En la ignorancia de mi mente, pregunté por estos escalones de los Dioses que están asentados interiormente. Los omniscientes Dioses han recogido al Infante de un año y han entretejido en su torno siete hebras para confeccionar esta trama.
Rig Veda
Mediante nuestro prolijo examen de los siete grandes términos de la existencia que los antiguos videntes fijaron como el fundamento y séptuplo modo de toda la existencia cósmica, hemos discernido las gradaciones de la evolución y de la involución, arribando a la base del conocimiento por el que pugnábamos. Afirmamos que el origen, el continente, la realidad inicial y la realidad última de todo lo que está en el cosmos es el principio triuno de la trascendente e infinita Existencia, Conciencia y Bienaventuranza que es la naturaleza del Ser divino. La Conciencia tiene dos aspectos, iluminador y efectivo, estado y poder de auto-conocimiento, y estado y poder de autofuerza, por los que el Ser se posee, ya sea en su condición estática o, ya sea en su movimiento dinámico; pues en su acción creadora conoce por auto-conciencia omnipotente que todo está latente en él y produce y gobierna el universo de sus potencialidades mediante una omnisciente auto-energía. Esta acción creadora del Omni-existente tiene su nudo (nodo, punto de inflexión) en el cuarto estado, el principio intermedio de la Supermente o Real-Idea, en el que un Conocimiento divino único con auto-existencia y auto-conocimiento y una sustancial Voluntad que es perfectamente unísona con ese conocimiento, —pues es, en su sustancia y naturaleza, esa auto-consciente auto-existencia dinámica en la iluminada acción—, desarrollan infaliblemente el movimiento, la forma y la ley de las cosas en correcto acuerdo con su Verdad auto-existente y en armonía con los significados de su manifestación.
La creación depende de y se mueve entre el principio biuno de la unidad y la multiplicidad; es una múltiple combinación de idea, fuerza y forma que es la expresión de una unidad original, y es una eterna unidad que es el fundamento y la realidad de los Mundos múltiples, haciendo posible su juego. Por lo tanto, la Supermente procede mediante una doble facultad de conocimiento comprehensivo y aprehensivo; procediendo desde la unidad esencial hacia la multiplicidad resultante, compréndente de todas las cosas en sí como la Unidad en sus múltiples aspectos y aprehendente separadamente de todas las cosas en sí como objetos de su voluntad y conocimiento. Mientras en cuanto a su original auto-conocimiento todas las cosas son un solo ser, una sola conciencia, una sola voluntad, un solo auto-deleite y el movimiento total de las cosas un movimiento único e indivisible, procede en su acción desde la unidad a la multiplicidad (involucionando) y desde la multiplicidad a la unidad (evolucionando), creando una ordenada relación entre ellas y una aparente, pero no obligatoria realidad de división, una sutil división no separadora, o más bien una demarcación y determinación dentro de lo indivisible. La Supermente es la divina Gnosis que crea, gobierna y sostiene los Mundos: es la Sabiduría secreta que sostiene a ambos, nuestro Conocimiento y nuestra Ignorancia.
Hemos descubierto también que la Mente, la Vida y la Materia son un triple aspecto de estos principios superiores que operan, en lo que a nuestro universo atañe, en sujeción al principio de la Ignorancia, al superficial y aparente auto-olvido del Uno en su juego de división y multiplicidad. En realidad, estos tres son sólo poderes subordinados del cuaternario divino: la Mente es un poder subordinado de la Supermente que toma su asiento en el punto de apoyo de la división, ciertamente olvidado aquí de la unidad que está detrás aunque capaz de retornar a ella mediante la reiluminación por lo Supramental; la Vida es, de modo parecido, un poder subordinado del aspecto como energía de Sachchidananda, es Fuerza que estructura creando formas y el juego de la energía consciente, desde el punto de apoyo de la división creada por la Mente; la Materia es la forma de la sustancia del Ser que la existencia de Sachchidananda asume cuando se somete a esta acción involutiva fenoménica de su propia conciencia y fuerza.
Además, hay un cuarto principio que ingresa en la manifestación como el nudo (nodo) de mente, vida y cuerpo, eso que llamamos el alma; pero ésta tiene doble apariencia, al frente es el alma-del-deseo que pugna por la posesión y deleite de las cosas, y, por detrás, y ya sea más grande o ya esté enteramente oculta por el alma-del-deseo, la verdadera entidad psíquica que es el Real receptáculo de las experiencias del espíritu. Y hemos concluido que este cuarto principio humano es proyección y acción del tercer principio divino de infinita Bienaventuranza, más una acción en los términos de nuestra conciencia y bajo las condiciones de la evolución-del-alma en este mundo. Así como la existencia de lo Divino es en su naturaleza una conciencia infinita y el auto-poder de esa conciencia, de igual manera la naturaleza de su conciencia infinita es pura e infinita Bienaventuranza; la auto-posesión y el auto-conocimiento son la esencia de su auto-deleite. El cosmos es también un juego de este divino auto-deleite y el deleite de ese juego está enteramente poseído por lo Universal; pero en el individuo, debido a la acción de los poderes de la ignorancia y la división, es mantenido en el ser subliminal y en el ser super-consciente; falta en nuestra superficie y ha de ser buscado, hallado y poseído mediante el desarrollo de nuestra conciencia individual en pos de la universalidad y de la trascendencia.
