No puedo viajar a la Verdad del luminoso Señor por la fuerza ni por la dualidad… ¿Quiénes son los que protegen el fundamento de la falsedad? ¿Quiénes son los guardianes de la palabra irreal?
En aquel entonces la existencia no era tampoco la no-existencia, el mundo-medio no era ni el Éter ni lo que está más allá. ¿Qué cubría todo? ¿Dónde estaba? ¿Dónde se refugiaba? ¿Qué era ese océano denso y profundo? La muerte no era ni la inmortalidad ni el conocimiento del día y la noche. Aquel Uno vivía sin aliento por la ley de sí mismo, no había nada más, nada más allá. En el principio la Oscuridad estaba escondida por oscuridad, todo esto era un océano de inconciencia. Cuando el ser universal fue ocultado por la fragmentación, por la grandeza de su energía Aquel Uno nació. Eso se desplazó al principio como deseo interior, que fue la primera simiente de la mente. Los videntes de la Verdad descubrieron la construcción del ser en el no-ser por la voluntad en el corazón y por el pensamiento; su rayo se extendió horizontalmente; ¿pero qué había abajo, qué había arriba? Allí estaban los Sembradores de la semilla, estaban las Grandezas, estaba la ley de sí mismo debajo, estaba la Voluntad arriba.
Rig Veda
Entonces, si la conclusión a la que hemos arribado es correcta, —y no es posible otra según los datos sobre los que trabajamos—, la profunda división que la experiencia práctica y el prolongado hábito de la mente han creado entre Espíritu y Materia ya no tiene realidad fundamental alguna. El mundo es una unidad diferenciada, una unidad múltiple, no un constante intento de compromiso entre eternas disonancias, no una eterna lucha entre irreconciliables opuestos. Su fundamento y principio es una inalienable unidad generadora de variedad infinita; una constante reconciliación aparece como su real carácter, detrás de la división y lucha aparentes, combinando todas las posibles diferencias para vastos fines en una secreta Conciencia y Voluntad que siempre es una sola y dueña de toda su compleja acción; debemos, por lo tanto, tener por cierto que una realización de la emergente Voluntad y Conciencia y una armonía triunfante debe ser su conclusión. La sustancia es la forma de sí misma en la que trabaja, y de esa sustancia si la Materia es un extremo, el Espíritu es el otro. Ambos son uno: el Espíritu es el alma y la realidad de lo que sentimos como Materia; la Materia es una forma y cuerpo de lo que percibimos como Espíritu.
Ciertamente, hay una vasta diferencia práctica y sobre esa diferencia están fundados la indivisible serie total y los siempre-ascendentes grados de la existencia-del-mundo. La sustancia, hemos dicho, es existencia consciente que se presenta al sentido como objeto de modo que, sobre la base de cualquier sentido-relación que se establezca, puede proceder la obra de la formación-del-mundo y de la progresión cósmica. Pero allí no es menester una sola base, sólo un principio fundamental de relación inmutable creada entre sentido y sustancia; por el contrario, hay una serie ascendente y evolutiva. Sabemos de otra sustancia en la que la mente pura trabaja como su medio natural y que es mucho más sutil, más flexible, más plástica que cualquier cosa que nuestro sentido físico pueda concebir como materia. Podemos hablar de una sustancia de la mente porque llegamos a ser conscientes de un medio más sutil en el que las formas surgen y la acción tiene lugar; podemos hablar también de una sustancia de pura energía-vital dinámica diferente de las más sutiles formas de la sustancia material y sus corrientes-de-fuerza físicamente sensibles. El Espíritu mismo es pura sustancia del ser presentándose como un objeto no ya al sentido físico, vital o mental, sino a la luz de un puro conocimiento espiritual y perceptivo en el que el sujeto se convierte en su propio objeto, es decir, en él que lo Intemporal y lo Inespacial tiene conciencia de sí en una pura auto-extensión espiritualmente auto-conceptiva como base y materia prima de toda existencia. Más allá de este fundamento está la desaparición de toda diferenciación consciente entre sujeto y objeto en una absoluta identidad, y allí ya no podemos hablar de Sustancia.
