Esto es lo que es llamado la Vida universal.
Taittiriya Upanishad
El Señor está asentado en el corazón de todos los seres girando todos los seres montados sobre una maquinaria, mediante su Maya
Gita
Quien conoce la Verdad, el Conocimiento, la Infinitud que es Brahman, disfrutará con el omnisapiente Brahman todos los objetos del deseo.
Taittiriya Upanishad
Como hemos visto, la Vida es la puesta en marcha, bajo ciertas circunstancias cósmicas, de una Fuerza-Consciente que es en su propia naturaleza infinita, absoluta, no-trabada, inalienablemente dueña de su propia unidad y bienaventuranza, la Fuerza-Consciente de Sachchidananda. La circunstancia central de este proceso cósmico, –(en la medida en que difiere en sus apariencias de la pureza de la Existencia infinita y de la auto-posesión de la Energía indivisa)–, es la divisora facultad de la Mente oscurecida por la ignorancia. Así resulta que desde esta dividida acción, de una Fuerza indivisa, la aparición de dualidades, oposiciones, y aparentes negaciones de la naturaleza de Sachchidananda que existen como una duradera realidad para la mente, pero sólo como un fenómeno que representa mal una múltiple Realidad para la divina Conciencia cósmica oculta detrás del velo de la mente. De aquí que el mundo asuma la apariencia de un conflicto de opuestas verdades, cada una buscando realizarse, cada una con derecho a la realización, y por lo tanto de una masa de problemas y misterios que han de resolverse porque detrás de toda esta confusión está la oculta Verdad y Unidad que presiona para la solución y, mediante la solución para su propia desvelada manifestación en el mundo.
Esta solución ha de buscarla la mente, más no la mente sola; ha de ser una solución en la Vida, en el acto de ser al igual que en la conciencia de ser. La Conciencia como Fuerza ha creado el movimiento-del-mundo y sus problemas; la Conciencia como Fuerza ha de resolver los problemas que ha creado y llevar el movimiento-del-mundo a la inevitable realización de su sentido secreto y de su Verdad evolutiva. Más esta Vida ha tomado sucesivamente tres apariencias. La primera es material, —(una conciencia sumergida está oculta en su superficial acción expresiva y formas representativas de la fuerza; pues la conciencia misma desaparece de la vista en el acto y se pierde en la forma)–. La segunda es vital, —una emergente conciencia que es semi-aparente como poder de la vida y proceso del crecimiento, de la actividad y de la decadencia de la forma, que está semi-liberada de su prisión original, que ha llegado a ser vibrante en el poder, como vital anhelo y satisfacción o repulsión, pero al principio no totalmente y luego sólo imperfectamente vibrante en la luz como conocimiento de su propia auto-existencia y de su entorno)-. La tercera es mental, —una conciencia emergida refleja el hecho de la vida como sentido mental y sensible percepción e idea, mientras que como una nueva idea procura llegar a ser un hecho de la vida, modifica lo interno y trata de modificar satisfactoriamente la existencia externa del ser). Aquí, en la mente, la conciencia se libera de su prisión en el acto y en la forma de su propia fuerza; pero todavía no es dueña del acto y de la forma porque ha emergido como una conciencia individual y, por lo tanto, es consciente solo de un movimiento fragmentario de sus propias actividades totales.
Toda la cruz y dificultad de la vida humana reside allí. El hombre es este ser mental, esta conciencia mental que actúa como fuerza mental, consciente en un sentido de la fuerza universal y de la vida de la cual él es una parte pero, debido a que el no tiene conocimiento de su universalidad ni siquiera de la totalidad de su propio ser, resulta incapaz de encarar ya sea la vida en general, ya sea su propia vida en un realmente efectivo y victorioso movimiento de dominio. Busca conocer la Materia a fin de ser dueño del entorno material, conocer la Vida a fin de ser dueño de la existencia vital, conocer la Mente a fin de ser dueño del gran movimiento oscuro de la mentalidad en la que él no es sólo un chorro de luz de la auto-conciencia como el animal, sino también cada vez más una llama de creciente conocimiento. Busca así conocerse para ser dueño de sí mismo, conocer el mundo para ser dueño del mundo. Este es el apremio de la existencia en él, la necesidad de la Conciencia que él es, el impulso de la Fuerza que es su vida, la secreta voluntad de Sachchidananda que aparece como el individuo en un mundo en él que Él se expresa y con todo parece negar a Sí Mismo. Hallar las condiciones bajo las cuales se satisface este impulso interior es el problema que el hombre siempre debe pugnar por resolver y al que está compelido por la naturaleza misma de su propia existencia y por la Deidad asentada dentro de él; y hasta que el problema se resuelva y se satisfaga el impulso, la especie humana no puede descansar de su labor. El hombre debe realizarse satisfaciendo lo Divino dentro de él mismo o debe producir a partir de él mismo un ser nuevo y mayor que sea más capaz de satisfacerlo. O bien debe llegar a ser una divina humanidad, o bien dar lugar al Superhombre.
