LA VIDA DIVINA. Capítulo XXI: – El Ascenso de la Vida

Que el sendero de la Palabra conduzca a los dioses hacia las Aguas por la labor de la Mente… Oh Llama, tú vas al océano del Cielo, hacia los dioses; tú haces que se encuentren juntos los dioses de los planos, las aguas que están en el reino de la luz por encima del sol y las aguas que habitan debajo.

El Señor del Deleite conquista el tercer estado; mantiene y gobierna acorde al Alma de la universalidad; como un halcón, como un milano, se asienta sobre la nave y la eleva, descubridor de la Luz, manifiesta el cuarto estado y hiende al océano pues es el agitador de estas aguas.

Tres veces Vishnú anduvo y mantuvo su pie levantado del polvo primero; tres pasos ha dado, el Guardián, el Invencible, y desde más allá sostiene sus leyes. Escudriña las actividades de Vishnú y contempla de donde ha manifestado sus leyes. Ese es su paso supremo visto siempre por los videntes como un ojo extendido en el cielo; que el iluminado, el despierto encienda en una llama resplandeciente, incluso el paso supremo de Vishnu…..

Rig Veda.

Hemos visto que así como la dividida Mente mortal, progenitora de la limitación, la ignorancia y las dualidades, es sólo una oscura figura de la supermente, de la auto-luminosa Conciencia divina en sus primeros tratos con la aparente negación de sí, desde la cual comienza nuestro cosmos, de igual manera la Vida, –(en la medida que emerge en nuestro universo material, una energía de la divisora Mente subconsciente, sumergida, aprisionada en la Materia, la Vida como progenitora de la muerte, el hambre y la incapacidad)–, es sólo una oscura figura de la divina Fuerza superconsciente cuyos términos supremos son inmortalidad, deleite satisfecho y omnipotencia. Esta relación fija la naturaleza de ese gran proceso cósmico del que somos parte; determina los términos primeros, medios y últimos de nuestra evolución. Los primeros términos de la Vida son la división, una subconsciente voluntad conducida-por-la-fuerza, que se presenta no como voluntad sino como mudo apremio de la energía física, y la impotencia de una sujeción inerte a las fuerzas mecánicas que gobiernan el intercambio entre la forma y su entorno. Esta inconciencia y esta ciega pero potente acción de la Energía son el modelo del universo material tal como el científico lo ve y ésta su visión de las cosas se extiende y cambia por completo las bases de la existencia; es la conciencia de la Materia y el tipo realizado de vida material. Pero interviene un nuevo equilibrio, un nuevo juego de términos que aumenta en proporción conforme la Vida se libera de esta forma y empieza a evolucionar hacia la Mente consciente; pues los términos medios de la Vida son muerte y devorarse mutuamente, hambre y deseo consciente, el sentido de un espacio y capacidad limitados, y la lucha por crecer, expandir, conquistar y poseer. Estos tres términos son la base de ese estado de evolución que la teoría darwiniana primero clarificó para el conocimiento humano. Pues el fenómeno de la muerte implica en sí una lucha por sobrevivir, dado que la muerte es solo el término negativo en el que la Vida se esconde de sí y tienta a su propio ser positivo para que busque la inmortalidad. El fenómeno del hambre y el deseo implica una lucha en pro de un estado de satisfacción y seguridad, dado que el deseo es sólo el estimulo por el que la Vida tienta a su propio ser positivo a elevarse de la negación de su insatisfecha hambre hacia la posesión plena del deleite de la existencia. El fenómeno de la capacidad limitada implica lucha en pro de la expansión, del dominio y la posesión, –la posesión del yo y la conquista del entorno–, dado que limitación y defecto son sólo la negación por la que la Vida tienta a su propio ser positivo para que vaya en pos de la perfección de la cual es eternamente capaz. La lucha por la vida no sólo es lucha por sobrevivir, también es lucha por la posesión y la perfección, dado que aferrándose al entorno en mayor o menor grado, mediante auto-adaptación a él o adaptándolo a uno mismo mediante su aceptación y conciliación o por su conquista y cambio, puede asegurarse la supervivencia, e igualmente es cierto que sólo una perfección cada vez mayor puede asegurar una continua permanencia, una supervivencia duradera. Esta es la verdad que el darwinismo procuró expresar con la fórmula de la supervivencia de los más aptos.