Por lo tanto, es una diferencia puramente conceptual, –una espiritual, no una conceptual diferencia mental–, que culmina en una distinción práctica, que crea la serie que desciende desde el Espíritu a través de la Mente a la Materia y que asciende otra vez desde la Materia a través de la Mente al Espíritu. Pero la real unidad no es nunca suprimida, y, cuando regresamos a la original e integral visión de las cosas, vemos que nunca jamás se empequeñece o desequilibra, ni en las más burdas densidades de la Materia. El Brahman es no sólo la causa, el poder sostenedor y el principio morador del universo, es también su materia y su única materia. La Materia también es Brahman, y no es ninguna otra cosa que Brahman o diferente de Él. Si en verdad la Materia se segregara del Espíritu, esto no sería así; pero es, como hemos visto, sólo una forma final y aspecto objetivo de la Existencia divina con todo lo de Dios siempre presente en ella y detrás de ella. Así como esta Materia aparentemente tosca e inerte está por doquier y siempre imbuida de la poderosa fuerza dinámica de la Vida, así como esta Vida dinámica pero aparentemente inconsciente guarda en secreto dentro de ella una inaparente Mente siempre-trabajando, de cuyas operaciones ocultas es la manifiesta energía, así como esta Mente ignorante, no-iluminada y anhelante es sostenida y guiada soberanamente en el cuerpo viviente por su propio yo real, la Supermente, que está allí por igual en la Materia no-mentalizada, así toda la Materia al igual que toda la Vida, Mente y Supermente son sólo modos del Brahman, el Eterno, el Espíritu, Sachchidananda, que no sólo mora en todas ellas sino que es todas estas cosas aunque ninguna de ellas es Su ser absoluto.
Pero aún queda esta diferencia conceptual y distinción práctica, y en eso, incluso si la Materia no se separa realmente del Espíritu, con todo aparece con tal definición práctica de ser separada, es tan diferente, incluso tan contraria en su ley, la vida material parece en tan gran medida ser la negación de toda existencia espiritual que su rechazo bien podría parecer el único atajo para acabar con la dificultad, como indudablemente ocurre; pero un atajo o cualquier reducción no es la solución—. Aun allí, en la Materia radica indudablemente la cuestión esencial; eso suscita el obstáculo: pues debido a la Materia la Vida es burda, limitada y afligida por la muerte y el dolor, debido a la Materia la Mente es más que semi-ciega, con las alas cortadas, con sus pies atados a un estrecho soporte y refrenada de la vastedad y libertad encima de la cual es consciente. Por lo tanto, el buscador espiritual exclusivo está justificado en su punto de vista si, disgustado con el barro de la Materia, perturbado por la tosquedad animal de la Vida o impaciente por la auto-aprisionada estrechez y baja visión de la Mente, se determina a separarse de ella por completo y retornar por inacción y silencio a la inmóvil libertad del Espíritu. Pero ese no es el único punto de vista y, debido a que ha sido sostenido o glorificado sublimemente con brillantes y dorados ejemplos, no necesitamos considerarlo como la integral y última sabiduría. Más bien, liberándonos de toda pasión y rebeldía, veamos lo que significa este orden divino de lo universal, y, en cuanto a este gran nudo y maraña de la Materia que niega al Espíritu, procuremos descubrir y separar sus hebras, para así aflojarlo con la solución y no cortarlo con la violencia. Debemos expresar la dificultad, primero la oposición, enteramente, agudamente, exageradamente, si es menester, mejor que disminuidamente, y buscar la solución.
