TEMA 14: EL VALLE DEL FALSO RESPLANDOR

Se siente aquí una corriente desde las fuentes directas de la Verdad que uno no encuentra tan a menudo como desearía (Sri Aurobindo se refiere aquí al escrito de una tercera persona que un discípulo le había hecho llegar para su comentario). Hay aquí una mente que puede no sólo pensar sino ver -y no ve meramente la superficie de las cosas con la que la mayor parte del pensamiento intelectual contiende una y otra vez sin llegar a término o alcanzar una solución definida y como si no hubiera nada más, sino que alcanza el núcleo. Los Tántricos tienen una frase, pa_yant_ v_k, para describir un nivel de la Vak-Shakti, la Palabra que ve; aquí se da pa_yant_ buddhi, una inteligencia que ve. Puede ser porque el vidente interior ha ido más allá del pensamiento, a la experiencia, pero hay muchos que tienen una considerable riqueza de experiencia sin habérseles clarificado el ojo de su pensamiento en esa misma medida: el alma siente, pero la mente continúa con transcripciones mixtas e imperfectas, errores y confusiones en la idea. En esta naturaleza debía de existir ya, preparado, el don de la visión correcta.

Es un logro el haberse librado tan rápida y decisivamente de las trémulas nieblas y confusiones que el moderno intelectualismo toma por la Luz de la Verdad. La mente moderna ha vagado tan larga y persistentemente -y nosotros con ella- por el Valle del Falso Resplandor que no es fácil para nadie dispersar sus nieblas con la luz de la clara visión tan pronto y tan enteramente como se ha hecho aquí. Todo lo que se dice aquí acerca del moderno humanismo y humanitarismo, los vanos esfuerzos del idealista sentimental y del intelectual inefectivo, acerca del eclecticismo sintético y de otras cosas semejantes es admirablemente inteligente, da en el blanco. No a través de estos medios puede la humanidad conseguir el cambio radical de sus formas de vida, que se está volviendo ya imperativo, sino sólo alcanzando la piedra angular de la Realidad tras el velo; no a través de meras ideas y formaciones mentales, sino mediante un cambio de consciencia, una conversión interior y espiritual. Pero es ésta una verdad que sería difícil llegar a oírla en medio del barullo actual de clamores y confusiones y catástrofes.

Una distinción, la distinción muy inteligentemente realizada aquí, entre el plano del proceso fenoménico, de la Prakriti exteriorizada, y el plano de la Realidad Divina, figura entre las primeras palabras de la sabiduría interior. La perspectiva desde la que se la analiza en estas páginas no constituye meramente una explicación ingeniosa: expresa muy sabiamente una de las claras certezas que hallas cuando cruzas la frontera y contemplas el mundo exterior desde el territorio de la experiencia espiritual interna. Cuanto más vas hacia adentro o hacia arriba, más cambia la visión de las cosas, y el conocimiento externo que la Ciencia organiza ocupa su verdadero y muy limitado lugar. La Ciencia, como la mayoría de conocimiento mental y exterior, proporciona solamente la verdad del proceso. Añadiría que no puede darte ni siquiera toda la verdad del proceso: porque alcanzas algunos de los ponderables, pero pierdes todos los importantísimos imponderables; no desentrañas sino las condiciones bajo las cuales ocurren las cosas en la Naturaleza, difícilmente el cómo. Tras todos los triunfos y maravillas de la Ciencia, el principio explicativo, la base lógica, el significado del todo, queda tan obscuro, tan misterioso e incluso más misterioso que antes. El esquema que ha construido a propósito de la evolución, de no sólo todo este rico y vasto y diverso mundo material, sino de la vida y la consciencia y la mente y sus obras, a partir de una burda masa de electrones, idénticos y sólo con variaciones en su número y disposición, constituye una magia irracional más equívoca que la que pudiese concebir la más mística de las imaginaciones. La Ciencia, al final, nos sitúa ante una paradoja fáctica, un accidente organizado y rígidamente determinado, una imposibilidad que de algún modo ha ocurrido: nos ha mostrado una nueva Maya, una Maya material, aghatana-ghatana-pat_yas_, muy hábil en su capacidad de producir lo imposible, un milagro que lógicamente no puede ser y que, sin embargo, de algún modo es real, se halla irresistiblemente organizado, pero es irracional e inexplicable. Y esto ocurre evidentemente porque la Ciencia se ha dejado algo esencial: ha visto y escrutado lo que ha ocurrido y en cierto modo cómo ha ocurrido, pero ha cerrado sus ojos a algo que ha hecho este imposible posible, algo que hay ahí y que debe ser expresado. No hay significación fundamental en las cosas, si no tienes en cuenta la Realidad Divina; porque te quedas absorto ante una inmensa corteza superficial de apariencias manejables y utilizables. Es la magia del Mago lo que tratas de analizar, pero sólo cuando entras en la consciencia del Mago mismo puedes empezar a experimentar el verdadero origen, significado y círculos del Lila. Digo “empezar” porque la Realidad Divina no es tan simple como para que al primer contacto puedas conocer todo acerca de ella o reducirla a una sola fórmula: es el Infinito, y abre ante ti un conocimiento infinito respecto al cual toda la Ciencia en su conjunto no es más que una bagatela. Sin embargo, tocas lo esencial, lo eterno tras las cosas, y a la luz de Eso todo empieza a ser profundamente luminoso, íntimamente inteligible.