Por lo tanto, si queremos, podemos plantear ocho principios en lugar de siete, y entonces percibimos que nuestra existencia es una suerte de refracción de la existencia divina, en orden inverso de ascenso y descenso, así dispuesto:
Existencia
Conciencia-Fuerza
Bienaventuranza
Supermente
Mente
Psiquis
Vida
Materia
Lo Divino desciende de la pura existencia a través del juego de la Conciencia-Fuerza y la Bienaventuranza y el medio creador de La Supermente en el ser cósmico, ascendemos de la Materia a través de una vida, alma y mente que evolucionan, y por el medio iluminador de la supermente, hacia el ser divino. El nudo de ambos, el hemisferio superior e inferior , tiene lugar donde la mente y la supermente se encuentran con un velo entre ellas. Rasgar el velo es la condición de la vida divina en la humanidad; pues con esa rasgadura, mediante el iluminador descenso de lo superior adentro de la naturaleza del ser inferior y el forzado ascenso del ser inferior adentro de la naturaleza del superior, la mente puede recobrar su divina luz en la omni-comprehensiva supermente, el alma realizar su divino Ser (Yo) en el omni-poseedor Ananda omni-bienaventurado, la vida reposeer su divino poder en el juego de la omnipotente Fuerza-Consciente y la Materia abrirse a su divina libertad coma una forma de la divina Existencia. Y si existe alguna meta hacia la evolución que halle aquí su actual corona y cabeza en el ser humano, diferente de un circular sin objetivo y de una huida individual de ese girar, si la infinita potencialidad de esta criatura, —(que sola aquí se sitúa entre el Espíritu y la Materia con el poder de mediar entre ambos)—, tiene algún significado distinto del de un despertar último de la ilusión de la vida por desesperación y disgusto del esfuerzo cósmico y su completo rechazo; entonces, esa luminosa y pujante transfiguración y emerger de lo Divino en la criatura humana, debe de ser nuestra elevada meta y nuestro significado supremo.
Pero antes de que podamos pasar a las condiciones psicológicas y prácticas bajo las cuales tal transfiguración puede modificarse, desde una posibilidad esencial a una potencialidad dinámica, tenemos mucho que considerar; pues debemos discernir no sólo los principios esenciales del descenso de Sachchidananda en la existencia cósmica, lo cual ya lo hemos hecho, sino también el gran plan de su orden aquí y la naturaleza y acción del poder manifestado de la Fuerza-Consciente que reina sobre las condiciones bajo las que actualmente existimos. Ahora, lo que primero tenemos que ver es que los siete u ocho principios que hemos examinado son esenciales para toda la creación cósmica y están allí, manifestados o aún no manifestados, en nosotros mismos, en este “Infante de un año” que todavía somos (pues distamos mucho de ser los adultos de la Naturaleza evolutiva). La Trinidad superior es la fuente y base de toda existencia y juego de la existencia, y todo el cosmos debe ser una expresión y acción de su realidad esencial. Ningún universo puede ser simplemente una forma del Ser que haya surgido y se perfile en una nulidad y vacío absolutos, contrastando frente a una vacuidad no-existente. Debe ser, o una imagen de la existencia dentro de la Existencia infinita que está más allá de toda imagen, o debe ser ella misma la Omni-Existencia. De hecho, cuando unificamos nuestro ser (yo) con el ser cósmico, vemos que en realidad es ambas cosas a la vez; vale decir, es el Omni-Existente figurándose partir de Él mismo en una infinita serie de ritmos en Su propia extensión conceptiva de El Mismo como Tiempo y Espacio. Es más, vemos que esta acción cósmica o cualquier acción cósmica es imposible sin el juego de una infinita Fuerza de la Existencia que produzca y regule todas estas formas y movimientos; y que la Fuerza igualmente presupone o es la acción de una Conciencia infinita, porque en su naturaleza es una Voluntad cósmica que determina todas las relaciones y las aprehende mediante su propia modalidad de conocimiento, y no podría determinarlas y aprehenderlas si no existiese la Conciencia comprehensiva detrás de esa modalidad de conocimiento cósmico para originar al tiempo que sostener, fijar y reflejar a través de ella las relaciones del Ser en la formación evolutiva o devenir de sí a la que llamamos un universo.