En primer lugar, entonces, la oposición fundamental que la Materia ofrece al Espíritu consiste en que es la culminación del principio de la Ignorancia. Aquí la Conciencia se ha perdido y olvidado en una forma de sus obras, como un hombre puede olvidar en extrema absorción no solo quien es él sino incluso que existe, convirtiéndose momentáneamente sólo en el trabajo que se efectúa y la fuerza que está haciéndolo. El Espíritu auto-luminoso, infinitamente conocedor de sí detrás de todas las obras de la fuerza y su dominio, parece haber desaparecido aquí y no existir para nada; tal vez está en algún lado, pero aquí El parece haber dejado sólo una bruta e inconsciente Fuerza material que crea y destruye eternamente sin conocerse o sin saber qué crea o por qué lo crea o por qué destruye lo que una vez creó; no sabe pues no tiene mente; no se preocupa, pues no tiene corazón. Y si esa no es la verdad real incluso del universo material, si detrás de todo este falso fenómeno hay una Mente, una Voluntad y algo mayor que la Mente o la Voluntad mental, con todo ésta es una oscura semblanza que el universo material mismo presenta como una verdad a la conciencia que emerge en él a partir de su noche; y si no fuese verdad sino mentira, con todo es la mentira más efectiva, pues determina las condiciones de nuestra existencia fenoménica y acosa a toda nuestra aspiración y esfuerzo.
Pues esto es lo monstruoso, el terrible e inmisericorde milagro del universo material que emerge de esta no-Mente, mente, o varias mentes, que se encuentran luchando débilmente por la luz, individualmente desamparadas, un tanto menos desamparadas cuando, en defensa propia, asocian su debilidad individual en medio de la gigantesca Ignorancia que es la ley del universo. A partir de esta desafecta Inconciencia y dentro de su rigurosa jurisdicción han nacido los corazones, y aspiran, y son torturados y desangrados bajo el peso de la ciega e insensible crueldad de esta férrea existencia, una crueldad que asienta su ley sobre ellos y se torna sensible en el sentimiento de ellos, brutal, feroz, horrible. ¿Pero, después de todo, qué es, detrás de las apariencias, este aparente misterio? Podemos ver que es la Conciencia que se ha perdido regresando otra vez a sí misma, emergiendo de su gigantesco auto-olvido, lentamente, penosamente, como una Vida que podría ser sensible, semi-sensible, oscuramente sensible, totalmente sensible y finalmente pugnando por ser más que sensible, a ser de muevo divinamente auto-consciente, libre, infinita, inmortal. Pero actúa hacia esto bajo una ley que es lo opuesto de estas cosas, bajo las condiciones de la Materia, vale decir, contra el aferrarse de la Ignorancia. Los movimientos que ha de seguir, los instrumentos que ha de usar se los presenta y prepara esta tosca y dividida Materia, imponiendo, a cada paso, ignorancia y limitación.
Pues la segunda oposición fundamental que la Materia ofrece al Espíritu, es ésta que es la culminación de la esclavitud a la Ley mecánica y opone a todo lo que procura liberarse una colosal Inercia. No es que la Materia misma sea inerte; es más bien un movimiento infinito, una fuerza inconcebible, una acción ilimitada, cuyos movimientos grandiosos son tema de nuestra constante admiración. Pero mientras el Espíritu es libre, dueño de sí y de sus obras, no obligado por ellas, creador de la ley y no sujeto a ella, esta Materia gigantesca está rigurosamente encadenada por una fija y mecánica Ley que le es impuesta, que no entiende ni jamás concibió y que se estructura inconscientemente como una máquina funcionando sin saber quién la creo, mediante qué procedimiento y con qué fin. Y cuando la Vida despierta y busca imponerse sobre la forma física y la fuerza material, y usar todas las cosas según su propia voluntad y para su propia necesidad, cuando la mente despierta y busca conocer el quién, por qué y cómo de sí misma y de todas las