Purusha, yo interior, no más grande que el tamaño del pulgar de una mano.
Katha Upanishad
Swetaswatara Upanishad
Quien conoce a este Yo que es el que come la miel de la existencia y el señor de lo que es y será, desde entonces no se sobrecoge.
Katha Upanishad
¿De qué tendrá pesar, cómo será engañado quien ve la Unidad por doquier?
Isha Upanisha
Quien ha encontrado la bienaventuranza de lo Eterno, nada teme.
Taittiriya Upanishad
Descubrimos que el primer estado de la Vida se caracteriza por un mudo e inconsciente impulso o estimulo, una fuerza de alguna voluntad envuelta en la existencia material o atómica, no libre ni dueña de si o de sus obras o resultados, sino poseída por entero por el movimiento universal en el que surge como la oscura e informe semilla de la individualidad. La raíz del segundo estado es el deseo, el ansia de poseer aunque limitada en la capacidad; el retoño, el brote del tercero es el Amor que busca poseer y ser poseído, recibir y darse; la fina flor del cuarto, su signo de perfección, lo concebimos como el puro y pleno emerger de la voluntad original, la iluminada realización del deseo intermedio, la elevada y profunda satisfacción del consciente intercambio de Amor mediante la unificación del estado del poseedor y el poseído en la divina unidad de las almas que es el fundamento de la existencia supramental. Si examinamos con cuidado estos términos veremos que son formas y etapas de la búsqueda del alma en pos del deleite individual y universal de las cosas; el ascenso de la Vida es en su naturaleza el ascenso del divino deleite en las cosas desde su muda concepción en la Materia, a través de las vicisitudes y oposiciones, hasta su luminosa consumación en el Espíritu.
Al ser el mundo lo que es, y no puede ser de otro modo. Pues el mundo es enmascarada forma de Sachchidananda, y la naturaleza de la conciencia de Sachchidananda y, por lo tanto, la cosa en la que Su fuerza debe siempre hallarse y lograrse es divina Bienaventuranza, un omnipresente auto-deleite. Dado que la Vida es una energía de Su fuerza-consciente, el secreto de todos sus movimientos debe ser un oculto deleite inherente a todas las cosas que es a la vez causa, motivo y objeto de sus actividades; y si por razón de la egoísta división se pierde ese deleite, si se lo tiene detrás de un velo, si se lo representa como su propio opuesto, incluso si el ser está enmascarado en la muerte, la conciencia figure como el inconsciente y la fuerza se burle bajo el disfraz de la incapacidad, entonces, lo que vive no puede ser satisfecho, no puede ni descansar del movimiento ni cumplir el movimiento a no ser que se afirme en este deleite universal que es, a la vez, el secreto deleite total de su propio ser, y el original omni-abarcante, omni-informante, omni-elevador deleite del trascendente e inmanente Sachchidananda. Ir en procura del deleite es, por lo tanto, el fundamental impulso y el sentido de la Vida, hallarlo, poseerlo y realizarlo es su motivo total.
¿Más dónde está en nosotros este principio del Deleite? ¿A través de qué término de nuestro ser se manifiesta y realiza en la acción del cosmos como el principio de la Fuerza-Consciente manifiesta y usa la Vida para su término cósmico y el principio de la Supermente manifiesta y usa la Mente? Hemos distinguido un cuádruplo principio del divino Ser creador del universo, —Existencia, Fuerza-Consciente, Bienaventuranza y Supermente–. La Supermente, lo hemos visto, es omnipresente en el cosmos material, pero velada; está detrás del fenómeno real de las cosas, y ocultamente se expresa allí. Pero usa en su actuación a su propio término subordinado, la Mente. La divina Conciencia-Fuerza es omnipresente en el cosmos material, pero velada, opera secretamente detrás de los fenómenos reales de las cosas, y se expresa allí característicamente a través de su propio término subordinado, la Vida. Y, aun¬que no hemos examinado aún separadamente el principio de la Materia, con todo, podemos ver ya que la divina Omni-existencia también está omnipresente en el cosmos material, pero velada, oculta detrás del fenómeno real de las cosas, y se manifiesta allí inicialmente a través de su propio término subordinado, Sustancia, Forma de ser, o Materia. Luego, de modo igual, el principio de la divina Bienaventuranza debe ser omnipresente en el cosmos, por cierto velado y poseyéndose detrás del fenómeno real de las cosas, pero aún manifestado en nosotros a través de algún principio subordinado suyo propio en el que se oculta y mediante el cual debe ser hallado y concretado en la acción del universo.
