Mi ser es lo que sostiene a todos los seres y constituye su existencia….. Soy el yo que habita dentro de todos los seres.
Gita
Tres poderes de la Luz sostienen los tres luminosos mundos divinos.
Rig Veda
Antes de que pasemos a esta más fácil comprensión del mundo que habitamos, –(desde la posición de una aprehendente Verdad-conciencia que ve las cosas como lo haría una individual alma liberada de las limitaciones de la mentalidad y admitida para que participe en la acción de la Supermente Divina)–, debemos detenernos y resumir brevemente lo que hemos comprendido o podemos aún comprender de la conciencia del Señor, el Ishwara tal como desarrolla el mundo, mediante Su Maya a partir de la concentrada unidad original de Su ser.
Hemos empezado afirmando que toda existencia es un solo Ser cuya naturaleza esencial es la Conciencia, Conciencia única cuya naturaleza activa es Fuerza o Voluntad; y este Ser es Deleite, esta Conciencia es Deleite, esta Fuerza o Voluntad es Deleite. La eterna e inalienable Bienaventuranza de la Existencia, Bienaventuranza de la Conciencia, Bienaventuranza de la Fuerza o Voluntad bien concentrada en sí y en reposo o bien, activa y creadora, esto es Dios y esto es nosotros mismos en nuestro ser esencial, nuestro ser no-fenoménico. Concentrada en si, posee o más bien es la esencial, eterna, inalienable Bienaventuranza; activa y creadora, posee o más bien viene a ser el deleite del juego de la existencia, del juego de la conciencia, del juego de la fuerza y la voluntad. Ese juego es el universo y ése deleite es la causa, motivo y objeto únicos de la existencia cósmica. La Conciencia Divina posee ese juego y deleite eterna e inalienablemente; nuestro ser esencial, nuestro yo real que se oculta de nosotros por el falso yo o ego mental, también disfruta ese juego y deleite eterna e inalienablemente y no puede, ciertamente, obrar de otro modo, dado que es uno en el ser con la Conciencia Divina. Por lo tanto, si aspiramos a una vida divina, no podemos lograrla de ningún otro modo que quitando el velo a este velado yo en nosotros, remontando desde nuestro presente estado en el falso yo o ego mental al estado superior del verdadero yo, el Atman, ingresando en esa unidad con la Conciencia Divina que siempre disfruta de algo superconsciente en nosotros, —de otra manera no podríamos existir—, pero que nuestra mentalidad consciente ha perdido.
Pero cuando de este modo afirmamos esta unidad de Satchidananda por un lado y esta mentalidad dividida por el otro, planteamos dos entidades opuestas, una de las cuales debe ser falsa si la otra ha de reputarse verdadera, una de las cuales ha de abolirse si la otra ha de disfrutarse. Pues es en la mente, en su forma de vida y en el cuerpo con lo que existimos en la tierra y, si debemos abolir la conciencia de mente, vida y cuerpo a fin de alcanzar la Existencia, Conciencia y Bienaventuranza únicas, entonces es imposible aquí una vida divina. Debemos abandonar abiertamente la existencia cósmica como una ilusión a fin de disfrutar o regresar al Trascendente. De esta solución no hay escape a menos que exista un eslabón intermedio entre los dos, que pueda explicarlos uno con respecto al otro y establecer entre ellos una relación tal que nos posibilite realizar la Existencia, Conciencia y Deleite únicos en el molde de la mente, la vida y el cuerpo.
El eslabón intermedio existe. Lo llamamos Supermente o Verdad-Conciencia, porque es un principio superior a la mentalidad y existe, actúa y procede en la verdad y unidad fundamentales de las cosas y no como la mente, en sus apariencias y divisiones fenoménicas. La existencia de la supermente es una necesidad lógica que surge directamente desde la posición con la que empezamos. Pues en si Sachchidananda debe ser un inespacial e intemporal absoluto de existencia consciente que es bienaventuranza; pero el mundo es, por el contrario, una extensión en el Tiempo y el Espacio, y un movimiento, una estructuración, un desarrollo de relaciones y posibilidades mediante la causalidad —o lo que de ese modo se nos presenta— en el Tiempo y el Espacio. El verdadero nombre de esta Causalidad es Ley Divina y la esencia de esa Ley es un inevitable auto-desarrollo de la verdad de la cosa que está, como Idea, en la esencia misma de lo que se desarrolla; es una determinación de movimientos relativos previamente fijada que parte de la sustancia de la posibilidad infinita. Eso que así desarrolla todas las cosas debe ser un Conocimiento-Voluntad o Fuerza-Consciente; pues toda manifestación del universo es un juego de la Fuerza-Consciente que es la naturaleza esencial de la existencia. Mas el desarrollador Conocimiento-Voluntad no puede ser mental; pues la mente no conoce, posee ni gobierna esta Ley, sino que es gobernada por ella, es uno de sus resultados, se desplaza en el fenómeno del auto-desarrollo y no en su raíz, observa como cosas divididas los resultados del desarrollo y pugna en vano por llegar a su fuente y realidad. Es más, este Conocimiento-Voluntad que desarrolla todo debe estar en posesión de la unidad de las cosas y debe manifestar desde ella su multiplicidad; mas la mente no está en posesión de esa unidad, sólo tiene una imperfecta posesión de una parte de la multiplicidad.