Esto resulta de la lógica misma de las cosas porque, –(al no ser la conciencia mental del hombre la completamente iluminada conciencia emergida por entero del oscurecimiento de la Materia sino sólo un término progresivo en el gran emerger)–, la línea de la creación evolutiva en la que él ha aparecido no puede detenerse donde está ahora, sino que debe seguir ya sea más allá de su propio estado actual o ya sea más allá de él como especie si él mismo no tiene la fuerza para ir más adelante. La idea mental que procura convertirse en hecho de la vida debe continuar hasta convertirse en la Verdad total de la existencia, liberándose de sus sucesivas envolturas, revelada y progresivamente realizada en la luz de la conciencia y gozosamente realizada en el poder; pues en y a través de estos dos términos del poder y de la luz, la Existencia se manifiesta, porque la existencia es en su naturaleza Conciencia y Fuerza; pero el tercer término en el que éstos, sus dos componentes, se encuentran, se convierte en uno solo y en última instancia se realizan, es el satisfactorio Deleite de la auto-existencia. Para una vida evolutiva como la nuestra, esta inevitable culminación debe necesariamente significar el hallazgo del ser (Yo) que estaba contenido en la simiente de su propio nacimiento y, con ese auto-hallazgo, se completa la labor iniciada a partir de las potencialidades depositadas en el movimiento de la Fuerza-Consciente desde la que esta vida tomó su elevación. La potencialidad así contenida en nuestra existencia humana es Sachchidananda realizándose a Sí mismo en cierta armonía y unificación de la vida individual y la universal de modo que la humanidad expresará, en una conciencia común, en un movimiento común del poder y en un deleite común, al Algo trascendente que se plasmó dentro de esta forma de las cosas.
Toda vida depende para su naturaleza del equilibrio fundamental de su propia conciencia constituyente; pues así como es la Conciencia, así será la Fuerza. Donde la Conciencia es infinita, una, trascendente de sus actos y formas, incluso cuando los abarca y conforma, cuando los organiza y ejecuta, como es la conciencia de Sachchidananda, así será la Fuerza, infinita en su alcance, una en sus obras, trascendente en su poder y auto-conocimiento. Donde la Conciencia es como la de la Naturaleza material, –(sumergida, auto-olvidada, siguiendo el rumbo de su propia Fuerza sin parecer saberlo, incluso aunque por la naturaleza misma de la relación eterna entre los dos términos realmente determina el rumbo que sigue)–, así será la Fuerza; será un monstruoso movimiento de lo Inerte e Inconsciente, desconocedor de lo que contiene, que parece realizarse mecánicamente por una suerte de accidente inexorable, una inevitablemente feliz probabilidad, aunque todo ese tiempo en realidad obedezca infaliblemente a la ley de lo Correcto y de la Verdad fijada a ese efecto mediante la voluntad del Celestial Ser-Consciente oculto dentro de su movimiento. Donde la Conciencia está dividida en sí misma, como en la Mente, limitándose en multiples centros, poniendo a cada uno a realizarse sin conocimiento de lo que sucede en los otros centros y de sus relaciones con los otros, consciente de las cosas y fuerzas en su aparente división y oposición unas con otras pero no en su real Unidad, tal será la Fuerza: será una vida como la que somos y vemos a nuestro alrededor; será un choque y entrelazamiento de vidas individuales que buscan cada una su propia realización sin conocer su relación con los demás, una conflictiva y difícil adaptación de fuerzas divididas y opuestas o diferentes y, en la mentalidad, una mezcla, un chocar y luchar, y una insegura combinación de ideas divididas y opuestas o divergentes que no pueden ni arribar al conocimiento de su mutua necesidad ni tomar su lugar como elementos de esa Unidad detrás, la cual está expresándose a través de ellas y en la que deben cesar sus discordias. Pero donde la Conciencia está en posesión de la diversidad y de la unidad y la última contiene y gobierna a la primera, donde es consciente simultáneamente de la Ley, de la Verdad y de lo Correcto del Todo, y de la Ley, la Verdad y lo Correcto del individuo y ambos llegan a ser armonizados conscientemente en una mutua unidad, donde la naturaleza total de la conciencia es el Uno que se conoce como los Muchos y los Muchos que se conocen como el Uno, allí la Fuerza también será de la misma naturaleza: será una Vida que conscientemente obedece a la ley de la Unidad y realiza cada cosa en la diversidad acorde a su regla y función apropiadas; será una vida en la que todos los individuos vivan a la vez en sí mismos y uno para otro como un solo Ser consciente en muchas almas, un solo poder de la Conciencia en muchas mentes, una sola dicha de la Fuerza actuando en muchas vidas, una sola realidad del Deleite realizándose en muchos corazones y cuerpos.