cosas y, sobre todo, usar su conocimiento para la imposición de su propia ley más libre y de su auto-guiadora acción sobre las cosas, la Naturaleza material parece ceder, incluso aprobar y auxiliar, aunque tras una lucha, con repulsa y sólo hasta cierto punto. Pero más allá de ese punto presenta una obstinada inercia, obstrucción, negación e incluso persuade a la Vida y la Mente que no pueden ir más adelante, que no pueden proseguir hasta el fin su victoria parcial. La Vida pugna por agrandarse, prolongarse y triunfar; pero cuando busca amplitud e inmortalidad totales, halla la férrea obstrucción de la Materia y se descubre ligada a la estrechez y la muerte. La Mente busca ayudar a la vida y cumplir su propio impulso de abarcar todo el conocimiento, de convertirse en luz plena, de poseer la verdad y ser la verdad, de respaldar al amor y la dicha, y ser amor y dicha; pero siempre está la desviación, el error y la tosquedad de los materiales instintos-vitales y la negación y obstrucción del sentido material y de los instrumentos físicos. El error siempre va en pos de su conocimiento, la oscuridad es inseparable compañera y trasfondo de su luz; la verdad es buscada exitosamente y, con todo, cuando se la agarra, cesa de ser verdad y la búsqueda ha de continuar; el amor está allí pero no puede satisfacerse, la dicha está allí pero no puede justificarse; cada cual arrastra como si fuesen cadenas o proyecta como si fuesen sombras, sus propios opuestos, ira y odio e indiferencia, saciedad y pesar y dolor. La inercia con la que responde la Materia a las demandas de la Mente y la Vida, impide la conquista de la Ignorancia y de la Fuerza bruta que es el poder de la ignorancia.
Y cuando buscamos saber por qué esto es así, vemos que el buen éxito de esta inercia y obstrucción se debe al tercer poder de la Materia; pues la tercera oposición fundamental que la Materia ofrece al Espíritu es esta que es la culminación del principio de la división y la lucha. Ciertamente indivisible en la realidad, la divisibilidad es la base total de la acción desde la cual parece siempre prohibido partir; pues sus dos únicos métodos de unión son la agregación de unidades o una asimilación que implica la destrucción de una unidad por parte de otra; y ambos métodos de unión son una confesión de eterna división, dado que el primero antes asocia que unifica y por su principio mismo admite la constante posibilidad y, por lo tanto, la necesidad última de disociación, de disolución. Ambos métodos reposan sobre la muerte, en uno como un medio, en el otro como una condición de vida. Y ambos presuponen como la condición de la existencia-mundana una constante lucha de las unidades divididas, una con otra, cada cual pugnando por mantenerse, por mantener su asociación, por compeler o destruir lo que se le resiste, por reunir y devorar a los demás como su comida, pero en sí misma compelida a alzarse contra la compulsión y a huir de ella, de la destrucción y de la asimilación por ser devorada. Cuando el principio vital manifiesta sus actividades en la Materia, encuentra allí sólo esta base para todas sus actividades y es compelido a inclinarse ante el yugo; ha de aceptar la ley de la muerte, del deseo y de la limitación, y esa constante lucha por devorar, poseer, dominar que hemos visto constituye el primer aspecto de la Vida. Y cuando el principio mental se manifiesta en la Materia, ha de aceptar del molde y material en que trabaja el mismo principio de limitación, de búsqueda sin hallazgo seguro, la misma asociación y disociación constantes de sus logros y de los componentes de sus obras, de modo que el conocimiento obtenido por el hombre, el ser mental, jamás parece ser final o libre de duda y negación, y toda su labor parece condenada a moverse en un ritmo de acción y reacción y de hacer y deshacer, en ciclos de creación y breve preservación y larga destrucción sin progreso cierto ni seguro.
