás envueltas o explicitas en sí, y este proceso crea el fundamento de todas las otras diferenciaciones. Y mediante la misma operación actúa en todos los principios y posi¬bilidades que hace evolucionar a partir de esta omni-constituyente trinidad. Posee el poder de desarrollo, de evolución, de hacer explicito, y ese poder lleva consigo el otro poder de involución, de cubrimiento, de hacer implícito. En un sentido, puede decirse que la creación toda es un movimiento entre dos involuciones, una, Espíritu en el que todo está envuelto y del que todo evoluciona hacia abajo, hacia el otro polo de la Materia, otra, Materia en la que también todo está envuelto y de la que todo evoluciona hacia arriba, hacia el otro polo del Espíritu.

Así todo el proceso de diferenciación mediante la Real-Idea creadora del universo es una asentada exposición de principios, fuerzas y formas que contienen, por la comprehensiva conciencia, todo el resto de la existencia dentro de ellos, y enfrentan a la aprehensiva conciencia con todo el resto de la existencia implícito detrás de ellos. Por lo tanto, cada uno está en todo como todo está en cada uno. Por ello cada simiente de cosas implica en sí misma toda la infinitud de variadas posibilidades, más es sometida a una ley de proceso y resultado por la Voluntad, vale decir, por el Conocimiento-Fuerza del Ser-Consciente, que está manifestándose a sí mismo y que, seguro de la Idea en sí mismo, predetermina por ella sus propias formas y movimientos. La simiente es la Verdad de su propio ser que esta Auto-Existencia ve en si misma, la resultante de esa simiente de auto-visión es la Verdad de la auto-acción, la ley natural del desarrollo, formación y funcionamiento que sigue inevitablemente a la auto-visión y mantiene los procesos envueltos en la Verdad original. Toda la Naturaleza es, simplemente, entonces, la Voluntad-Vidente, el Conocimiento-Fuerza del Ser-Consciente, trabajando para desplegar en fuerza y forma toda la inevitable verdad de la Idea a la que originariamente se entregó.

Esta concepción de la Idea nos señala el contraste esencial entre nuestra conciencia mental y la Verdad-conciencia. Consideramos al pensamiento como una cosa separada de la existencia, abstracto, insustancial, diferente de la realidad, algo que aparece no se sabe de dónde y se separa de la realidad objetiva en orden a observarla, entenderla y juzgarla; tal nos parece y así es, por lo tanto, para nuestra mentalidad omni-divisora y omni-analizadora. La primera tarea de la Mente es ser “separadora”, efectuar fisuras más que discernir, y es así como hizo esta paralizante fisura entre el pensamiento y la realidad. Mas en la Supermente todo ser es conciencia, toda conciencia es de ser, y la idea, una repleta vibración de la conciencia, es igualmente una vibración del ser repleto de si mismo; es una salida inicial, un auto-conocimiento creador, de lo que está concentrado en el auto-conocimiento no-creador. Sale como Idea que es realidad, y esa realidad de la Idea es la que se desarrolla a sí misma, siempre por su propio poder y conciencia de si, siempre auto-consciente, siempre auto-desarrollándose mediante la voluntad inherente a la Idea, siempre auto-realizándose mediante el conocimiento engranado en su propio impulso. Esta es la verdad de toda creación, de toda evolución.

En la Supermente, el ser, la conciencia del conocimiento y la conciencia de la voluntad no están divididos como parecen estar en nuestras operaciones mentales; son una trinidad, un movimiento con tres aspectos efectivos. Cada uno tiene su efecto propio. El ser da el efecto de la sustancia, la conciencia el efecto del conocimiento, de la auto-guiante y conformadora idea, de la comprehensión y la aprehensión; la voluntad da el efecto de la fuerza auto-rcalizadora. Pero la idea es solo la luz de la realidad iluminándose; no es pensamiento ni imaginación mentales, sino auto-entendimiento efectivo. Es Real-Idea.

En la Supramente el conocimiento en la Idea no está divorciado de la voluntad en la Idea sino que es uno con ella, —así como no es diferente del ser o sustancia, sino que es uno con el ser, luminoso poder de la sustancia–. Así como el poder de encender luz no es diferente de la sustancia del fuego, de igual modo el poder de la Idea no es diferente de la sustancia del Ser que se estructura en la Idea y su desarrollo. En nuestra mentalidad todos son diferentes. Tenemos una idea y una voluntad acorde con la idea o bien, un impulso de la voluntad y una idea apartándose de ella; pues diferenciamos efectivamente la idea de la voluntad y. a ambas de nosotros mismos. Yo soy; la idea es una misteriosa abstracción que se me presenta, la voluntad es otro misterio, una fuerza más próxima a la concreción, aunque no concreta, sino siempre algo que no es yo mismo, algo que tengo o consigo o he captado, pero no soy. Trazo un abismo también entre mi voluntad, su medio y el efecto, pues los considero como realidades concretas externas y diferentes de mí mismo. Por lo tanto ni yo mismo, ni la idea ni la voluntad en mí son auto-efectivas. La idea puede caer fuera de mí, la voluntad puede fracasar, el medio puede faltar, yo mismo, por todas o por una cualquiera de estas lagunas puedo quedar irrealizado.

Mas en la Supermente esa división paralizante no existe, porque el conocimiento no está auto-dividido, la fuerza no está auto-dividida, el ser no está auto-dividido como en la mente; no están interrumpidos en si mismos, ni divorciados uno de los otros. Pues la Supermente es lo Vasto; parte de la unidad, no de la división, es primeramente comprehensiva, la diferenciación es solo su acto secundario. Por lo tanto cualquiera sea la verdad del ser expresada, la idea le corresponde exactamente, la voluntad-fuerza lo hace a su vez a la idea, —siendo la fuerza solo el poder de la conciencia—, y el resultado lo hace a la voluntad. La idea no choca con otras ideas, la voluntad u otra fuerza no choca con otra voluntad o fuerza, como en el hombre y su mundo; pues hay una vasta Conciencia que contiene y relaciona todas las ideas en sí misma como sus propias ideas, una vasta Voluntad que contiene y relaciona todas las energías en sí misma como sus propias energías. Retrasa esto, adelanta aquello, pero de acuerdo a su propia preconcebida Idea-Voluntad.

Esta es la justificación de las corrientes nociones religiosas de la omnipresencia, omnisciencia y omnipotencia del Ser Divino. Lejos de ser una irracional imaginación son perfectamente racionales y de ningún modo contradicen a la lógica de una filosofía comprehensiva ni a las indicaciones de la observación y experiencia. El error consiste en construir un incomunicable abismo entre Dios y el hombre, entre el Brahman y el mundo. Ese error eleva una real y práctica diferenciación en el ser, en la conciencia y en la fuerza dentro de una división esencial. Pero este aspecto de la cuestión lo tocaremos después. Ahora hemos arribado a una afirmación y a alguna concepción de la divina y creadora Supermente en la que todo es uno en ser, conciencia, voluntad y deleite, aunque con una infinita capacidad de diferenciación que despliega más no destruye la unidad, —en la que la Verdad es la sustancia, la Verdad surge en la Idea y la Verdad surge en la forma y hay una verdad de conocimiento y voluntad, una verdad de auto-realización y, por lo tanto, de deleite; pues toda auto-realización es satisfacción del ser. Por lo tanto, en todas las mutaciones y combinaciones, siempre, una armonía auto-existente e inalienable.