Finalmente, al ser la Conciencia omnisciente y omnipotente, en entera posesión luminosa de sí, y al ser, tal entera posesión luminosa necesariamente y en su naturaleza misma, Bienaventuranza, pues no puede ser nada más, un extenso auto-deleite universal debe ser la causa, esencia y objeto de la existencia cósmica. “Si no existiese”, dice el antiguo vidente “este omni-abarcador éter del Deleite de la existencia en que moramos, si ese deleite no fuese nuestro éter, entonces nadie podría respirar, nadie podría vivir”. Esta auto-bienaventuranza puede llegar a ser subconsciente, aparentemente pérdida en la superficie, pero no sólo debe estar allí en nuestras raíces, toda la existencia debe ser esencialmente una búsqueda e intento de descubrirla y poseerla, y en la proporción con que la criatura en el cosmos se encuentra a sí misma, –(ya sea en voluntad y poder, o ya sea, en luz y conocimiento, o bien, en ser y amplitud, o finalmente, en amor y dicha)–, debe despertar a algo del secreto éxtasis. La dicha del ser, el deleite de la realización mediante el conocimiento, el arrebatamiento de la posesión por voluntad y poder o fuerza creadora, el éxtasis de unión en el amor y en la dicha son los términos supremos de la vida en expansión porque son la esencia de la existencia misma en sus ocultas raíces como en sus cimas aún no vistas. Entonces, dondequiera se manifieste la existencia cósmica, estas tres deben estar detrás y dentro de ella.
Pero la Existencia, Conciencia y Bienaventuranza infinitas no necesitan echarnos dentro del ser aparente o, al obrar así, no sería el ser cósmico, sino simplemente una infinitud de figuras sin orden ni relación fijos, si ellas no tienen o desarrollan y afloran de sí mismas este cuarto término de la Supermente, de la divina Gnosis. Debe existir en todo cosmos un poder del Conocimiento y la Voluntad que a partir de la potencialidad infinita fije determinadas relaciones, desarrolle el resultado a partir de la semilla, haga vibrar los poderosos ritmos de la Ley cósmica y contemple y gobierne los mundos como su inmortal e infinito Observador y Regidor . Este poder ciertamente no es otra cosa que Sachchidananda Mismo; nada crea que no esté en su propia auto-existencia, y por esa razón toda Ley cósmica y real es una cosa no impuesta desde afuera, sino desde adentro, todo desarrollo es auto-desarrollo, toda semilla y resultado son semilla de una Verdad de las cosas y resultado de esa semilla determinada a partir de sus potencialidades. Por la misma razón ninguna Ley es absoluta, porque sólo el infinito es absoluto, y cada cosa contiene dentro de sí interminables potencialidades mucho más allá de su forma y curso determinados, que sólo son determinados a través de una auto-limitación por la Idea actuando desde una infinita libertad interior. Este poder de auto-limitación es necesariamente inherente al ilimitado Omni-Existente. El Infinito no seria el Infinito si no pudiese asumir una múltiple finitud; el Absoluto no sería el Absoluto si se negase en el conocimiento, poder, voluntad y manifestación del ser una ilimitada capacidad de autodeterminación. Entonces, esta Supermente es la Verdad o Real-Idea, inherente a toda fuerza y existencia cósmicas, que es necesaria, al seguir siendo infinita, para determinar, combinar y sostener una relación, un orden y los grandes lineamientos de la manifestación. En el lenguaje de los Rishis Védicos, así como la Existencia, Conciencia y Bienaventuranza infinitas son los tres Nombres supremos y ocultos del Sin-Nombre, de igual modo esta Supermente es el cuarto Nombre —cuarto de Eso en su descenso, cuarto de nosotros en nuestra ascensión—.
Pero la Mente, la Vida y la Materia, la trilogía inferior, son asimismo indispensables para todo ser cósmico, no necesariamente en la forma o con la acción y condiciones que conocemos en la tierra o en este universo material, sino en alguna clase de acción, empero luminosa, pujante, sutil. Pues la Mente es esencialmente esa facultad de la Supermente que mide y limita, que fija un centro particular y desde allí contempla el movimiento cósmico y sus interacciones. Admitido eso en un mundo, plano o disposición cósmica particulares, la mente no necesita ser limitada, o más bien que el ser que usa la mente como facultad subordinada no necesita ser incapaz de ver las cosas desde otros centros o puntos de referencia o incluso desde el Centro real de todo o en la vastedad de una auto-difusión universal, con todo si no es capaz de quedarse fijo normalmente en su propio punto firme de referencia para ciertos fines de la actividad divina, si existe sólo la auto-difusión universal o sólo los centros infinitos sin alguna acción determinante o libremente limitadora para cada uno, entonces no hay cosmos sino únicamente un Ser meditando dentro de Sí Mismo infinitamente como un creador o poeta puede meditar libremente, no plásticamente, antes de proceder a dejar determinado un trabajo de creación. Tal estado debe existir en algún sitio de la escala infinita de la existencia, más no es lo que entendemos por un cosmos. Cualquiera sea el orden que pueda haber en él, debe ser una suerte de orden no fijado, no-obligatorio, tal como el que podría desarrollar la Supermente antes de que él haya procedido a los trabajos de fijada evolución, medición e interacción de las relaciones. Para esa medición e interacción, la Mente es necesaria, aunque no es menester que sea consciente de sí como algo, sino una acción subordinada de la Supermente, ni que desarrolle la interacción de las relaciones sobre la base de un auto-aprisionado egoísmo tal como el que vemos activo en la Naturaleza terrestre.