Por lo tanto, debe existir un principio superior a la Mente que satisfaga las condiciones en las que la Mente falla. Sin duda, Sachchidananda mismo es este principio, pero Sachchidananda no descansando en su pura e infinita conciencia invariable sino procediendo desde ese primer equilibrio, o más bien sobre él como base y en él como continente, dentro de un movimiento que es su forma de Energía e instrumento de creación cósmica. La Conciencia y la Fuerza son los esenciales aspectos gemelos del puro Poder de la existencia; el Conocimiento y la Voluntad, por lo tanto, deben ser la forma que ese Poder toma al crear un mundo de relaciones en la extensión del Tiempo y el Espacio. Este Conocimiento y esta Voluntad deben ser uno solo, infinito, omni-abarcante, omni-posesor, omni-formador, sosteniendo en sí eternamente lo que pone en movimiento y forma. La Supermente es entonces el Ser que se desplaza desde sí hasta dentro de un determinante auto-conocimiento que percibe ciertas verdades de si y quiere realizarlas en una temporal y espacial extensión de su propia existencia intemporal e inespacial. Cuanto está en su propio ser, toma forma como auto-conocimiento, como Verdad-Conciencia, como Real-Idea, y, al ser ese auto-conocimiento también auto-fuerza, se concreta o realiza inevitablemente en Tiempo y Espacio.
Ésta, entonces, es la naturaleza de la Conciencia Divina que crea en si todas las cosas mediante un movimiento de su fuerza-consciente y gobierna su desarrollo a través de una auto-evolución mediante el inherente conocimiento-voluntad de la verdad de la existencia o Real-idea que las ha formado. El Ser que es así consciente es lo que llamamos Dios; y El debe ser obviamente omnipresente, omnisciente y omnipotente. Omnipresente, pues todas las formas son formas de Su ser consciente creadas por su fuerza de movimiento en su propia extensión como Espacio y Tiempo; omnisciente, pues todas las cosas existen en Su ser-consciente, son formadas por él y poseídas por él; omnipotente, pues esta omni-poseedora conciencia es también omni-poseedora Fuerza y omni-conformadora Voluntad. Y esta Voluntad y este Conocimiento no están en mutua guerra, como nuestra voluntad y conocimiento son capaces de estar en guerra una con el otro, pues no son diferentes movimientos sino un solo movimiento del mismo ser. Ni pueden ser contradichos por cualquier otra voluntad, fuerza o conciencia de afuera o de adentro; pues no hay conciencia ni fuerza externa al Uno, y todas las energías y formaciones internas del conocimiento no son más que eso, pues son mero juego de la única Voluntad omni-determinante y del único Conocimiento omni-armonizante. Lo que vemos como choque de voluntades y fuerzas, –(debido a que moramos en lo particular y dividido, y no podemos ver el todo)–, la Supermente lo contempla como los concurrentes elementos de una predeterminada armonía que está siempre presente en ella debido a que la totalidad de las cosas está eternamente sujeta a su mirada.
Cualquiera sea el equilibrio o forma que adopte su acción, ésta siempre será de la naturaleza de la Conciencia divina. Pero, al ser su existencia absoluta en si, su poder de existencia es también absoluto en su extensión, y por lo tanto no está limitado a un estado de equilibrio o a una forma de acción. Nosotros, los seres humanos, somos aparentemente, una fenoménica forma particular de la conciencia, sujeta al Tiempo y al Espacio, y solo podemos ser, en nuestra conciencia superficial, que es todo lo que conocemos de nosotros mismos, una cosa a la vez, una formación, un equilibrio del ser, un agregado de la experiencia; y esa única cosa es para nosotros la verdad de nosotros mismos que reconocemos; todo el resto no es verdad o ha dejado de serlo, debido a que ha desaparecido en el pasado saliendo de nuestra percepción, o todavía no es verdadero, debido a que está a la espera en el futuro y aún no cae dentro de nuestra percepción. Pero la Conciencia Divina no está tan particularizada, ni tan limitada; puede ser muchas cosas a un tiempo y adoptar aun más de un estado de equilibrio duradero incluso durante todo el tiempo. Descubrimos que en el principio de la Supermente misma, ella tiene tres generales estados de equilibrio o etapas de su conciencia fundando-el-mundo. El primero fundamenta la inalienable unidad de las cosas, el segundo modifica esa unidad de modo que sostenga a la manifestación de los Muchos en el Uno y del Uno en los Muchos; el tercero modifica ulteriormente esto de modo que sostenga la evolución de una individualidad diversificada que, por la acción de la Ignorancia, viene a ser en nosotros, a un nivel inferior, la ilusión del ego separado.
