Él, cuyo Ser-en-sí ha llegado-a-ser todas las existencias, pues tiene el conocimiento, ¿cómo será engañado, de dónde tendrá pesar, él que ve la unidad por doquier?
Isha Upanishad
Por la concepción que hemos formado de la Supermente, por su oposición a la mentalidad en la que se basa nuestra existencia humana, podemos no sólo formarnos una idea precisa y no una vaga, sobre la divinidad y la vida divina, -(expresiones que de cualquier modo estamos condenados a utilizar con escasa exactitud y como imprecisa denominación de una grande pero casi impalpable aspiración)-, sino también dar a estas ideas una firme base de razonamiento filosófico, para ponerlas en clara relación con la humanidad y la vida humana que es todo cuanto actualmente disfrutamos, y para justificar nuestra esperanza y aspiración por la naturaleza misma del mundo y de nuestros propios antecedentes cósmicos y el inevitable futuro de nuestra evolución. Empezamos a captar intelectualmente qué es el Divino, la Realidad eterna, y a entender cómo el mundo ha derivado de ella. Empezamos también a percibir cómo inevitablemente eso que ha venido a partir del Divino debe retornar al Divino. Podemos ahora preguntar con provecho y una posibilidad de respuesta más clara, como debemos cambiar y qué debemos llegar a ser en orden a arribar allí en nuestra naturaleza, en nuestra vida y en nuestras relaciones con los demás, y no solo a través de una realización solitaria y extática en las profundidades de nuestro ser. Ciertamente, aún existe un defecto en nuestras premisas; pues hasta ahora hemos estado pugnando por definir para nosotros mismos qué es el Divino en su descenso hacia la limitada Naturaleza, cuando lo que realmente somos es el Divino en el individuo ascendiendo de regreso a partir de la limitada Naturaleza hacia su apropiada divinidad. Esta diferencia de movimiento debe implicar una diferencia entre la vida de los dioses que nunca conocieron la caída y la vida del hombre redimido, conquistador del dios perdido y llevando consigo la experiencia, y ésta puede ser la nueva riqueza reunida por él desde su aceptación del cabal descenso. No obstante, no puede haber diferencia de características esenciales, sino solo de molde y colorido. Ya podemos asegurar, sobre la base de las conclusiones a que hemos llegado, la naturaleza esencial de la vida divina a la que aspiramos.
¿Qué sería entonces la existencia de un alma divina, no descendida en la ignorancia por la caída del Espíritu dentro de la Materia y el eclipse del alma por la Naturaleza material? ¿Qué sería su conciencia, viviendo en la Verdad original de las cosas, en la inalienable unidad, en el mundo de su propio ser infinito, como la Existencia Divina misma, pero además, capaz por el juego de la Divina Maya y por la distinción de la comprehendente y aprehendente Verdad-Conciencia de disfrutar también al mismo tiempo de la diferencia con Dios como de la unidad con Él y abrazar la diferencia y también la unidad con otras almas divinas en el juego infinito del Idéntico auto-multiplicado?.
Obviamente, la existencia de esa alma estaría siempre auto-contenida en el juego consciente de Sachchidananda. Sería pura e infinita auto-existencia en su ser; en su devenir sería un libre juego de vida inmortal no invadida por muerte, nacimiento y cambio de cuerpo, debido a no estar nublada por la ignorancia ni envuelta en la oscuridad de nuestro ser material. Sería una pura e ilimitada conciencia en su energía, equilibrada en una eterna y luminosa tranquilidad como su fundamento, todavía capaz de jugar libremente con las formas del conocimiento y con las formas del poder consciente, tranquila, no afectada por los tropiezos del error mental y los errores de nuestra luchadora voluntad porque nunca se aparta de la verdad y la unidad, nunca cae de la luz inherente y la natural armonía de su existencia divina. Sería, finalmente, un puro e inalienable deleite en su eterna auto-experiencia y en el Tiempo una libre variación de bienaventuranza no afectada por nuestras perversiones de disgusto, odio, descontento y sufrimiento por estar indivisa en su ser, no desconcertada por la errante auto-voluntad, no pervertida por el ignorante estimulo del deseo.