Pero así como la mente científica procuro extender a la Vida el principio mecánico apropiado a la existencia y ocultó la conciencia mecánica en la Materia, sin ver que había ingresado un nuevo principio cuya razón misma de ser es someter a sí mismo lo mecánico, de igual manera la fórmula darwiniana fue usada para extender con demasiada amplitud el principio agresivo de la Vida, el egoísmo vital del individuo, el instinto y proceso de auto-preservación, auto-afirmación y vida agresiva. Pues estos dos primeros estados de la Vida contienen en sí mismos las semillas de un nuevo principio y de otro estado que debe crecer en proporción a cómo la Mente evoluciona a partir de la materia a través de la fórmula vital dentro de su propia ley. Y estas cosas deben cambiar más todavía cuando así como la Vida evoluciona hacia arriba en pos de la Mente, de igual manera la Mente evoluciona hacia arriba en pos de la Supermente o Espíritu. Precisamente porque la lucha por la supervivencia, el impulso en pos de la permanencia, está contradicho por la ley de la muerte, la vida individual está compelida, y usada, para asegurar la permanencia más bien para su especie que para sí misma; pero esto no puede hacerse sin la cooperación de los demás; y el principio de cooperación y mutua ayuda, el deseo de los demás, el deseo de la esposa, del hijo, del amigo y auxiliador, del grupo asociado, de la práctica de asociación, de la unión e intercambio conscientes son las semillas a partir de las cuales florece el principio del amor. Admitamos que el amor sea al principio sólo un extendido egoísmo y que este aspecto de extendido egoísmo persista y domine, como aún persiste y domina en las etapas superiores de la evolución: con todo, en la medida en que la mente evoluciona y se descubre cada vez más, llega por la experiencia de la vida, del amor y de la mutua ayuda a percibir que el individuo natural es un término menor del ser y existe por lo universal. Una vez que se descubre esto —como descubre inevitablemente el hombre al ser mental— su destino está determinado; pues ha alcanzado el punto en el que la Mente puede empezar a abrirse a la verdad de que hay algo más allá de ella; desde ese momento su evolución, aunque oscura y lenta, en pos de ese algo superior, en pos del Espíritu, en pos de la supermente, en pos del superhombre, está inevitablemente predeterminada.

Por lo tanto, la Vida está predestinada por su propia naturaleza a un tercer estado, un tercer juego de términos de su auto-expresión. Si examinamos este ascenso de la Vida veremos que los últimos términos de su evolución real, los términos de lo que hemos llamado su tercer estado, deben necesariamente ser, en apariencia, la precisa contradicción y opuesto, aunque de hecho sean la precisa realización y transfiguración de sus primeras condiciones. La Vida empieza con las extremas divisiones y rigurosas formas de la Materia, y de esta rigurosa división, el átomo, que es la base de toda forma material, es el modelo preciso. El átomo está aparte de todos los demás incluso en su unión con ellos, rechaza la muerte y la disolución bajo cualquier fuerza ordinaria y es el modelo físico del ego separado que define su existencia contra el principio de la fusión en la Naturaleza. Mas la unidad es tan fuerte principio en la Naturaleza como la división; es ciertamente el principio maestro del que la división es sólo un término subordinado, y para el principio de la unidad toda forma dividida debe, por lo tanto, subordinarse, de un modo u otro, por necesidad mecánica, por compulsión, por asentimiento o por inducción. Por lo tanto, si la Naturaleza para sus propios fines, a fin de tener principalmente una base firme para sus combinaciones y una fijada simiente de las formas, permite al átomo resistir ordinariamente el proceso de fusión por disolución, ella lo compele a someterse al proceso de fusión por agregación; el átomo, al ser el agregado primero, es también la base primera de las unidades agregadas.