En especial y más fatalmente, la ignorancia, inercia y división de la Materia imponen sobre la existencia vital y mental que emergen en ella, la ley del dolor y el sufrimiento, y el desasosiego de la insatisfacción con su estado de división, inercia e ignorancia. La ignorancia ciertamente no traería el dolor de la insatisfacción si la conciencia mental fuese enteramente ignorante, si quedase satisfecha con su caparazón de costumbres sin tener conciencia de su propia ignorancia o del océano infinito de la conciencia y el conocimiento por el que vive rodeada; pero precisamente es a esto a lo que despierta la Conciencia que emerge en la Materia, primero a su ignorancia del mundo en el que vive y que ha de conocer y dominar a fin de ser feliz; segundo, a la esterilidad y limitación últimas de este conocimiento, a la escasez e inseguridad del poder y la felicidad que trae, y al tener noción de una conciencia infinita, de un conocimiento, de un ser verdadero en el que sólo ha de hallarse una felicidad victoriosa e infinita. Y la obstrucción de la inercia no traería consigo desasosiego e insatisfacción si la sensibilidad vital que emerge en la Materia fuese inerte por completo; si se satisficiese con su limitada existencia semiconsciente, desconocedora del poder infinito y la existencia inmortal en que vive como parte y con todo separada de ella; o si nada tuviese dentro de sí que la llevara a esforzarse para participar realmente en esa infinitud e inmortalidad. Pero esto es precisamente lo que toda vida tiende a buscar y sentir desde el principio, su inseguridad y la necesidad, y la lucha por la persistencia, por la auto-preservación; al fin despierta a la limitación de su existencia y empieza a sentir el impulso hacia la grandeza y la persistencia, hacia lo infinito y lo eterno.
Y cuando en el hombre la vida se torna totalmente auto-consciente, esta inevitable lucha, esfuerzo y aspiración alcanzan su punto culminante y el dolor y la discordia del mundo se tornan al fin demasiado notoriamente sensibles como para tolerarlos con contento. El hombre puede durante largo tiempo aquietarse procurando satisfacerse con sus limitaciones o reduciendo su lucha a un dominio tal como el que puede lograr sobre este mundo material en que vive, algún triunfo mental y físico de su conocimiento progresivo sobre sus inconscientes estabilidades, de sus pequeños y concentrados voluntad y poder conscientes sobre sus monstruosas fuerzas manejadas-inertemente. Pero aquí también halla la limitación, la pobre imposibilidad conclusiva de los máximos resultados que puede lograr y está obligado a mirar más allá. Lo finito no puede quedar permanentemente satisfecho mientras sea consciente, bien de una finitud mayor que la propia o bien, de una infinitud más allá de sí, a las que pueda aspirar Y si lo finito pudiera así satisfacerse, con todo el ser aparentemente finito que siente en realidad ser infinito o siente meramente la presencia, o el impulso y acicate de un infinito en su interior, jamás puede satisfacerse hasta que ambos se reconcilien, hasta que Eso este poseído por él, y él sea poseído por Eso, en cualquier grado o manera. El hombre es esa infinitud de apariencia finita y no puede fallar en arribar a una búsqueda en pos de lo Infinito. El hombre es el primer hijo de la tierra que llega a ser vagamente consciente de Dios dentro de él, de su inmortalidad o de su necesidad de inmortalidad, y ese conocimiento es un látigo que impele y una cruz de crucifixión hasta que es capaz de convertirlo en fuente de luz, dicha y poder infinitos.