La primera de estas cuatro posiciones, la fuente de toda esta progresiva relación entre la Conciencia y la Fuerza, es su equilibrio en el ser de Sachchidananda donde son uno solo; pues allí la Fuerza es conciencia del ser estructurándose sin cesar jamás de ser conciencia y la Conciencia es análogamente Fuerza luminosa del ser eternamente consciente de sí misma y de su propio Deleite, sin cesar jamás de ser este poder de completa luz y auto-posesión. La segunda relación es la de la Naturaleza material; es el equilibrio del ser en el universo material que es la gran negación de Sachchidananda por parte de El Mismo: pues aquí está la aparente separación completa de Fuerza y Conciencia, el engañoso milagro del omni-gobernante e infalible Inconsciente que es sólo la máscara, pero que el conocimiento moderno ha confundido con el rostro real de la Deidad cósmica. La tercera relación es el equilibrio del ser en la Mente y en la Vida que vemos emergiendo a partir de esta negación, perturbada por ella, luchando —(sin posibilidad alguna de cese por sumisión, pero también sin ningún claro conocimiento ni instinto de una solución victoriosa), contra los mil y un problemas que implica esta perpleja aparición del hombre, –el semi-potente ser consciente–, a partir de la omnipotente Inconsciencia del universo material. La cuarta relación es el equilibrio del ser en la Supermente: es la existencia realizada que eventualmente resolverá todo este complejo problema creado por la parcial afirmación que emerge a partir de la negación total; y es menester que se resuelva del único modo posible, mediante la completa afirmación que realice todo lo que estaba allí secretamente contenido en la potencialidad y propuesto en el hecho de la evolución detrás de la mascara de la gran negación. Esa es la vida real del Hombre real, hacia la que esta vida parcial y esta parcial humanidad irrealizada tiende con El perfecto Conocimiento y guía en el denominado Inconsciente dentro de nosotros, pero en nuestras partes conscientes únicamente con una oscura y pugnante previsión, con fragmentos de realización, con vislumbres del ideal, con destellos de revelación e inspiración en el poeta y en el profeta, en el vidente y en él que busca trascender, en el místico y en el pensador, en los grandes intelectos y en las grandes almas de la humanidad.
De los datos que ahora tenemos ante nosotros podemos ver que las dificultades que surgen del imperfecto equilibrio de la Conciencia y la Fuerza en el hombre en su actual estado de la mente y la vida, son principalmente tres. Primera, es consciente sólo de una pequeña parte de su ser; su mentalidad superficial, su vida superficial, su físico ser superficial es todo cuanto conoce y de esto no conoce todo; debajo está la oculta agitación de su subconsciente y su subliminal mente, de sus impulsos-vitales subconscientes y subliminales, de su corporeidad subconsciente, toda esa gran parte de él que no conoce ni puede gobernar, sino que más bien le conoce y le gobierna a él. Pues, al ser la existencia, la conciencia y la fuerza una sola cosa, sólo podemos tener algún poder real sobre una parte apreciable de nuestra existencia si nos identificamos con ella mediante auto-conocimiento; el resto, debe ser gobernado por su propia conciencia que es subliminal para nuestra mente, vida y cuerpo superficiales. Y con todo, al ser ambos un solo movimiento y no dos movimientos separados, la mayor y más potente parte de nosotros debe gobernar y determinar en la masa a la más pequeña y menos poderosa; por lo tanto estamos gobernados por el subconsciente y el subliminal incluso en nuestra existencia consciente, y en nuestro auto-dominio y auto-dirección sólo somos instrumentos de lo que nos parece el Inconsciente dentro de nosotros.