Su conciencia no quedaría cerrada a parte alguna de la verdad infinita, ni limitada por ningún equilibrio ni estado que pudiera asumir en sus relaciones con otros, ni condenada a ninguna pérdida del auto-conocimiento por su aceptación de una individualidad puramente fenoménica y por el juego de la diferenciación práctica. En su auto-experiencia viviría eternamente en presencia del Absoluto. Para nosotros el Absoluto es solo una concepción intelectual de existencia indefinible. El intelecto nos refiere simplemente que hay un Brahman superior a lo supremo , un Incognoscible que se conoce de modo distinto al de nuestro conocimiento; mas el intelecto no puede traernos su presencia. El alma divina viviendo en la Verdad de las cosas tendría siempre, por el contrario, el sentido consciente de sí como manifestación del Absoluto. Sería consciente de su inmutable existencia como la original “auto-forma” de ese Trascendente, —Sachchidananda–; sería conocedor de su juego de ser consciente como manifestación de Eso en las formas de Sachchidananda. En todo estado o acto del conocimiento sería consciente del Incognoscible que se conoce mediante una forma de variable auto-conocimiento; en todo estado o acto de poder, voluntad o fuerza sería consciente de la Trascendencia poseyéndose mediante una forma de poder consciente del ser y del conocimiento; en todo estado o acto de deleite, dicha o amor sería consciente de la Trascendencia abarcándose por medio de una forma de auto-disfrute consciente. Esta presencia del Absoluto no seria con eso como una experiencia ocasionalmente vislumbrada o finalmente alcanzada y sostenida con dificultad, ni como una adición, adquisición o culminación superpuesta en su ordinario estado del ser; seria el fundamento mismo de su ser tanto en la unidad como en la diferenciación; estaría presente para él en todo su conocer, querer, hacer, disfrutar; no estaría ausente ni de su ser intemporal ni de momento alguno del Tiempo, ni de su ser inespacial ni de determinación alguna de su extendida existencia, ni de su incondicionada pureza más allá de toda causa y circunstancia, ni de relación alguna de circunstancia, condición y causalidad. Esta constante presencia del Absoluto sería la base de su infinita libertad y deleite, afirmaría su seguridad en el juego y proporcionaría la raíz, la savia y la esencia de su ser divino.
Es más, esa alma divina viviría simultáneamente en los dos términos de la existencia eterna de Sachchidananda, los dos polos inseparables del auto-desenvolvimiento del Absoluto que llamamos el Uno y los Muchos. Todo ser vive realmente así; mas para nuestro dividido auto-entendimiento existe una incompatibilidad, un abismo entre los dos que nos conduce hacia una elección, para morar bien en la multiplicidad exiliado de la directa y entera conciencia del Uno, o bien en la unidad que repele la conciencia de los Muchos. Pero el alma divina no estaría esclavizada a este divorcio y dualidad. En sí misma, sería consciente, a la vez, de la infinita auto-concentración y de la infinita auto-extensión y difusión. Sería consciente simultáneamente del Uno en su unitaria conciencia sosteniendo la innumerable multiplicidad en sí como si fuese potencial, inexpresada, –y por lo tanto, para nuestra mental experiencia de ese estado, no-existente–, y del Uno en su extendida conciencia que sostiene la multiplicidad expelida y activa como el juego de su propio ser consciente, de su voluntad y deleite. Sería consciente igualmente de los Muchos descendiendo siempre al Uno que es la fuente y realidad eternas de su existencia, y de los Muchos siempre remontándose atraídos hacia el Uno que es la eterna culminación y bienaventurada justificación de todo su juego de diferencia. Esta vasta visión de las cosas es el molde de la Verdad-Conciencia, el fundamento de la gran Verdad y de lo Correcto versado por los videntes Védicos; esta unidad de todos estos términos de oposición es el Adwaita real, la comprehendente palabra suprema del conocimiento de lo Incognoscible.
El alma divina será consciente de toda variación del ser, de la conciencia, de la voluntad y del deleite como el afloramiento, la extensión y la difusión de esa auto-concentrada Unidad que se desarrolla, no en la diferencia ni en la división, sino en otra forma extendida de infinita unidad. Siempre estará concentrada en unidad en la esencia de su ser, siempre manifestada muy variadamente en la extensión de su ser. Todo cuanto toma forma en ella serán las manifestadas potencialidades del Uno, la Palabra o el Nombre vibrando desde el Silencio sin-nombre, la Forma realizando la esencia amorfa, la Voluntad o el Poder activos partiendo de la tranquila Fuerza, el rayo de la auto-cognición resplandeciendo desde el sol de auto-conocimiento intemporal, la ola del devenir surgiendo en forma de existencia auto-consciente desde el Ser eternamente auto-consciente, la dicha y el amor manando por siempre desde el permanente Deleite eterno. Será el Absoluto biuno en su auto-desenvolvimiento y cada relatividad en él será un absoluto para el alma divina pues será consciente de sí misma como el Absoluto manifestado pero sin esa ignorancia que excluye otras relatividades como ajenas a su ser o menos completas que ella misma.