Este desarrollo progresivo, esta creciente manifestación de la divina Conciencia y Fuerza, Conocimiento y Voluntad que se ha perdido en la ignorancia e inercia de la Materia, bien podría ser una feliz florescencia prosiguiendo desde la dicha hacia una mayor y, al final, infinita dicha si no fuera por el principio de la rígida división de la que ha partido la Materia. El encerrarse del individuo en su propia conciencia personal de separada y limitada mente, vida y cuerpo impide lo que, de otro modo, sería la natural ley de nuestro desarrollo. Introduce en el cuerpo la ley de atracción y repulsión, de defensa y ataque, de discordia y dolor. Pues al ser cada cuerpo una limitada fuerza-consciente, se siente expuesto al ataque, impacto, forzado contacto de otra limitada fuerza-consciente o de fuerzas universales, y donde se siente interferido o incapaz de armonizar el contacto y la conciencia receptora, sufre desasosiego y dolor, es atraído o repelido, ha de defenderse o atacar; se le reclama constantemente soportar lo que no quiere o no es capaz de sufrir. Dentro de lo emocional y del sentido-mente la ley de división trae las mismas reacciones con los valores superiores de pesar y dicha, amor y odio, opresión y depresión, todos proyectados dentro de los términos del deseo, y mediante el deseo proyectados en tensión y esfuerzo, y mediante la tensión se proyectan en exceso y defecto de fuerza, incapacidad, el ritmo de logro y contrariedad, posesión y repliegue, una pugna constante y trastorno e incomodidad. Dentro de la mente como un todo, en lugar de una ley divina de más estrecha verdad que fluye hacia una verdad mayor, en lugar de una luz menor que se eleva hacia una luz más vasta, en lugar de una voluntad inferior sometida a una superior voluntad transformadora, en lugar de una más pequeña satisfacción que progresa hacia una satisfacción más noble y más completa, trae similares dualidades de verdad seguida por error, de luz seguida por oscuridad, de poder seguido por incapacidad, de placer de perseguir y alcanzar seguido por dolor de rechazo y de insatisfacción hacia lo que se alcanza; la mente encara su propia aflicción junto con la aflicción de la vida y el cuerpo y toma conciencia del triple defecto e insuficiencia de nuestro ser natural. Todo esto significa la negación de Ananda, la negación de la trinidad de Sachchidananda y, por lo tanto, si la negación es insuperable, la futilidad de la existencia; pues la existencia, al lanzarse en el juego de la conciencia y de la fuerza, debe buscar ese movimiento no meramente para sí, sino también por la satisfacción en el juego, y si no es posible hallar real satisfacción en el juego, debe obviamente abandonarse finalmente, como un vano intento, un error colosal, un delirio del espíritu auto-encarnando.
Esta es la base total de la teoría pesimista del mundo, —puede considerarse optimista en cuanto a los mundos y estados más allá, pero pesimista en cuanto a la vida terrena y destino del ser mental en sus tratos con el universo material—. Pues afirma que, dado que la naturaleza misma de la existencia material es la división y la semilla misma de la mente corporizada es la auto-limitación, la ignorancia y el egoísmo, buscar la satisfacción del espíritu sobre la tierra o buscar un resultado o propósito divino y culminación para el juego-del-mundo es vanidad y engaño; sólo en un cielo del Espíritu y no en el mundo, o sólo en la verdadera quietud del Espíritu y no en sus actividades fenoménicas, podemos reunir la existencia y la conciencia con el divino auto-deleite. El Infinito sólo puede recuperarse rechazando como un error y un paso en falso su intento de encontrarse en lo finito. Tampoco el emerger de la conciencia mental en el universo material puede traer consigo promesa alguna de una divina realización. Pues el principio de la división no es apropiado a la Materia sino a la Mente; la Materia es sólo una ilusión de la Mente en la cual la Mente introduce su propia regla de división e ignorancia. Por lo tanto, dentro de esta ilusión la Mente sólo puede hallarse a sí misma; sólo puede viajar entre los tres términos de la existencia dividida que ha creado: no puede hallar allí la unidad del Espíritu ni la verdad de la existencia espiritual.