Ese término es algo en nosotros que a veces denominados, en un sentido especial, el alma, —(vale decir, el principio psíquico que no es la vida ni la mente, mucho menos el cuerpo, pero que tiene en sí mismo la apertura y florecimiento de la esencia de todos éstos hacia su propio deleite peculiar del ser (yo), hacia la luz, hacia el amor, hacia la dicha y la belleza, y hacia una refinada pureza del ser)–. Sin embargo, de hecho hay una doble alma o término psíquico en nosotros, así como todo otro principio cósmico en nosotros es también doble. Pues tenemos dos mentes: la mente superficial de nuestro expresado ego evolutivo, la mentalidad superficial creada por nosotros en nuestro emerger a partir de la Materia, y una mente subliminal no obstaculizada por nuestra real vida mental y sus estrictas limitaciones, algo grande, potente y luminoso, el verdadero ser mental que está detrás de la forma superficial de la personalidad mental y que confundimos con nosotros mismos. De modo que también tenemos dos vidas: una externa, envuelta en el cuerpo físico, ligada por su pasada evolución en la Materia, que vive, nació y morirá; la otra, una fuerza subliminal de vida que no está encajonada entre los estrechos límites de nuestro nacimiento y muerte físicos, sino que es nuestro verdadero ser vital detrás de la forma de vida que ignorantemente tomamos por nuestra existencia real. Incluso en lo que atañe a nuestro ser existe esta dualidad; pues detrás de nuestro cuerpo tenemos una más sutil existencia material que provee la sustancia no sólo de nuestra envoltura física sino también de la vital y mental y por lo tanto nuestra sustancia real está sosteniendo esta forma física a la que erróneamente imaginamos como cuerpo integro de nuestro espíritu. Asimismo tenemos en nosotros una doble entidad psíquica, el alma-del-deseo superficial que trabaja en nuestros anhelos vitales, nuestras emociones, facultad estética y búsqueda mental del poder, conocimiento y felicidad, y una subliminal entidad psíquica, un puro poder de luz, amor, dicha y refinada esencia del ser que es nuestra verdadera alma detrás de la forma externa de existencia psíquica, que tan a menudo dignificamos con el nombre. Cuando llega a la superficie algún reflejo de esta mayor y más pura entidad psíquica decimos de un hombre: tiene alma, y cuando está ausente en su vida psíquica externa decimos de él: no tiene alma.
Las formas externas de nuestro ser son las de nuestra pequeña existencia egoísta; las subliminales son las formaciones de nuestra mayor individualidad verdadera. Por lo tanto éstas son esa parte oculta de nuestro ser en la que nuestra individualidad está próxima a nuestra universalidad, la toca, está en constante relación y comercio con ella. La mente subliminal en nosotros está abierta al conocimiento universal de la Mente cósmica, la vida subliminal en nosotros está abierta a la fuerza universal de la Vida cósmica, el físico subliminal en nosotros está abierto a la fuerza-formación universal de la Materia cósmica; los gruesos muros que dividen de estas cosas nuestra superficial mente, vida y cuerpo, y que la Naturaleza ha de atravesar con demasiada dificultad, tan imperfectamente y con tan múltiples artificios psíquicos diestros-torpes, son allí, en lo subliminal, sólo un rarificado medio de separación y comunicación simultáneas. Asimismo, el alma subliminal en nosotros está abierta al deleite universal que el alma cósmica lleva en su propia existencia, en la existencia de las miríadas de almas que la representan y en las operaciones de la mente, la vida y la materia por las que la Naturaleza se presta a su juego y desarrollo; pero de este deleite cósmico el alma superficial es separada por muros egoístas de gran espesor que por cierto cuentan con puertas de ingreso, mas al trasponerlas los contactos del divino Deleite cósmico se empequeñecen, deforman y llegan a enmascararse como sus propios opuestos.