Esto es lo que señaló la antigua sabiduría cuando dijo que el hombre se imagina como el hacedor del trabajo mediante su libre albedrío, pero en realidad la Naturaleza determina todas sus obras e incluso el sabio está obligado a seguir su propia Naturaleza. Pero dado que la Naturaleza es la fuerza creadora de la conciencia del Ser dentro de nosotros, que está enmascarado por Su propio movimiento inverso y aparente negación de El Mismo, llamaron, a ese movimiento creador inverso de Su conciencia, Maya o Poder-Ilusión del Señor y dijeron que todas las existencias son hechas girar como sobre una máquina mediante Su Maya por el Señor que mora en el corazón de todas las existencias. Es evidente entonces que sólo por el hombre que de tal modo supera a la mente como para llegar a ser uno en el auto-conocimiento con el Señor, puede llegar a ser dueño de su propio ser. Y dado que esto no es posible en la inconsciencia ni en el subconsciente mismo, dado que no puede obtenerse provecho de hundirnos en nuestras profundidades en pos del Inconsciente, es sólo internándonos donde el Señor mora y ascendiendo hasta lo que todavía es super-consciente para nosotros, hasta la Supermente, que esta unidad puede establecerse por completo. Pues allí, en la Maya superior y divina está el conocimiento consciente en su ley y verdad, de lo que trabaja en el subconsciente mediante la Maya inferior bajo las condiciones de la Negación que busca convertirse en Afirmación. Pues esta Naturaleza inferior estructura lo que se quiere y conoce en esa Naturaleza superior. La Ilusión-Poder del conocimiento divino en el mundo, que crea apariencias, está gobernada por la Verdad-Poder del mismo conocimiento que conoce la verdad detrás de las apariencias y mantiene lista para nosotros la Afirmación en pos de la cual trabajan. El Hombre parcial y aparente descubrirá aquí al Hombre perfecto y real, capaz de un ser enteramente auto-consciente por su plena unidad con ese Auto-existente que es el señor omnisciente de Su propia evolución y procesión cósmicas.
La segunda dificultad es que el hombre está separado en su mente, su vida, su cuerpo, de lo universal y, por tanto, incluso como no se conoce a sí mismo, es igualmente y aun más incapaz de conocer a sus criaturas-semejantes. Mediante inferencias, teorías, observaciones y cierta capacidad imperfecta de simpatía, forma una tosca construcción mental acerca de sus semejantes; pero esto no es conocimiento. El conocimiento puede sólo llegar por medio de la identidad consciente, pues eso es el único conocimiento verdadero, -la existencia consciente de sí misma–. Sabemos lo que somos en la medida en que tenemos plena conciencia de nosotros, el resto está oculto; de igual manera podemos en realidad llegar a conocer aquello con lo que nosotros llegamos a ser uno en nuestra conciencia, pero sólo en la medida en que podamos llegar a ser uno con ello. Si los medios del conocimiento son indirectos e imperfectos, el conocimiento obtenido será también indirecto e imperfecto. Nos capacitará para elaborar con una cierta precaria torpeza pero todavía bastante perfectamente desde nuestro punto de vista mental, ciertos limitados objetivos prácticos, necesidades, conveniencias, una cierta imperfecta e insegura armonía de nuestras relaciones con lo que conocemos; pero sólo mediante una unidad consciente con ello podemos arribar a una relación perfecta. Por lo tanto debemos arribar a una consciente unidad con nuestros seres-semejantes y no meramente a la simpatía creada por el amor o la comprensión creada por el conocimiento mental que siempre serán el conocimiento de su existencia superficial y por lo tanto imperfecta en sí y sujeta a la negación y a la frustración por la irrupción de lo desconocido y no-dominado desde el subconsciente o el subliminal en ellos y en nosotros. Pero esta unidad consciente sólo puede establecerse ingresando en aquello en lo que somos uno solo con ellos, lo universal; y la plenitud de lo universal existe conscientemente sólo en lo que es super-consciente para nosotros, en la Supermente: pues aquí en nuestro ser normal la mayor parte del mismo es subconsciente y, por lo tanto, no puede poseerse en este normal equilibrio de mente, vida y cuerpo. La naturaleza consciente inferior está esclavizada al ego en todas sus actividades, encadenada triplemente al poste de la individualidad diferenciada. La Supermente solo rige la unidad en la diversidad.