Hemos visto cuál es la naturaleza de este primer y principal estado de equilibrio de la Supermente que fundamenta la inalienable unidad de las cosas. No se trata de la pura conciencia unitaria; pues esa es una concentración intemporal e inespacial de Sachchidananda en sí, en la que la Fuerza Consciente no se proyecta en ningún género de extensión y, si contiene al universo, lo contiene en la eterna potencialidad y no en la temporal realidad. Esta, por el contrario, es una uniforme auto-extensión de Sachchidananda omni-comprehendente, omni-poseyente y omni-constituyente. Pero este todo es uno solo, no muchos; no hay individualización. Es cuando el reflejo de esta Supermente cae sobre nuestro aquietado y purificado yo que perdemos todo sentido de la individualidad; pues allí no hay concentración de conciencia destinada a sostener un desarrollo individual. Todo está desarrollado en la unidad y como uno; todo es sostenido por esta Conciencia Divina como formas de su existencia, no como existencias separadas en algún grado. Algo así como los pensamientos e imágenes que se presentan en nuestra mente no son existencias separadas a nosotros, sino formas tomadas por nuestra conciencia; así son todos los nombres y formas para esta Supermente primaria. Es la pura ideación y formación divina en el Infinito, —)solo una ideación y formación que está organizada no como un juego irreal del pensamiento mental, sino como un juego real del ser consciente)–. El alma divina en este equilibrio no haría diferencias entre Alma-Conciencia y Alma-Fuerza, pues toda fuerza sería acción de la conciencia, ni entre Materia y Espíritu, dado que todo molde sería simplemente forma del Espíritu.
En el segundo estado de equilibrio de la Supermente, la Conciencia Divina permanece detrás de la idea del movimiento que contiene, realizándolo mediante una suerte de conciencia aprehendente, siguiéndolo, ocupando y habitando sus obras, pareciendo distribuirse en sus formas. En cada nombre y forma se realizaría como el estable Ser-en-sí-Consciente, el mismo en todo; pero también se realizaría como una concentración del Ser-en-sí-Consciente siguiendo y sosteniendo el juego individual del movimiento y preservando su diferenciación de otro juego individual del movimiento, -(el mismo por doquier en el alma-esencia, pero variando en el alma-forma)–. Esta concentración que sostiene al alma-forma sería el Divino individual o Jivatman para distinguirlo del Divino universal o único Ser-en-sí-omni-constituyente. No habría diferencia esencial, sino sólo una diferenciación práctica para el juego, que no anularía la unidad real. El Divino universal entendería todas las alma-formas como sí mismo y todavía establecería una relación diferente con cada una separadamente y en cada una con todas las demás. El Divino individual contemplaría su existencia como un alma-forma y alma-movimiento del Uno y, mientras que mediante la acción comprehendente de la conciencia disfrutaría de su unidad con el Uno y con todas las almas-forma, asimismo mediante una delantera o frontal acción aprehendente sostendría y disfrutaría su movimiento individual y sus relaciones de una libre diferencia en unidad al mismo tiempo con el Uno y con todas sus formas. Si nuestra mente purificada pudiera reflejar este equilibrio secundario de la Supermente, nuestra alma podría sostener y ocupar su existencia individual y todavía incluso realizarse como el Uno que ha llegado a ser todo, que habita todo, que contiene todo, disfrutando incluso en su particular modificación su unidad con Dios y sus semejantes. En ninguna otra circunstancia de la existencia supramental habría cambiado característica alguna; el único cambio sería este juego del Uno que ha manifestado su multiplicidad y de los Muchos que son todavía uno, con todo lo necesario para mantener y conducir el juego.
Un tercer estado de equilibrio de la Supermente se alcanzaría si la concentración sustentadora no permaneciera por más tiempo detrás, por así decirlo, del movimiento, habitándolo con una cierta superioridad y así siguiendo y disfrutando, sino que se proyectase dentro del movimiento y, de algún modo, estuviera envuelto en el. Aquí, el carácter del juego se alteraría, pero solo en la medida en que el Divino individual convirtiera, –tan predominantemente–, el juego de las relaciones con lo universal y con sus otras formas, en el campo práctico de su experiencia consciente para que la realización de la absoluta unidad con ellas fuera solo un supremo acompañamiento y constante culminación de toda experiencia; mas en el equilibrio superior la unidad sería la experiencia dominante y fundamental y la variación tan solo sería un juego de la unidad. Este equilibrio terciario sería por lo tanto el de una suerte de fundamental dualismo bienaventurado en la unidad —ya no unidad calificada por un subordinado dualismo–, entre el Divino individual y su fuente universal, con todas las conciencias que se derivarían para el mantenimiento y operación de ese dualismo.