Se desprende que en esta superficie o alma-del-deseo no hay verdadera vida-del-alma, sino una deformación psíquica y equivocada recepción del contacto de las cosas. La enfermedad del mundo consiste en que el individuo no puede hallar su alma real, y la causa-raíz de esta enfermedad es nuevamente que no puede encontrar en su externo abarcar de las cosas el alma real del mundo en el que vive. Busca hallar allí la esencia del ser, la esencia del poder, la esencia de la existencia-consciente, la esencia del deleite, pero en su lugar recibe una multitud de contactos e impresiones contradictorios. Si pudiese hallar esa esencia, si pudiese hallar también al único universal ser, poder, existencia consciente y deleite incluso en este enredo de contactos e impresiones, las contradicciones de lo que parecen –esos contactos e impresiones contradictorias– se reconciliarían en la unidad y armonía de la Verdad que nos alcanza en estos contactos. Al mismo tiempo él hallaría su propia alma verdadera y a través de ella su verdadero ser (yo), porque el alma verdadera es la delegada de su ser (yo) y su ser (yo) y el ser (yo) del mundo son uno solo. Pero esto él no lo puede hacer debido a la egoísta ignorancia del pensamiento en la mente, del corazón de la emoción, del sentido que responde al contacto de las cosas, no con un valiente y afectuoso abrazo del mundo, sino con un flujo de avances y retrocesos, de cautas aproximaciones o impacientes huidas y hoscos o descontentos, o asustados o airados repliegues conforme a como el contacto le agrade o desagrade, le conforte o alarme, le satisfaga o le descontente. Es el alma-del-deseo que por su equivocada recepción de la vida se convierte en la causa de una triple mala interpretación del rasa, el deleite en las cosas, de modo que, en lugar de figurarse la pura dicha esencial del ser, llega a traducirse desigualmente en los tres términos de placer, dolor e indiferencia.
Hemos visto, cuando consideramos al Deleite de la Existencia en sus relaciones con el mundo, que no hay absoluta ni esencial validez en nuestros patrones de placer, dolor e indiferencia, que están determinados por entero por la subjetividad de la conciencia receptiva y que el grado de placer y dolor puede elevarse a un máximo o comprimirse a un mínimo, a incluso borrarse por completo en su aparente naturaleza. El placer puede convertirse en dolor o el dolor en placer porque en su realidad secreta son la misma cosa reproducida de un modo distinto en las sensaciones y emociones. La indiferencia es, o bien la inatención del alma-del-deseo superficial en su mente, sensaciones, emociones y anhelos en cuanto al rasa de las cosas, o bien su incapacidad para recibir y responder a éste, o bien su rechazo de dar cualquier respuesta superficial, o, también, su sofocación y sometimiento del placer y el dolor mediante la voluntad dentro de un neutro matiz de inaceptación. En todos estos casos lo que sucede es que existe un positivo rechazo o negativa imprevisión o incapacidad de interpretar o de cualquier modo representar positivamente en la superficie algo que es aun subliminalmente activo.
Pues, así como ahora sabemos por observación y experimentación psicológicas que la mente subliminal recibe y recuerda todos aquellos contactos de las cosas que la mente superficial ignora, de igual manera descubriremos también que el alma subliminal responde al rasa, o esencia en la experiencia, de estas cosas, que el alma-del-deseo superficial rechaza por disgusto o negativa, o ignora por neutra inaceptación. El auto-conocimiento es imposible a no ser que vayamos detrás de nuestra existencia superficial, –(que es mero resultado de selectivas experiencias externas, una resonancia imperfecta o una apresurada, incompetente y fragmentaria traducción de un poco de lo mucho que somos)–, a menos que vayamos detrás de esta existencia superficial y lancemos nuestra plomada en el subconsciente y nos abramos al super-consciente para así conocer su relación con nuestro ser superficial. Pues entre estas tres cosas nuestra existencia se desplaza y halla en ellas su totalidad. El superconsciente en nosotros es uno solo con el ser (yo) y el alma del mundo, y no está gobernado por diversidad fenoménica alguna; por lo tanto, posee la verdad de las cosas y el deleite de las cosas en su plenitud. El subconsciente, así llamado, en esa luminosa cabeza de sí mismo que llamamos lo subliminal, es, por el contrario, no un verdadero poseedor sino un instrumento de la experiencia; no es en la práctica, uno con el alma y ser (yo) del mundo, pero está abierto a él a través de su experiencia-del-mundo. El alma subliminal es consciente interiormente del rasa de las cosas y tiene un igual deleite en todos los contactos; es también consciente de los valores y modelos del alma-del-deseo superficial y recibe en su propia superficie los correspondientes contactos de placer, dolor e indiferencia, pero recibe un igual deleite en todo. En otras palabras nuestra alma real interior recibe gozo de todas sus experiencias, de ellas extrae fortaleza, placer y conocimiento, mediante ellas crece en su aprovisionamiento y en su plenitud. Esta alma real en nosotros es la que compele la retirada de la mente-del-deseo en cuanto a llevar e incluso buscar y hallar placer en lo que es dolorosa para ella, a rechazar lo que le resulta placentero, a modificar o incluso invertir sus valores, a igualar las cosas en indiferencia o a igualarlas en dicha, la dicha de la variedad de la existencia. Y esto lo hace porque está impelida por lo universal a desarrollarse por todo género de experiencia de modo de así crecer en la Naturaleza. De lo contrario, si sólo viviéramos por el alma-del-deseo superficial, no cambiaríamos ni avanzaríamos más que la planta o la piedra en su inmovilidad o en su rutina de existencia, porque la vida no es superficialmente consciente, el alma secreta de las cosas no tiene todavía instrumento por el cual pueda rescatar a la vida a partir de la fija y restringida gama dentro de la que ha nacido. El alma-del-deseo, abandonada a sí misma, seguiría circulando en los mismos carriles por siempre.