Cuando la Vida alcanza su segundo estado, el que reconocemos como vitalidad, toma la delantera el fenómeno contrario y la base física del ego vital es obligada a consentir la disolución. Sus componentes son disgregados de modo que los elementos de una vida pueden usarse para entrar en la formación elemental de otras vidas. La extensión en la cual reina esta ley en la Naturaleza no ha sido aún plenamente reconocida y ciertamente no puede serlo hasta que tengamos una ciencia de la vida mental y de la existencia espiritual tan sólida como nuestra actual ciencia de la vida física y de la existencia de la Materia. Con todo podemos ver ampliamente que no sólo los elementos de nuestro cuerpo físico, sino también los de nuestro más sutil ser vital, de nuestra energía-vital, de nuestro deseo-energía, de nuestros poderes, anhelos y pasiones, entran durante nuestra vida y después de nuestra muerte en la existencia-vital de los demás. Un antiguo conocimiento oculto nos dice que tenemos tanto una estructura vital como física y ésta también es disuelta tras la muerte y se presta para la constitución de otros cuerpos vitales; nuestras energías vitales, mientras vivimos, se mezclan continuamente con las energías de otros seres. Una ley parecida gobierna las relaciones mutuas de nuestra vida mental con la vida mental de otras criaturas pensantes. Hay una constante disolución y dispersión, y una reconstrucción efectuada por el choque de mente sobre mente con un constante intercambio y fusión de elementos. Intercambio, entremezcla y fusión de ser con ser, es el proceso mismo de la vida, una ley de su existencia.

Tenemos entonces dos principios en la Vida: la necesidad o la voluntad del ego separado de sobrevivir en su distinción y conservar su identidad, y la compulsión impuesta por la Naturaleza de fundirse con los demás. En el mundo físico ella hace mucho hincapié sobre el primer impulso; pues necesita crear estables formas separadas, dado que su primero y realmente su más difícil problema consiste en crear y mantener para ella cualquier cosa de esa índole como separativa supervivencia de individualidad y una forma estable para ello en el incesante flujo y movimiento de la Energía y en la unidad del infinito. Por lo tanto, en la vida atómica, la forma individual persiste como la base y asegura, mediante su agregación con otros, la existencia más o menos prolongada de las formas agregadas que serán la base de individualizaciones vitales y mentales. Pero tan pronto la Naturaleza ha asegurado suficiente firmeza a este respecto para el seguro manejo de sus ulteriores operaciones, invierte el proceso; la forma individual perece y la vida agregada se beneficia con los elementos de la forma que se disuelve de esa manera. Sin embargo, ésta no puede ser la última etapa; esa sólo puede alcanzarse cuando se armonicen los dos principios, cuando el individuo pueda persistir en la conciencia de su individualidad y con todo fundirse con los demás sin alteración del preservador equilibrio ni interrupción de la supervivencia.

Los términos del problema presuponen el pleno emerger de la Mente; pues en la vitalidad sin mente consciente no puede haber ecuación, sino sólo un temporal equilibrio inestable que culmina en la muerte del cuerpo, la disolución del individuo y la dispersión de sus elementos en la universalidad. La naturaleza de la Vida física prohíbe la idea de una forma individual que posea el mismo poder inherente de persistencia y, por lo tanto, de continuada existencia individual como los átomos de que está compuesta. Sólo un ser mental, sostenido por el nudo (nodo) psíquico dentro del cual se expresa o empieza a expresarse el alma secreta, puede esperanzadamente persistir mediante su poder de vincular el pasado al futuro en una corriente de continuidad que la disgregación de la forma puede quebrar en la memoria física sin necesidad de que se rompa en el ser mental y que, incluso mediante un eventual desarrollo, puede tender un puente sobre la brecha de la memoria física, creada por la muerte y el nacimiento del cuerpo. Tal como es, en el imperfecto desarrollo actual de la mente corporizada, el ser mental es consciente en la masa de un pasado y un futuro que se extienden mas allá de la vida del cuerpo; toma conciencia de un pasado individual, de vidas individuales que crearon la suya y de las cuales él es un desarrollo y modificada reproducción y de futuras vidas individuales que él crea a partir de sí; es consciente también de una agregada vida pasada y futura a través de la cual su propia continuidad corre como una de sus fibras. Esto que es evidente para la ciencia física en los términos de la herencia, llega a ser de otro modo evidente para el alma en evolución detrás del ser mental en los términos de la personalidad persistente. El ser mental que expresa esta alma-conciencia es, por lo tanto, el nudo (nodo) del individuo persistente y de la persistente vida agregada con otros individuos; en él su unión y armonía se tornan posibles.