Ahora bien, es verdad que el principio de la división en la Materia sólo puede ser una creación de la Mente dividida que se ha precipitado en la existencia material; pues esa existencia material no tiene auto-ser, no es el fenómeno original sino sólo una forma creada por una fuerza-Vital omni-divisora que estructura las concepciones de una Mente omni-divisora. Estructurando el ser dentro de estas apariencias de la ignorancia, inercia y división de la Materia, la Mente divisora se ha perdido y aprisionado en una mazmorra de su propio edificio, se sujeta con cadenas que ella misma forjó. Y si es verdad que la Mente divisora es el primer principio de la creación, entonces debe ser también el logro último posible en la creación, y el ser mental luchando vanamente con la Vida y la Materia, venciéndolas sólo para ser vencido por ellas, repitiendo eternamente un infructuoso ciclo, debe ser la última y suprema palabra de la existencia cósmica. Pero esa consecuencia no procede si, por el contrario, es el Espíritu inmortal e infinito que se ha velado en el denso manto de la sustancia material, quien trabaja allí mediante el supremo poder creador de la Supermente, permitiendo las divisiones de la Mente y el reino del principio inferior o material sólo como condiciones iniciales de cierto juego evolutivo del Uno en los Muchos. Si, en otras palabras, no es meramente un ser mental que está escondido en las formas del universo, sino el infinito Ser, Conocimiento, Voluntad, que emerge desde la Materia primero como Vida, luego como Mente, con el resto de sí aún no revelado, entonces el emerger de la conciencia desde el aparentemente Inconsciente debe tener otro término más completo; ya no es imposible la aparición de un supramental ser espiritual que imponga en sus obras mentales, vitales y corporales, una ley superior a la de la Mente divisora. Por el contrario, es la natural e inevitable conclusión de la naturaleza de la existencia cósmica.
Ese ser supramental, como hemos visto, liberaría a la mente del nudo de su dividida existencia y usaría la individualización de la mente como simplemente una útil acción subordinada de la omni-abarcadora Supermente; y él liberaría a la vida también del nudo de su dividida existencia y usaría la individualización de la vida como simplemente una útil acción subordinada de la única Fuerza-Consciente que realiza su ser y dicha en una diversificada unidad. ¿Hay alguna razón por la que no liberaría también la existencia corporal de la actual ley de muerte, división y mutuo devorarse, y usaría la individualización del cuerpo como meramente un útil término subordinado de la única divina Existencia-Consciente, puesta en servicio para la dicha de lo Infinito en lo finito? ¿O por qué este espíritu no sería libre en una soberana ocupación de la forma, conscientemente inmortal aún en el cambio de su vestido de Materia, poseído de su auto-deleite en un mundo sujeto a la ley de la unidad, el amor y la belleza? Y si el hombre es el habitante de la existencia terrestre, a través del cual puede al fin producirse esa transformación de lo mental en lo supramental ¿no es posible que pueda él desarrollar, al igual que una mente divina y una vida divina, también un cuerpo divino? O, si la frase parece demasiado pasmosa para nuestras actuales concepciones limitadas de la potencialidad humana, ¿no puede él en su desarrollo de su verdadero ser y de su luz, dicha y poder, arribar a un uso divino de la mente, la vida y el cuerpo, por el cual el descenso del Espíritu en la forma se justifique, a la vez, tanto en lo humano como en lo divino?
Lo único que puede estorbar en el camino de esa última posibilidad terrestre es si nuestro actual visión de la Materia y sus leyes representan la única relación posible entre sentido y sustancia, entre el Divino como sujeto conocedor y el Divino como objeto de conocimiento, o si, al ser posibles otras relaciones, con todo no son posibles de ningún modo aquí, sino que deben buscarse en superiores planos de la existencia. En ese caso, es más allá de los cielos que debemos buscar nuestra íntegra realización divina, como lo afirman las religiones, y su otra afirmación del reino de Dios o del reino de lo perfecto sobre la tierra debe hacerse a un lado como ilusión. Aquí sólo podemos perseguir o alcanzar una interna preparación o victoria y, habiendo liberado a la mente, la vida y el alma por dentro, debemos volcarnos, desde el no-conquistado e inconquistable principio material, desde una no-regenerada e intratable tierra, a buscar por doquier nuestra divina sustancia. Sin embargo, no hay razón para que aceptemos esta limitadora conclusión. Con toda seguridad hay aún otros estados incluso de Materia misma; hay indudablemente una serie ascendente de las divinas gradaciones de la sustancia; existe la posibilidad del ser material, de transfigurarse a través de la aceptación de una ley superior a la propia que, con todo, es la suya propia pues está allí siempre latente y potencial en sus propios secretos.