Una vez existente la Mente, siguen la Vida y la Forma de la sustancia; pues la vida es simplemente la determinación de la fuerza y de la acción, de la relación e interacción de la energía desde múltiples centros fijos de la conciencia, —(fijos, no necesariamente en lugar o tiempo, sino en una persistente coexistencia de seres o almas-forma de lo Eterno sosteniendo una armonía cósmica)–. Esa vida puede diferir mucho de la vida tal como la conocemos o concebimos, pero esencialmente sería el mismo principio en actividad que aquí vemos representado como vitalidad, —(el principio al que los antiguos pensadores indios dieron el nombre de Vayu o Prana)—, el material-vital, la sustancial voluntad y energía en el cosmos componiendo dentro de determinada forma, acción y consciente dinamismo del ser. La sustancia también podría diferir mucho de nuestro criterio y sentido del cuerpo material, mucho más sutil, vinculando mucho menos rigurosamente en su ley de auto-división y resistencia mutua, y el cuerpo o forma podría ser un instrumento y no una prisión, aunque para la interacción cósmica siempre sería necesaria alguna determinación de la forma y de la sustancia, incluso si se trata tan sólo de un cuerpo mental o algo más luminoso todavía, más sutil, y más pujante y más libremente sensitivo que el más libre cuerpo material.
Se sigue que dondequiera que esté el Cosmos, allí, —(incluso si hubiese inicialmente un sólo principio aparente, incluso si al comienzo eso pareciera ser el único principio de las cosas, y todo lo demás que pudiera manifestarse después en el mundo pareciese ser nada más que sus formas y resultados y no indispensables en sí mismos para la existencia cósmica)—, esa visión frontal ofrecida por el ser sería solamente una máscara o apariencia ilusoria de su verdad real. Donde se manifieste un sólo principio en el cosmos, allí todo el resto debe estar no meramente presente y pasivamente latente, sino secretamente en actividad. En un Mundo dado, su escala y armonía del ser puede estar abiertamente en posesión de todos los siete principios en un grado superior o inferior de actividad; en otro Mundo dado pueden estar todos envueltos en uno sólo que viene a ser el principio inicial o fundamental de la evolución en ese mundo, pero la evolución de los envueltos allí debe existir. La evolución del séptuplo poder del ser, la realización de su séptuplo Nombre, debe ser el destino de cualquier Mundo que aparentemente comience desde la involución de todo en un sólo poder . Por lo tanto, el universo material estuvo obligado en la naturaleza de las cosas a evolucionar desde su oculta vida, una aparente vida; desde su oculta mente, una mente aparente, y debe en la misma naturaleza de las cosas evolucionar desde su escondida Supermente, una Supermente aparente, y del oculto Espíritu dentro de ella, la triuna gloria de Sachchidananda. La única cuestión es si la tierra ha de ser escenario de ese emerger, y si la creación humana, —(en éste o en algún otro escenario material, en éste o en algún otro ciclo de las grandes rotaciones del Tiempo)—, ha de ser su instrumento y su vehículo. Los antiguos videntes creían en esta posibilidad del hombre y sostuvieron que ese era su destino divino; el pensador moderno no lo concibe, y si lo hiciese, lo negaría o dudaría. Si tiene una visión del Superhombre, lo es en la figura de incrementados grados de mentalidad o vitalidad; no admite otro emerger, nada quiere ver más allá de estos principios, pues éstos trazaron para nosotros, hasta ahora, nuestro límite y círculo de conocimiento. En este mundo progresivo, con esta criatura humana en la que la chispa divina ha sido encendida, es posible que la sabiduría real habite con la aspiración superior más bien que con la negación de la aspiración o con la esperanza que se limita y circunscribe dentro de aquellos estrechos muros de aparente posibilidad que sólo son nuestra casa intermedia de preparación. En el orden espiritual de las cosas, cuanto más alto proyectamos nuestra visión y nuestra aspiración, mayor es la Verdad que procura descender sobre nosotros, porque ya está allí dentro de nosotros y clama por su liberación de la cobertura que la oculta en la Naturaleza manifestada.