En la extensión, el alma divina será consciente de los tres grados de la existencia supramental, no como mentalmente estamos compelidos a considerarlos, no como grados, sino como un hecho triuno de la auto-manifestación de Sachchidananda. Será capaz de abarcarlos en una y la misma comprehensiva auto-realización, —(pues una vasta comprehensividad es el fundamento de la supermente verdad-consciente)–. Será capaz de concebir, percibir y sentir divinamente todas las cosas como el Ser-en-sí, su propio, único yo, único Auto-ser y Auto-devenir, pero no dividido en sus devenires, los cuales no tienen existencia aparte de su propia auto-conciencia. Será capaz de concebir, percibir y sentir divinamente todas las existencias como almas-forma del Uno, cada una con su ser en el Uno, su propio punto de apoyo en el Uno, sus propias relaciones con todas las otras existencias que pueblan la infinita unidad, pero todas dependientes del Uno, forma consciente de El en Su propia infinitud. Será capaz de concebir, percibir y sentir divinamente todas estas existencias en su individualidad, en su punto de apoyo separado, viviendo como el Divino individual, cada uno con el Uno y Supremo morando en él y, cada uno, por lo tanto, no una forma o imagen por completo, ni en realidad una ilusoria parte de un todo real, una mera ola espumosa en la superficie de un Océano inmóvil, —pues éstas, después de todo, no son más que inadecuadas imágenes mentales—, sino un todo en el todo, una verdad que repite la Verdad infinita, una ola que es todo el mar, un relativo que prueba ser el Absoluto mismo cuando miramos detrás de la forma y lo vemos en su integridad.
Pues estos tres son aspectos de la Existencia única. El primero se basa en ese auto-conocimiento que, en nuestra humana percepción de lo Divino, el Upanishad describe como el Ser-en-sí en nosotros, que llega-a-ser todas las existencias; el segundo se basa en lo que se describe como ver todas las existencias en el Ser-en-sí; el tercero se basa en lo que se describe como ver el Ser-en-sí en todas las existencias. El Ser-en-sí que llega-a-ser todas las existencias es la base de nuestra unidad con todo; el Ser-en-sí que contiene todas las existencias es la base de nuestra unidad en la diferencia; el Ser-en-sí que habita todo es la base de nuestra individualidad en lo universal. Si el defecto de nuestra mentalidad, si su necesidad de exclusiva concentración lo compele a morar en cualquiera de estos aspectos del auto-conocimiento con exclusión de los otros, si una percepción imperfecta al igual que exclusiva nos mueve siempre a introducir un humano elemento de error en la Verdad misma, y de conflicto y mutua negación en la omni-comprehendente unidad, con todo, para un divino ser supramental, por el carácter esencial de la supermente que es una comprehendente unidad e infinita totalidad, deben presentarse como una realización triple y ciertamente triuna.
Si suponemos que esta alma toma su equilibrio, su centro en la conciencia del individual Divino que vive y actúa en distinta relación con los «otros», aun tendrá en el fundamento de su conciencia la unidad íntegra desde la que todo emerge y tendrá en el fondo de esa conciencia la unidad extendida y la modificada, y a cualquiera de éstas será capaz de retornar y de contemplar, desde ellas, su individualidad. En el Veda todos estos equilibrios se dicen de los dioses. En esencia, los dioses son una sola existencia que los sabios llaman con diferentes nombres; mas en su acción fundada en y procedente de la gran Verdad y el Recto Agni u otro, se dice que están todos los dioses, él es el Uno que llega-a-ser todo; al mismo tiempo se dice que él contiene a todos los dioses en sí como el centro de una rueda contiene los rayos, es el Uno que contiene todo; y como Agni está descrito como dios separado, uno que ayuda a todos los demás, los supera en fuerza y conocimiento, pero es inferior a ellos en posición cósmica y lo emplean como mensajero, sacerdote y trabajador, el creador del mundo y padre, es, con todo, el hijo nacido de nuestras obras; es, vale decir, el original y manifestado Yo morador o Divino, el Uno que habita todo.
Todas las relaciones del alma divina con Dios o su supremo Ser-en-sí y con sus otros seres-en-sí (yoes) en otras formas, serán determinadas por este auto-conocimiento comprehensivo. Estas relaciones serán relaciones del ser, de la conciencia y del conocimiento, de voluntad y fuerza, de amor y deleite. Infinitas en su potencialidad de variación, no necesitan excluir la posible relación de alma con alma que es compatible con la preservación del inalienable sentido de unidad a pesar de cualquier fenómeno de diferencia. Así, en sus relaciones de disfrute, el alma divina tendrá el deleite de toda su propia experiencia en sí; tendrá el deleite de toda su experiencia de relación con otros como una comunión con otros seres-en-sí en otras formas creadas para un variado juego en el universo; tendrá también el deleite de las experiencias de sus otros seres-en-sí (yoes) como si fuesen suyos propios —como en realidad lo son–. Y tendrá toda esta capacidad porque será consciente de sus propias experiencias, de sus relaciones con otros y de las experiencias de otros y sus relaciones con ella misma como la dicha toda o el Ananda del Uno, el supremo Ser-en-sí, su propio ser-en-sí (yo), diferenciado por que habita separadamente de todas estas formas comprehendidas en su propio ser pero todavía una en la diferencia. Porque esta unidad es la base de toda su experiencia, estará libre de las discordias de nuestra conciencia dividida, dividida por la ignorancia y un egoísmo separatista; todos estos seres-en-sí y sus relaciones jugarán conscientemente cada uno en manos del otro; se partirán y fundirán uno con otro como las innumerables notas de una armonía eterna.