La asociación con el amor como su principio secreto y su emergente cima es el modelo, el poder de esta nueva relación y, por lo tanto, el principio rector del desarrollo en el tercer estado de la vida. La preservación consciente de la individualidad junto con la conscientemente aceptada necesidad y deseo de intercambio, auto-entrega y fusión con otros individuos, es necesaria para el funcionamiento del principio del amor; pues si queda abolida, la actividad del amor cesa, cualquiera sea el lugar que tome. El logro del amor por entera auto-inmolación, incluso con una ilusión de auto-aniquilación, es, por cierto, una idea y un impulso en el ser mental, pero apunta a un desarrollo más allá de este tercer estado de la Vida. Este tercer estado es una condición en la que progresivamente nos elevamos más allá de la lucha por la vida consistente en devorarse mutuamente y en la supervivencia de los más aptos para esa lucha; pues cada vez hay más supervivencia por mutua ayuda y auto-perfeccionamiento mediante adaptación mutua, intercambio y fusión. La Vida es autoafirmación de ser, incluso desarrollo y supervivencia del ego, pero de un ser que ha necesitado de otros seres, un ego que procura encontrar e incluir otros egos y ser incluido en la vida de éstos. Los individuos y los agregados (grupos de individuos), que desarrollan primordialmente la ley de asociación y la ley de amor, de ayuda común, bondad, afecto, camaradería, unidad, que armonizan más exitosamente la supervivencia y mutua auto-entrega, el grupo que incrementa al individuo y viceversa, y el individuo que incrementa al individuo y el grupo que hace lo propio con otro grupo, mediante intercambio mutuo, serán los más aptos para la supervivencia en este estado terciario de la evolución.

Este desarrollo es significativo del muy creciente predominio de la Mente que progresivamente impone su propia ley cada vez más sobre la existencia material. Pues la mente por su mayor sutileza no necesita devorar para asimilar, poseer y crecer; cuanto más da, más recibe y crece; y cuanto más se funde en los demás, éstos más se funden en ella, incrementando así el ámbito de su ser. La vida física se vacía cuando da demasiado y se arruina cuando devora demasiado; pero aunque la Mente en proporción a como se inclina sobre la ley de la Materia sufre la misma limitación, con todo, en el otro lado, en proporción a como crece en su propia ley, tiende a vencer esta limitación, y en proporción a como vence la limitación material, dando y recibiendo, llega a ser una sola. Pues en su ascenso crece en pos de la regla de unidad consciente en la diferenciación que es la ley divina del manifiesto Sachchidananda.