Según la opinión de las antiguas filosofías, el placer y el dolor son inseparables como la verdad intelectual y la falsedad, el poder y la incapacidad, y el nacimiento y la muerte; por lo tanto el único modo de escapar de ellos sería una total indiferencia, una blanca respuesta a las excitaciones del yo-del-mundo. Pero un conocimiento psicológico más sutil nos demuestra que este enfoque basado tan sólo en los hechos superficiales de la existencia, en realidad no agota las soluciones del problema. Es posible, trayendo el alma real a la superficie, reemplazar los patrones egoístas del placer y el dolor por un igual y omni-abarcante deleite personal-impersonal. El amante de la Naturaleza hace esto cuando goza con todas las cosas de la Naturaleza universalmente, sin admitir repulsión o miedo, o mero gusto o disgusto, percibiendo la belleza en lo que para otros parece bajo e insignificante, vacío y salvaje, terrible y repelente. El artista y el poeta hacen esto cuando buscan el rasa de lo universal desde la emoción estética o desde la línea física o desde la forma mental de la belleza o desde el sentido y poder interiores disfrutando igualmente de aquello de lo que el hombre común huye y de aquello a lo que está apegado por un sentido de placer. El buscador de conocimiento, el amante-de-Dios que halla el objeto de su amor por doquier, el hombre espiritual, el intelectual, el sensual, el esteta, todos hacen esto a su modo y deben hacerlo si hallaran abrazadamente el Conocimiento, la Belleza, la Dicha o la Divinidad que buscan. Es sólo en las partes donde el pequeño ego es usualmente demasiado fuerte para nosotros, es sólo en nuestra dicha y sufrimiento emocionales o físicos, en nuestro placer y dolor de la vida, ante los cuales el alma-del-deseo en nosotros es débil y cobarde por completo, que la aplicación del principio divino llega a ser supremamente difícil y parece para muchos imposible o incluso monstruosa y repelente, Aquí la ignorancia del ego retrocede desde el principio de impersonalidad que aún se aplica sin demasiada dificultad en la Ciencia, el Arte e incluso en cierto género de imperfecta vida espiritual porque allí la regla de la impersonalidad no ataca aquellos deseos abrigados por el alma superficial ni aquellos valores del deseo fijados por la mente superficial en la que nuestra vida externa está más vitalmente interesada. En el más libre y superior movimiento se nos exige sólo una limitada y especializada ecuanimidad e impersonalidad apropiada a un campo particular de la conciencia y de la actividad mientras la base egoísta de nuestra vida práctica permanece en nosotros; en los movimientos inferiores, el fundamento total de nuestra vida ha de cambiarse a fin de hacer lugar a la impersonalidad, y esto él alma-del-deseo lo halla imposible.