La tercera dificultad es la división entre la fuerza y la conciencia en la existencia evolutiva. Primero existe la división que ha sido creada por la evolución misma en sus tres sucesivas formaciones de Materia, Vida y Mente, cada una con su propia ley de actividad. La Vida está en guerra con el cuerpo; trata de forzarlo a satisfacer los deseos, impulsos, satisfacciones y demandas vitales desde su limitada capacidad, que sólo podrían ser posibles para un cuerpo inmortal y divino; y el cuerpo, esclavizado y tiranizado, sufre y está en constante muda revuelta contra las demandas que le plantea la Vida. La Mente está en guerra con ambos: a veces ayuda a la Vida contra el Cuerpo, otras restringe la urgencia vital y procura proteger la estructura corporal de los deseos, pasiones y desbordadas energías vitales; también busca poseer la Vida y volcar su energía hacia los fines de la mente, hacia los máximos deleites de la propia actividad mental, hacia la satisfacción de objetivos mentales, estéticos y emocionales, y hacia su realización en la existencia humana; y la Vida también se halla esclavizada, equivocadamente empleada y en frecuente insurrección contra el ignorante tirano semi-sabio asentado sobre ella. Esta es la guerra de nuestros miembros que la mente no puede resolver satisfactoriamente pues ha de tratar un problema insoluble para ella, la aspiración de un ser inmortal en una vida y cuerpo mortales. Puede sólo arribar a una larga sucesión de compromisos y concluir en un abandono del problema, ya sea con el materialista, mediante sumisión a la mortalidad de nuestro ser aparente, o con el asceta y el fundamentalista religioso, mediante el rechazo y condena de la vida terrena y por el retiro en pos de más felices y cómodos campos de la existencia. Pero la verdadera solución reside en hallar el principio más allá de la Mente, del cual la Inmortalidad es la ley, y en conquistar mediante ella la mortalidad de nuestra existencia.
Pero existe también esa fundamental división interior entre la fuerza de la Naturaleza y el ser consciente que es la causa original de esta incapacidad. Allí no sólo hay una división entre ser mental, vital y físico, sino que, a su vez, cada uno de ellos, está dividido contra sí. La capacidad del cuerpo es menor que la capacidad del alma instintiva o ser consciente, el físico Purusha dentro de ella; la capacidad de la fuerza vital es menor que la capacidad del alma impulsiva, el consciente ser vital o Purusha dentro de ella; la capacidad de la energía mental es menor que la capacidad del alma intelectual y emocional, el Purusha mental dentro de ella. Pues el alma es la conciencia interior que aspira a su completa auto-realización y, por lo tanto, siempre excede la formación individual del momento, y la Fuerza que ha tornado su equilibrio en la formación es siempre empujada por su alma hacia lo que es anormal para el equilibrio, trascendente de él; empujada de esa manera, constantemente, tiene demasiados trastornos para responder, aún más para evolucionar de la actual a una capacidad mayor. Al tratar de satisfacer las demandas de esta alma triple, se distrae y se deja llevar hasta colocar instinto contra instinto, impulso contra impulso, emoción contra emoción, idea contra idea, satisfaciendo esto, negando aquello, luego arrepintiéndose y retornando a lo hecho, ajustando, compensando, reajustando ad infinitum pero sin llegar a principio alguno de unidad. Y en la mente nuevamente el poder-consciente, que ha de armonizar y unir, está no sólo limitado en su conocimiento y en su voluntad, sino que también el conocimiento y la voluntad están separados y a menudo en discordia. El principio de la unidad está arriba en la supermente; pues sólo allí la unidad es consciente de todas las diversidades; pues sólo allí el conocimiento y la voluntad son iguales y en perfecta armonía; sólo allí la Conciencia y la Fuerza arriban a su divina ecuación.