Ya te dije una vez lo que opino acerca de los inefectivos picoteos que ciertas mentes científicas bienintencionadas dan en la superficie o en la superficie aparente de esa Realidad espiritual que existe tras las cosas y no necesito ampliarlo. Más importante es el pronóstico de un peligro mayor que llega con el nuevo ataque del adversario, los escépticos, contra la validez de la experiencia espiritual y suprafísica: su nueva estrategia de destrucción, admitiéndola y explicándola a su modo. Esta aprensión podría estar bien fundada; pero dudo que, si estas cosas son alguna vez llamadas a análisis, la mente de la humanidad vaya a quedarse mucho tiempo satisfecha con explicaciones tan torpemente superficiales y externas, explicaciones que no explican nada. Si los defensores de la religión toman una posición poco sana, fácilmente cuestionable, al afirmar sólo la validez subjetiva de la experiencia espiritual, sus oponentes también me parecen estar rindiendo, sin saberlo, las puertas de la fortaleza materialista al consentirse examinar la experiencia espiritual y suprafísica. Su arraigo en el terreno físico, su rechazo a admitir o examinar siquiera las cosas suprafísicas era su poderosa torre de salvación; una vez abandonada, la mente humana, presionando hacia algo menos negativo, más útil y positivo, pasará sobre los cuerpos muertos de sus teorías, sobre los escombros de sus aniquiladoras explicaciones e ingeniosas etiquetas psicológicas. Otro peligro puede alzarse entonces: no una negación final de la Verdad sino la repetición, en viejas o nuevas formas, de un error pasado; por una parte, el resurgimiento de una religiosidad ciega, fanática, obscurantista y sectaria; por la otra, una caída en los pozos y cenagales de lo oculto vitalista y de lo pseudoespiritual, errores que dieron toda su fuerza al ataque materialista del pasado y a sus credos. Pero éstos son fantasmas que hallamos siempre en la línea fronteriza o en el territorio intermedio entre la obscuridad material y el perfecto Esplendor. A pesar de todo, la victoria de la Luz suprema, incluso en la obscurecida consciencia terrestre, constituye la certeza última.