Puede decirse que la primera consecuencia sería un deslizamiento dentro de la ignorancia de Avidya que toma a los Muchos como el hecho real de la existencia y ve al Uno sólo como una Suma cósmica de los Muchos. Mas ese deslizamiento no ha de tener lugar necesariamente. Pues el Divino individual aun sería consciente de sí como resultado del Uno y de su poder de auto-creación consciente, vale decir, de su múltiple auto-concentración concebida de modo tal que gobierne y disfrute múltiplemente su múltiple existencia en la extensión del Tiempo y Espacio; este verdadero Individuo espiritual no se arrogaría una existencia independiente o separada. Eso sólo confirmaría la verdad del movimiento diferenciador junto con la verdad de la unidad estable, considerándolos como los polos superior e inferior de la misma verdad, el fundamento y culminación del mismo juego divino; y eso insistiría sobre la dicha de la diferenciación como necesaria para la plenitud de la dicha de la unidad.
Obviamente, estos tres estados de equilibrio sólo serían diferentes modos de tratar con la misma Verdad; la Verdad de la existencia disfrutada sería la misma, el modo de disfrutarla o más bien el equilibrio del alma en el disfrute sería diferente. El Deleite, el Ananda variaría, pero moraría siempre dentro del estado de la Verdad-conciencia y no implicaría deslizamiento dentro de la Falsedad y la Ignorancia. Pues la secundaria y la terciaria Supermente sólo desarrollaría y aplicaría en los términos de la multiplicidad divina lo que la Supermente primaria contuvo en los términos de la unidad divina. No podemos estampar ninguno de estos tres equilibrios con el estigma de la falsedad y la ilusión. El lenguaje de los Upanishads, la antigua autoridad suprema para estas verdades de una experiencia superior, cuando hablamos de la existencia Divina que se está manifestando, implica la validez de todas estas experiencias. Sólo podemos afirmar la prioridad de la unidad a la multiplicidad, una prioridad no en el tiempo sino en relación de conciencia, y ninguna declaración de la suprema experiencia espiritual, ninguna filosofía Vedántica niega esta prioridad ni la eterna dependencia de los Muchos en cuanto al Uno. Es porque en el Tiempo los Muchos no parecen ser eternos sino manifestarse procedentes del Uno y retornar a él como su esencia, que su realidad es negada; pero igualmente puede razonarse que la eterna persistencia o, si se quiere, la eterna recurrencia de la manifestación en el Tiempo es una prueba de que la multiplicidad divina es un hecho eterno de lo Supremo más allá del Tiempo no menos que la unidad divina, de otra manera, no podría tener esta característica de inevitable recurrencia eterna en el Tiempo.
Es ciertamente solo cuando nuestra mentalidad humana pone un exclusivo énfasis en un lado de la experiencia espiritual, y afirma que esa es la única verdad eterna y la declara en los términos de nuestra omni-divisora lógica mental, que surge la necesidad de escuelas filosóficas mutuamente destructivas. Así, enfatizando la verdad única de la conciencia unitaria, observamos el juego de la unidad divina, erróneamente traducida por nuestra mentalidad en los términos de la diferencia real, pero, no satisfechos con corregir este error de la mente mediante la verdad de un principio superior, afirmamos que el juego mismo es una ilusión. O, enfatizando el juego del Uno en los Muchos, declaramos una calificada unidad y consideramos al alma individual como un alma-forma del Supremo, pero afirmaríamos la eternidad de esta existencia calificada y negaríamos por completo la experiencia de una conciencia pura en una incalificable unidad. O, también, dándole énfasis al juego de la diferencia, afirmamos que el Supremo y el alma humana son eternamente diferentes y rechazamos la validez de una experiencia que excede y parece abolir esa diferencia. Pero la posición que ahora hemos adoptado con firmeza nos absuelve de la necesidad de estas negaciones y exclusiones: vemos que hay una verdad detrás de todas estas afirmaciones, pero al mismo tiempo un exceso que conduce a una infundada negación. Afirmando, como hemos hecho, la absoluta absolutividad de Eso, no limitado por nuestras ideas de unidad no limitado por nuestras ideas de multiplicidad, afirmando la unidad como una base de la manifestación de la multiplicidad, y la multiplicidad como la base para el retorno a la unidad y el disfrute de la unidad en la manifestación divina, no necesitamos agobiar nuestra actual afirmación con estas discusiones ni emprender el vano esfuerzo de esclavizar a nuestras distinciones y definiciones mentales, la libertad absoluta del Divino Infinito.