Y la misma regla se aplicará a las relaciones de su ser, conocimiento, voluntad con el ser, conocimiento y voluntad de otros. Pues toda su experiencia y deleite será el juego de una auto-bienaventurada fuerza consciente del ser en la que, por obediencia a esta verdad de unidad, no podrá mantener diferencias con el conocimiento y tampoco lo hará, ninguna de ellas, con el deleite. Tampoco el conocimiento, la voluntad y el deleite de un alma estará en desacuerdo con el conocimiento, voluntad y deleite de otra, pues por su conocimiento de su unidad, lo que es enfrentamiento y diferencia y discordia en nuestro ser dividido, será allí encuentro, unión y mutuo intercambio de las diferentes notas de una armonía infinita.
En sus relaciones con su supremo Ser-en-sí, con Dios, el alma divina tendrá este sentido de la unidad del trascendente y universal Divino con su propio ser. Disfrutará esa unidad de Dios consigo en su propia individualidad y con sus otros seres-en-sí (yoes) en la universalidad. Sus relaciones de conocimiento serán el juego de la divina omnisciencia, pues Dios es Conocimiento, y lo que es la ignorancia con nosotros, allí solo será contención del conocimiento en el reposo del auto-conocimiento consciente, de modo que ciertas formas de ese autoconocimiento puedan proyectarse dentro de la actividad de la Luz. Sus relaciones de la voluntad serán allí el juego de la omnipotencia divina, pues Dios es Fuerza, Voluntad y Poder, y lo que con nosotros es debilidad e incapacidad, será contención de la voluntad en la concentrada fuerza tranquila de modo que ciertas formas de la divina fuerza-consciente puedan concretar su proyección dentro de la forma del Poder. Sus relaciones de amor y deleite serán el juego del éxtasis divino, pues Dios es Amor y Deleite, y lo que con nosotros sería negación del amor y deleite, será la contención de la dicha en el sosegado mar de la Bienaventuranza, de modo que ciertas formas de la unión y disfrute divinos puedan proyectarse en una activa marea de olas de la Bienaventuranza. De igual modo también en todos sus devenires serán formación del ser divino en respuesta a estas actividades, y lo que en nosotros es cese, muerte, aniquilación, solo será descanso, transición o contención de la jubilosa Maya creadora en el ser eterno de Sachchidananda. Al mismo tiempo esta unidad no excluirá las relaciones del alma divina con Dios, con su Ser-en-sí supremo, fundado en la dicha de la diferencia separándose desde la unidad para disfrutar esa unidad de otro modo; no anulará la posibilidad de cualquiera de esas formas exquisitas del disfrute-de-Dios que son el supremo éxtasis del amante-de-Dios en su abrazo del Divino.
¿Mas cuáles serán las condiciones en las que y por las que esta naturaleza de la vida del alma divina se realizará? Toda experiencia en la relación procede a través de ciertas fuerzas del ser formulándose por una instrumentación a la que damos el nombre de propiedades, cualidades, actividades, facultades. Así como, por ejemplo, la Mente se proyecta dentro de diversas formas de mente-poder, como juicio, observación, memoria, simpatía, propios de su ser, de igual manera la Verdad-conciencia o Supermente efectúa las relaciones de alma con alma mediante fuerzas, facultades, funciones propias de su ser supramental; de otra manera, no habría juego de diferenciación. Lo que estas funciones son, lo veremos cuando lleguemos a considerar las condiciones psicológicas de la Vida divina; por ahora sólo consideramos sus fundamentos metafísicos, su naturaleza y principios esenciales. De momento es suficiente observar que la ausencia o abolición del egoísmo separatista y de la efectiva división en la conciencia es la única condición esencial de la Vida divina, y por lo tanto su presencia en nosotros es lo que constituye nuestra mortalidad y nuestra caída desde el Divino. Este es nuestro “pecado original”, o más bien digamos, en un lenguaje más filosófico, la desviación desde la Verdad y la Rectitud del Espíritu, desde su unidad, integridad y armonía que fue la condición necesaria para la gran inmersión en la Ignorancia que es la aventura del alma en el mundo y desde la que nació nuestro sufrida y aspirante humanidad.