El segundo término del estado original de la vida es la voluntad subconsciente que en el estado secundario se convierte en hambre y deseo consciente, —hambre y deseo, la primera simiente de la mente consciente–. El crecimiento dentro del tercer estado de la vida por el principio de asociación, el crecimiento del amor, no deja sin efecto la ley del deseo, sino que más bien la transforma y realiza. El amor es en su naturaleza el deseo de darse a los demás y recibir a los demás en intercambio; es comercio entre ser y ser: La vida física no desea darse, sólo desea recibir. Es cierto que está compelida a darse, pues la vida que sólo recibe y no da debe tornarse estéril, marchitarse y perecer, —(si es que esa clase de vida es posible aquí o en cualquier mundo)–; pero está compelida, sin quererlo, y obedece al impulso subconsciente de la Naturaleza (Fuerza Consciente creadora de los mundos) sin participar conscientemente en él. Incluso cuando el amor interviene, al principio la auto-entrega todavía conserva en alto grado el carácter mecánico de la voluntad subconsciente en el átomo. El amor mismo al principio obedece a la ley del hambre y disfruta el recibir y sacar de los demás, más bien que el darse y rendirse a los demás, que admite principalmente como precio necesario para obtener la cosa que desea. Pero aquí no ha llegado aún a su verdadera naturaleza; su verdadera ley es establecer un comercio igual en el que la dicha de dar se iguale a la dicha de recibir y tienda, al fin, a convertirse en aun mayor; pero eso ocurre cuando se lanza más allá de sí, bajo la presión de la llama física para alcanzar la realización de la completa unidad y, por lo tanto, ha de realizar a aquellos que le parecieron como separados, aquello que le pareció (no-yo) como un ser (yo) más grande y querido que su propia individualidad. En su origen-vital, la ley del amor es el impulso de realizarse y lograrse uno mismo en los demás y por los demás, de enriquecerse enriqueciendo, de poseer y ser poseído pues sin ser poseído no se posee uno mismo por completo.

La incapacidad inerte de la existencia atómica de poseerse, la sujeción del individuo material al (no-yo), pertenece al primer estado de la vida. La conciencia de la limitación y la lucha por poseer, por dominar al ser (yo) y al los demás (no-yo), es el modelo del estado secundario. Aquí también el desarrollo hacia el tercer estado trae una transformación de los términos originales dentro de un logro y una armonía que repite los términos mientras aparentemente los contradice. Adviene, a través de la asociación y del amor un reconocimiento de los demás (no-yo) como ser (yo) mayor y, por lo tanto, una sumisión conscientemente aceptada a su ley y necesidad que realiza el creciente impulso de la vida de grupo a absorber al individuo; y hay una posesión nuevamente, por parte del individuo, de la vida de los demás como la suya propia y de todo lo que ha de dársele como suyo propio, que realiza el impulso opuesto de la posesión individual. Esta relación de mutualidad entre el individuo y el mundo en que vive no puede expresarse, completarse ni asegurarse a menos que se establezca la misma relación entre individuo e individuo y entre grupo y grupo. Todo el difícil esfuerzo del hombre en pro de la armonización de la autoafirmación y de la libertad, por la que se posee a sí mismo, con la asociación y amor, fraternidad, camaradería, en las que se entrega a los demás, –(sus ideales de armonioso equilibrio, justicia, mutualidad, igualdad por los que crea un equilibrio de los dos opuestos)–, son en realidad un intento inevitablemente Predeterminado en sus lineamientos para resolver el problema original de la Naturaleza, el problema de la Vida misma, mediante la resolución del conflicto entre los dos opuestos que se presentan en los fundamentos mismos de la Vida en la Materia. La resolución es intentada por el principio superior de la Mente que sólo puede hallar el camino hacia la armonía buscada, aunque la armonía misma solo pueda hallarse en un Poder todavía más allá de nosotros.

Pues, si los datos con que hemos partido son correctos, el fin del camino, la meta misma sólo puede ser alcanzada por la Mente yendo más allá de Sí misma dentro de eso que está más allá de la Mente, dado que de Eso (la Mente) es sólo un término inferior y un instrumento primeramente para el descenso en la forma y la individualidad, y secundariamente para el re-ascenso a la realidad que la forma corporizada y la individualidad representan. Por lo tanto, la solución perfecta del problema de la Vida no es posible realizarla por asociación, intercambio ni conveniencias solo del amor o a través de la ley de la mente y del corazón . Debe llegar por un cuarto estado de la vida en el que la eterna unidad de los muchos se realiza a través del espíritu y el fundamento consciente de todas las operaciones de la vida no estriba más en la división del cuerpo, ni en las pasiones y hambres de la vitalidad, ni en las agrupadoras e imperfectas armonías de la mente, ni en una combinación de todos estos, sino en la unidad y libertad del Espíritu.