El hombre, en proporción a como se desarrolla dentro de un ser auto-consciente y verdaderamente pensante, llega a ser agudamente consciente de toda esta discordia y separación en sus partes y busca llegar a una armonía de su mente, vida y cuerpo; una armonía de su conocimiento, voluntad y emoción; una armonía de todos sus miembros. A veces este deseo se detiene en el logro de un trabajoso compromiso que traerá consigo paz relativa; pero el compromiso sólo puede ser un alto en el camino, dado que la Deidad interior no se satisfará eventualmente con menos que una perfecta armonía que combine en sí misma el desarrollo integral de nuestras multilaterales potencialidades. Menos que esto sería una evasión del problema, no su solución, o solo una temporaria solución provista como sitio de descanso para el alma en su auto-agrandamiento y ascensión continuos. Tal perfecta armonía demandaría como términos esenciales una mentalidad perfecta, un juego perfecto de la fuerza vital, una existencia física perfecta. ¿Pero dónde, en lo radicalmente imperfecto, hallaremos el principio y poder de la perfección? La mente enraizada en la división y la limitación no puede proporcionárnoslo y tampoco lo pueden la vida ni el cuerpo que son la energía y la estructura de la mente divisora y limitadora. El principio y poder de la perfección están allí en el subconsciente pero envueltos en el tegumento o velo de la Maya inferior, una muda premonición que emerge como un irrealizado ideal; en el super-consciente ellos –el principio y el poder de la perfección–, esperan, abiertos, eternamente realizados, pero, aún separados de nosotros por el velo de nuestra auto-ignorancia. Es arriba, entonces, y no en nuestro actual equilibrio ni debajo del mismo, que debemos buscar el poder y conocimiento reconciliadores.
De igual modo, el hombre, en la medida que evoluciona, deviene agudamente consciente de la discordia e ignorancia que gobiernan sus relaciones con el mundo, agudamente intolerante a ese respecto, cada vez más enquistado en pos de un principio de armonía, paz, dicha y unidad. Esto también solo puede llegarle desde arriba. Pues sólo desarrollando una mente que tenga el conocimiento de la mente de los demás como de sí misma, libre de nuestra mutua ignorancia y mala interpretación, una voluntad que sienta y se unifique con la voluntad de los demás, un corazón emocional que contenga las emociones de los demás como propias, una fuerza-vital que sienta las energías de los demás y las acepte para sí y busque satisfacerlas como propias, y un cuerpo que no sea muro de prisión ni defensa contra el mundo, –(sino todo esto bajo la ley de una Luz y una Verdad que trasciendan las aberraciones y errores, el mucho pecado y falsedad de nuestras mentes, voluntades, emociones y energías-vitales y también de los demás)–, solo así la vida del hombre puede espiritual y prácticamente llegar a ser una sola con la de sus seres-semejantes y recobrar el individuo su propio ser (yo) universal. El subconsciente tiene esta vida del Todo y el super-consciente la tiene, pero bajo condiciones que necesitan nuestro movimiento ascendente. Pero no hacia el Dios oculto en el “inconsciente océano donde la oscuridad está envuelta dentro de la oscuridad”, sino hacia el Dios que mora en el mar de la eterna luz ; en el éter supremo de nuestro ser, está el ímpetu original que ha llevado hacia arriba a la evolutiva alma al modelo de nuestra humanidad.
Por lo tanto, a menos que la especie caiga a un costado del camino y deje la victoria a otras y nuevas creaciones de la inquieta y productiva Madre, debe aspirar a este ascenso, conducido ciertamente a través del amor, la iluminación mental y el impulso vital de posesión de sí y auto-entrega, pero conduciendo más allá a la unidad supramental que las trasciende y realiza; en el fundamento de la vida humana sobre la realización supramental de la unidad consciente con el Uno y con todos en nuestro ser y en todos sus miembros, la humanidad debe buscar su bien y salvación finales. Y esto es lo que hemos descrito como el cuarto estado de la Vida en su ascenso hacia la Deidad.