El alma verdadera secreta en nosotros -(subliminal, decimos, pero la palabra es inapropiada, pues esta presencia no está situada debajo del umbral de la mente despierta, sino que más bien arde en el templo del más recóndito corazón detrás de la espesa pantalla de una mente, vida y cuerpo ignorantes, no subliminal, sino detrás del velo)–, esta velada entidad psíquica es la llama de Dios siempre encendida dentro de nosotros, inextinguible incluso por esa densa inconciencia que oscurece nuestra naturaleza externa ignorante de algún espiritual ser interior. Es una llama nacida de lo Divino y, luminosa habitante de la Ignorancia, crece en ésta hasta que pueda volverla hacia el Conocimiento. Es el oculto Testigo y Control, el Guía escondido, es el Daemon de Sócrates, la luz interior o voz interior del místico. Es lo durable e imperecedero en nosotros de un nacimiento a otro, intocable por la muerte, la decadencia o la corrupción, una indestructible chispa del Divino. No siendo el no-nacido Ser-en-sí o Atman, –(pues el Ser-en-sí, incluso presidiendo sobre la existencia del individuo está consciente siempre de su universalidad y trascendencia)–, sin embargo, es su delegado en las formas de la Naturaleza, el alma individual, caitya purusa, sosteniendo mente, vida y cuerpo, permaneciendo detrás del ser mental, del vital y del sutil-físico en nosotros y contemplando y aprovechando su desarrollo y experiencia. Estos otros poderes-personales en el hombre, estos seres de su ser, están también velados en su verdadera entidad, pero ejercen personalidades temporarias que componen nuestra individualidad externa y cuya combinada acción y apariencia superficiales forman el estado que llamamos nosotros mismos: esta más recóndita entidad también, tomando forma en nosotros como la Persona psíquica, presenta una personalidad psíquica que cambia, crece y se desarrolla de vida en vida; pues ésta es la viajera entre nacimiento y muerte, y entre muerte y nacimiento, nuestras partes naturales sólo son su múltiple y cambiante vestidura. El ser psíquico puede al principio ejercer solamente una oculta, parcial e indirecta acción a través de la mente, la vida y el cuerpo, dado que éstas son las partes de la Naturaleza que han de desarrollarse como sus instrumentos de auto-expresión, que está largamente confinada por su evolución. Con la misión de conducir al hombre que está en la Ignorancia hacia la luz de la Conciencia Divina, toma la esencia de toda experiencia en la Ignorancia para formar un núcleo de alma-creciendo en la naturaleza; el resto lo vuelca en material para el futuro crecimiento de los instrumentos que ha de usar hasta que estén listos para ser luminosa instrumentación del Divino. Esta secreta entidad psíquica es la verdadera Conciencia original en nosotros, más profunda que la elaborada y convencional conciencia del moralista, pues es la que siempre apunta hacia la Verdad, lo Correcto y la Belleza, hacia el Amor y la Armonía y todo lo que es posibilidad divina en nosotros, y persiste hasta que estas cosas llegan a ser la mayor necesidad de nuestra naturaleza. Es la personalidad psíquica en nosotros que florece como el santo, el sabio, el vidente; cuando alcanza su fuerza plena, vuelca al ser hacia el Conocimiento del Ser-en-sí y del Divino, hacia la verdad suprema, el Bien Supremo, la Belleza, Amor y Bienaventuranza supremos, las alturas y grandezas divinas, y nos abre el contacto de la espiritual simpatía, universalidad, unidad. Por el contrario, donde la personalidad psíquica es débil, burda o mal desarrollada, las partes y movimientos más finos en nosotros carecen o son pobres de carácter y poder, aunque la mente sea fuerte y brillante, el corazón de las emociones vitales duro, fuerte y dominante, la fuerza-vital, dominadora y exitosa, la existencia corporal, rica y afortunada, y un aparente señor y vencedor. Es entonces el alma-del-deseo exterior, la entidad seudo-psíquica, la que reina y confundimos sus malas interpretaciones de la sugestión y aspiración psíquicas, sus ideas e ideales, sus deseos y anhelos con la verdadera alma-sustancial y la riqueza de la experiencia espiritual. Si la secreta Persona psíquica puede seguir avanzando y, reemplazando al alma-del-deseo, gobernar abierta y enteramente y no sólo parcialmente y detrás del velo esta externa naturaleza de mente, vida y cuerpo, entonces éstos pueden moldearse en imágenes del alma de lo que es verdadero, correcto y bello y, al fin, la naturaleza toda pueda volcarse hacia el real objetivo de la vida, la suprema victoria, el ascenso a la existencia espiritual.