El arte, la poesía, la música no son Yoga, no son cosas espirituales en sí mismas como no lo son la filosofía y la Ciencia. Acecha aquí otra curiosa incapacidad del moderno intelecto: su incapacidad para distinguir entre mente y espíritu, su tendencia a tomar los idealismos mentales, morales, estéticos por la espiritualidad, y sus grados inferiores por valores espirituales. Es una mera verdad el que las intuiciones mentales del metafísico o el poeta se quedan cortas, en su mayoría, respecto de la experiencia espiritual concreta; son distantes relámpagos, neblinosas reflexiones, no rayos desde el centro de Luz. No es menos verdad que, contemplado desde las cimas, no hay mucha diferencia entre las altas eminencias mentales y las modestas ascensiones de esta existencia externa. Todas las energías del Lila son iguales para la visión que contempla desde arriba, todas son disfraces del Divino. Pero uno tiene que añadir que todo puede convertirse en un primer paso en el camino hacia la realización del Divino. Una afirmación filosófica acerca del Atman es una fórmula mental, no conocimiento, no experiencia; sin embargo, el Divino la usa a veces como canal para el contacto: extrañamente, una barrera se desmorona en la mente, se ve algo, un cambio profundo se opera en alguna parte interior, en el terreno de la naturaleza penetra algo sereno, ecuánime, inefable. Uno está en una cumbre montañosa y vislumbra o percibe mentalmente una amplitud que lo impregna todo, una inefable Vastedad en la Naturaleza; entonces, de pronto, llega el contacto, una revelación, una corriente, lo mental se pierde a sí mismo en lo espiritual, uno experimenta la primera invasión del Infinito. O te hallas ante un templo de Kali junto a un río sagrado y ¿qué ves? -una escultura, una pieza de arquitectura llena de encanto, pero en un instante, misteriosa, inesperadamente, hay en su lugar una Presencia, un Poder, un Rostro que mira al tuyo: tu mirada interior ha contemplado a la Madre del Mundo. Contactos similares pueden llegarle a través del arte, la música, la poesía, al autor o a uno que sienta el impacto de la palabra, el significado oculto de una forma, un mensaje en el sonido que lleva en sí más, quizás, de lo que conscientemente pretendió el creador. Todas las cosas, en el Lila, pueden convertirse en ventanas abiertas a la Realidad oculta. Sin embargo, mientras uno permanece satisfecho mirando a través de ventanas, el logro es sólo preliminar: algún día deberá tomar el bordón del peregrino y comenzar el viaje hacia allí donde la Realidad se encuentra eternamente presente y manifiesta. Aun menos satisfactorio espiritualmente puede ser quedarse en las confusas reflexiones: se impone una búsqueda de la Luz que éstas tratan de imaginarse. Pero, puesto que esta Realidad y esta Luz están en nosotros mismos no menos que en alguna región superior sobre el plano mortal, en su búsqueda podemos usar muchas de las fórmulas y actividades de la vida. Así como uno ofrece una flor, una plegaria, un acto al Divino, puede ofrecer también una forma de belleza creada, una canción, un poema, una imagen, una melodía, y lograr a través de ello un contacto, una respuesta, una experiencia. Y cuando se ha penetrado en esta consciencia divina o cuando ésta crece en el propio interior, tampoco entonces queda excluida del Yoga su expresión en la vida a través de estas cosas; estas actividades creativas todavía pueden tener su lugar, aunque intrínsecamente no un lugar mayor que cualquier otra que pueda ser puesta al servicio y uso divinos. El arte, la poesía, la música, tal como son en su funcionamiento ordinario, crean valores mentales y vitales, no espirituales; pero pueden ser dirigidos hacia un fin superior y entonces, como todas las cosas que son capaces de vincular nuestra consciencia al Divino, son transmutadas y se vuelven espirituales y pueden ser admitidas como parte de la vida del Yoga. Todo adquiere nuevos valores no a partir de sí mismo, sino a partir de la consciencia que se sirve de ello. Porque hay sólo una cosa esencial, necesaria, indispensable: tornarse consciente de la Realidad Divina y vivir en ella y vivirla siempre.

EL ENIGMA DE ESTE MUNDO (Sri Aurobindo)