Pero podría parecer que, al poner al frente a esta entidad psíquica, a esta verdadera alma en nosotros, y darle allí el mando y gobierno, obtendremos la realización total de nuestro ser natural de modo que podamos buscar y también abrir las puertas del reino del Espíritu. Y bien podría razonarse que no hay necesidad de intervención alguna de superior Verdad-Conciencia o principio de la Supermente para ayudarnos a alcanzar el estado divino o la perfección divina. Con todo, aunque la transformación psíquica es una condición necesaria de la transformación total de nuestra existencia, no es todo cuanto es menester para el mayor cambio espiritual. En primer lugar, dado que éste es el alma individual en la Naturaleza, puede abrirse a los más divinos ámbitos ocultos de nuestro ser, y recibir y reflejar su luz, poder y experiencia, pero también tenemos necesidad de otra transformación que derive de lo alto para poseer nuestro ser (yo) en su universalidad y trascendencia. El ser psíquico en cierta etapa podría contentarse con crear una formación de verdad, bien y belleza y estacionarse allí; en una etapa ulterior podría someterse pasivamente al ser-del-mundo, un espejo de la existencia universal, de la conciencia, del poder, del deleite, pero sin ser su participante o poseedor pleno. Aunque más cerca y estremecidamente unida a la conciencia cósmica en el conocimiento, la emoción e incluso en la apreciación a través de los sentidos, podría convertirse en puramente receptora y pasiva, alejada del dominio y la acción en el mundo; o, una con el Ser-en-sí estático detrás del cosmos, pero separada interiormente del movimiento-del-mundo, perdiendo su individualidad en su Fuente, podría retornar a esa Fuente y no tener ni la voluntad ni el poder para lo que fue su misión última aquí, conducir a la naturaleza también hacia su divina realización. Pues el ser psíquico llegó a la Naturaleza procedente del Ser-en-sí, del Divino, y puede retornar de la Naturaleza al Divino silencioso a través del silencio del Ser-en-sí y de una suprema inmovilidad espiritual. Otra vez, una porción eterna del Divino, –(esta parte es por la ley de lo Infinito inseparable de su Todo Divino, esta parte es ciertamente ella misma ese Todo, excepto en su apariencia frontal, su separativa auto-experiencia frontal)–, puede despertar a esa realidad y hundirse en ella hasta la extinción aparente o al menos hasta la unión de la existencia individual. Aquí, un pequeño núcleo, en la masa de nuestra Naturaleza ignorante, descrito en el Upanishad como no mayor que un pulgar humano, puede, por influjo espiritual, agrandarse y abarcar el mundo entero con el corazón y la mente en íntima comunión o unidad. O puede llegar a ser consciente de su eterno Compañero y elegir vivir por siempre en Su presencia, en imperecedera unión y unidad como el amante eterno con el eterno Amado, que de todas las experiencias espirituales es la más intensa en belleza y éxtasis. Todos estos son grandes y espléndidos logros de nuestro espiritual auto-descubrimiento, pero no son necesariamente el fin último y entera consumación; es posible más.
Pues estos son logros de la mente espiritual del hombre; son movimientos de esa mente que va más allá de sí, pero en su propio plano, en los esplendores del Espíritu. La mente, incluso en sus estados supremos, mucho más allá de nuestra mentalidad actual, actúa todavía en su naturaleza por división; toma los aspectos de lo Eterno y trata cada aspecto como si fuese la verdad total del Ser Eterno y puede hallar en cada uno su propia perfecta realización. Incluso los erige en opuestos y crea una escala total de estos opuestos, el Silencio de lo Divino y la Dinámica divina, el inmóvil Brahman apartado de la existencia, sin cualidades, y el activo Brahman con cualidades, Señor de la existencia, Ser y Devenir, la Persona Divina y una pura Existencia impersonal; puede entonces separarse de uno y sumergirse en el otro como única Verdad perdurable de la existencia. Puede considerar a la Persona como la única Realidad o lo Impersonal como lo único cierto; puede considerar al Amante como el único medio de expresión del Amor; o al amor como la única posible auto-expresión del Amante; puede ver los seres como los únicos poderes personales de una Existencia impersonal o a la existencia impersonal como el único estado del Ser único, la Persona Infinita. Su logro espiritual, su ruta de paso hacia el objetivo supremo seguirá estas líneas divisorias. Pero más allá de este movimiento de la Mente espiritual, está la superior experiencia de la Supermente Verdad-Conciencia; allí estos opuestos desaparecen y estas parcialidades se abandonan en la rica totalidad de una suprema e integral realización del Ser eterno. Este es el objetivo que hemos concebido, la consumación de nuestra existencia aquí por el ascenso a la Verdad-Conciencia supramental y su descenso en nuestra naturaleza. La transformación psíquica tras surgir en el cambio espiritual ha de completarse, integrarse, superarse y elevarse mediante una transformación supramental que la ascienda hasta la cima del esfuerzo ascendente.
Tal como entre los otros términos divididos y opuestos del Ser manifestado, de igual manera solo una conciencia-energía supramental podría establecer una perfecta armonía entre estos dos términos -aparentemente opuestos debido a la Ignorancia— del estado del espíritu v del dinamismo del mundo, en nuestra existencia corporizada. En la Ignorancia, la Naturaleza centra el orden de sus movimientos psicológicos, no en torno del secreto ser (yo) espiritual, sino de su substituto, el ego-principio: cierto egocentrismo es la base sobre la que ligamos juntas nuestras experiencias y relaciones en medio de complejos contactos, contradicciones, dualidades e incoherencias del mundo en que vivimos; este egocentrismo es nuestro roca de seguridad frente a lo cósmico y lo infinito, nuestra defensa. Mas en nuestro cambio espiritual hemos de abstenernos de esta defensa; el ego ha de desvanecerse, la persona se halla disuelta en una vasta impersonalidad, y en esta impersonalidad al principio no está la llave de un ordenado dinamismo de la acción. Un resultado muy común consiste en que uno está dividido en dos partes del ser, la espiritual por dentro, la natural por fuera; en una está la divina realización asentada en una perfecta libertad interior, pero la parte natural sigue con la vieja acción de la Naturaleza, continua mediante un movimiento mecánico de energías pasadas, su ya transmitido impulso. Incluso, si hay una total disolución de la persona limitada y del viejo orden egocéntrico, la naturaleza externa puede convertirse en el campo de una aparente incoherencia, aunque todo el interior sea luminoso con el Ser (Yo). De esa manera devenimos abiertamente inertes e inactivos, movidos por circunstancias o fuerzas pero no móviles-por-sí-mismos, incluso aunque la conciencia esté iluminada interiormente, o como un niño aunque por dentro haya pleno auto-conocimiento, o como alguien inconsecuente en cuanto a pensamiento e impulso aunque internamente haya completa calma y serenidad, o como el alma salvaje y desordenada aunque interiormente exista la pureza y equilibrio del Espíritu. O si hay un ordenado dinamismo en la naturaleza externa, puede ser una continuación de la ego-acción superficial presenciada pero no aceptada por el ser interior, o un dinamismo mental que no exprese perfectamente la realización espiritual interior; pues no hay equivalencia entre la acción de la mente y el estado del espíritu. Incluso en el mejor caso, donde hay una intuitiva guía de la Luz desde dentro, la naturaleza de su expresión en el dinamismo de la acción debe estar marcada con las imperfecciones de la mente, de la vida y del cuerpo, un Rey con ministros incapaces, un Conocimiento expresado en los valores de la Ignorancia. Sólo el descenso de la Supermente con su perfecta unidad de Verdad-Conocimiento y Verdad-Voluntad puede establecer, tanto en la existencia exterior como en la interior, la armonía del Espíritu; pues solo ella puede por entero cambiar los valores de la Ignorancia por los valores del Conocimiento.
En la realización de nuestro ser psíquico, al igual que en la consumación de nuestras partes de mente y vida, está la relación de eso con su fuente divina, su correspondiente verdad en la Realidad Suprema, que es el movimiento indispensable; y, tanto aquí como allí, es mediante el poder de la Supermente que puede ser hecha con una integridad absoluta, una intimidad que llega a ser una auténtica identidad; pues es la Supermente la que vincula los hemisferios superior e inferior de la Existencia Única. En la Supermente está la Luz integradora, la Fuerza consumadora, la amplia entrada dentro del supremo Ananda; el ser psíquico elevado por esa Luz y Fuerza puede unirse con el Deleite original de la existencia desde él que provino: vencer las dualidades de dolor y placer, liberar a la mente, a la vida y al cuerpo de todo miedo y sobrecogimiento, puede restablecer los contactos de la existencia en el mundo dentro de los términos del Divino Ananda.